Él dice que no, que ahora vive relajado, que lo importante es estar muy despierto, consciente, afilado. Focus, dirían los anglosajones. Pero para mantener una conversación con Hovik Keuchkerian (Beirut, 1972) es necesario no bajar la guardia. Al menos por parte del interlocutor, al menos al principio. Ha explicado tantas veces cómo ha ido cambiando su vida, su pasado como boxeador, su éxito inesperado primero como monologuista y luego como actor, que caer en cualquier lugar común amenaza con echar por tierra la entrevista. Directo como es, él te lo haría notar. Atentos.
El hombre que se presenta, es cierto, tiene más que ver con ese bonachón inspirado que con un animal herido. Él mismo abre la puerta de la cocina del Varela, el restaurante de Alpedrete al que acude a trabajar cada mañana, e invita a pasar como si te recibiera desde una sociedad gastronómica vasca. "Bienvenidos a mi oficina", dice, desde el rinconcito en el que se sienta a diario a despachar recados. No tiene representante, lo hace todo el mismo. Saluda a José, el cocinero, a un tipo que viene a dejarle un traje y después vuelta a su casa en este pueblecito de la Sierra de Madrid en el que ha vivido desde niño.
Su personaje, Hovik Keuchkerian, tiene cosas en común con Andreas, el alemán de 'Un amor' que inventó en una novela Sara Mesa y llevó al cine recientemente Isabel Coixet. Un tipo que disfruta de la soledad, vive en un pueblo y huye de la ciudad y las chorradas que la rodean. Su interpretación le dio una Concha de Plata en San Sebastián y le dejó a las puertas de un Goya.
Pero también en él hay trazos de Jon Gutiérrez, el policía bocazas de 'Reina Roja', la novela de Juan Gómez-Jurado, que lleva años gestándose como serie de televisión. Su esperado estreno en Prime Video el próximo 29 de febrero aspira a convertirse en un éxito tan global como lo fue la novela. Al lado de Vicky Luengo, que interpreta a la sabia e insondable Antonia Scott, Hovik es un ser verborreico, deslenguado, irónico, ocurrente, bueno. Un poco como es él.
O al menos como se destapa, según bajan las defensas y avanza la conversación. Quizás todo sean máscaras, aunque con él es fácil que vayan cayendo en pocos minutos. Detrás del peso pesado hay un tipo de enormes manos que escribe poesía, que ha tenido sus momentos chungos y ha trabajado para despejarlos. Desde la rutina, desde el arte de la repetición, como un boxeador abnegado. Cuidado, no vayamos a caer en tópicos justo ahora. Antes de empezar, se pone su sudadera con capucha. Debajo de ella hay un complejo mundo interior.
PREGUNTA.- Los dos últimos personajes que has hecho, el alemán de 'Un amor' y Jon Gutiérrez en 'Reina Roja', con sus correspondientes figuras femeninas, ¿son la metáfora de la bella y la bestia?
RRESPUESTA.- Hostia, no lo he trabajado desde ese punto de vista. Eso está en los ojos del que mira, tío. Y si tú me ves a mí y ves una bestia, pues yo no te voy a sacar de ahí. Pero eso me viene muy bien a mí, porque cuando empiezo a trabajar y ves el personaje, dices: 'hostia puta, la pinta que tenía este tipo y ahora me está rompiendo por aquí'. Pero mira, en 'Reina Roja' Jon tiene una necesidad brutal de proteger a Antonia. Va dándose cuenta no del coeficiente intelectual que tiene, sino del ser humano bloqueado que lleva dentro. Jon es un tipo que necesita proteger porque es para lo que él ha sido diseñado y encima ha sufrido, porque es un policía nacional, es gay y es vasco. Es un Sancho Panza 2.0, como le dije a Juan Gómez-Jurado, y además tiene una parte quijotesca porque es un soñador.
P.- Diferente al eremita de 'Un amor'.
R.- En el caso de Andreas, es un tipo que supuestamente lo tiene muy claro, él no tiene necesidad de proteger a nadie, sino que se protege a sí mismo. Y lo que empieza siendo una necesidad física, con el sexo, termina sirviendo como un modo de sacar los demonios. Pero el tipo no da para más y en el momento en el que la mujer le empieza a plantear preguntas, pues la manda al carajo.
P.- ¿Y en el fondo no estamos hablando de lo mismo? En esa necesidad masculina de proteger, ¿no hay un punto de protegerse a uno mismo?
R.- ¿Cómo una forma de redención? Sí, sin duda. Hostia, sentirse útil. Jon quiere hacer lo que no han hecho con él, salvo en el caso de su madre, de su amatxu. Ella es la que siempre ha estado, es su pilar y de ahí el vínculo tan potente que tiene con ella.
P.- La amatxu como pilar básico de la sociedad. Háblame de la tuya.
R.- Bueno, mi madre es para mí lo más. Es una mujer de 82 años, de un pueblecito de Navarra, que empezó a viajar muy pronto y conoció a mi padre en Beirut en el 66, en esa Suiza de Oriente. A mi madre yo la he oído hablar de su madre, de mi abuela, como una mujer adelantada a su tiempo y que hubiera sido más feliz más allá de su pueblo de Navarra, deseaba expandirse. Y mi madre, en ese sentido, es igual. A mí me dices con 30 años, cuando estás armando una vida cojonuda, que tienes que dejar atrás ese Beirut porque estalla una guerra civil y tienes que olvidarte de todo y meterte con tres niños -mi hermana nació aquí ya- en un pueblo de la Sierra de Madrid en el 77… Mi viejo tenía un restaurante y trabajaba como un cabrón, pero la vida de mi madre fuimos nosotros, desde la mañana hasta la noche.
P.- Y Alpedrete en ese momento no sería el lugar más cosmopolita del mundo. ¿Quién eras tú aquí?
R.- Nosotros vivíamos en una urbanización que está a las afueras, prácticamente la primera urbanización de pisos que se hizo, ocupada básicamente por domingueros. Mi padre tenía claro que sus hijos no iban a crecer en una ciudad, iban a crecer en el campo. Y yo no cambiaría nada de mi infancia. Yo salía del cole, tiraba la mochila y sabía que de la urbanización no podía salir. Pero aquello era la hostia, era terreno por descubrir, como un universo. Y cuando llegó la época de salir y todo eso, yo era un enfermo del deporte y me pasaba el día tirando triples hasta que se iba el sol. Entonces, pisé mi primera discoteca con 18 años y la segunda con 20 estando ya en Madrid. O sea, no te digo más, un tarado.
P.- Vamos, que ya desde niño eras un asceta.
R.- Yo he sido siempre raro, tío. Escribí un verso que dice: “Estoy incómodamente cómodo en cualquier lugar; en cualquier lugar estoy cómodamente fuera de sitio”. Está en uno de mis libros, que se llama 'Resiliente', y creo que es un resumen cojonudo de mí, de mi estado natural.
P.- ¿Esto tiene que ver con esa condición de refugiado? Muchas veces las personas que migran se sienten desorientadas al no tener muy definidas sus raíces o al estar esparcidas por todas partes.
R.- Como diría Gandalf, o parafraseando al mítico Gandalf doblado al español, no tengo recuerdos de ese lugar. En mi opinión, las raíces no tienen nada que ver con un lugar físico determinado, tienen más que ver con tu interior. Yo sé que estoy muy condicionado desde el nacimiento por la sangre de mi madre y la sangre de mi padre. La historia del pueblo armenio es una historia muy dura, mi padre era un fighter y creo en la carga que llevas.
P.- A eso iba, que el origen te define.
R.- Yo lo veo más como una cuestión de aceptación. Yo hablo conmigo mucho y me puedo pasar con una cosa dándole vueltas en la cabeza muchísimo tiempo. Entonces yo digo, 'hostia, ¿yo sería igual si mis padres hubieran sido sevillanos y no hubiera salido de Sevilla?' Pues es muy probable que no. Pero si yo soy hijo de una tipa que viajó a Beirut cuando no lo hacía nadie -menos si eras mujer- y mi abuelo huyó de Antioquía, pasó por Siria, terminó en Líbano y allí hizo fortuna… Y a mí me sacas de un país en guerra, vengo aquí y me llamo Hovik Keuchkerian, que en el año 78 en Madrid era una puta aventura… Pues claro.
Pisé mi primera discoteca con 18 años y la segunda con 20 estando ya en Madrid. O sea, no te digo más, un tarado
P.- No habría un solo extranjero en este pueblo.
R.- Es que pasaban lista y había movida, yo era el moro. Todavía hoy culturalmente no estamos a la cabeza como país. Hoy por hoy hay mucha gente que no conoce la causa armenia, pues imagínate en el 80 o en el 81. Armenia es el primer país que adoptó el cristianismo como religión oficial y a mí me llamaban moro. Además, que seguimos viviendo en un país en el que el moro es el que habla árabe y qué tendrá que ver un marroquí con un tipo de Arabia Saudí. Explícaselo tú a la peña, que se la suda.
P.- ¿No nos interesa o no tenemos tiempo para escuchar a los demás?
R.- Supongo que estamos en ese puntito de bastantes problemas tengo yo como para intentar entender… Es que hay una cosa que me hace muchísima gracia con el concepto de globalización, que es que me descojono. O sea, que tú puedes mandar una foto con lo que estás comiendo de aquí a Sidney y que llegue en el momento y piensas que estamos globalizados, cuando estamos más aislados que nunca y tenemos un concepto muy equivocado de la sociedad. Si a mi solo de casa me están pidiendo 1.000 y me pagan 900, realmente ¿te crees que me importa si eres moro, ruso, chino o australiano? No, tío, lo que importa es que tengo un problema grave, que es que tengo que llenar la nevera. Es esto.
P.- Tú eres afortunado en ese sentido.
R.- Sí, soy un afortunado porque estoy trabajando, negocio bien lo que me pagan, pero esto no ha sido siempre así. Yo empecé a currar antes de irme de casa. Mi padre me dijo: '¿no vas a estudiar?, pues a trabajar'. Y me puse a trabajar en su restaurante de los 17 a los 19. Empecé limpiando platos y luego salí a sala, donde me tocaba tratar con gente de todas las edades. Mi padre me hizo entender esa frase que a todos nos han dicho alguna vez de 'el dinero no crece de los árboles', te lo tienes que currar. Y es la única vez que he currado en algo que no me gustaba.
Todavía hoy culturalmente no estamos a la cabeza. Armenia es el primer país que adoptó el cristianismo como religión oficial y a mí me llamaban moro
P.- Dijiste una vez en una entrevista que las dos personas que más te han enseñado en la vida fueron el único tipo que te ganó en un ring de boxeo y tu padre. ¿Cómo era él?
R.- Yo a mi viejo no le vi demasiado. Él trabajaba mucho, tenía un restaurante en Madrid y era un señor al que yo veía los domingos cuando cerraba, no podíamos hacer mucho ruido para no despertarle. Y luego era un señor muy imponente. Yo le tenía un respeto casi reverencial. A una persona que se ve obligada a dejar su país le pueden pasar dos cosas: que se adapte inmediatamente a la nueva cultura o que luche por preservar la suya y se radicalice. Es lo que hizo mi padre, él llevaba por bandera que era armenio hasta el día en que murió.
P.- Su orgullo.
R.- Claro, como lo llevo yo, lo llevaba con orgullo. Yo veo que ahora hay 8.000 maneras de educar a los chavales, pero mi padre solamente me tenía que mirar. Y ya está, estaba todo claro. Y encima es que mi padre hablaba conmigo en armenio, que suena contundente. Pero si alguna vez te hablaba en español, te llamaba por teléfono y te decía: '¿Me ha dicho madre que tenemos problema?' Es que te cagabas encima. No, no, ni tenemos problema ni lo vamos a tener. Él era un tipo con un corazón enorme, con una capacidad de trabajo brutal, y yo lo tengo muy presente conmigo.
P.- Y el otro era un boxeador francés.
R-. Sí, Thierry Guezouli, que me cogió cuatro castañazos en mi quinta pelea profesional y ahí me hice yo boxeador. Porque cuando eres tú el que mete la mano y se cae el otro, bien; pero cuando eres tú el que recibes, dices 'hostia puta, qué ha pasado'. Se me fundieron los plomos y de repente estaba viendo los focos con el árbitro contando hasta diez. Ese señor era más boxeador que yo, estaba más cuajado. Entonces, eliminé a todo mi equipo y empecé a viajar fuera, fui a Estados Unidos, Londres, Alemania y una vez más me di cuenta de que estamos a puto años luz de lo que está ocurriendo en el mundo.
P.- Parece que el boxeo siempre sirve como metáfora, ¿no?
R.- Con la salvedad de que el boxeo es un deporte en el que las veces que te puedes equivocar van contadas y que una hostia de un tipo de 120 kilos a lo mejor te deja filtrado. Y a lo mejor las tres siguientes peleas son tres escabechinas si no tienes a nadie que te proteja un poquito y te quedas jodido para el resto de tu puta vida. Eso quiere decir que a lo mejor te viene tu hijo corriendo a tirarse encima de ti y no lo puedes coger bien. Como decían Ugarte, Azpitarte y Elio Guzmán cuando presentaban el boxeo en Telecinco: “Bienvenido al boxeo, el único deporte al que no se juega”. Si no tú no ves ahí arte y poesía, pues nada, sigue hablando de Bécquer y Chéjov y de quien te salga de los cojones.
P.- ¿Y esto de educarse a base de hostias, te hace ponerte en guardia ante la vida?
R.- No creo que estar en guardia sea productivo. Aparte que tú percibes cuando alguien está delante de ti en guardia. El otro día me preguntaba Cayetana Guillén Cuervo si tenía miedo a algo. Y lo que digo es que más que miedo me daría mucha vergüenza, mucha, mucha, mucha, que cuando tenga que cerrar los ojos porque me piro pueda pensar que he dejado de hacer algo por lo que va a decir éste o aquella o el puto mundo en general.
Ahora hay 8.000 maneras de educar a los chavales, pero mi padre solamente me tenía que mirar. Y ya está, estaba todo claro
P.- Estábamos hablando de los refugiados y de los armenios, cuya historia está marcada por un genocidio. ¿Cómo vives lo que ocurre en Gaza?
R.- No voy a entrar ahí porque es muy difícil de sintetizar, pero te voy a contestar muy brevemente con esto. ¿Por qué lleva saliendo Gaza constantemente todos los días en los medios de comunicación? Ya no sale Ucrania, sale Gaza. ¿Quién decide eso? Porque ha habido 100.000 armenios que han salido por un corredor humanitario desde Artsaj [antiguamente el Alto Karabaj] y los han acogido en Ereván [capital de Armenia] y no le ha hecho ni puto caso nadie.
P.- Nagorno Karabaj ha estado en los medios de comunicación. No al mismo nivel de lo que te he preguntado, pero ha estado.
R.- No ha abierto un puto telediario. En la pandemia hubo una nueva intentona de pasarse Armenia a cuchillo y no pasa nada. Pero luego empezó la guerra en Ucrania y todo se activa, todo el mundo se moviliza. Entonces, ¿qué me estás contando? Qué opinión se supone que tengo que tener yo de Gaza o de cualquier conflicto en el mundo porque la gente no es capaz de sentarse en una puta mesa a negociar y a hablar. Pues me asquea, coño, me asquea. Y pasará lo de Gaza y lo de Ucrania y empezará otra cosa, y cuando no haya nada volveremos al tema de Cataluña. Cualquier cosa en lugar de lo fundamental que es que todo el mundo tenga las necesidades básicas cubiertas, tenga una educación, un hospital, tenga un colegio, tenga comida en la nevera y pueda ser autosuficiente. Lo único que tenemos que hacer es no querer tanta pasta, repartirlo un poquito, nada más. Esa es mi opinión, no de Gaza, esa es mi opinión de todo. A ver cómo cojones lo pones en el periódico.
P.- Lo intentamos.
R.- Y sin que parezca un nazi. Y mira que no te iba a contestar…
P.- Tampoco yo había insistido...
R.- Ya, ya [se ríe]. El otro día me llama mi madre y me dice: “Hijo, que te he visto en coloquio y estaba muy bien, pero es que a veces eres…”. Muy brusco, sí, mamá, ya lo sé. Pero es que no puedo evitarlo, me caliento y se me escapa.
P.- ¿Qué es lo que te irrita de verdad?
R.- Muchas cosas. Aunque lo controlo mucho, no te creas. Pero mira, me toca los huevos que vayas caminando por el monte y haya alguien que decida llevar su perro suelto. Y si yo voy con mi sobrina, pues ya tenemos feria, porque encima te me vas a poner tonto o tonta.
P.- Que cada uno vaya a lo suyo, quieres decir.
R.- Si es que derechos tenemos todos, pero y las obligaciones, ¿para cuándo? O cuando contestas un poquito subido, no vayas a pegar una hostia en la mesa porque parece que eres violento. Porque el mensaje que estamos mandando es haz lo que te dé la gana, comete la atrocidad que tú quieras, pero no pierdas las formas.
Qué opinión se supone que tengo que tener yo de Gaza o de cualquier conflicto en el mundo porque la gente no es capaz de sentarse en una puta mesa a negociar y a hablar. Pues me asquea, coño, me asquea
P.- O sea, ¿te toca los huevos lo políticamente correcto?
R.- Es que lo políticamente correcto se está convirtiendo ya en políticamente incorrecto, es que ya huele. Y luego, claro, como esto es tan endogámico la peña se junta con la peña que piensa igual. Entonces, claro, se chupan las propias pollas y los propios coños y joder, qué bien, qué listos somos todos.
P.- ¿Y merece la pena entrar en ciertas batallas o dices, para qué, si ya cada uno trae su opinión de casa?
R.- No, no, qué cojones. Buah, me pillas con mi botella de whisky diaria y mis tres paquetes de Marlboro y tenemos un jardín gracioso. Pero ahora estoy muy bien, estoy muy consciente, muy afilado. Como digo yo, estoy muy en mi eje, y muy pocas veces se me cruza, entro al trapo sólo cuando quiero. Antes estaba sedado, porque cuando estás tóxico, estás sedado. Es una forma de protegerse, de esconderse. Y entonces cuando explotaba, decías: 'ahí va el Ebro'. Ahora sé cuando se me está poniendo cara de loco, de Hovik, para.
P.- Tus personajes son un poco así, ¿no? Parecen decir: 'yo voy por mi camino, tú no te metas en él y seremos amigos'.
R.- Yo no tengo problema en compartir camino con nadie, pero la panfletada te la guardas. Y luego un tipo de 70 años no puede tener el mismo discurso que un chaval de 20, no puede. Entonces cuando un chaval de 20 me suelta una panfletada, sea ideológica, política, no me queda otra que decirle: '¿Qué dices? ¿Qué vas, de revolucionario?' Sal a la puta calle con tus amigos a reventar la ciudad, que es lo que tenéis que hacer. ¿Qué me estás diciendo, lo que ha dicho uno en Twitter, lo que ha puesto otro en Instagram? Tienes 20 años, tronco, sal a pelear.
P.- ¿Tú ya has pasado esa etapa revolucionaria?
R.- Yo tengo mi criterio, mi forma de ver las cosas, acertada o equivocada, pero es la mía y me fío mucho de ella. Mira, elijo mucho las entrevistas que hago, voy a muy pocas cosas, pero que no me llamen de un colegio porque ahí sí que voy. Me interesa mucho hablar con los chavales.
P.- ¿Y qué les cuentas?
R.- Hablo con ellos, no voy a darles la chapa, les pregunto. Y cuando te quieres dar cuenta están todos participando, discutiendo… y “tú, ¿puedes dejar el puto móvil, que he venido aquí para que hablemos?” Y así han pasado dos horas. Pero moverles, tío, moverles el melocotonero. Decirles, que os vienen curvas, que os viene una etapa muy complicada.
P.- ¿Les cuentas que si te lo curras mucho vas a llegar? ¿Crees en la meritocracia o es algo que nos han colado y al final depende mucho de dónde vengas y a quién te arrimes?
R.- Meritocracia sería que si te lo curras implica que vas a llegar.
P.- Eso es.
R.- Pero es que no es así. Lo que te enseña el trabajo es a trabajar. Y yo creo ciegamente, porque me ha funcionado, en el arte de la repetición. Entonces, si yo tiro mil veces un directo de izquierda, lo voy a tirar bien. Ahora, si lo tiro un millón, lo voy a tirar bien y lo voy a tirar cada vez que lo necesite. ¿Eso implica que vaya a ganar el combate? No, pero me acerca. Si a eso le sumamos rutina física, alimentación, que duerma bien, que tenga tres sparrings muy potentes con los que pegarme todos los días… Todo eso hace aumentar mis posibilidades. Claro, esto te lo estoy diciendo con 51 años y después de todo lo que he tenido la suerte de vivir. Ahora, si tú consideras que por creer en un sueño y por trabajar mucho lo vas a conseguir, cometes el error más grande de tu vida. Y alguien debería decirle a los chavales que hay muchas posibilidades de que no salga. Todos han visto documentales de Sergio Ramos, de Pau Gasol, de Cristiano Ronaldo, de Muhammad Ali…
P.- Todo ganadores.
R.- El concepto de éxito que tenemos es tener muchos followers, ganar medallas, levantar copas, ser el número uno… Eso para mí no tiene nada que ver con el éxito. El éxito es el bienestar interior, es la paz interior, ese es el éxito real.
Antes estaba sedado, porque cuando estás tóxico, estás sedado. Es una forma de protegerse, de esconderse
P.- ¿Hay un poco de acojone al reconocimiento?
R.- ¿Por qué? Lo único que puede acojonarte son cosas negativas. Pero me hace gracia que llegue un momento en el que determinada gente decida que puedes ser actor. Y que si antes tenía que partirme la cara con todo el mundo para dar mi opinión, ahora digo lo mismo y automáticamente me hacen caso.
P.- Lo decía volviendo a la cuestión de protegerse, de resguardarse del mundo exterior. Otras veces has hablado de la soledad como algo de lo que disfrutar.
R.- Es que creo que es absolutamente imposible ser un ser social potente si no conoces tu soledad. Yo necesito cada vez más mis horas al día de estar conmigo. Estando mejor, estando peor, estando más tóxico, menos tóxico, la soledad siempre ha sido para mí una compañera de viaje brutal. Es como una conversación que me lleva a muchos sitios importantes.
P.- ¿Hay muchos demonios ahí dentro?
R.- ¿Tú has conocido tanto a tus demonios como para dejarles entrar, pensar que son amigos tuyos, charlar un rato y que se vayan? Yo a los míos los conozco. Sé dónde están mis fantasmas, he hablado mucho con ellos cara a cara y sé cómo huelen.
P.- ¿Por dónde vienen?
R.- Me viene el sabor, me viene el olor, el aroma de algo que sé que me ha llevado a un lugar donde no quiero volver.
P.- Por suerte, has podido tener muchas vidas.
R.- Me gusta mucho esta profesión, la disfruto mucho, pero no a cualquier precio y no a toda costa. Aunque sí creo en la serendipia, eso sí que es de lo que estábamos hablando. Si trabajas mucho, mucho, mucho, vas hacia un lugar, estás activo y ahí es cuando se te puede cruzar algo que igual no es lo que querías, pero estás suficientemente preparado como para subirte. Entonces sí que quiero creer que esta profesión me tenía que llegar, porque es que me va como un puto guante. Me permite jugar, me permite ser un niño, me permite decir lo que me salga de los cojones, tanto en el personaje como fuera. Sólo tienes que estar dispuesto a pagar las consecuencias. Y yo estoy dispuesto.