'Le congrés ne marche pas', lección de historia sobre el liberalismo a la remanguillé
- La exposición ideológica que nos hace Joan Yago en el Teatro Valle-Inclán está tan anquilosada como el Congreso de Viena que escenifica.
- Más información: 'La lucha por una política decente', el rearme de la tradición liberal en un mundo polarizado
Las expectativas creadas por el estreno del último espectáculo de la compañía catalana La Calórica se me derrumbaron como un castillo de naipes tras ver Le Congrès ne marche pas en el teatro Valle-Inclán. Hora y media de coreografías ilustradas con textos y diálogos pseudohistóricos de la que salí preguntándome ¿qué ha querido contar exactamente Joan Yago y compañía con este tostón en el que, encima, no pasa nada?
Tras ver la brillante Las aves, que presentaron en Madrid en 2022, esperaba el estoque farsesco y el derroche ingenioso que distinguía aquella obra de Yago, Israel Solà (el director) y esta fantástica troupe de actores catalanes. Del mismo autor hemos visto después otras obras en las que confirma su fórmula de parodiar el capitalismo, la democracia y el liberalismo interpretando episodios históricos.
Yago continúa con sus clases teatrales de Historia a la remanguillé, buscando los orígenes del capitalismo como quien busca el santo grial, ahora equiparando a los representantes del Antiguo Régimen reunidos en el Congreso de Viena en 1814 con el liberalismo económico, lo cual es una simplificación teatral confusa y falsa porque los conservadores y reaccionarios nunca han sido liberales. Ya lo hizo con los monárquicos españoles en su obra Historia breve del ferrocarril (¿sabrá que los liberales de Estados Unidos son lo más parecido a un socialista?).
El numeroso elenco aparece como en un carnaval con trajes principescos de época, uniformes militares de gala y vaporosos vestidos femeninos corte imperio, paseándose en un salón palaciego de la capital austriaca. Son los representantes de las monarquías europeas que, tras vencer en el campo de batalla a Bonaparte, se reúnen en Viena para repartirse el pastel territorial y rearmar la reacción ideológica frente al legado revolucionario.
Como si de un documental se tratara, una voz en off nos va introduciendo en cada capítulo en los que ha sido estructurado el Congreso; previsto para dos semanas, se prolongó hasta nueve meses, convirtiéndose en una fiesta del agasajo en la que se dieron cita miles de invitados, con esposas y queridas, y que, según el montaje, se lo pasaron bailando el vals y viviendo de gorra.
Los actores hablan en francés, el idioma de la diplomacia, y se comportan como fantoches desfilando por una fiesta, con diálogos banales. Ninguna situación dramática, la escenificación se parece más a una coreografía o estudio de movimiento.
Se nota que se han dedicado recursos a enseñar a bailar el vals a los actores, a ritmo de una selección musical esplendorosa de Strauss, Shostakovich, Beethoven o Kachaturian, en coherencia con la idea motriz del espectáculo: los diplomáticos se pasaron nueve meses en bucle.
El director de la compañía, Israel Solà, explica que esta exhibición es una reflexión sobre el capitalismo, y copio esta declaración de augur geoestratega que le brindó a mi compañera Marta Ailoiti en El Cultural: ”No se daban cuenta (los del Congreso de Viena) de que estaba naciendo la Europa del capitalismo, en la que nosotros vivimos ahora y que, de alguna manera, estamos viendo morir”.
Yerran el tiro al utilizar un Congreso que no tiene que ver con el capitalismo, pero que les sirve de excusa para seguir con el ritornello temático del enfrentamiento político e incluso geopolítico del liberalismo frente al socialismo, debate que hoy no es real por mucha melancolía que la izquierda sienta por él.
En cambio, imaginé por un momento que en esta escenificación de la primera cumbre europea la compañía establecería una analogía, por ejemplo, con la Unión Europea o la ONU y sus magníficas reuniones internacionales, aderezadas también con ricos manjares y divertimentos y no sé si con amantes y chicas de compañía. Encuentros de un gobierno supranacional e inaccesible para los pobres mortales gobernados por él.
Pero no, la exposición ideológica que nos hace Yago está tan anquilosada como el Congreso de Viena que escenifica. Y se remata con la escena que salta del XIX a 1990 de la mano de Margaret Thatcher. Ya Andrés Lima explotó el personaje en Shock. Y ahora, a falta de otra figura emblemática del liberalismo, la compañía lo repesca encarnado por la actriz Roser Batalla que nos da un discurso real y resobado de la dama de hierro.
Llega el final, lo he visto repetido en varios espectáculos contemporáneos de danza recientes, un desenlace contemporizador y catártico para que todos los teatreros salgan contentos del teatro y se sientan valientes y contestatarios, aunque no sepan muy bien frente a qué.
Le Congrès ne marche pas
Teatro Valle-Inclán, hasta el 20 de octubre
Creación: La Calòrica
Texto: Joan Yago
Dirección: Israel Solà
Reparto: Roser Batalla, Joan Esteve, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Tamara Ndong, Marc Rius, Carles Roig y Júlia Truyol
Voz en off: Vanessa Segura
Voz en off francesa: Corentine Sauvetre
Espacio escénico: Bibiana Puigdefàbregas
Iluminación: Rodrigo Ortega Portillo
Vestuario: Albert Pascual
Espacio sonoro: Guillem Rodríguez y David Solans
Caracterización: Anna Madaula
Coreografía y movimiento: Vero Cendoya
Producción: Centro Dramático Nacional, La Calòrica y Teatre Lliure