Las verdaderas estrellas nacen delante de otras estrellas. Este domingo, Alexander Zverev celebró el primer Masters 1000 de su carrera al derrotar a Novak Djokovic (6-4 y 6-3) en la final del torneo de Roma e inmediatamente provocó una catarata de importantes consecuencias. A los 20 años, el alemán se convirtió en el único jugador nacido en los 90 que logra un título de la categoría (el más joven desde Nole en Miami 2007), ascendió al número 10 del mundo y tomó ventaja con respecto a sus perseguidores: Zverev ha abierto una brecha considerable con todos los que vienen (Dominic Thiem, Nick Kyrgios o Borna Coric) y ha logrado algo que no tienen muchos de los que ya están (Kei Nishikori, Milos Raonic o David Goffin). Increíble en un adolescente que desde hoy cuenta con un hueco en el presente. [Narración y estadísticas]
“Estoy muy feliz por mi forma de jugar y muy contento con mi actuación toda la semana”, acertó a decir el alemán tras el triunfo. “Creo que hoy he jugado uno de los mejores partidos de mi vida. Sabía que que tenía que ser agresivo desde el primer punto hasta el último. Fue muy importante para mí poder cumplirlo y no dejar que él se hiciera cargo del juego”, continuó Zverev. “Es bueno saber que puedo competir, jugar y ganar los torneos más importantes contra los jugadores más buenos del mundo. Y también creo que es bueno para el circuito que haya rostros nuevos”.
“Jugué muy mal hoy”, le siguió Djokovic, que cometió 27 errores no forzados por los 14 de su contrario. “No pude encontrar ningún tipo de ritmo. Él hizo un partido perfecto, sacando muy bien y sin fallos. Se lo merecía”, continuó el serbio, elogiando a Zverev. “Quiero quedarme con lo positivo. Ahora mismo acabo de salir de la pista y estoy decepcionado, pero he dado un nivel muy alto toda la semana, especialmente ayer por la noche. Esa es la parte buena”, cerró el número dos, que antes de marcharse anunció que Andre Agassi estará en París para trabajar con él en Roland Garros después de dos semanas de conversaciones telefónicas, un movimiento más que interesante tras romper con todo su equipo antes de jugar en Madrid.
Con el trofeo en juego, el arranque de Zverev retrató a un jugador descarado y sin complejos, pese a estar jugando su primera final de Masters 1000 contra Djokovic. El alemán, que en seis minutos ya tenía controlado el marcador (2-0) y también el partido, plantó los pies en el fondo de la pista, construyó una muralla y desde allí le ganó el encuentro al campeón de 12 grandes, que se dejó la vida quejándose por todo (el viento, la tierra, el público, su propio juego...) y fue incapaz de parecerse al tenista del día anterior, el mismo que provocó los elogios de Boris Becker (“por primera vez en mucho tiempo he vuelto a ver el fuego en la cara de Novak”, dijo el ex número uno mundial, hasta el pasado mes de noviembre entrenador del serbio) con su tenis más reconocible del año.
Para Djokovic, que en semifinales había jugado su mejor partido en mucho tiempo contra Thiem, la derrota fue un golpe difícil de encajar, por el resultado y sobre todo por las formas. Zverev, a años luz en experiencia, hizo del encuentro un burdo trámite: tuvo opciones de ganar casi todos los juegos del cruce, no se enfrentó a ninguna bola de break (cedió solo nueve puntos al saque, de los 45 que disputó) y llegó al título con un aplomo impropio del que es un aspirante recién salido de la cuna. Tan fácil fue para el alemán, tan sencillo, que al final los fotógrafos se quedaron con una celebración sosa, falta de algo más para inmortalizar el momento del bautizo.
Tras jugar un partido redondo, desquiciar a Djokovic y levantar la copa, a Sascha lo que menos le importó fue prestar atención en festejar nada. El alemán, que en los primeros meses de la temporada ha fortalecido su percha de jugador moderno (1,98cm y 85kg), demostró en Roma que es muy bueno, buenísimo, pero que todavía lo será más cuando vayan pasando los meses y madure los interesantes conceptos del juego que posee. El presente todavía no le pertenece, pero está claro que el futuro debería ser suyo sin dudas de ninguna clase, y los números están de su lado.
Desde Montecarlo 2010, solo cinco tenistas (Robin Soderling, David Ferrer, Stan Wawrinka, Jo-Wilfried Tsonga y Marin Cilic) habían conseguido entrometerse en el autoritarismo de los cuatro grandes (Roger Federer, Rafael Nadal, Andy Murray y Djokovic) en los Masters 1000, campeones en 55 de los 60 torneos (¡55 de 60!) de la categoría disputados durante esos siete años. Ahora ya son seis los nombres de la lista: Zverev está en ella y con todo el mérito del mundo.
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