Manuel Vicent es al tiempo la vida y el sedimento que la convierte en literatura, "la semilla que se pudre y germina, y ya es otra cosa". Creció entre el mar y los naranjos en un pueblo mediterráneo, a la sombra de un padre autoritario del que escapó desarrollando la imaginación: "Y a mi madre la recuerdo muy enamorada de mi padre, sólo le miraba a él… A los cinco hermanos nos quería, pero no recuerdo besos ni abrazos, sino siempre el 'no'". Contra ese recuerdo molesto, como un grillo atrapado eternamente en una habitación, lucha Manuel: "Vamos, yo con mi hijo y con mis nietas ahora soy todo lo contrario. Pero a la hora de manifestar mis sentimientos siempre lo hago, fíjate tú, con sentido del humor, a modo de autodefensa".
Vivió el Madrid de Neruda en La Casa de las Flores, el de los corresponsales en Florida, el de los cócteles en Chicote, y llegó a desfilar delante de Franco. Dice que a los 18 años, viendo pasar el cortejo de la vida, decidió que todo era un espectáculo y renunció a pertenecer a bando alguno. Ahora, con 88, menos aún se solivianta: "Aquí se han enfrentado dos bandos, Vox y PSOE, y les conviene. El que se ha quedado colgado es un ser amorfo que hay en medio. Pero yo no me puedo implicar porque quiero dormir a gusto y a mí estos señores no me van a amargar la vida para lo poco que me queda".
En lo que sí cree con fiereza es en la amistad, ese sentimiento sublime, "azul". Hace ahora dos años Manuel perdió a su amigo del alma, su hijo Mauri, y a la depresión latente que sufre la combate con las cosas que son gratis –el sol, el aire–, sin olvidar que en esa puja se desgasta, como desgasta la vida. Él era su paraíso, el baluarte del único amor eterno, porque el romántico, ya se sabe, es un algo cruento que por definición acaba cuando las gotas de angostura amargan la mezcla de más: "Por amor se sufre, y eso no se puede alargar mucho. A los siete años viene la primera crisis".
Aunque la he escrito antes, dice Manuel que está en una edad en la que ya no tiene edad. El almanaque se ha roto, y aquí sí toma partido: está en el bando de los que aún tienen salud y proyectos. Los otros, dice, juegan con una baraja marcada. También tiene aún coquetería: "De lejos, de lejos", le pide a nuestro fotógrafo cuando este acerca el objetivo. "¿Por dónde empezamos?", me pregunta a mí.
PREGUNTA.– Escribe en el prólogo: "Sin duda, a la hora de escribir lo más inquietante es lo que uno tenía sumergido bajo la memoria, tal vez en el inconsciente, bajo la tapa de la quesera, y que de pronto aparece en la página en blanco como ese insecto deslumbrado en la oscuridad de la noche". ¿Qué es lo más necesario a la hora de narrar la propia vida, memoria u honestidad?
RESPUESTA.– (Se toma un tiempo). No lo sé... Para que la memoria sea literatura tiene que estar implicada la imaginación. La memoria es el paso del tiempo, las secuelas que va dejando el tiempo en las placas del cerebro. Entonces una memoria tiene que ser una semilla que se pudre y germina, y ya es otra cosa. Tampoco debe ser la sinceridad, porque esto no es una confesión, es literatura. Y en la literatura lo que tienes es que tocar la tecla de aquello que te ha pasado a ti pero también a mucha otra gente, y saber que lo que tú escribes está repercutiendo en el lector, aunque sea de otra generación, porque hay algo que te ata a todo ser humano. Que tu vida sirva de vehículo para que otros entiendan un tiempo.
P.– La gente a la que no le gusta leer, ¿es porque no sabe que la literatura es la vida? Es casi como decir: no me interesa enamorarme, viajar, conocer, comer…
R.– Yo creo que leer es volar. Ahora se lee en muchos soportes, pero cuando abres un libro lo que encuentras son dos alas y, a partir de ahí, empiezas a volar. Y el arte consiste en detenerse a tiempo: un cuadro lo estropea la última pincelada, un artículo lo estropean las dos últimas palabras… Un autor tiene que dejar la historia en ese espacio que hay entre dos líneas, ese espacio en blanco entre dos líneas es por el que navega el lector. Si aprietas esas líneas, el lector no puede entrar. Tienes que dejar lo suficiente inacabado para que el lector, lectora o espectadora lo termine. Es una obra de creación, y la palabra creación ya significa un contacto entre dos seres.
P.– La tensión entre lo que se calla y lo que se dice, como sostiene Eloy Tizón.
R.– Pues sí.
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P.– Uno de los episodios más amargos de esta historia, de su historia particular, es en el que cuenta que no llegó a despedirse de su madre, pues le pilló en la mili y a una España entera de distancia. Murió tras dos años de enfermedad. ¿Qué le dejó su madre?
R.– Bueno, yo es que he vivido en un tiempo muy duro, aunque mi familia no tuvo percances muy trágicos. Viví una posguerra feliz, en un pueblo rodeado de naranjos, con una bicicleta y el mar ahí delante, todo lleno de pájaros, de nidos… Había habido una guerra, pero todo era salvaje y es imposible que un niño no sea feliz, sobre todo si en ese momento habías caído en la parte que había ganado. Sin embargo, bien por la guerra, bien por el sufrimiento, yo vengo de una familia muy austera de sentimientos. Muy poco afectuosa. Vengo de un padre autoritario, como eran en ese momento. Y a mi madre la recuerdo muy enamorada de mi padre, sólo le miraba a él… A los cinco hermanos nos quería, nos trataba bien, pero no recuerdo besos ni abrazos ni palabras cariñosas, sino siempre el ‘no’. Me educó el no. Eso hacía que al abrir la puerta de casa y saliera al campo me buscara mi propia imaginación. Todo tiene su otra cara. Y luego mi madre murió estando yo en el campamento de Montejaque, en las milicias universitarias, cuando me avisaron ya había muerto. Y claro, ir desde Ronda hasta Valencia…
P.– Era cruzar una España.
R.– Sí, todo un día. Cuando llegué a la estación y vi a mi hermano con la corbata negra, ya lo supe. Por lo visto murió preguntando por mí. Y recuerdo algo muy desagradable. Cuando fui con ese telegrama -en el que me avisaban de su pronta muerte- a Mayoría, donde estaban las oficinas del campamento, un comandante gordo, seboso, que ahora recuerdo muy desagradable, me contestó que le daba igual que se hubiera muerto mi madre. Fue porque yo había olvidado cuadrarme.
P.– ¿Y recuerda sentir celos de que su madre tuviera esa devoción por su padre cuando era niño?
R.– Yo creo que… Posiblemente sí. Vamos a ver. Nosotros vivíamos al lado de la casa del médico, casi pared con pared. Yo recuerdo que la madre de ellos era muy cariñosa, yo oía esas palabras de amor y me parecía otro mundo… En mi casa era todo lo contrario, la severidad y el miedo. Eso te ha formado de otra manera.
P.– Claro, porque le he leído que ha sido muy sentimental, pero que normalmente se ha tragado los sentimientos.
R.– Sí, porque mi padre era incapaz de manifestar un sentimiento.
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P.– ¿Eso por qué cree que pasa? Al menos en el terreno romántico, ¿el que ama primero, pierde?
R.– A lo mejor porque te manifiestas, sí, es posible que manifiestes una debilidad. Te abres y te sientes… No sé exactamente la palabra.
P.– Expuesto.
R.– Expuesto, te sientes expuesto. Los animales practican sexo en cualquier parte, pero el ser humano, la pareja, ¿por qué se esconde? ¿Por qué empezó a esconderse? Porque en ese acto el macho se siente débil, siente que puede ser agredido. Llevado esto a otro punto, que uno guarde sus sentimientos muchas veces puede ser también por timidez. Pero muchas veces viene de una defensa, que no sepan que soy débil para entregarme.
P.– Con los hijos quizá es distinto. ¿Con su hijo lo supo hacer distinto?
R.– Vamos, yo con mi hijo, y con mis nietas ahora soy todo lo contrario. Siempre con un sentido del humor… Yo soy al revés de lo que era mi padre, yo no puedo reñir a nadie, lo doy todo por bueno. Pero a la hora de manifestar mis sentimientos siempre lo hago, fíjate tú, con sentido del humor, a modo de autodefensa. Yo puedo manifestar un sentimiento como si fuera una broma, pero en el fondo es un gran sentimiento. Siempre cubierto, a resguardo, de ese sentido del humor.
P.– No tanto desde la solemnidad de un te quiero u otras palabras grandes.
R.– ¡No, bueno, por favor! ¡Me tendrían que desollar! (Ríe). Sin embargo, soy muy afectivo.
P.– ¿Sabe qué pasa? A la gente a la que queremos, como pareja, como amigo, o a alguien por quien sentimos admiración, siempre terminamos poniéndole un apodo. ¿Le sucede?
R.– Sí, sí, sí. A todos les pongo un apodo. El apodo tiene algo que ver con eso del sentido del humor. Es muy misterioso todo esto. A mí me llama Nelo toda la familia, porque Nelo es Manuel en valenciano, y mis nietas me llaman así porque la palabra buelo, aunque es simpática, me provoca rechazo. Yo con mi hijo tenía una amistad, una amistad… (Manuel mira fijo al frente ahora). Era amigo de mi hijo, yo le llamaba Mauri y él a mí Nelo. Y me tenía una confianza absoluta, como dos amigos. (Se produce un silencio y apoya la taza que sujetaba, sin beber).
P.– También narra cómo el tedio había hecho, inevitablemente, su aparición en la relación de pareja. ¿Cómo se sortea eso? ¿O no se puede?
R.– (Piensa un poco). El amor es una cosa muy posesiva, por el amor se mata, por el amor se muere. El amor es que te invade el cuerpo, todas las partes del cuerpo. Pero claro, eso no puede… El amor y la pasión van juntos. Y el amor para estar en activo siempre necesita un pequeño grado de (piensa la continuación) de desconfianza o de celos: "Va a venir uno más guapo, una más guapa".
P.– Eso es un sinvivir.
R.– Pero eso es lo que le da ese pequeño grado… Las gotas de angostura. Por amor se sufre, y eso no se puede alargar mucho. Por eso dicen que a los siete años viene la primera crisis, etc. Yo me quedo con la amistad, porque la amistad es fantástica. Es una ayuda de socorros mutuos en la travesía de un desierto. Con el amigo puedes contar, con el amor no siempre. Ahora, transformar ese amor en una suave amistad con la pareja, esa desembocadura es lo ideal, pero es muy complicado. ¡Y la violencia de género! Hemos bailado la violencia de género en todos los boleros: me matas, me muero, la sangre de tus labios…
P.– Y morirme contigo si te matas…
R.– Si no te mato, me matas… ¡Pero qué trifostio es esto! (Risas).
P.– El amor es cruento o no es.
R.– Y además todo eso con un violín o con un vocalista ahí, y tú abrazado al otro… Sin embargo la amistad para mí es azul. Por un amigo te puedes matar. Un amigo te saca de un apuro, tiende a perdonar tus defectos, que sabe pero no te manifiesta, está a favor de todas tus virtudes, de todas tus cosas buenas. Eso es la amistad. Y además la amistad es eterna, cuando eres amigo de verdad lo eres para siempre.
P.– También cuenta en estas páginas que nunca ha cambiado de bando, pero porque nunca lo ha tenido. Y que es un demócrata, por encima de todo.
R.– Y decente. Yo con ser demócrata y decente… Yo, por lo que fuera -habría que sacar las lascas del cerebro para comprender- he visto la vida como un espectáculo. Puede que por estar bajo la mirada de un padre autoritario, que me hacía defenderme con eso. Un padre autoritario te fuerza a mentir en primer lugar para defenderte, porque no vas a decir de verdad de dónde vienes. Después mientes para agradarle, y luego ves que esa mentira que tú has fabricado es un castillo en el que estás seguro. Y esa mentira se convierte en imaginación.
P.– Así llegó a ser escritor.
R.– Sí, y así llegué a ver la vida como espectáculo. Y cuando ya ves la vida como espectáculo, ves cómo pasa el cortejo y no te apuntas a ninguno. Yo me recuerdo desde los 18 años pensando como pienso ahora, aunque evolucionando, pero no soy de un bando ni cambio de bando.
P.– Y como demócrata, ¿qué comportamientos de la política actual le parecen menos democráticos?
R.– Mira, a mí lo que me entristece de lo que veo es que conozco campesinos, analfabetos, que son más educados y lo que hacen lo hacen mejor que estos políticos, y son más elegantes. Y eso sin haber ido nunca a la escuela. Y no sólo campesinos, pescadores de ribera, labradores, gente que cumple con su obligación, hace las cosas bien y es educada. Porque con educación, con buena educación, tendríamos la mitad de los problemas del país resueltos.
P.– ¿Cree que Milei y Sánchez se están beneficiando mutuamente, como dicen muchos analistas?
R.– La vida va como un río desbordado y hay gente que se aprovecha y saca partido de eso. Aquí se han enfrentado dos bandos a los que les conviene el enfrentamiento: a VOX y al PSOE les conviene. El que se ha quedado colgado con la brocha es un ser amorfo que hay en medio, como una especie de Mariano Rajoy de la serie B.
P.– Mariano 2.0.
R.– (Feijóo) está queriendo ser bueno, pero es más malo que ninguno. Yo lo veo todo esto como un espectáculo, pero no me puedo implicar en ello porque quiero dormir a gusto y a mí estos señores no me van a amargar la vida para lo poco que me queda. ¿Quién gana? Ahora mismo se han hecho dos bandos. Y el PSOE ha comprado un dóberman.
P.– Óscar Puente...
R.– Para contrarrestar al otro, pero tiene las de perder, porque la derecha insulta muchísimo mejor que la izquierda, y es más tenaz. Yo lo veo como un espectáculo, pero absolutamente triste. Yo llenaría el Parlamento de campesinos, de carpinteros, de pescadores de alta mar, de pescadores de arrastre, de labradores. Y serían todos más elegantes y más sabios.
P.– Compartimos algo, hablando de pescadores. Veraneamos hace mucho tiempo ambos en Denia.
R.– ¡Qué me dice!
P.–¿Qué es el mar para usted? En estos años que le queden, ¿dónde le gustaría estar, mirando el mar?
R.– No… Para mí a partir de una edad, digamos los 75 años, ya no se cumplen años. Se cumple enfermedad o salud, se cumplen proyectos, amigos o enemigos. El almanaque ya no sirve. Hay gente de 60 años que está hecha una piltrafa y gente de 80 que está maravillosa. Si tienes una salud consecuente con tu edad y tienes proyectos, aunque sean pequeños, estás bien. Eres normal, joven. Y si no tienes proyectos y tienes mala salud, estás en la edad en la que ya sabemos qué baraja estás usando. Se nace para morirte. Una de las cosas dramáticas de la vida es que engendras muerte. Metes a tu ser (tu hijo) en un baile absurdo y sabes que se va a morir. Estás transmitiendo muerte, aunque también vida, y yo no sé si es bueno desde la oscuridad eterna e infinita salir a flote y pasarte por aquí una chispa, que es la vida, y después morirte. No sé si eso es una suerte o una desventaja.
P.– ¿Está más triste ahora con eso, o más tranquilo?
R.– Yo con la tragedia de mi hijo tengo una especie de depresión latente. Pero… Pero también te ayuda… O no sé si te ayuda, te hace vulnerable. Antes cuando estabas bien pensabas que las cosas no te pasaban, hasta que viene la muerte y te dice ‘oye, eres uno más’ y entonces ya sientes miedo porque sabes que puede pasar cualquier cosa. Frente a eso están los pequeños placeres de cada día: está el sol, que es gratis, está el aire puro. Todo lo maravilloso de este planeta es gratis.