Juan Martín Del Potro no llora, pero tiene los ojos muy rojos. Es lunes por la noche en Roma y el argentino ha remontado a Grigor Dimitrov (3-6, 6-2 y 6-3) su primer partido en el torneo para citarse con Kyle Edmund (6-3 y 6-4 al portugués Sousa) por el pase a octavos de final. En la cámara de televisión que acaba de firmar ha dejado un mensaje (“Fuerza Mami”) que habla de nudos en la garganta, de clavos en el corazón y de un abrazo a distancia construido con las palabras que salen de un rotulador azul: el gigante, que perdió a su abuelo materno hace unas semanas, está jugando en Italia el quinto Masters 1000 de la temporada, pero tiene la cabeza en Tandil.
“La decisión de volverme a casa fue inmediata”, dice Del Potro, que se retiró de Estoril y renunció a jugar en Múnich y Madrid para acompañar a los suyos. “Cada uno reacciona de una forma distinta, pero yo tenía una relación muy especial con mi abuelo, como toda mi familia. Por eso nos dolió tanto su pérdida y nos sigue doliendo. Nos falta la gran presencia que tenía”, sigue el argentino. “Él era muy conocido en Tandil por ser un carnicero histórico de la ciudad y la gente lo quería mucho. Recordarlo de la mejor manera es lo lo que podemos hacer eso ahora. Solo nos queda esperar que pase un poco el dolor y que el tiempo nos vuelva a poner contentos a todos. Y sobre todo que él pueda descansar en paz”.
El despertador de Francisco José Lucas, Don Lucas, ha dejado de sonar para recordarle que tiene que abrir su carnicería de la calle Sáenz Peña y Pasteur en Tandil, donde se ganó con trabajo, atención y amabilidad el cariño de todo el mundo. Su reciente fallecimiento deja a Del Potro con un puñado de dolorosas fotografías, la de un hombre regalándole una camiseta de Boca Juniors cuando era pequeño, la de ese mismo hombre pidiéndole que no se volviese de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro sin una medalla (se colgó la de plata) y diciéndole luego que ganar la Copa Davis era difícil, pero ni mucho menos imposible.
“No hay una receta milagrosa para arreglarlo, no hay nada que funcione para un tema tan delicado como el que estoy viviendo ahora”, confiesa Del Potro, que pese a romper su preparación en arcilla consiguió tumbar a un contrario tan peligroso como Dimitrov. “Creo que es tiempo, tratar de seguir acompañando a mi familia desde aquí. Para mí es muy difícil porque soy el único que está lejos de ellos y me cuesta mucho porque estamos muy unidos”, continúa el 34 mundial. “Tengo altibajos. Por momentos disfruto de jugar y por momentos tengo ganas de estar con mi madre, con mi hermana… Poco a poco, si vuelvo a mi trabajo, a hacer lo que hago siempre, me va a ayudar a estar mejor día a día”.
Del Potro, por supuesto, no es el único que ha tenido que bailar recientemente con la amargura. Nick Kyrgios, tan rebelde como familiar, renunció a jugar en Estoril y se montó en un avión para volver a Australia después de que su abuelo perdiese la batalla contra el cáncer, cruzando el mundo sin dudarlo y aparcando todo lo demás.
“Cuando uno tiene problemas fuera de la pista es difícil separarlos dentro porque eres la misma persona”, reflexiona luego Rafael Nadal, que durante su carrera ha atravesado por momentos muy delicados. “Yo he vivido algo similar: mi abuelo falleció a finales de 2015 y es una situación triste y dura, pero también es ley de vida. Desgraciadamente es lo que nos ocurre a todos y uno tiene que intentar seguir hacia delante”, añade el mallorquín. “Dentro de lo que cabe, uno intenta centrarse en lo que toca cuando está dentro de la pista”, cierra el campeón de 14 grandes.
“Si emocionalmente estás pasando momentos difíciles es muy difícil separarlo”, le sigue David Ferrer. “Con los años, con la experiencia, intentas ser más maduro, pero depende mucho de lo emocional que sea esa persona”, cierra el alicantino. “A veces afecta para bien como un extra de motivación y otras veces para mal”, apunta Roberto Bautista. “Hay gente que lo lleva peor y otra gente que lo lleva mejor”, zanja. “Al final, somos personas”, resume Pablo Carreño. “Cuando tienes un problema personal, sea el que sea, es normal estar en la pista y no poder encontrar la concentración necesaria y a este nivel la necesitas en cada punto que juegues”.
Aunque no lo parezca, las estrellas que brillan en la pista con una raqueta en la mano son de carne y hueso: sienten, padecen y lloran como el resto de los mortales.
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