Image: El Este toma las riendas

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Cine

El Este toma las riendas

Con Love Sick el cine rumano da brillo a la cartelera

27 marzo, 2008 01:00

Marisa Popistau en la película Love sick.

El cine rumano vive su clímax. Después de la Palma de Oro de 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu, llega a las pantallas Love Sick, tragicomedia romántica protagonizada por un peculiar trío en el Bucarest de hoy. El filme, que arrasó en su país, da voz a una nueva generación que, como explicó el director Tudor Guirgiu a El Cultural, abraza la modernidad sin complejos. Al igual que lo hace una hornada de nuevos cineastas que está triunfando con radicales propuestas que los sitúan a la vanguardia cinematográfica.

Love sick es la tercera película rumana que se estrena en España en menos de un año. Las dos anteriores fueron 12:08 Bucarest, de Corneliu Poimbiu, premio a la mejor ópera prima (Caméra D’Or) en Cannes en 2006 y la célebre 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu. La segunda, Palma de Oro y premio a la mejor película europea, sobrevive en la salas españolas tras haber obtenido un gran éxito de público entre los cinéfilos. Con la llegada de Love Sick, de Tudor Guiurgiu, los exploradores de la cartelera podrán seguir descubriendo una cinematografía apasionante cuya vitalidad y calidad tiene sorprendidos a propios y extraños. Desde luego, resulta de lo más llamativo que un país que en 2000 no produjo ni una sola película actualmente se codee en los palmarés internacionales con potencias mucho más establecidas.

El milagro rumano, cuando menos cinematográfico, existe. A sumar a los cineastas mencionados, otros nombres importantes que también están en la treintena. Como Cristo Puiu, cuyo debut La muerte del señor Lazarescu recibió un premio en Cannes (cuyo festival ha sido el gran impulsor del fenómeno) o el Spirit Award estadounidense a la mejor película extranjera. Otros nombres importantes, el fallecido trágica y prematuramente Cristian Nemescu (California Dreamin’) o Radu Muntean (The Paper will be Blue). Love Sick, el filme que mañana llega a las pantallas, viene precedido de un gran éxito de público en su país, que se ha visto reflejado en la modernidad que propone. A través de una sencilla y efectiva historia de amor entre dos chicas que se aman sin darse cuenta, Tudor Guiurgiu (Bucarest, 1972) rompe tabúes.

Una nueva generación. "Yo creo que el boom del cine rumano es una cuestión de coincidencia cronológica", explica Guirgiu, "porque en realidad, todas nuestras películas son muy diferentes". Sin duda, la suya es la que mejor encaja dentro de los parámetros de lo que suele entenderse por comedia romántica aunque uno de los vértices del triángulo propuesto sea homosexual y el otro, incestuoso; de hecho, aparece una Rumanía "nueva" en la que los jóvenes se comportan de forma no muy distinta a lo que puede observarse en cualquier ciudad occidental. Para Guiurgiu él mismo pertenece a la última generación que aún ha vivido el comunismo y tiene presentes las secuelas de una dictadura que nadie defiende. Por ello, son quienes acaban de cumplir los 20 años o rondan esa edad, como los estudiantes protagonistas de la película, quienes abrazan la nueva etapa sin las cicatrices del pasado.

En este sentido, aunque por la temática de la película (en la que una de las chicas protagonistas está liada a la vez con su propio hermano) podría preverse un culebrón sórdido o un melodrama de trazo grueso, la gran sorpresa es que el filme mantiene en casi todo momento un tono luminoso y feliz, despreocupado e incluso alegre, acorde con esa "nueva moral" que Giurgiu describe: "Para los padres la homosexualidad sigue siendo un problema pero creo que los jóvenes lo tienen muy superado. Desde luego, ésta no es una película sobre la homofobia. Alguna gente me ha dicho que no pensaban verla porque con semejante argumento esperaban todo lo contrario a lo que se terminaron encontrando. Siempre quise que hubiera un tono amable y delicado. No se trataba de crear algo sórdido y oscuro, ni de que el sexo fuera la fuerza motriz sino de tocar los corazones de la gente".

La pareja protagonista, interpretada por las actrices Marisa Popistasu e Iona Barbu, deambula ociosamente por un Bucarest occidenta- lizado convertido en patio de juegos, por lo que podría decirse que el filme cuenta una historia universal de forma universal: "La intención era que lo esencial fueran los sentimientos de los personajes más que el contexto por lo que cualquier persona del mundo pudiera verse identificada. De todos modos, sí existe un background local que está presente y que le da color a la historia. Yo diría que no es un filme sobre Rumanía pero sí sobre los rumanos". Además, la pobreza que aún persiste en algunas capas del país brilla por su ausencia: "Los protagonistas no representan a la mayoría. Son personas de clase media alta, con una educación universitaria, que leen y tienen inquietudes. Hay mucha gente así pero evidentemente no todo el mundo".

Entre el pasado y el presente. Guirgiu se aparta de la corriente dominante entre los cineastas de su generación, que sí se han dedicado a analizar meticulosamente las huellas y secuelas de la dictadura comunista. 12:08 Bucarest, por ejemplo, es una aproximación irónica a la caída de Ceaucescu a partir de la mirada de tres perdedores. Con la película, la intención de Poimbiu era desmitificar la idea de una revolución popular que habría derribado el poder al estilo de la Revolución Francesa. En el mismo tono irónico, La muerte del señor Lazarescu es una peculiar adaptación de La divina comedia en la que los círculos del infierno son sustituidos por los hospitales en los que el señor Lazarescu del título, un hombre mayor que vive solo en su apartamento, va siendo ingresado buscando quien se ocupe de él. Uno a uno lo van enviando a otros centros hospitalarios en una odisea kafkiana.

The Way I Spent the End of the World (La forma en que pasé el fin del mundo) de Catalin Mitulescu cuenta la transición a la democracia a través de los ojos entusiastas primero y desencantados después de una adolescente. Cuatro meses, tres semanas, dos días, como es conocido, propone una metáfora sobre la dictadura a partir de un aborto anecdótico elevado a categoría.

Aunque la reevaluación del pasado es una constante, los filmes mantienen tonos diversos pero todos destacan por su uso del sentido del humor, incluido el de Guiurgiu. "Yo creo que reírnos de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea es lo que nos ha salvado todos estos años", admite el director. "Si este país ha podido aguantar a un dictador tan espantoso durante tanto tiempo es precisamente por ese lado cómico", añade. El cineasta también explica otros motivos que cree que hacen de Rumanía un lugar especialmente atractivo para los artistas: "Hay una mezcla de culturas muy interesante. Por una parte tenemos rasgos latinos, como la lengua, mezclados con la herencia rusa del norte y de los pueblos eslavos. Además, somos un país nuevo en el sentido de que acaba de abrirse a la democracia".

Una industria escasa. Para Guiurgiu los factores que han llevado al nacimiento del fenómeno son dispares y no cree que pueda hablarse de una verdadera amistad entre los directores "al modo que existió en la Nouvelle Vague en los años 60". Pero tampoco opina que sea descabellado referirse a una generación con rasgos, o cuando menos experiencias, comunes: "El problema es que la industria cinematográfica de este país es tan dura que nos hemos tenido que buscar la vida por nuestra cuenta. Hay una escuela de cine por la que hemos pasado todos pero nunca fue una gran escuela, hemos ido aprendiendo sobre la marcha. El sentimiento de unidad se mantiene porque juntos hemos luchado por muchas cosas, desde cambiar la política del Gobierno de subvenciones hasta la batalla porque el público de nuestro país comience a interesarse por otro tipo de cine. Tenemos además el problema de la escasez de salas, en Rumanía hay una por cada 250.000 personas, la cuota más baja de toda Europa".

En busca del público. En Rumanía el cine también sobrevive gracias a las subvenciones aunque en ese país no se produjeron más que una quincena de películas el año pasado mientras en el nuestro ese número se multiplicó por diez. La nueva generación de directores ha tenido que partir de cero ya que durante el régimen comunista, como explica Guiurgiu, el cine sólo tenía sentido como instrumento de propaganda al servicio del poder. En este contexto, la proliferación de rodajes de películas de Hollywood, como la última producción de Francis Ford Coppola Youth Without Youth o superproducciones como Cold Mountain no sólo han inyectado casi 200 millones de dólares en la economía durante el último lustro, también ha sido una inmejorable escuela para muchos de estos directores, que han pasado en su totalidad por estas producciones estadounidenses.

En cualquier caso, el camino para la consolidación de la industria rumana aún es largo y no está exento de peligros y amenazas. El propio Guiurgiu fue durante un breve lapso de tiempo director de la radiotelevisión pública del país, un puesto que quería utilizar para cambiar los hábitos culturales de sus compatriotas y del que dimitió hace pocos meses porque "para continuar tenía que entrar en un juego de prebendas políticas que no iba nada conmigo". Además, el éxito de esta nueva generación ha sido más celebrado fuera que dentros de sus fronteras. "Nos hemos convertido en embajadores de nuestro país, pero yo diría que en demasiado embajadores. En Rumanía Hollywood tiene un dominio absoluto del mercado. Mucha gente lo que nos dice es que no entienden por qué triunfamos si odian nuestras películas".