Stanislavblog por Liz Perales

El toque pinteriano

23 marzo, 2015 17:47

[caption id="attachment_816" width="510"] Invernadero. Foto: Ros Ribas[/caption]

Invernadero es una de las obras tempranas de Harold Pinter, la escribió en 1957 para la radio y luego la guardó en un cajón y no la rescató hasta 20 años después para el teatro. La función se representa hasta el 5 de abril en La Abadía y destaco algunos atractivos que le encontré: por un lado, el relato habla de cómo opera el poder y los mecanismos que emplea para mantener el orden y la disciplina (lo cual no está de más recordar); por otro, reúne algunas de las claves para desentrañar el teatro de Pinter, que pasa por ser críptico, aunque no tanto si lo entendemos como una disección minuciosa del ser humano a través del puro lenguaje.

En la primera escena, antes de dar las luces, suena un villancinco. A continuación aparece en escena el director de una institución que conversa sobre su agenda de la semana con su asistente, un tipo que lleva grabado en la cara su puesto de funcionario. No está muy claro de qué va la institución, parece una residencia de enfermos o de ancianos cuyos internos han sido reducidos a un número. Estos no tienen nombre y tampoco presencia en esta obra. El director de la residencia (Gonzalo de Castro), un antiguo coronel, es de personalidad mercurial, tiene ataques verbales intempestivos y absurdos, ¿provocará la risa o nos conducirá al drama? Y su empleado (Tristán Ulloa), por Dios, que asquerosamente servil y opaco resulta.

Este juego de no saber a ciencia cierta donde estamos, aunque sí percibimos que es un lugar cerrado, es algo habitual en las obras de Pinter y contribuye a crear un halo de misterio, de juego entre la realidad y la irrealidad. También el hecho de crear escenas o situaciones que no sabemos si desembocarán en una situación trágica o cómica y que aumenta la perplejidad y desazón del espectador. Pero el toque pinteriano donde mejor se percibe es en la construcción de los personajes, que van adquiriendo cuerpo y alma por cómo hablan y qué se dicen entre ellos. Traducción y versión, por cierto, que firma Eduardo Mendoza. Con unos diálogos aparentemente coloquiales, el autor va hilvanando escena tras escena hasta conducirnos a un extraño lugar donde la violencia, el miedo, la felonía, la mentira, el asesinato... son moneda corriente entre los empleados de la institución. Un relato que mezcla situaciones absurdas y grotescas, con otras que revela la natural relación que puede darse entre tipos cínicos y sin prejuicios morales.

A estos tipos dan vida Gonzalo de Castro, que me sorprendió con la construcción de un personaje de comportamiento caprichoso, con un toque absurdo y cómico en ocasiones, y violento y dramático en otras. Sin embargo, hacia el final de la obra parece no poder evitar deshacerse de esos tics y maneras que ha incorporado a sus personajes televisivos. Por otro lado, la composición más caricaturesca es la de Tristán Ulloa, quién parece llevar una máscara en el rostro durante toda la obra, en su cometido de dar vida al funcionario rastrero y traidor. Y me gustó especialmente Jorge Usón como médico cínico. Isabel Stofel da vida al único personaje femenino, una atractiva y fria mujer, colaboradora del director, que mantiene relaciones sexuales a varias bandas. Respecto a la escenografía, no me convenció, la encontré aparatorsa y no muy bonita.

Mario Gas ha dirigido la pieza (además de ser uno de los productores) y para ser el primero de los textos que hace de Pinter me sorprende que haya seleccionado esta obra primeriza. Sé que él tiene devoción por este autor y que cuando estuvo al frente del Teatro Español programó en los últimos años tres títulos suyos: El montaplatos, muy cercana en el tiempo a ésta pues es de 1957, Viejos tiempos (1970) y Traición (1978), quizá una de las más representadas. Si nos paramos a pensar en cuando fue escrita Invernadero, resulta de una modernidad apabullante. Tuve la sensación de estar viendo teatro de Mamet. Se la ha identificado también como comedia fundacional del teatro del absurdo, pero la verdad, sólo detecté el absurdo en algunos diálogos de los personajes que, por otro lado, siguen un proceder tan real como la vida misma. Por algo Pinter decía: “Lo que trato de hacer en mis obras es obtener esa reconocible realidad en la que se manifiesta lo absurdo en lo que hacemos, en el modo como nos comportamos y en el modo en que hablamos”.

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