1 junio, 2024 02:05

Trabaja sus novelas con un Excel durante largas noches de flexo y, a veces, llora cuando escribe. Planifica, siente y sufre. “Es como preparar un crimen”, ríe Javier Castillo, nuestro apuesto Stephen King patrio. “Yo creo que podría escapar. Creo que podría ser lo suficientemente bueno para que no me pillasen”. Es posible que ya lo haya hecho, le digo, y vuelve a reír.

Tiene una risa cantarina y encantadora. Habla rápido, resuelto y franco, con una naturalidad apabullante. Maneja don de gentes. Es malagueño. Fue un asesor financiero hastiado de su trabajo. Se autopublicó en Amazon porque las editoriales le traían un poco mareado y no pudo aguantar más de un año esperando a que leyeran su libro. Míralas ahora: frititas por rozarle las manos. Tiene 37 años y ha vendido más de dos millones y medio de ejemplares de sus novelas. Quizá sea el autor con más proyección internacional. Lo que seguro que sí es, es el primer escritor español promocionado en Times Square: ahí es nada.

Este hijo sano de Agatha Christie es una máquina de historias. Resulta tan alegre que sorprende que sus novelas estén tan llenas de pájaros negros. A uno le entran ganas de investigar qué hay de oscuro en él. “Soy un poco masoquista”, reconoce. Le va bien siéndolo, porque su obra se ha traducido a 21 idiomas y el año pasado se estrenó en Netflix la adaptación audiovisual de su novela más emblemática, La chica de la nieve, que se convirtió en 24 horas en la más vista de la plataforma. Fue un éxito global al que José Coronado y Milena Smit pusieron cara. Pero esto sólo empieza: ya se le están fraguando dos adaptaciones más. Todo lo que toca se vuelve emoción. Y luego, oro.

Vuelve al juego con La grieta del silencio, donde recupera a Miren, su personaje más icónico, y regresa al universo de La chica de la nieve. Con ustedes, el rey de las heridas viejas que nunca se secan del todo.

P.- “Esto es América, el lugar de las oportunidades y de la hipocresía, donde lo que vales está definido por lo que eres capaz de generar”, dices en un extracto de tu libro. ¿Crees en la meritocracia, en el ascensor social? En tu caso parece verdad… pero siempre es una idea defendida por la derecha.

R.- ¿Sí? Pues yo creo en la meritocracia, creo que existe, y la izquierda debería reconocerlo. El problema que tiene es que no debemos renunciar a sus bases, que es el cuidado del sistema público. Yo creo que el mayor ascensor social que existe es la educación, que debe ser universal y gratuita para todo el mundo. Pero es muy difícil hacer esa criba en procesos intermedios: el salto de la universidad a seguir financiando masters… es complejo. Mira, yo era un estudiante de universidad de beca y recuerdo que mi única obsesión todo el año era no suspender ninguna y sacar muy buenas notas, porque cada matrícula de honor que sacaba me permitía ahorrarme una matrícula del siguiente año.

P.- Qué tensión, ¿no?

R.- (Ríe). Sí. En ese momento te daban la beca si sacabas una nota media determinada en el 70% de las asignaturas, o algo así, no recuerdo bien y no sé cómo funciona ahora. Yo me mataba en matar matrículas de honor. Nunca suspendí ninguna asignatura en la carrera. Eso me permitió tener mis estudios, y los estudios me permitieron tener capacidad de razonamiento, ser crítico, desarrollarme intelectualmente. Por eso cuando llega una oportunidad, estás preparado para aprovecharla. Es verdad que hay gente que tiene oportunidades porque sí… (resopla), pero ese enfado o esa rabia justamente tiene que hacer que reforcemos las bases, que es el derecho de todos por igual a estar preparados para poder aprovechar esas oportunidades cuando vengan. Y eso nos llega a todos.

Javier Castillo.

Javier Castillo. David G. Folgueiras.

P.- Vienes de una familia humilde.

R.- Muy humilde. Mis padres no me podían pagar la matrícula de la universidad. Trabajaba todos los veranos en los 100 montados, con las manos quemadas… y luego también estuve trabajando de barrendero. La idea era currar porque si conseguía la beca, tenía que pagarme yo el autobús para ir a la universidad, desde Fuengirola a Málaga, que costaba un dinero. En aquellos años la matrícula costaba como 1.000 euros. Y así iba la cosa, así fue durante la carrera entera. Por eso creo en la meritocracia, pero al mismo tiempo creo que es necesario que haya becas que apoyen a los estudiantes que se esfuerzan.

P.- Cuenta otro gran best-seller patrio como tú, Juan Gómez Jurado, que los chicos de éxito pagáis la mitad de lo que ganáis en impuestos. ¿Cómo te llevas con Papá Hacienda?

R.- Bien. Es verdad que al principio choca, pero se te pasa enseguida (ríe). Mira, yo estoy feliz de pagar esos impuestos y de que haya una sanidad maravillosa. Ahora mismo tengo a mi madre en el hospital, la han tenido que trasladar desde Andalucía a Madrid, está atendida por doctores… y estoy contentísimo de que eso sea así porque pagamos por la sanidad. Es una red, es un colchón. Una operación como la suya costaría muchísimo dinero en otro país y hay que defender eso.

"La meritocracia existe, la izquierda debe reconocerlo: el mayor ascensor social es la educación"

P.- Anda que no espabilamos cuando tenemos cerca un caso así, ¿verdad…?

R.- Totalmente. Se nos quitan las tonterías. Es normal que pagar impuestos duela, porque es difícil salir adelante, pero merece la pena. Luego sí que creo que a todos nos gustaría que se gestionase mejor nuestro dinero y que hubiese transparencia de verdad, euro a euro. Tenemos derecho a saber a dónde va nuestro dinero. Y quisiese que hubiese responsabilidad política, que es algo que parece que no existe. Si hay una pifia con un dinero que se ha gastado mal, que se hagan cargo. Genera mucha frustración las barbaridades que se hacen y que se responda únicamente “bueno, así se decidió en ese momento”. Somos adultos para encarar nuestras malas decisiones. Si yo escribo un mal libro, tendré consecuencias negativas para mí. Pues si alguien hace una mala carretera, también debería tener consecuencias.

P.- Oye, pero tú te has hecho rico con esto, ¿no?

R.- (Ríe). Vivo muy bien, no te voy a decir que no. No sé cuánto consideras tú “muchísimo dinero”, pero sí gano más de lo que soñé nunca, y soy un afortunado, porque puedo dedicarme solo a la escritura. Eso ya es un lujo. Llega un punto en el que estás cómodo y el dinero no importa tanto, sino importa escribir un buen libro, algo muy original para la gente que me sigue, para no decepcionarles. No va tanto de mirar los rankings y de verte en el primer puesto.

P.- O sea, que en España uno puede hacerse rico con la literatura.

R.- Sí, desde luego. Y creo que hay que decirlo más, por si resulta inspirador. Obviamente no ganas como el mejor futbolista… pero sí como el futbolista de un equipo de mitad de la tabla.

Javier Castillo.

Javier Castillo. David G. Folgueiras.

P.- ¿Qué fue lo primero que te compraste con el dinero de la literatura?

R.- Me compré un terreno para hacerme mi casa, tenía esa idea de montarla yo, románticamente. Fue una locura total, fue mi gran capricho. Y luego, chorradas. Legos. Un reloj. Me compré un libro en una subasta una primera edición de Dickens, del último día de Dickens, que se llama El misterio de Edwin Drood… y es un libro muy enigmático, porque se quedó sin terminar, Dickens murió antes de poder acabarlo. Hay muchas teorías sobre cómo hubiese acabado el libro. Así que lo compré y se lo regalé a un amigo, al escritor Joel Dicker.

P.- Es como regalar un talismán.

R.- (Sonríe) Sí. Un libro de ese tipo… nunca es tuyo del todo, tú solo eres una especie de protector del libro, porque va a vivir muchos más años que tú, la cosa es ir pasándolo a gente querida, de mano en mano, a amigos, o hijos, o nietos…

Javier Castillo.

Javier Castillo. David G. Folgueiras.

P.- ¿Tú eres de los de Pérez Reverte, que dice que no tiene ideología, sino biblioteca?

R.- Totalmente. Eres lo que vas leyendo, lo que te marca… y lo que eliges no leer.

P.- En tus libros parece quedar clara la ineficiencia del sistema. ¿Confías en el periodismo para hacer el trabajo que a veces no hacen los policías o los políticos? Esa cosa judicial y tediosa de la inacción…

R.- Yo creo en el periodismo de verdad, en el que se aprende en la universidad, el que tiene valores y es serio, y me parece una labor fascinante. Pero se desmorona muy rápido y me da mucha pena: no veo imparcialidad, no veo independencia, sinceridad, realidad… yo creo que la gente quiere seguir a gente interesante y crítica, no quiere seguir ideas cerradas ni sectarias. Creo que la gente necesita poder confiar más en periodistas concretos y ver que son capaces de señalar a cualquiera de un lado y del otro. “Los unos”, “los otros”… es ridículo. Lo importante es saber alzar la voz.

P.- ¿Tienes periodistas favoritos o políticos favoritos? Algunos que te caigan bien dentro del caos.

R.- Me caen bien los que hacen preguntas muy mordaces y con fuerza. Me molesta mucho cuando se le pregunta algo a alguien y no responde (ríe). Me gusta Alsina, me gusta Ana Pastor. Todos con matices, ¿no? Pero sí. De políticos no tengo ninguno favorito.

P.- ¿Los escritores de thrillers creéis en la justicia?

R.- Sí creo en la justicia, pero no uso mucho la legal para resolver los casos en mis libros. Me interesa más la justicia moral y la justicia poética. Es probable que haya personajes en mis libros que mueran antes de otra manera… antes que entrar en la cárcel, ¿no? Que eso te embajona un poco (ríe). Si hay algún culpable, intento matarlo o que se suicide, soy muy duro con los villanos en mis obras, pero es la tensión climática: si empiezas a contar un proceso de juicio, y luego ver si es culpable o no, cuando tú ya sabes que sí… pierde toda la gracia. Yo quiero que mi lector encuentre su propia justicia.

Castillo.

Castillo. David G. Folgueiras.

P.- ¿Qué tecla tocas cuando tocas la tecla de los niños perdidos? Te han dado muchas satisfacciones literarias.

R.- Bueno, es que lo que le pase a un niño siempre genera mucha impotencia, no sólo por su edad ni por su inocencia, sino porque sabes que un niño no puede irse, no puede llagar muy lejos. De modo que cuando se va suele ser porque le ha pasado algo y ya automáticamente inauguramos el gran mecanismo de las sospechas. Empiezas a añadirle elementos de culpabilidad al entorno, generas muchísima empatía… no sé, esa idea simplemente te crea heridas brutales que no se borran fácilmente. He construido muchos personajes traumatizados, muchos personajes congelados en el tiempo, gente que quiere volver atrás y sabe que no puede, y tampoco puede avanzar. Como esos padres que esperan que su hijo vuelva y encienden durante toda la noche la luz para que pueda encontrar el camino a casa.

P.- ¿Cómo te explicas la maldad humana?

R.- Creo que es inevitable. Existe. Está y cada vez se ve más. Está promovida, claro, por alguno de nuestros pecados…

P.- ¿Cuál es tu pecado?

R.- (Ríe). Yo creo que la gula.

P.- Sabía que me ibas a decir el más inocente.

R.- No, es que realmente tengo gula. Tengo un trato con mis niños, que es que me traen siempre una chocolatina por la tarde, mientras estoy escribiendo… y eso está aumentando mi nivel de diabetes.

P.- ¿Sigue habiendo prejuicios con el best-seller? ¿Es éste un país de envidiosos?

R.- En este país dicen que el deporte es la envidia, pero yo creo que es medio en broma. En el mundo literario no he visto esas envidias. Lo que me preocupa es el tema de la crítica, a la que habría que cambiarle el nombre, ¿no?, porque hace mucho que dejó de ser crítica. Es un servicio de ensalzamiento de ciertos libros que supuestamente la gente debería leer… y que luego resulta que no tienen repercusión real. En España, además, se deja fuera de la crítica a los que hacen reviews en Tiktok o en Instagram, y ellos sí que hablan de libros más comerciales y tienen la mente mucho más abierta. No han entendido que si quieren que la gente que lee libros tenga en cuenta sus opiniones, a lo mejor deberían también hablar de los libros que lee esa gente. Una cosa es estructurar tramas y otra es estructurar frases, y ambas son importantes, pero parece que el prestigio literario se centra sólo en lo segundo.

Castillo.

Castillo. David G. Folgueiras.

P.- ¿Es España, el país del Quijote, un país lector?

R.- Sí lo es. Y cada vez más. Por cierto, la gente joven lee muchísimo, los adolescentes, y es una cosa que nunca se dice. Leen mucho más que la gente mayor. Los estudios no paran de señalarlo y parece que ese tema se ignora. Es cierto que hay una brecha entre los 25 y los 40 donde se lee menos, pero entiendo que está la gente intentando buscarse la vida, tener hijos, y haciendo mil cosas. Luego la curva remonta. Pero los menores de 25 son los que más leen.

P.- ¿Y tus lectores, cómo son?

R.- Gente muy distinta. Me lee gente de 16 años y señoras de 65. Estoy muy agradecido a las mujeres, que son mi gran público lector, mujeres a las que les apasionan los misterios y la sentimentalidad, como a mí, y que leen con el corazón abierto. Lo noto mucho en España y en Italia. Nos interesan las pasiones y los demonios internos, nos fijamos en cosas distintas al resto de países, ¿no? Nuestra sangre caliente hace que atendamos a la empatía interior de los personajes quizás más que a las tramas.

P.- ¿Cómo es un día normal en tu vida?

R.- Un día normal… ese día me levanto por la mañana temprano, visto a los niños y los llevo al cole, vuelvo y me paso la mañana escribiendo o haciendo entrevistas, a veces para otros países. Al mediodía converso con mi mujer, preparamos la comida, comemos, y luego vamos a por los peques. Por la tarde: a veces aprovecho para corregir lo escrito durante el día y la noche, juego con mis hijos… y cuando los niños ya están dormidos es cuando me pongo a plantear las tramas.

Javier Castillo.

Javier Castillo. David G. Folgueiras.

P.- ¿Se borra más de lo que se escribe?

R.- Se corrige más de lo que se escribe (ríe). Yo suelo escribir por novela unas 200.000 palabras y luego la novela caba teniendo 100.000. Es importante corregir porque corregir es repensar.

P.- ¿Vas al psicólogo?

R.- He ido, sobre todo para gestionar este torrente de emociones. Se siente uno un poco desbordado por el éxito, por la presión... y bueno, por pasar a ser un poco público, aunque yo no lo soy tanto porque nadie conoce la cara de los escritores. Si voy como hoy, por Gran Vía, a lo mejor me para una persona cada cinco minutos. No es tanto. La gente famosa de verdad es la que no puede ni avanzar (sonríe). Y luego, los propios libros te van atravesando, vas sintiendo las emociones de muchos tipos distintos y cuando acabas con ellos… te sientes vacío y extraño. También ha sido muy difícil de asimilar para mí el pasar de ser anónimo a estar en una firma llena y que venga un desconocido y te cuente un momento tristísimo de su vida y se confiese contigo, y te cuenta un drama que te atraviesa totalmente. Y te quedas con eso dentro. Y vas a otra ciudad y pasa algo igual. Yo soy muy afortunado, pero sufro también, porque me cuesta no pasarme una semana pensando en aquella historia que me contó una persona en una firma… tengo algo de masoquista. El horror me atrapa.