Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

Poveda

3 diciembre, 2014 11:54

Miguel Poveda se llevó al público por delante en su recital del pasado domingo en el Auditorio Nacional de Música. Éxito para el CNDM, que vendió el aforo entero, dos mil trescientas y pico butacas, en dos días. No es fácil vender flamenco (y menos aún órgano: me parece increíble que se esté llenando la Sala Sinfónica del Auditorio para ver a organistas tocar Bach), aunque también es cierto que Poveda no es un flamenco al uso y ha sabido abrirse a públicos diversos. No se corta nada e incluye tranquilamente en sus conciertos secciones de copla y géneros adyacentes. Pero no deja de ser lo que es. "Una figura indiscutible del flamenco actual", como dice Velázquez-Gaztelu, que sabe mucho de esto. O como dijo en el Auditorio el propio Poveda: "Yo soy cantaor... y luego me da por hacer tonterías". ¡Hay que ver lo que habla Poveda! Le irá mucho mejor hablando menos y cantando más. Lo digo por razones técnicas —es mal orador— no porque se metiera con Artur Mas, que me parece legítimo. Faltaría más. Poveda es un catalán, amante de su tierra y de su cultura, que ha cantado a menudo a los poetas catalanes, pero no le gusta cómo se comporta su presidente. En los últimos años nos hemos hartado de ver y oír a cantantes, teatreros, cineastas y escritores meterse con los gobernantes y así debe ser. Así ha sido siempre. ¿O no nos acordamos de Quevedo riñendo a su "católica, sacra y real Majestad"?

El recital fue fantástico. Al menos, la almendra central, la parte flamenca. Alegrías, fandangos y una soleá muy seria, que cantó cara a cara con el palmero Diego Montoya, en su faceta de tocaor en la intimidad. Antes y después, ración de copleo y popeo. Poveda —¡gran mérito!— se rodea de músicos de alto nivel. No todos tienen el valor de hacerlo. A la cabeza, el gran Joan Albert Amargós, compositor de mucho saber, veterano de batallas gloriosas. Además, Chicuelo a la guitarra, Londro y Carlos Grilo en las palmas y el jaleo y, sentado en el cajón, Paquito González, un percusionista excepcional que se deja fascinar por los platos suspendidos y prefiere los dedos a las baquetas.

La megafonía me mata, por muy bien que esté hecha. Que se interpongan electrones entre la garganta del cantaor (o del cantante) y mi tímpano me produce una melancolía inaguantable, pero comprendo que esa batalla está perdida. Hace tiempo que los flamencos cantan amplificados hasta en los tablaos más pequeñitos. Poveda se pasó la noche jugando al escondite con el micro. Siempre lo hace: ahora me alejo, ahora me lo pongo en los labios, ahora paso de él y me enfrento a pelo con el Auditorio. Me gustó como metáfora, porque Poveda está siempre entre Pinto y Valdemoro. Vive sentado a caballo en la tapia: con un pie en lo acústico y otro en lo eléctrico, o en lo jondo y lo popular, o en lo puro y lo impuro. De toda la vida se sabe que, salvo raras excepciones, lo interesante de lo que sea no está en el centro, sino en el borde. Los biólogos sabemos bien que la biodiversidad se dispara en las fronteras.

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