En 1570, Hernán Pérez de Quesada reunía un ejército para encontrar El Dorado: 300 españoles, 1.500 indígenas, 300 caballos y 800 cerdos. Reaparecieron dos años más tarde perdidos en medio de la selva, desde donde llegaron a Quito. Tan solo quedaban 64 soldados españoles y 18 caballos.
El Dorado es una ciudad legendaria hecha de oro que se creía que estaba ubicada en el virreinato de Nueva Granada, en una zona donde se sabía que existían abundantes minas de oro. Esta leyenda comenzó después de que los españoles conquistaran la ciudad de Quito, en Ecuador, en el año 1524. El capitán cordobés Sebastián de Belalcázar escuchó que más al norte, en la región de Cundinamarca, se encontraba una ciudad dorada que nadie había descubierto antes.
Movido por la curiosidad quiso internarse en la selva, alentado por historias que hablaban de reyes cubiertos con oro, que estaban rodeados de piedras preciosas y eran lanzados río abajo en una canoa después de su muerte. Sin embargo, por mucho que buscó entre los árboles, no vio ningún rastro de la ciudad.
Entre los miles de exploradores que intentaron encontrar aquel tesoro se encontraba un extremeño que es considerado uno de los descubridores, conquistadores y fundadores de Chile y de su capita: Pedro de Valdivia.
Pedro nacía el 17 de abril de 1497 en la comarca de La Serena, en plena Extremadura. Aunque se desconoce exactamente la localidad exacta de su nacimiento, sí sabemos que provenía de una legendaria familia de hidalgos, motivo por el cual dedicó su vida a la carrera militar.
Comenzó su profesión como hombre de armas en la guerra de las Comunidades de Castilla, un levantamiento armado de los comuneros al comienzo del reinado de Carlos I, entre 1520 y 1522, en el que participó como soldado. El 24 de febrero de 1525 formó parte del ejército imperial de Carlos I en la legendaria batalla de Pavía, entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas del emperador en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía, donde el rey Francisco fue capturado.
Pedro también sirvió en campañas en los Países Bajos, Flandes e Italia, demostrando ser no solo un gran soldado, sino un militar respetado tanto por sus compañeros, como por sus hombres y mandos.
En 1525 contrae matrimonio con una noble salmantina, Marina Ortiz de Gaete, a la que deja atrás para siempre tras partir en 1535 al Nuevo Mundo en una expedición organizada por Jerónimo de Ortal, que tenía como objetivo hallar El Dorado.
En busca de El Dorado
Tras llegar a América, los roces dentro de la expedición no tardaron en surgir, provocando que cuarenta de sus integrantes, entre ellos Pedro y Jerónimo de Alderete, uno de sus viejos amigos de armas, desertaran para proseguir con la búsqueda por su cuenta.
Cuando los desertores llegaron al territorio de la Provincia de Venezuela, bajo el control de los Welser de Augsburgo, fueron detenidos por las autoridades alemanas en Santa Ana de Coro, donde Pedro hizo buenas migas con Francisco Martínez de Vegaso, prestamista español al servicio de los Welser y que años después se asociaría con él para la conquista de Chile.
Tras unos años en Santa Ana de Coro se decidió a ir a Perú, donde se alistó en las fuerzas de Francisco Pizarro en la guerra civil que estalló entre los conquistadores. Su papel fue cobrando importancia, fue nombrado maestre de campo y en 1538 portaba el estandarte real en la batalla de las Salinas, donde fue derrotado el gran rival de Pizarro, Diego de Almagro.
Diego de Almagro es recordado como el descubridor de Chile, ya que, en 1535 había emprendido una expedición de conquista a través del desierto de Atacama, pero lo cierto es que su aventura resultó un auténtico fracaso.
La contribución de Pedro a la victoria de Pizarro fue tan vital que le recompensó con minas de plata en Potosí, un cerro tan rico en vetas de plata que la misma se encontraba en la superficie. Además, se le dieron tierras y se le concedió el derecho a formar expediciones que llevaran la hispanidad a todo lo que hoy conocemos como Chile para finalizar la labor que había dejado incompleta Almagro.
Expedición a Chile
Pero formar una expedición de tal calibre no era sencillo ni barato. A pesar de empeñar sus posesiones y las minas de plata, Pedro tuvo que recurrir a su amigo Francisco Martínez de Vegaso, que acababa de regresar de la península y que aportó la financiación necesaria para poner en marcha esta extraordinaria empresa.
En enero de 1540, doce españoles dejaban atrás la ciudad de Cuzco, junto a casi cien indios yanacotas que los acompañaban en la expedición. Se dirigían por el valle de Arequipa hacia el sur en un trayecto en el cual la fortuna les sonrió, ya que nuevos españoles se sumaron a la expedición llegando a superar el centenar.
Para cruzar el desierto de Atacama, uno de los más extremos del planeta, Pedro ejecutó una estrategia perfecta. Cruzarlo en un grupo tan grande sería una locura, ya que los puntos de agua eran escasos, por lo que decidió dividir la expedición en cuatro columnas que viajarían por la misma ruta, pero dejando entre ellas un día de diferencia. De esta manera, los acuíferos podían recargarse y dar agua a toda la expedición.
En octubre de 1540, llegaron a las orillas de un pequeño riachuelo, donde una fuerza de unos 8.000 nativos salió a su encuentro dispuestos a rechazarlos, pero no fueron rival ante las armaduras y potencia de fuego de los hispanos.
La expedición siguió adelante por el Camino Inca mientras no dejaban de ser hostigados por los indígenas hasta que, en diciembre de 1540, llegan al valle del río Mapocho, donde decidieron fundar una nueva ciudad no sin antes ser atacados por miles de indios en una batalla que dio nombre a este asentamiento.
El milagro del apóstol
Cuentan las crónicas y el propio Pedro, que así se lo hizo saber al emperador Carlos I, que cuando los nativos estaban atacando la nueva ciudad, se pararon repentinamente y huyeron dando media vuelta, dejando a los españoles perplejos. Decidieron interrogar a algunos de ellos para saber qué había ocurrido, por qué habían abandonado la lucha. Los prisioneros contestaron que habían visto llegar por el aire a un cristiano a lomos de un caballo blanco que, espada en mano, había hecho caer sus armas, provocando que huyeran de la batalla.
Tras preguntar separadamente a varios prisioneros, los españoles llegaron a la conclusión de que el glorioso apóstol Santiago había acudido en su socorro, motivo por el que llamaron a aquella ciudad Santiago del Nuevo Extremo, la actual Santiago de Chile, el 12 de febrero de 1541.
La llegada de víveres y refuerzos desde Cuzco permitió a Pedro pensar en proseguir su exploración hasta el estrecho de Magallanes, que inició el 1546, con una expedición formada por 60 jinetes y 150 indígenas y que los llevó hasta el golfo de Arauco, 500 kilómetros al sur de Santiago, donde fueron atacados por 20.000 temibles mapuches, por lo que regresaron a la capital. Aquel sería el primer choque con un pueblo que, durante más de tres siglos, presentaría una resistencia feroz a los europeos.
Tan solo un año después, Pedro tuvo que viajar a Perú, donde fue confirmado en su cargo como gobernador y capitán general de Chile, gracias a los cuales regresó a Santiago con recursos y hombres para organizar una nueva partida contra los mapuches, que habían reunido una fabulosa fuerza de guerra.
Pero las corazas, los arcabuces y los caballos europeos consiguieron vencerles. Además, Pedro quiso darles una lección, un escarmiento, por lo que decidió poner en práctica un infame acto: mutilar a los prisioneros. Lo que el gobernador no sabía era que aquella acción traería a primer plano al futuro líder los mapuches, Lautaro.
Este indígena llevaba años al servicio de los españoles, conocía sus tácticas, sus debilidades, sus fortalezas y era el paje de Pedro de Valdivia. Las atrocidades que el español cometió aquel día contra los mapuches provocaron que Lautaro, hastiado, decidiera escapar para ser elegido por los suyos para dirigirlos en la lucha contra los invasores.
Un cruel y merecido final
El 23 de diciembre de 1553, Pedro acudió al mando de 50 jinetes al fuerte de Tucapel, que había sido destruido por los mapuches, con la intención de reconstruirlo y enviar una nueva guarnición al lugar, pero mientras levantaban el campamento frente a las ruinas, desde el bosque surgió una fuerza de mapuches, que repelieron como pudieron.
Pedro envió a la caballería en un movimiento envolvente, pero los mapuches ya tenían prevista esta maniobra. A pesar de todo, aquella primera carga fue rechazada, sin embargo, apenas habían comenzado a bajar las espadas, un nuevo escuadrón de mapuches apareció de nuevo, rechazándolo con gran dificultad.
Los españoles se dieron cuenta de que todo había cambiado, los indios luchaban como ellos y el temor los alcanzó, justo cuando un tercer ataque surgió de nuevo del bosque. Lautaro estaba detrás de aquella estrategia con la que enviaba uno tras otros batallones de refresco que mermaban las fuerzas españolas pero, sobre todo, su moral.
La situación se tornó desesperada. Los de Pedro, obligados a combatir sin descanso, sin tiempo para recuperarse entre asalto y asalto, fueron cayendo uno a uno, hasta que solo el gobernador y un fraile quedaron en pie.
Según algunos historiadores, a Pedro de Valdivia le amputaron en vida todos los músculos que después fueron cocinados y comidos ante sus ojos antes de cortarle la cabeza y exhibirla clavada en una lanza. Otros afirman que le extrajeron el corazón para devorarlo ante él. Incluso algunos cuentan que recibió un mazazo en la cabeza no sin antes había sido forzado a beber oro fundido para quemar sus entrañas.
Lo que dejan claras las crónicas es que fue terriblemente torturado durante días antes de ejecutarlo, como castigo por las aberraciones que él mismo había cometido al pueblo de Lautaro. Su cráneo, que había sido conservado como trofeo, fue devuelto 55 años después, en 1608.
A pesar de su infame trato a los indígenas, Pedro de Valdivia es recordado en la mayoría de las ciudades chilenas con una calle, un parque o un barrio en su honor. Durante más de 20 años, los billetes de 500 pesos se imprimían con su rostro en el anverso y en 1975 dos astrónomos chilenos que habían descubierto un asteroide, lo bautizaron con el apellido Valdivia e incluso al sur del país se encuentra la ciudad de Valdivia, nombrada por él mismo en 1552.