El 28 de junio de 1914 era domingo, un día soleado en Sarajevo. El archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía habían llegado de visita a la capital bosnia, anexionada recientemente por el Imperio austrohúngaro, cuando un comando anarquista lanzó una bomba sobre su coche. Europa estaba a punto de cumplir medio siglo en relativa armonía, vivía su época de mayor progreso social, educativo, científico, la era de los prodigios. “Se confiaba en que la guerra llegaría a ser algo obsoleto” y, sin embargo, “qué rápido y cuán de repente pasó Europa de la paz a la guerra en esas cinco semanas que siguieron al asesinato del archiduque”.
La cita es de Margaret MacMillan, autora de '1914, de la paz a la guerra' (Turner, 2013). “Resulta cómodo encogerse de hombros y decir que la Gran Guerra fue inevitable; pero se trata de una conclusión peligrosa, y más teniendo en cuenta que nuestro mundo se asemeja en algunos aspectos, aunque no en todos, al de los años previos a 1914, es decir, al mundo que fue barrido por la guerra”, concluye la historiadora británica en este libro que disecciona las causas que llevaron a un conjunto de países a la primera contienda global.
Ha pasado una década desde su publicación y el mundo ya es diferente al de entonces. Pero una cosa es que los acontecimientos se precipiten a un ritmo más desenfrenado que nunca y otra que la historia no pueda repetirse. Esta semana, cuando un individuo intentó acabar a tiros con la vida del primer ministro eslovaco, Robert Fico, volvió al imaginario colectivo el magnicidio del archiduque Francisco Fernando. No porque fuera el primer asesinato con motivaciones políticas desde entonces -Fico logró incluso salvar su vida-, ni por la magnitud de ambos sucesos, pero sí porque ocurre en un momento especialmente delicado para Europa. Y, en consecuencia, para el mundo, por mucho que el Viejo Continente ya no sea lo que era.
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Fico es un polémico líder prorruso que ya tuvo que dimitir en 2018, acusado de horadar los poderes del Estado y salpicado por el asesinato a balazos del periodista de investigación Jan Kuciak. Con el húngaro Victor Orbán como referente, Fico regresó en 2023 tras ganar unas elecciones que se interpretaron como una disputa entre quienes apostaban por acercarse a Moscú y los partidarios de Bruselas, en un país que forma parte de la Unión Europea y la OTAN. “Para mí no ha sido ninguna sorpresa. En un contexto en el que Rusia mantiene un frente abierto en Ucrania, en mi país existen dos bandos completamente enfrentados. Y en ese ambiente tan polarizado, la situación no ha hecho más que explotar”, afirma Juraj Majcin, analista eslovaco del European Policy Centre.
Aumento de los nacionalismos
Aquí la primera similitud con el contexto de hace un siglo: un orden mundial en cambio, con los viejos poderes hegemónicos en decadencia y el auge de los nacionalismos. Con la Primera Guerra Mundial desaparecieron el imperio alemán, el austrohúngaro, el otomano y el ruso, mientras que Estados Unidos emergía como la nueva potencia dominante. En la actualidad América cede cada vez más ante el auge imparable de China, mientras que el viejo deseo imperial ruso se abre paso en Ucrania ante la incapacidad de imponer su obsoleta influencia de otra manera.
“Veo muchas similitudes con 1914 por ese choque imperial que ha exacerbado un buen número de nacionalismos dolidos. Se ha reproducido un enorme temor al otro, como los ataques a ciertas minorías y la visión de los inmigrantes como una amenaza”, sentencia Juraj Majcin.
No es un fenómeno nuevo, se trata de algo que viene produciéndose desde hace años y por sí solo no justifica una guerra. Pero es uno de los ingredientes de la invasión de Ucrania y si en algo coinciden todos los expertos consultados es que el factor Rusia determina que “la posibilidad de un conflicto a gran escala sea totalmente factible”. “Nosotros somos un organismo público, que está en contacto con las Fuerzas Armadas, y tanto nosotros como el resto de ejércitos occidentales tienen muy presente ese posible escenario”, reconoce Gustavo Palomares, director del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado para la Investigación sobre la Paz, la Seguridad y la Defensa.
Palomares, que ha colaborado durante años con las instituciones europeas y es un reconocido experto sobre las relaciones con Estados Unidos, no ve tanto la comparación con 1914, sino con “finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se estaba estableciendo un poder multihegemónico que buscaba frenar el ascenso de nuevas potencias”. Aunque ese periodo, volvemos al punto de partida, terminó desembocando en la Primera Guerra Mundial. “Las guerras son siempre expresión de un nuevo orden internacional”, aunque para él la amenaza actual de Rusia “debería suponer una oportunidad para una mayor integración, como con la Europa de la Defensa”.
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La carrera armamentística
Esa idea de una mayor coordinación militar entre Estados tampoco es nueva. Emmanuel Macron y Angela Merkel ya defendían en 2018 la creación de un ejército europeo, aunque ahora los llamamientos a protegerse de forma conjunta han vuelto a cobrar protagonismo. “Debemos entender que nuestra Europa es mortal, puede morir”, decía el presidente francés recientemente, y para impedirlo pedía a los países miembros de la UE una “defensa creíble”. “Estamos en una época de preguerra, no exagero”, advertía también hace poco el primer ministro polaco, Donald Tusk, que anteriormente fue presidente del Consejo Europeo.
Todas estas señales de alarma han provocado un aumento de la carrera armamentística sin precedentes en las últimas décadas. Según los últimos datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, el gasto militar se incrementó el año pasado un 6,8% a nivel mundial, hasta alcanzar un nivel de inversión mayor que el registrado a finales de la Guerra Fría. Ocurre en todas las regiones del planeta, con especial atención de los países más afectados directamente por las guerras de Ucrania y Gaza.
La OTAN ha marcado a sus Estados miembros un objetivo de inversión en Defensa del 2% de su PIB y varios países europeos han abierto el debate de reestablecer el servicio militar obligatorio. En esta carrera destaca Alemania, un país alejado del debate bélico desde la Segunda Guerra Mundial y que camina hacia la recesión, que se ha tomado más en serio que nadie la estrategia de rearme.
Los progresos científicos y tecnológicos de finales del siglo XIX y principios del XX también trajeron un mayor y más potente armamento, además de ejércitos numerosos. Y precisamente esas rivalidades nacionales propiciaron también entonces una rápida carrera armamentística.
“Puede que ahora se perciba a la Unión Europea como más débil, pero porque realmente la Unión Europea nunca ha sido demasiado fuerte. Con Ucrania no ha pasado, aquí sí que ha habido un consenso bastante amplio, pero en el caso de la guerra en Gaza los Estados han vuelto a mostrar sus divisiones. Es muy difícil para algunos países como Alemania contener su amistad con Israel y esto hace muy difícil mantener una posición común europea. Pero, curiosamente, muchas veces más por nuestro pasado que por la situación actual”, considera la diplomática francesa Claude-France Arnould.
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Arnould fue directora ejecutiva de la Agencia Europea de Defensa, embajadora francesa en Bélgica y ahora ejerce como consejera del Instituto Francés de Relaciones Internacionales. Ella también coincide en que “es necesario estar preparados para la posibilidad de una guerra en Europa”, aunque no aprecia el paralelismo entre el momento actual y 1914.
“En aquel momento se conformaron dos grandes alianzas y una le dio un ultimátum a la otra al culparles de la muerte del archiduque. Aquí no tenemos nada de eso. Los asesinatos no son tampoco algo nuevo, lo que sí es novedoso es que partidos que están representados en los parlamentos utilicen un vocabulario extremista, un lenguaje del odio que puede derivar en violencia política. Y no hablo sólo de extrema derecha, en mi país tenemos a la Francia Insumisa [el partido de Jean-Luc Mélenchon, de izquierda radical] que se expresa en esos términos”.
Polarización
Aquí es probablemente donde existan menos discrepancias: de la crispación ideológica, del enfrentamiento verbal, se ha pasado directamente a la violencia política. Según el Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados (ACLED, por sus siglas en inglés), el año pasado los incidentes relacionados con la violencia política se incrementaron un 27% a nivel mundial. De nuevo, es cierto que fue un año marcado por dos guerras con muchos actores secundarios, pero los conflictos siempre están presentes en el planeta y sus efectos se hacen notar cada vez más en el resto de países, como consecuencia de las migraciones. Según el índice de este organismo, incluso Estados Unidos aparece en una situación “turbulenta”.
Desde el asalto al Capitolio de 2021 han proliferado los informes que alertan del riesgo de que las discrepancias políticas terminen en enfrentamientos. El informe anual del CIDOB coloca en el primer lugar de las preocupaciones de 2024 la “conflictividad e impunidad” derivadas de la violencia política. El deterioro del debate democrático ha legitimado discursos que antes quedaban marginados en el subsuelo y cuando aparece un desequilibrado peligroso existe un magma ideológico al que recurrir. Es lo mismo de lo que llevan años alertando los expertos en yihadismo.
El investigador del Real Instituto Elcano Fernando Reinares sostiene que en “un contexto de baja polarización, los actos de violencia llevados a cabo por individuos autoritarios con personalidad agresiva y escaso autocontrol raramente se proyectarían más allá del ámbito personal de las interacciones sociales y no se dirigirían contra blancos políticos. Sin embargo, en un contexto de alta polarización ideológica y afectiva es mucho más frecuente que esos actos de violencia se lleven a cabo con estrecha referencia a sentimientos individuales de pertenencia a una comunidad o de identidad partidaria y, como consecuencia, a dirigirse contra blancos de significación política”.
🚨 🇸🇰 Breaking: Slovakia
— Concerned Citizen (@BGatesIsaPyscho) May 15, 2024
The Prime Minister of Slovakia Robert Fico has just been shot in public.
This comes only days after Fico formally & publicly rejected The WHO Global Pandemic Accord ‼️ pic.twitter.com/QIZOgGQCyE
“Por supuesto, la retórica utilizada por las élites políticas y los líderes de opinión, el modo en que reiteradamente y de manera perniciosa puedan denigrar a sus legítimos oponentes en la contienda por el poder o estigmatizar a determinados colectivos de la sociedad, tiene una incidencia decisiva en la producción de una atmósfera de polarización social, que a su vez puede ser instrumentalizada como parte de la estrategia de algunos partidos o movimientos para lograr sus fines”, añade el también catedrático de Ciencia Política y Estudios de Seguridad.
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Esto, per se, tampoco nos coloca ante el fantasma de Francisco Fernando y mucho menos a las puertas de una gran guerra, como recuerda Noé Cornago, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del País Vasco. “La polarización política extrema es un proceso que intensifica el enfrentamiento entre grupos y las manifestaciones de violencia, tal y como se pone de manifiesto en todas y cada una de las guerras civiles y étnicas. Pero la historia nos muestra que la comisión de un atentando contra un estadista no siempre puede atribuirse a ello. Incluso en sociedades que destacan por su elevado grado de consenso social y político en aspectos básicos de la convivencia pueden verse sobresaltadas por un magnicidio. Tal sería el caso del atentado que acabó en 1985 con la vida de Olof Palme en Suecia”.
El asesinato del primer ministro sueco fue el último magnicidio en suelo europeo, aunque en aquel momento el país escandinavo no pertenecía a la UE. Después, en 2003, mataron al primer ministro serbio Zoran Djindjic; en 2011 un joven noruego llamado Anders Breivik protagonizó un tiroteo en un campamento de jóvenes socialdemócratas en el que perdieron la vida decenas de personas; en 2016 asesinaron a tiros a la diputada británica proeuropea Jo Cox; y, en un nivel muy inferior, en las últimas semanas políticos socialdemócratas y verdes alemanes han sido agredidos por fanáticos de extrema derecha. Todos ellos fueron expresiones de un clima de radicalismo, como el que se alcanzó en 1914, aunque ninguno provocó guerra alguna.
Los mundos de ayer y hoy
Lo que quizás diferencie el intento de asesinato del primer ministro eslovaco de los otros ejemplos citados es el cóctel de circunstancias mezcladas en un contexto especialmente delicado. Con las elecciones europeas previstas en tres semanas, el hastío de una guerra provocada por Rusia que permanece estancada, las grietas que está generando esta situación en la UE y Estados Unidos, el previsible aumento de los partidos extremistas en el próximo Parlamento Europeo y la falta de una respuesta clara ante la estrategia bélica de Israel iniciada tras el brutal atentado terrorista de Hamás.
“Yo diría que estamos más bien en las raíces del periodo que va de 1939 a 1945, de la Segunda Guerra Mundial, cuando el epicentro de la violencia se localiza en el Este de Europa, con los 27 millones de muertos que hubo en toda la Unión Soviética y la expansión de la Alemania nazi”, opina Josep Puigsech, historiador de la Universidad Autonóma de Barcelona. Para él, las tensiones actuales son “una derivada de los conflictos territoriales no resueltos de los países eslavos” y un “fracaso estrepitoso del mundo globalizado, que en lugar de buscar equilibrios ha tratado de imponer hegemonías”. Uno de sus últimos ensayos tiene un título elocuente: “Tambores de guerra mundial”.
Escribía Margaret MacMillan que “la globalización del mundo en los preludios de 1914 sólo puede equipararse con la de nuestra propia época”, que nadie en aquel momento podía imaginarse un conflicto de esas características y que cuando ya parecía inevitable los mandatarios todavía pensaban que “no se saldría de su control”. Era la edad de la cultura en Europa, de los pensadores, el tiempo de la intelectualidad. Y quien mejor describió su esplendor y más lamentó su ocaso fue el escritor Stefan Zweig.
“Antes de la guerra había conocido la forma y el grado más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos. He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes, el nacionalismo, que envenena la flor de la cultura europea”. Stefan Zweig terminó de escribir ‘El mundo de ayer’ en 1941 y fue publicado tras suicidarse, un año después, con una sobredosis de barbitúricos.