La primera vez que Carlos Franganillo (Oviedo, 1980) se puso delante de una cámara no fue para contar una noticia, sino para interpretar a Alex, el erudito delincuente juvenil protagonista de ‘La naranja mecánica’. Empezó como un juego. Un día su compañero de clase Luis Merino llegó con una cámara de vídeo de su padre -un objeto no tan corriente en la época- y los chicos comenzaron a rodar. Se les ocurrió que podían grabar en inglés y presentarlo como un trabajo escolar para esta asignatura del colegio. “Hicimos un montaje muy chusco, pero al final nos quedó una versión de unos 45 minutos de ‘La naranja mecánica’ que terminamos poniendo en clase al resto de compañeros. Carlos era el protagonista de la película y ya demostraba dotes de interpretación o al menos de estar cómodo delante de una cámara”, cuenta entre risas su compañero Luis. El ahora periodista y flamante fichaje de Mediaset tendría entonces “unos 15 años”, aunque el gusanillo del cine ya le venía de antes.
Narra Quentin Tarantino en sus memorias que su madre y el novio de ésta le empezaron a llevar al cine con siete años. No precisamente para ver películas de Disney, sino para acompañarlos a sesiones dobles de esos filmes crudos y violentos que marcaron la pauta en los setenta. La sala, con la pantalla grande y su patio de butacas, tiene algo de ritual, de celebración colectiva. Y no es que Franganillo fuera Tarantino ni Hollywood se pareciera en algo a Oviedo, pero con las luces apagadas y el sonido del proyector la magia puede ser parecida. A Carlos, el mayor de tres hermanos, sus padres lo dejaban con 12 o 13 años en la puerta de los Brooklyn, que trajeron a la ciudad esa cosa tan noventera de las multisalas.
“Veíamos todo lo que se nos pusiera por delante, porque en ese momento estaba muy extendida esa cultura del acontecimiento. Recuerdo ir a ver ‘Mentiras arriesgadas’ de James Cameron, ‘Robin Hood, príncipe de los ladrones’, ‘Stargate’ o ‘The Game’. Nos encantaban las películas de misterio, pero sobre todo nos gustaba el hecho de ir al cine”. Su compañero de correrías era Daniel Cabrero, que -sorpresa- ha terminado siendo director de cine. “Pero, fíjate, que yo siempre he dicho que nos intercambiamos los roles, porque en ese momento yo quería ser periodista y él, cineasta”. Y no faltó tanto para que pudiera ser así.
Cabrero también estaba en la 'troupe' de ‘La naranja mecánica’ versión asturiana. Y no contentos con aquello, Franganillo y él llegaron a rodar otro corto al que llamaron ‘La moqueta roja’, en el que narraban la historia de dos tipos que cometían un crimen perfecto que, como siempre, no llegaba a ser tal. “Era una historia muy surrealista, porque a los dos nos gustaba mucho ese género. Ahí ya tendríamos unos 17 años. Veíamos Buñuel, Lynch… y queríamos ser un poco como ellos”. Intercambiaban cintas de VHS y organizaban cineforums; Cabrero admite que tenían un “punto snob”. Por eso, no sólo iban a los Brooklyn, sino también a la sala Clarín, donde ponían cine más alternativo, de autor o europeo. “Me acuerdo de comedias de Woody Allen o Hitchcock, a Carlos le gustaba sobre todo Hitchcock. Y de ahí, nos íbamos a los salones recreativos”.
Porque no todo iba a ser cine. Luis Merino, que había ido a clase con Franganillo desde los cinco años, recuerda que iba a casa de Carlos “a jugar a la videoconsola”. Vivía en la Plaza del Carbayón, en el centro de Oviedo. Su madre, Eloísa, era funcionaria de la Seguridad Social y su padre, Carlos, aparejador. “Era una familia de profesión liberal, gente que apostó todo por la educación de sus hijos”, afirma Lalo Sánchez, profesor del Colegio Internacional Meres de Siero, un centro privado a las afueras de Oviedo que ha sido premiado varias veces por su excelencia académica.
“La matrícula cuesta unos 700 u 800 euros mensuales, así que imagínate el esfuerzo que supone para una familia llevar aquí a sus tres hijos”. Lalo era ese profesor de inglés al que sus alumnos le llevaron un amago de película. Y él, también apasionado del séptimo arte, que les había puesto a unos chavales de 13 años las más de tres horas de cine político en inglés que dura ‘JFK’ de Oliver Stone, sintió que algo estaba haciendo bien. “Creo que aquel profesor nos influyó mucho en nuestras carreras”, sentencia Daniel Cabrero.
Tardes de fútbol y música
El maestro remarca que no eran “unos frikis, ni nada por el estilo”. Las tardes las pasaban jugando al fútbol o al baloncesto en el Centro Asturiano de Oviedo, un club privado familiar, donde coincidían de nuevo algunos compañeros del colegio. “Carlos practicaba deporte, pero, a diferencia de sus hermanos, que eran muy futboleros, no lo seguía demasiado por televisión. Recuerdo un día que fuimos a un partido del Oviedo, en la temporada 97-98, cuando nos jugábamos la promoción para mantenernos en Primera. Yo lo llevé de acompañante al estadio y él vivía el fútbol, pero tampoco era un entusiasta”, cuenta Daniel.
El fútbol jugado por otros era más un acontecimiento social que otra cosa y el Oviedo era el equipo del que había que ser. Punto. “Era un tío muy talentoso y prefería otras cosas. Dibujaba muy bien personajes de cómic y yo, que era hijo de músico, lo llevaba a mi terreno para escuchar todo tipo de géneros. Aunque lo mejor que hicimos fue una maqueta que llegamos a grabar con letras en las que parodiábamos a los profesores”, insiste su amigo.
Eso, claro, no lo expusieron en clase. Su maestro insiste en que “simplemente eran unos chavales con unas inquietudes intelectuales que les habían inculcado desde pequeñitos y que no eran las de unos chicos de su edad al uso”. “Después, recuerdo que se incorporaron al grupo unos gemelos, Luis Herrero y Yayo Herrero, que eran muy transgresores. Llevaban un look rompedor, con el pelo largo, estilo Nacho Cano el de Mecano, camisas con chorreras y esas cosas. A Carlos lo veía mucho más recatado en eso, era un chico popular, tenía cara de bueno, cierto éxito con las chicas, pero el universo cultural del que sale es ese”.
Yayo Herrero después también se dedicaría al cine y su hermano Luis, a la música. Todos los caminos apuntaban al mismo sitio. “A Carlos entonces -remata Lalo Sánchez-, más que ponerse delante de una cámara, lo que le gustaba era contar historias”. Y eso se puede hacer de muchas maneras. Tiempo después Carlos Franganillo dijo en una entrevista que “el cine es el modo más eficiente de contar una historia”.
Contar historias
Terminado el colegio, Franganillo se matriculó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Nebrija. El salto requería trasladarse a la capital e ingresar en un colegio mayor. A mitad de la carrera, en el verano del 2000, su amigo Daniel, que estaba estudiando Periodismo, entró a hacer prácticas en TeleAsturias, una modesta emisora local. “Carlos estaba en Madrid, pero me escribió para preguntarme si necesitaban a alguien más para las prácticas. Y como lo suyo era Comunicación Audiovisual, le metieron para enseñarle a hacer sonido. Pasado un tiempo él pidió incorporarse a la redacción y en cuanto lo vieron los jefes me dijeron: ‘oye, pero este tío que has metido aquí es un crack’. Yo creo que fue ahí cuando él encontró su vocación”, opina su compañero.
Franganillo se licenció en Comunicación Audiovisual en 2002 y ese mismo año se inscribió en Periodismo en la Universidad San Pablo CEU, también en Madrid. Allí coincidió con Fernando Nistal, compañero de clase y hoy profesor de este mismo centro. “Era un tío bastante reservado, muy prudente, que tampoco pretendía destacar, tenía un carácter bastante introvertido. Lo recuerdo como alguien responsable, muy asturiano”. En la Universidad, ya se sabe, cada cual arrastra el tópico de su procedencia. El grupo lo formaban cinco chicos: “Pascual Drake, Gonzalo Bermúdez, Carlos Hita, Franganillo y yo”. Esta vez más formalitos. “Salíamos de cañas después de clase y luego a los locales que hay por Fernández de la Hoz [barrio de Chamberí] o por la discoteca Cats, pero nada de desfase”, afirma Nistal. Cualquiera que haya frecuentado la noche madrileña conocerá esos ambientes.
Su compañero de Universidad sostiene que “Franganillo no era un tío de matrículas, tenía un nivel estándar, pero era inteligente. Y en política, por ejemplo, no se mojaba especialmente, no recuerdo hablar demasiado con él de estos temas”. “En lo que sí se diferenciaba de otros es que tenía la cabeza muy bien amueblada, tenía muy claro qué quería hacer, era muy periodista. Y no sé si tenía muy definido lo de ser corresponsal, pero sí que demostraba que lo que le gustaba hacer era reporterismo, un periodismo de calle, como después ha terminado haciendo”.
Nuevos retos
Aunque, como ocurre tantas veces, los caminos son inescrutables. Cerrada su etapa en Madrid volvió a Asturias para hacer prácticas en ‘La Nueva España’ y, más tarde, en RNE Oviedo. Pero ese chico que quería ser reportero también sentía, como buen asturiano -de nuevo el tópico-, un estrecho ligamen con la tierra y un día llegó a oídos de Graciano García, periodista y fundador de la Fundación Princesa de Asturias, que había un joven que quería colaborar con el departamento de prensa la institución. Los premios Princesa de Asturias, no hay mayor símbolo asturiano. “Fui yo el que le llamé personalmente. Tuvimos una breve conversación en la que me di cuenta enseguida de que ahí había una vocación. Estuvo unos meses con nosotros, en los que demostró ser un periodista responsable, trabajador, con mucho rigor e independiente. Y de ahí nació una amistad y admiración que dura hasta hoy”, cuenta Graciano García.
Carlos Franganillo se casó años después con Ana Ortega, una mujer natural de A Coruña, que se dedica a la innovación corporativa en el Grupo ONCE y con la que tiene cuatro hijos. La familia pasa todos los veranos unos días en Galicia y antes de llegar allí suelen parar en Asturias, donde Franganillo siempre ha vuelto. Graciano García aprovecha entonces para comer con él. Porque, según todas las personas entrevistadas para este reportaje, si algo le define es que es un tipo atento, cercano, natural, que cae bien a gente de diversa procedencia, sabe moverse en todos los ambientes, mantiene a sus amigos de siempre y no olvida sus raíces. Buenos ingredientes para un periodista, y más para un corresponsal, ese espécimen de reportero que siempre anda de paso por los sitios. “Yo quise nombrarle jefe de prensa de la Fundación, pero me dijo que le había salido lo de RTVE y que le gustaba el reto”, lamenta Graciano García.
Lo de RTVE eran unas oposiciones para las que obtuvo plaza en 2008. Antes, en RNE Oviedo, donde había llegado para hacer prácticas, ya se había ganado el puesto. “Entró como un becario más, pero era evidente que era un chico que destacaba, era muy bueno y enseguida lo contratamos”, dice ahora Rosana García, jefa de informativos de TVE Asturias y entonces responsable de informativos de la emisora. “Ya mostraba rigor, seriedad, respondía muy bien al micro y recuerdo que un técnico de sonido que había por allí le repetía que iba para presidente de RTVE”, agrega.
Después, ya lo habrán visto como corresponsal en Moscú, en Washington y presentando el Telediario de la noche de TVE, explotando todos esos atributos que han quedado escritos más arriba. No hizo cine, aunque se ha permitido algún travelling en las noticias. Y si ya no ejerce de reportero tanto como le gustaría, al menos sí que ha sacado el telediario del plató a la calle siempre que ha podido. No será presidente de RTVE, ahora le espera otro reto: sustituir a Pedro Piqueras tras 17 años al frente del informativo estrella de Telecinco y reflotar la apuesta de actualidad de una cadena que no pasa por sus mejores horas.