Centauros del desierto de John Ford, con John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles, Ward Bond y Natalie Wood
El cine en estado de gracia, como arte, como remedio casi milagroso contra el dolor y el olvido. John Ford murió hace 26 años, pero, ¿a quién puede importarle? Su obra, absolutamente magistral, cabalga impertérrita a lomos de las décadas, de los siglos también, más allá del sufrimiento, de las catástrofes naturales y de las otras, del hambre y de los odios, también de las felicidades más cotidianas. "Centauros del desierto", para muchos, una de las películas más grandes de la historia, también rompe cuantas barreras existan o puedan existir del tiempo y del espacio. A Ford ("El hombre tranquilo", "Las uvas de la ira", "¡Qué verde era mi valle!"...) jamás le costó conseguirlo. Porque las películas de este inconmensurable director no cuentan historias, sino complejas o simples reacciones del alma. Que es inmortal y no conoce años. Y así es también "Centauros del desierto", donde Ford deja atrás la obsesiva aventura de un hombre (John Wayne realiza la que es la mejor y más carismática interpretación de su carrera) en pos de su joven sobrina raptada por los indios para bucear en los pliegues y costuras de cada personaje. En los miedos, en las dudas, en los amores que ni cien vidas logran hacer olvidar, en las insatisfacciones, en la soledad resignada, en la soledad, en fin, que sabiamente se plasma en una escena, lírica y hermosa, en que alguien (¿qué más da su nombre?), tras cumplir con su deber (ah, el sentido del deber, de la honra, de la virilidad, al cabo, en el cine de John Ford...) cierra despacio la puerta que ha abierto justo al comenzar el filme, desanda el camino y se aleja. ¿A dónde, a dónde van los sueños cuando los sueños se acaban?