Jack Sock resopla. Jack Sock mira a la grada y saca la lengua. Jack Sock se quita su gorra negra, se lleva las manos a los pelos y no se los arranca de milagro. Jack Sock acaba desesperado, frustrado, y con mucha impotencia porque Rafael Nadal hace lo que quiere con él para llegar a los cuartos de final del torneo de Roma (6-3 y 6-4), donde se medirá este viernes a Dominic Thiem (3-6, 6-3 y 7-6 a Sam Querrey) en la reedición de las finales de Barcelona y Madrid, el clásico de este año sobre tierra batida. Antes, sin embargo, el campeón de 14 grandes hace suya la victoria (37 suma ya en 2017, 17 seguidas en arcilla) con mucho merecimiento. [Narración y estadísticas]
“He jugado bien, con determinación la mayoría de los momentos importantes”, dice luego el balear. “Ha sido un partido muy correcto en todos los sentidos, no puedo decir que haya hecho nada mal. En general, ha estado muy bien”, añade Nadal, que domina 4-1 el cara a cara con Thiem. “En Barcelona jugué mejor que en Madrid porque pude controlar sus golpes. Hace una semana me costaba sacarle de su posición con el servicio”, recuerda el mallorquín. “Mañana tengo que jugar agresivo e intentar tener ese control de los puntos. Hay algunos en los que será imposible porque es un rival de los mejores del mundo, pero espero estar preparado”.
En seis minutos, con la grada todavía medio vacía, Nadal manda 2-0 y saque. Sock, que un segundo antes ha perdido el servicio en blanco, se plantea algo muy lógico: si en un parpadeo ha convertido una de mis mejores armas en un juguete de plástico barato, ¿qué no va a hacer con el resto de mis golpes? La respuesta a esa pregunta la tiene el mallorquín, que salva una bola de break para 2-1, conecta un revés imposible que supera la subida a la red del estadounidense (se pone 3-0) y aprieta el puño para explicarle un par de cosas al número 14 del mundo en una primera manga impecable.
Como en los tres juegos del día anterior ante Almagro, obligado a abandonar tras quedarse clavado en su rodilla izquierda, el español juega muy largo y con mordiente, tan importante lo primero como lo segundo. Si hace un tiempo la bola de Nadal dejó de decir cosas, hasta convertirse en una pelota sin personalidad que se quedó muda, la de hoy podría presentarte a un debate sin llevar el tema preparado, y posiblemente lo acabaría ganando porque le sobran los argumentos.
Con el partido perdido (3-6, 0-1 y saque de Nadal), absolutamente fuera de control, el estadounidense se desata y empieza a asaltar los intercambios a palo limpio, tiros sordos que piden guerra y sangre, una víctima a la que hincarle el diente. A diferencia del inicio, en el que esa misma idea fracasa por todos los errores que arrastra, Sock va de línea en línea con su derecha, una de las mejores del circuito, de las más explosivas y espectaculares. Su inspiración encuentra pronto el centro de la diana y le cambia la cara con el nacimiento de la esperanza, que es lo único a lo que puede agarrarse.
Ya está, Sock lo ha conseguido: del 0-1 y servicio de su rival el estadounidense ha logrado llevar el marcador a 2-1 y 0-30, sobre ese mismo saque de Nadal, que tiene problemas a la hora de iniciar los puntos. Las opciones de remontar, en cualquier caso, tienen la misma vida que la de un azucarillo en agua. Cuando llega el momento de los fuertes, con todo empatado (4-4), Nadal le hace un break en blanco y se planta en cuartos de una zancada. Sin síntomas de cansancio pese a la paliza que lleva encima, al menos por ahora, este jugador vuelve a ser un caníbal: muerde siempre y despedaza si la situación se lo pide.
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