Los habitantes de la casa deshabitada de Sánchez Rosillo
Hay algo en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) que tiene que ver con el silencio, con una soledad habitada. A menudo, en sus poemas el poeta se interpela a sí mismo y casi siempre, cuando aparecen otras figuras, son visiones del pasado, imágenes que observamos como fotografías antiguas o como vívidos hologramas que, viniendo de muy lejos, habitan el presente con insistencia de presencia real. Cada poema de Sánchez Rosillo arranca en ese silencio habitado como un fragmento de monólogo interior, de amigable conversación con uno mismo. Su obra completa puede considerarse un tratado sobre el poder de la palabra consoladora, sobre la humana necesidad de la palabra como compañía para entender esa rara paradoja: cuando estamos solos jamás conseguimos estar solos. Sánchez Rosillo ha titulado las diversas ediciones de su poesía completa Las cosas como fueron, subrayando su matiz biográfico y pensativo. Podría igualmente haberlas titulado robando (y cambiándole el sentido) a Jardiel Poncela ese enorme título suyo: Los habitantes de la casa deshabitada.
Eloy Sánchez Rosillo es de esos poetas que, como Andrés Trapiello, parecen (sólo en apariencia) estar escribiendo siempre el mismo libro. Nada más lejos de la realidad. De hecho, en la poesía de Rosillo ocurre algo curioso: esas presencias de sus poemas, en vez de estar cada vez más lejos en el tiempo de la memoria y el poema, están cada vez más cerca. Eso, en la evolución de su poesía, ha supuesto un avance desde el tono más melancólico de la primera parte de su obra a la poesía celebratoria que se abre paso desde, sobre todo, Oír la luz, su libro de 2008, de título tan significativo.
La poesía de Sánchez Rosillo busca crear un ambiente, ese ambiente de silencio amigo, en el que luego surge la evocación. Eso hace que los poemas mayores aparezcan acompañados a menudo de otros cuya única finalidad parece ser contribuir a crear ese ambiente. En el debe cabría anotar también una cierta monotonía de tono (que para otros será una virtud, así que es un debe relativo) y el riesgo de la frase de calendario zaragozano que siempre acecha a los poetas que buscan el aforismo (y Sánchez Rosillo lo hace sólo en contadas ocasiones). Estos dos riesgos, con todo, los evita Rosillo la mayoría de las veces. Caídas, por lo demás, necesarias en cualquier poeta de camino a esos poemas mayores. Antes del nombre es un libro imprescindible entre los suyos y tiene poemas de esos en abundancia. Uno de ellos es "Como el viento en la noche":
Siendo tan sólo lo que soy, un hombre,
y no el viento nocturno,
y estando aquí, tan para siempre lejos,
acudo -no sé cómo- ciertas noches de luna,
igual que el viento, buen hermano suyo,
hasta donde se alza la vieja acacia aquella,
es decir, a mi infancia. Y allí sigue,
esbelta, misteriosa y solitaria,
en abandono triste, irremediable,
perdida en el inmenso silencio de los campos
junto al deshabitado caserón.
Me acerco a ella en la noche como si fuera el viento,
la miro desde arriba y me enredo en sus ramas,
la hago sonar,
divago por su copa, y luego me remanso
al lado de los pájaros que duermen.
Puedo ver cómo fluye entre sus hojas
la delicada luz que desde el cielo cae:
agua de luna pura,
agua de estrellas de la madrugada.
Aquí me tienes, vieja amiga, no es
el viento el que ha venido,
soy yo Eloy, aquel de entonces,
que ahora vuelve, ya con el pelo blanco,
a darte compañía;
alrededor de ti giro muy lentamente,
y seguiré contigo, para que no estés sola,
hasta que empiece a despuntar el alba.