Los romanos sabían latín en todos los sentidos posibles. Aunque en el imaginario popular, “romano” es sinónimo de emperador, de tipo épico, sobrio y notable, de hombre de Estado (con dificultades éticas y morales). Sin embargo, aquella civilización clásica que bebía del Mediterráneo también albergaba ciudadanos comunes con problemas cotidianos y, cómo no, creaba chascarrillos de andar por casa para sortear los dramas diarios sin ser más vulgares por ello. Un Imperio se conoce, sobre todo, por sus bases.
La profesora de Lenguas Clásicas de la Universidad de Reading Eleanor Dickey se ha dedicado a viajar por Europa y formar un mosaico sólido a partir de los restos del material que utilizaban los antiguos escolares griegoparlantes del Imperio Romano para aprender latín entre el siglo II y IV después de Cristo, tal y como ha recogido The Guardian. Dickey ha traducido a inglés los textos (avalada por Cambridge University Press) y tomarán forma en su próximo libro sobre el aprendizaje de latín al estilo antiguo: su misión es enseñar a los lectores a afrontar la vida como se hubiera hecho entonces.
El cuñado ebrio
Una situación incómoda común -de ayer y de hoy- es cómo reaccionar ante un familiar alcoholizado y molesto. Los romanos tenían claro cómo interpelarle: “¿Le parece normal, caballero, beber tanto? ¿Qué van a decir las personas que le han visto así?”. Hay reprimenda latina hasta para el día después. Frases hechas para la resaca, para el camino de vuelta de la orgía: “¿Es este un buen comportamiento para el dueño de una casa que da consejos a otros sobre cómo comportarse? No es posible actuar más vergonzosa ni ignominiosamente que como usted se comportó ayer. ¿No le dan ahora ganas de vomitar?”. Claro que al pariente le salen los colores: “Desde luego, estoy muy avergonzado. No sé qué decir… estaba tan trastornado que no sirve ninguna explicación que pueda dar”.
Para llegar tarde a clase, nunca falla como excusa lo de echarle la culpa a tu importantísimo padre y decir que lo has acompañado al pretorio
Los textos seleccionados transcriben escenas y coloquios, conversaciones realistas entre ciudadanos romanos. “Las cenas no eran siempre un asunto decoroso”, apunta al pie Dickey en su libro. “Los participantes solían beber demasiado y, bajo la influencia del alcohol, hacían cosas de las que más tarde se arrepentían”.
Cómo hacer pellas
Otra enseñanza básica para la supervivencia del estudiante -también el latino- es la buena excusa de por qué se llega tarde al colegio. Nunca falla lo de echarle la culpa a tu importantísimo padre, decir que lo has acompañado al “pretorio” y alargar la trola un poco más, comentando, tal vez, que allí fuisteis recibidos por los magistrados y recogisteis unas cartas. Los chavales romanos se dan consejos unos a otros: ¿cómo sobrellevar la visita a un amigo enfermo?, ¿cómo preparar una cena? Se avisan de la importancia del regateo en el mercado: “¿Cuánto es?”, pregunta el comprador. “Doscientos denarios”, responde el mercader. “Estás pidiendo mucho, acepta cien”. Y punto. Si recuerdan la escena de los Monty Python...
Hay más escapismos: “¿Hiciste lo que te dije?”, “Todavía no”. “¿Por qué?, “Lo (debería) hacer pronto, porque tengo que irme y tengo prisa”. Incluso insultos que no dejan de tener su morbo por el tono grandilocuente: “¿Me calumnias, villano? ¡Puede ser usted crucificado!” o “¿Quiere denigrarme, ese animal de combate? Déjame, déjame, que voy a sacarle los dientes”.
Fragmentos de historia
Dickey sospecha que entre estudiantes se pasaban los roles -cada uno reproducía escenas de otros en las clases- y asegura que los textos fueron muy utilizados: “Lo sabemos porque sobreviven muchas versiones del manuscrito. Al menos seis versiones diferentes pululaban por Europa en el año 600 d.C.”, explica. “Son mucho más prolíficos que los textos que hasta ahora conocemos: de Catulo sólo tenemos una copia, de César, menos de seis. Además, tenemos varios fragmentos de papiro -sólo pequeñas fracciones sobreviven- y, si se tiene más de un fragmento de papiro, es, con seguridad, un texto popular en la antigüedad”.
Dickey, para interpretar los fragmentos, tuvo que buscar referencias en los manuscritos medievales de toda Europa. “Han sido copiados y copiados a lo largo de muchos siglos, y cada vez se introducían más errores, por lo que no son tan fáciles de leer”. Su trabajo no sólo se ha ceñido a encontrar los textos, sino a localizar los errores y acercarse al texto original.
Los textos descubren hábitos del ciudadano romano, como su ritual en los baños públicos: después de ducharse, se raspaban con una esponja de metal
La profesora también pone de manifiesto cómo los estudiantes creaban glosarios para comprender poco a poco los términos más complejos del idioma, sobre todo en lo referido a los hábitos de ocio o sacrificios. “Hariolus”, por ejemplo, significa “adivino”. “Exta”, entrañas. Lo más curioso de los textos es que, además de acercarnos los recursos comunes del lenguaje, nos señalan costumbres desconocidas del ciudadano romano, como su ritual en los baños públicos. Primero practicaban lucha libre, después se untaban en aceite y, más tarde, descansaban en las piscinas de agua caliente para acabar estirando los músculos a nado.
“Hay cosas nuevas para nosotros”, señala la profesora. “Por ejemplo, que cuando venían de los baños, se raspaban a sí mismos con una esponja dura, una especie de raspador de metal que se empleaba para eliminar la suciedad. Es curioso, porque parece lógico que se emplease después de la lucha libre, pero ellos la emplean después del lavado”, reflexiona. “Sabíamos que los baños estaban sucios, pero no tanto”.
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