Los contrastes entre el corazón de Manhattan y el barrio de Harlem reciben a Garbiñe Muguruza el sábado por la mañana. La española, que se encuentra allí con el rapero Pharrell Williams para una sesión de fotos con Adidas, que con la colaboración del estadounidense ha diseñado una línea de ropa con aire retro para el próximo Abierto de los Estados Unidos, pasa por una cancha de baloncesto llena de ardillas en la que las canastas se sostienen de milagro, ve el rostro de una anciana dibujado gigantescamente en la fachada de un edificio que se está cayendo a trozos y escucha la música afroamericana que sale a todo trapo por la ventanilla de un coche mientras tres niños se burlan del tráfico con sus monopatines. Todo eso desemboca en una pregunta que tiene un peso importante en su pobre historial en el último grande de la temporada: ¿ha influido la dimensión de Nueva York en sus resultados?
“Seguro que ha influido”, responde rotundamente la campeona de dos grandes, que debutará este lunes contra Varvara Lepchenko sabiendo que en sus cuatro participaciones anteriores no ha sido capaz de ganar dos partidos seguidos. “Al final, es parte de mi día a día. Estoy intentando encontrar un balance con la ciudad, pero también con el torneo, que además está lejos y es menos cómodo que otros a los que puedes ir caminando”, añade Muguruza sobre la ubicación del último grande de la temporada, que se encuentra en Queens, a casi media hora en coche del centro. “Hay que lidiar con todo eso y no es sencillo. Ahora estoy quedándome al lado de Central Park, que es una zona más tranquila y también más bonita. Creo que ha sido una buena decisión moverme de lugar”.
Nueva York tiene mil peligros al alcance de la mano porque distraerse en la capital del mundo es tan sencillo como poner un pie en la calle. Los millones de restaurantes, las llamativas tiendas y los infinitos planes que hay para hacer facilitan que el entretenimiento le gane el pulso a la preparación para la competición. El torneo, además, no tiene nada que ver con cualquier otra cita del año, porque el Abierto de los Estados Unidos es un escaparate tenístico, pero también un impulso comercial que las marcas tienen en el radar. Sobreponerse a todo eso es lo que busca Muguruza, por inercia de juego la favorita (título en Wimbledon y hace unos días en Cincinnati) y una de las ocho jugadoras (también Karolina Pliskova, Simona Halep, Elina Svitolina, Caroline Wozniacki, Johanna Konta, Svetlana Kuznetsova y Venus Williams) que podrían acabar el torneo en el número uno del mundo.
“Seguro que soy una de las candidatas a estar ahí arriba, como ahora mismo”, reconoce la española, a 530 puntos de la cima del ranking y obligada a celebrar el título para sentarse en el trono del circuito, aunque también le sirven otras combinaciones de resultados. “Eso sí, no habrá alguien que domine durante mucho como tiempo, que es lo que ha hecho Serena durante los últimos tiempos. Ahora mismo no hay tanta diferencia y lo normal es que haya más rotación, que no sea una sola la que mande en el circuito”, insiste. “No es normal lo que había antes porque era solo una y ya está. Ahora es más real, es una batalla casi entre las 10 mejores”.
En 2016, Muguruza salió por primera vez a jugar en la sesión nocturna del torneo en el estadio Arthur Ashe, la pista más grande del planeta. Bajo las luces, y con un sonido sorprendente (el ruido del público estadounidense, que se caracteriza por vivir como un show cada partido), la española descubrió que no hay nada comparable a eso. Así, perdió con la letona Sevastova y siguió alimentando su mala racha en Nueva York, la ciudad donde siempre soñó ganar el título de campeona. En 2017, el año en el que logró encauzar el rumbo de una carrera para soñar a lo grande, Garbiñe se ha preparado para que todo sea distinto.
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