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Hay un adverbio intraducible en el idioma gallego que sirve lo mismo para explicar cómo llueve, la manera de hacer el amor o el estilo de comportarse en la vida: a modiño. Viene a ser: silenciosamente, poco a poco, con cuidado… Un extraño azar ha hecho coincidir los anuncios de salida de dos aspirantes gallegos a la Moncloa: Alberto Núñez Feijoo (Os Peares, Ourense) y Yolanda Díaz (Ferrol).
Ni uno ni otra lo han dicho abiertamente, pero se adivina, se desprende, se deduce de sus palabras. Esta es otra característica expresiva de los galaicos: tratándose de planes, ocultar más de lo que se desvela. Feijoo ha tardado al menos dieciocho años en dar el paso; Yolanda va a recorrer en los siguientes meses toda España antes de decidir su candidatura. Hacen las cosas a modiño.
Antes que él y ella, nueve paisanos se auparon al máximo poder en Madrid en los últimos ciento veinte años, ya fuera presidiendo el Consejo de Ministros o bien la jefatura del Estado. Desde 1900 hasta hoy 45 personas han ejercido estos cargos en España, uno de cada cinco procedía de Galicia. Uno de ellos (Manuel García Prieto) ostenta el record, junto al mallorquín Antonio Maura, en número de mandatos: cinco entre 1912 y 1923. Y otro (Francisco Franco), el de más tiempo en el poder: 39 años.
Entre Galicia, Andalucía y Madrid totalizan el 64 por ciento de los jefes de gobierno y Estado. Ninguno catalán y sólo uno vasco (Manuel Allendesalazar). Galicia es, con mucho, la tierra con más densidad de presidentes de toda España. Por cada 300.000 habitantes surge uno. ¿Por qué?
La presencia gallega
De los 45 presidentes de Gobierno que ha habido en España en desde 1900, nueve han sido gallegos. En total, han sumado 54 años en el poder, lo que supone el 44% del tiempo. Bien es cierto que sólo uno, Francisco Franco, mandó 39 años, el tiempo que duró la dictadura.
Esta es la distribución:
- Eugenio Montero Ríos: 6 meses; José Canalejas: 2 años y 9 meses.
- Manuel Garcia Prieto: 1 año y 5 meses (en 5 mandatos).
- Eduardo Dato: 3 años y 5 meses (en 3 mandatos).
- Gabino Bugallal: 5 días.
- Manuel Portela Valladares.
- Santiago Casares Quiroga.
- Francisco Franco: 39 años.
- Mariano Rajoy: 6 años y 6 meses.
'Mexan por nós'
La red clientelar, el intercambio de favores e influencias que regía el sistema del caciquismo rural de una sociedad apartada como Galicia, propició la aparición de un tipo de político en el siglo XIX que pugnaba por medrar a toda costa primero en la provincia y luego en Madrid, volver de veraneo bajo el áurea del poder y seguir ejerciéndolo na terriña entre sus paisanos.
Este sistema de supervivencia, que podía ser tanto conservador como liberal, suponía siempre mantener el status quo en la aldea otorgando alguna prebenda a los labregos a cambio de sus votos. El padre del nacionalismo gallego, Alfonso Rodríguez Castelao, sintetizó esta coacción en un proverbio terrible: Mexan por nós e temos que decir que chove (Nos mean encima y tenemos que decir que llueve).
En unos tiempos en los que un niño de aldea no tenía acceso a la educación a no ser que entrara en el seminario o en la milicia, los pocos ilustrados gallegos se fijaban como objetivo atravesar el Padornelo y llegar a la capital de España donde eran tutelados por otros prohombres gallegos ya instalados.
Así, la telaraña de influencias y deudas morales que había comenzado entre los maizales, continuaba en Castellana, 3 y en la carrera de San Jerónimo entre los tranvías y los escaños. A principios del siglo XX, había consejos de ministros en los que la mitad de sus miembros eran gallegos. Obviamente, desde entonces ha orvallado mucho y casi todo ha cambiado.
Los pocos ilustrados gallegos se fijaban como objetivo atravesar el Padornelo y llegar a Madrid
Con todo, según la encuesta publicada por EL ESPAÑOL este lunes, Feijóo sería el preferido como presidente del Gobierno, por delante de Pedro Sánchez y de Yolanda Díaz, que se prevé también que aspire a la presidencia.
La sotana que se rebeló
El primer gallego que consiguió llegar a la presidencia del Gobierno fue Eugenio Montero Ríos (Santiago). Había comenzado en el seminario, pero sin vocación, así que ingresó en Derecho de la Universidad Compostelana. En 1870, como ministro de Justicia, le tocó redactar la Ley de Matrimonio Civil, una paradoja frente a sus inicios de sotana. Acabó siendo un político progresista que firmó el Tratado de París, por el que España perdía sus últimas colonias en 1898, y que alcanzó la presidencia del Gobierno liberal en 1905. Dimitió tras enfrentarse con el rey Alfonso XIII. En su testamento pidió que le fueran retiradas todas las condecoraciones reales obtenidas en vida.
José Canalejas había nacido en Ferrol (anoten esta ciudad) en 1854. Hijo de un ingeniero de ferrocarriles, su familia se traslada a Madrid donde concluye el bachillerato y dos licenciaturas en Derecho y Filosofía. Fue un intelectual liberal que ocupó todas las carteras posibles de la mano de Mateo Sagasta durante la restauración borbónica.
En 1893 adquirió la cabecera de El Heraldo de Madrid y en 1897 se alistó como voluntario en la guerra de Cuba donde llegó a combatir. Obtuvo escaños en las quince elecciones a las que se presentó y presidió el Congreso de los Diputados en 1906. Cuatro años más tarde es elegido presidente del Gobierno. El 12 de noviembre de 1912, mientras contemplaba un mapa de la primera guerra de los Balcanes en la puerta de la librería San Martín (Sol, 6), fue tiroteado tres veces por el anarquista Manuel Pardiñas (pese al apellido gallego, nacido en Huesca) y murió en el acto. Las circunstancias del asesinato nunca estuvieron claras.
Victimado desde un sidecar
A Canalejas le sucedió Manuel García Prieto, yerno de Montero Ríos, formado en su bufete, y por tanto, perteneciente a su entramado clientelar. Aunque nacido en Astorga, García Prieto obtuvo durante veinte años sus actas de diputado por Santiago de Compostela. Por su papel en la constitución del Protectorado de Marruecos, Alfonso XIII le otorgó el título de Marqués de Alhucemas. Presidió el Consejo de Ministros por primera vez en 1912. Junto a Antonio Maura es el político español que más gabinetes ha presidido: hasta en cinco ocasiones. El general Miguel Primo de Rivera se levantó contra su gobierno en 1923, dando paso a una dictadura militar en connivencia con el rey.
Pero antes de ese momento se había encaramado a la presidencia del Consejo de Ministros un político conservador nacido en A Coruña, Eduardo Dato. Lo hizo en 1913 y a lo largo de sus tres mandatos le tocó decretar la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial , sofocar las huelgas generales de 1917 y nombrar al general Martinez Anido como gobernador de Barcelona.
No tuvo suerte Eduardo Dato: sus periodos como jefe de ministros coincidieron con el auge del pistolerismo en Barcelona. La CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y la patronal dirimían la lucha de clases a tiros en las calles. El 8 de marzo de 1921, mientras se retiraba en coche oficial a su domicilio, Dato fue tiroteado desde una moto con sidecar por tres anarquistas en la Puerta del Sol. Murió a las pocas horas.
A Dato le sucedió durante cinco días su ministro de Gobernación, Gabino Bugallal, (Ponteareas, Pontevedra), partidario también de aplicar la mano dura, la temida ley de fugas, a los detenidos peligrosos.
Portela y Franco
Hubo que esperar catorce años hasta el próximo gallego en el poder de España. El viento se había llevado la dictadura de Primo, la dictablanda de Berenguer, la huida de Alfonso XIII y la proclamación de la II República y fue en 1935 cuando un tutelado todavía de Montero Ríos y de Canalejas, Manuel Portela Valladares, de Pontevedra, fue encargado de formar gobierno por el presidente Alcalá Zamora. Portela había sido periodista, gobernador de Barcelona y Gran Maestre de la Logia del Noreste y había sobrevivido a todos estos percances.
Portela Valladares recibió a Franco cinco meses antes del golpe de Estado y éste le negó que lo estuviera planeando
Estaba conectado con Castelao y los círculos republicanos y galleguistas. Su encargo fue el de preparar las elecciones de febrero de 1936. No sólo lo hizo, sino que legitimó los resultados que dieron la victoria por estrecho margen al Frente Popular pese a las acusaciones de pucherazo de la derecha. Portela Valladares recibió en su despacho a un general, paisano suyo, sobre el que se rumoreaba que planeaba un golpe de estado. Se llamaba Francisco Franco (Ferrol, 1892) y negó ante el jefe de Gobierno que planeara conspiración alguna. Cinco meses después la consumó.
La idiosincrasia gallega liga magníficamente con una de las claves oscuras del ejercicio político: no desvelar nunca las verdaderas intenciones y, en todo caso, actuar con parsimonia. Pero cuando los objetivos, en vez de políticos son militares, esta perspicacia puede ser letal.
Tres gallegos en horas decisivas
Hasta el 12 de julio de 1936, Franco no se había comprometido con el golpe de estado que preparaba el general Sanjurjo desde su exilio en Lisboa. Pero el asesinato al día siguiente del dirigente monárquico José Calvo Sotelo (Tuy) le inclinó hacia la sublevación. Para entonces, otro gallego, Santiago Casares Quiroga (A Coruña) presidía el consejo de ministros. Casares, padre de la actriz María Casares, disponía desde hacía meses de una lista de 500 militares implicados en una rebelión contra la república. Pensó que no triunfaría, como la sanjurjada de cuatro años atrás, y no hizo caso.
Unos días antes del golpe, Casares recibió informaciones de organizaciones antifascistas que situaban a los generales Mola y Franco como cabecillas de la conspiración con la recomendación de que los detuviera. Pensó que no era posible y tampoco hizo nada. Esa noche se fue a la cama pronunciando su célebre frase: "Si los generales se quieren levantar, yo me voy a acostar".
Pero Francisco Franco había madrugado. A la hora de la frase estaba en el aeropuerto de Gando embarcando en el Dragon Rapide, fletado por el empresario Juan March, para encabezar la rebelión en Marruecos. Y a las siete de la tarde se sublevó la guarnición de Melilla.
En esos cuatro días fundamentales –entre el 13 y el 17 de julio- la historia de España se disputó en una brisca entre gallegos: Calvo Sotelo, Casares Quiroga y Francisco Franco. Tres días más tarde, Sanjurjo murió en el despegue del avión que debía traerlo a España desde Portugal. Y tres meses después, Franco era proclamado en Burgos caudillo de España por los mismos generales golpistas que lo habían tachado de segundón. El resto de la historia es de sobra conocido.
Colón era gallego
Hay una característica en todos estos hombres gallegos que ocuparon las presidencias y la jefatura del Estado durante tres cuartas partes del siglo XX: se olvidaron de Galicia. Esta tierra siguió siendo después de ellos la más apartada e incomunicada de España. Ninguno la sacó del subdesarrollo. No se pareció ninguno a un Felipe González que lo primero que hizo desde la Moncloa fue construir la autovía A-82 y el Ave a Sevilla, para dejar claro qué era eso del poder andaluz.
En Galicia funciona como corriente de opinión inadaptada la idea de que los triunfadores locales reniegan de sus orígenes. El gallego que prospera, tanto en España como en sus antiguas colonias, el indiano, se avergüenza de su identidad. Una investigación académica asegura que Colón era gallego –un Alvárez de Sotomayor, del Miño, apodado Pedro Madruga- y por eso nunca lo dijo. Como Feijóo calla si será o no el candidato del Partido Popular a próximo presidente del Gobierno.
De Fraga a Feijóo
Recuperada la democracia, Manuel Fraga (Villalba) no llegó nunca a la presidencia del Gobierno pero le anduvo cerca. Aspiró a ello seguramente cuando Franco era el único que votaba y luego, con Juan Carlos I recién coronado, como líder de Alianza Popular. Siguió haciendo clientelismo desde Madrid, y sólo se acordó de su tierra al presidir la Xunta de Galicia, su retiro político.
Pero antes había refundado el partido y designado como sucesor a Jose María Aznar, que a su vez -otras caras, el mismo método- delegó en 2003 en Mariano Rajoy (Santiago), al frente de la derecha española con el PP. Rajoy fue otro amnésico de sus orígenes. No pronunció una sola palabra en gallego, y estando en funciones prorrogó 60 años la concesión ya caducada a la Celulosa de Pontevedra, uno de los vertederos más contaminantes de toda Europa, en un paisaje de ensueño. El Ayuntamiento de la ciudad en la que pasó su infancia y juventud, y de la que fue concejal, lo declaró persona non grata.
El ADN del poder también se lo llevaron los gallegos en la maleta de la emigración. Los hermanos Castro, Fidel y Raúl, presidentes de Cuba, eran hijos de un emigrante de Láncara (Lugo) y en Argentina, Fernando de la Rúa, que también llegó a la presidencia, nieto de una poderosa familia de Bueu (Pontevedra).
Si unimos a toda esta lista el nombre de Pablo Iglesias (Ferrol), fundador del PSOE y de la UGT, encontramos que esta ciudad es, junto con Pontevedra, la de mayor densidad de prohombres políticos en toda Galicia: él, Canalejas y Franco eran de la ría. También Yolanda Diaz, la primera gallega que aspira, a su manera, a la presidencia del gobierno al frente de una coalición de amplia base, a ambos márgenes del partido socialista. El martes hizo pública su decisión de sondear España paso a paso para conocer el grado de aceptación de su iniciativa.
La noria de la intrahistoria la ha hecho coincidir con otro afán, el de Alberto Núñez Feijóo, designado por Fraga, que tras cuatro mayorías absolutas en su tierra se postula –también a su manera- para dirigir el PP nacional y acercarse a la presidencia del Gobierno. Este martes, en Madrid, el PP reúne a la Junta Nacional del partido, en un día importante para el futuro de Feijóo.
La mazurca de Cela
En otros órdenes, esta tierra, siempre alejada de todo, produce cosechas en el poder eclesial como Antonio Rouco Varela (VIllalba), presidente de la Conferencia Episcopal entre 1999 y 2014, y otras más inesperadas en el económico, como Amancio Ortega, leonés afincado en Arteixo (A Coruña), fundador del imperio Inditex, primera fortuna de España y undécima del mundo.
Galicia es quizá el microcosmos poblacional más diferente al resto de España. Su disidencia es mental más que política. Sus habitantes no necesitan fronteras, ni un nacionalismo agresivo para hacerla efectiva. Es una sabiduría intuitiva que la ejercen día a día desde sus propias cabezas.
Es la inercia de la adaptación al medio y el aprovechamiento de la oportunidad allá dónde se presente. Otro gallego, Camilo José Cela (Padrón), premio Nobel de Literatura 1989 iniciaba así su novela más pegada al terruño, Mazurca para dos muertos: "Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo".
En Galicia llueve siempre a modiño.