Antes del partido, Guga Kuerten hace una pregunta que no es ninguna broma. “¿Dónde está aparcada la nave espacial de Rafael Nadal?”, dice el ex número uno del mundo, que luego ve cómo el español gana 6-3, 6-4 y 6-0 a Dominic Thiem y se clasifica para jugar su décima final de Roland Garros (22 de Grand Slam) en un partido que dura algo menos de 20 minutos, los que el número cuatro tarda en recuperarse de un mal inicio para borrar al peligroso austríaco de la semifinal con un tenis inaccesible para cualquier otro ahora mismo. El próximo domingo, el campeón de 14 grandes se medirá a Stan Wawrinka (6-7, 6-3, 5-7, 7-6 y 6-1 a Andy Murray) buscando triturar la historia y abrir un capítulo mitológico en su carrera. [Narración y estadísticas]
“He jugado un partido sólido y no he dejado que me dominase como en Roma”, radiografía el balear después de su victoria, que le aúpa hasta el número dos de la clasificación, puesto que mantendrá si gana el título. “Aquí la pista me favorece porque es un poco más grande y Thiem no veía el golpe ganador tan claro”, continua sobre su oponente, que termina agotado de chocarse contra una pared de hierro. “Siempre he dicho que el nueve ha sido mi número favorito toda la vida, pero prefiero mucho más tener 10 Roland Garros que nueve”, cierra el español, con una sonrisa presidiéndole la cara.
“Ha sido un partido mucho más fácil de lo esperado”, reconoce Toni Nadal, tío y entrenador del número cuatro. “Thiem había jugado muy bien los encuentros previos y había ganado cómodamente a Djokovic, así que pensábamos que sería muy complicado. La realidad es que no ha estado demasiado acertado y encima se le ha hecho un muro demasiado alto cuando ha visto que Rafael estaba jugando bien y que era muy difícil sacarle ventaja en los golpes”, sigue el preparador mallorquín. “El partido ha estado en todo momento en manos de Rafael, Thiem ha tenido pocas posibilidades”, afirma.
“Estoy un poco sorprendido porque esperábamos un partido bastante duro”, coincide Carlos Moyà, desde principios de temporada otro de los técnicos de Nadal. “Ha sido importante que Thiem no se escapase en el marcador tras conseguir el break en el primer juego del partido y luego Rafa ha estado muy sólido”, añade el ex número uno del mundo. “Sin dudas, en este Roland Garros hemos visto al mejor de Nadal de todo el año”.
Nadal celebra con el puño cerrado el primer punto del partido y no hay mejor gesto que ese para entender el respeto que le tiene a lo que le espera. De entrada, Thiem le arrebata el saque a su contrario en un juego que es reflejo cristalino del partido de cuartos de final de Roma: el austríaco golpea en posiciones cómodas, con los pies parados y bien cerquita de la línea, y el español corre de un lado a otro intentando devolver los garrotazos del número siete. La iniciativa está en la raqueta de Thiem, que grita como un animal salvaje y pega cada golpe con el alma, tan fuerte que es un milagro que su cuerpo no se desmonte.
El partido cambia en un segundo porque la reacción del mallorquín al encajar ese tempranero break es extraordinaria. Todavía un poco intranquilo, con los nervios que le acompañan en el arranque, Nadal le gana un metro a la pista y el efecto que esa decisión tiene en los intercambios es inmediata: Thiem pasa de controlar los puntos desde dentro de la línea de fondo a perder las distancias y sus problemas se multiplican. Pronto está tirando desde muy atrás. Ya no tiene el mando de los intercambios. De tanto arriesgar, de ir siempre al límite, se precipita y ataca bolas que necesitan otro cuidado, un mimo especial. El resultado está a la vista del mundo entero: sostener esa táctica sin solidez es imposible, y ahí está su victoria de Roma para confirmarlo.
“Para mí, son partidos totalmente diferentes y lo preveía un poco”, dice luego Toni Nadal. “Allí, Nadal llegó con un poco de cansancio mental y la pista era muy pequeña. Thiem salió con una táctica muy agresiva, a hacer un juego que no es el suyo: restar delante, jugar muy agresivo con el revés… Cuando acabó el partido le dije a Rafael que era cierto que había cambiado de táctica, pero que si hubiese tenido chispa habría sido distinto”, revela. “Hoy Thiem no veía solución, no encontraba la manera de ganarle los puntos”.
“¡A por la décima!”, le gritan al español, que en un chispazo manda 6-3 y 6-4 tras salvar las seis bolas de rotura que su rival se va procurando desde que pierde la brújula en el encuentro, algunas en momentos muy importantes (0-1 y 15-40 en el segundo set). El aplomo de Nadal para competir esos puntos clave y su capacidad de cambiar las direcciones de la pelota hablan de un jugador impecable, posiblemente al mejor nivel de siempre y con su plan de asalto aprendido de memoria y ejecutado con maestría.
“Mi objetivo siempre es el mismo porque mi juego es entrar y salir”, radiografía el número cuatro, apuntando a su mezcla de movimientos para meterse dentro de la pista y recular luego. “Lo que no puedo hacer es quedarme atrás cuando salgo porque las cosas no funcionan. Mi juego es bueno cuando yo combino salir y entrar, salir y entrar, salir y entrar… desde atrás es muy complicado crear golpes ganadores y desde dentro es más sencillo, pero cuando te atacan tienes que retrasar tu posición para colocarte bien y tener opciones”.
Con Thiem rendido ante la realidad, superado por los acontecimientos, Nadal le pasa por encima en la última manga. Es un encuentro entre los dos mejores jugadores del mundo sobre tierra batida, pero entre ellos hay un abismo enorme todavía. El austríaco acaba entregado al ver que es imposible, que no hay forma, que tiene que esperar y aprender para algún día soñar con estar en la final.
A Nadal le sucede lo contrario. A falta de ver lo que ocurre en la final ante Wawrinka, el mallorquín sigue disparado y sin rival: la décima Copa de los Mosqueteros está a una sola victoria de distancia.
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