Cartarescu, poeta
Gracias al empeño del editor Enrique Redel, el rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) es a día de hoy uno de los narradores extranjeros contemporáneos más valorados en España (tenga eso el valor que tenga, que ya es otra historia). Y lo es con justicia: Cartarescu, que de cuando en vez presume de posmoderno, es en realidad un narrador clásico, de esos que construyen relatos que funcionan como relojes exactos que dan horas de siempre, minutos de dentro y segundos a cada cual más certeros; un narrador clásico que sabe que de la vida hay que contar lo que uno no sabe, pues para eso sirve la literatura, para descubrirlo. Un narrador, en definitiva, de cuando había narradores capaces de contar algo más que su propia vida por capítulos, como en una especie de Gran Hermano insulso y con exceso de adjetivación.
Lo que ahora nos presenta Impedimenta es El Levante, que fue en principio un libro de poemas y ahora es una curiosa combinación de verso y prosa. En el excelente prólogo de Carlos Pardo (algún día debería reunir en un volumen todos sus prólogos; son lo mejor de su obra literaria) (¡es broma!) se explica muy bien la génesis de este libro curioso, algo pariente del más reciente Viagem à India de Gonçalo M. Tavares, por lo que ambos tienen de epopeya posmoderna, que nació como un intento de caricatura de la poesía rumana, “toda la historia de la poesía universal, la historia a secas, y, finalmente, en una sencilla y liberadora defensa de la imaginación” (Pardo dixit). No lo sé resumir mejor que él, así que sigo copiando: “Estamos en mitad del siglo XIX. Manoil, un Byron rumano, su hermana la bella Zenaida, el espía francés Languedoc, el temible pirata Yogurta, la intrépida republicana Zoe, un viejo Antropófago con su mono Hércoles y el célebre sabio sufí Nastratin” surcan el Levante de Samos a Bucarest con la intención de liberar a los rumanos de los griegos; a la vez que los personajes, unamunianamente, se oponen al control de su autor.
Lo que ahora se traduce no es la primera edición de El Levante, sino una versión remozada, transformada en mezcla de verso y prosa, para hacerla más digerible y, probablemente, más fácil de traducir. El resultado es un libro entretenido, lleno de guiños, construido sobre moldes diversos de la literatura y la cultura universal (una especie de El Señor de los Anillos rumano sin batallas ni tantos bichos raros) que se lee con gusto y casi siempre con una sonrisa. Pese a que la traducción de Marian Ochoa de Eribe es, como ya nos tiene acostumbrados, espléndida, lo cierto es que este es un libro cuya potencia lingüística es especialmente de transladar de un idioma a otro. Hay algún poema espléndido (“El lobo y otras fieras”, que hace pensar en alguna de las fábulas de Holub), pero todo tiene un aire de pastiche que hace que la lectura sea divertida y ligera, si uno acepta el juego de ir descubriendo guiños y referentes, pero que hacen de este libro una obra menor tanto del prosista Cartarescu como del poeta Cartarescu, del que estaría bien que su editor español se decidiera a publicar la poesía (si algún residente en Madrid —parezco una azafata del 1,2,3— tiene curiosidad, en la biblioteca pública de Aluche están muchos de sus libros en rumano). Que no parezca que hace uno de menos al libro: Cartarescu es un escritor enorme y El Levante una obra divertida, irónica y llena de encanto.