Compré una pala ...
Autor y Director: Rodrigo García. Intérpretes: Juan Llorente, Rubén Escamilla y Patricia Lamas. Cuarta Pared. Madrid
El espacio escénico, lugar de todas las atrocidades, convertido en vertedero: restos orgánicos por doquier, la imaginería de una crucifixión, uno de los pocos momentos líricos que se permite Rodrigo García, y una corona mortuoria que sustituye al espejo donde un hombre, despojado de todos sus atributos, se afeita sin saber para qué. Esa es la idea que transmite esta vuelta de tuerca que, en el desafío ascendente del creador de La Carnicería, supone Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, al menos ese es el "mensaje" que yo percibo. La idea de teatro de Rodrigo García sigue fiel a sí mismo: palabra e imagen, grandes silencios y grandes discursos poemáticos; una acusada filiación artaudiana apuntalada, paradójicamente, en una verbalidad tórrida. Lenguaje del cuerpo, fuerte organicidad frente al recitado monótono de una singular escuela actoral.
Parece que en cada espectáculo Rodrigo García estuviera cavando su propia tumba. Mas emerge siempre con más desdén por la inmunda sociedad que nos rodea. Esa sociedad abomina de los mitos que interesan a Rodrigo García con la misma vehemencia con la que éste abomina de ella. Mitos, seres, "verdaderos hijos de puta" que contribuyeron a dignificar, o paliar, las miserias de esta vida. Por si no estuviera claro el pensamiento y el lenguaje de Rodrigo, he aquí una declaración de principios explícita en esta obra: "Encadenan la naturaleza y eso es un parque; someten al hombre y se llama Estado". En esa negación del Estado y lo que conlleva se inscribe esta obra del más provocador de los autores actuales.
El espacio escénico, lugar de todas las atrocidades, convertido en vertedero: restos orgánicos por doquier, la imaginería de una crucifixión, uno de los pocos momentos líricos que se permite Rodrigo García, y una corona mortuoria que sustituye al espejo donde un hombre, despojado de todos sus atributos, se afeita sin saber para qué. Esa es la idea que transmite esta vuelta de tuerca que, en el desafío ascendente del creador de La Carnicería, supone Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, al menos ese es el "mensaje" que yo percibo. La idea de teatro de Rodrigo García sigue fiel a sí mismo: palabra e imagen, grandes silencios y grandes discursos poemáticos; una acusada filiación artaudiana apuntalada, paradójicamente, en una verbalidad tórrida. Lenguaje del cuerpo, fuerte organicidad frente al recitado monótono de una singular escuela actoral.
Parece que en cada espectáculo Rodrigo García estuviera cavando su propia tumba. Mas emerge siempre con más desdén por la inmunda sociedad que nos rodea. Esa sociedad abomina de los mitos que interesan a Rodrigo García con la misma vehemencia con la que éste abomina de ella. Mitos, seres, "verdaderos hijos de puta" que contribuyeron a dignificar, o paliar, las miserias de esta vida. Por si no estuviera claro el pensamiento y el lenguaje de Rodrigo, he aquí una declaración de principios explícita en esta obra: "Encadenan la naturaleza y eso es un parque; someten al hombre y se llama Estado". En esa negación del Estado y lo que conlleva se inscribe esta obra del más provocador de los autores actuales.