Image: Alejandro Casona

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Teatro

Alejandro Casona

Cien años de teatro moral

20 marzo, 2003 01:00

Alejandro Casona, por Grau Santos

El 23 de marzo se cumple el centenario de Alejandro Casona (1903-1965), uno de los autores teatrales más señalados del exilio español pero también, y junto con García Lorca, auténtico representante del teatro del 27. Exiliado en Buenos Aires tras la guerra civil, regresó a España a principios de los años 60.

En España, a finales de los años cincuenta, el teatro aficionado y el universitario empezó a programar obras de Casona. Su estela pronto llegó a las carteleras profesionales. Por entonces, el dramaturgo asturiano era conocido en todo el mundo, salvo en su país. Su condición de republicano le hizo permanecer en Argentina tras la guerra civil, protagonizando uno de los exilios más famosos de la contienda. En los sesenta Casona se instalaba en los teatros de Madrid con la misma prodigalidad que lo hacía Alfonso Paso, a quien disputó el cetro de la popularidad. Dicho éxito motivó su más rápido regreso, pero el aumento en la consideración popular fue de la mano del descenso de su consideración estética, pues los jóvenes aficionados al teatro sospecharon del éxito. El público español de ese momento no era precisamente un dechado de buen gusto, por lo que la ecuación éxito comercial igual a pobreza estética funcionaba con enorme precisión. Empezó a no gustar Casona, tanto por lo rápido que se asimiló su fórmula dramática, como por el apropio que hizo el franquismo de su vuelta. Con el tiempo, podemos comprender aquellas posturas, pero también los límites de nuestros planteamientos.

Alejandro Casona (1903-1965), seudónimo de Alejandro Rodríguez álvarez, junto con García Lorca es el gran innovador de la comedia española de su tiempo. Ambos son los auténticos representantes del teatro de la generación del 27, aunque sus supuestos poéticos difieren sustancialmente. Su llegada a la escena coincidió con el notable impulso que la II República dio a la cultura. La puesta en marcha de campañas de cultura popular significó una ruptura en el decaído ambiente que había dejado la Dictadura. En una de aquéllas campañas apareció Casona, que ya había escrito una interesante comedia, La sirena varada (1928), con la que consiguió el premio Lope de Vega, estrenado en 1934 con éxito clamoroso. Ese movimiento cultural, procedente de una universidad inquieta y activa, fue el ambiente en el que situó Nuestra Natacha (1936), que también obtuvo excelente acogida. A partir de la crítica a los viejos métodos pedagógicos proponía Casona el amor, la confianza en el hombre y la libertad como paradigmas de lo nuevo.

Llegaba a la escena española un autor que no pretendía ofrecer novedades estéticas procedentes del exterior, y que se situaba más cerca del teatro comercial que del de vanguardia. Casona tenía claro que lo que quería era renovar la comedia burguesa, recuperando la imaginación que iba diluyéndose en Benavente, pero desde sus mismos postulados. Para ello puso en conflicto lo real con lo onírico, logrando un tipo de drama en donde combinaba la sorpresa escénica con una depurada técnica, entendiendo la primera como truculencia, y la segunda, como forma habitual de teatralidad. Su absoluto conocimiento de la escena se advierte en la excelente disposición de los materiales dramatúrgicos.

La fórmula casoniana es muy precisa: tres actos, un tema que encierre claros y emotivos elementos, y repartos no muy numerosos, acordes con el tipo de compañías que se llevaban en ese tiempo. Sus comedias se ven las unas en las otras, consiguiendo un desarrollo dramático hábil, intencionado, en el que siempre hay un truco de seguro efecto para terminar cada acto; el siguiente empezará sin recordar apenas el punto en donde acabó el anterior, hasta recuperar de nuevo el climax que terminará con otro espectacular final de acto.

En sus primeras obras encontramos temas y procedimientos dominantes, como la actualización del mal, en forma de diablo, y la presencia del elemento fantástico, que conduce a interesantes efectos oníricos. Otra vez el diablo (1935) y Prohibido suicidarse en primavera (1937) son piezas de relojería incapaces de sorpresa alguna. Romance en tres noches (1938) juega con el motivo de personajes encerrados, como hizo en Nuestra Natacha. Las tres perfectas casadas (1941), estrenada ya en el exilio bonaerense, teatraliza la casualidad. Con La dama del alba (1944) acierta Casona al elegir una historia cargada de elementos fantásticos, que rememoran su juventud asturiana. La barca sin pescador (1945) insiste en el tema de la personificación de la Muerte. Con Los árboles mueren de pie (1949) regresa al mundo de fantasía de sus primeras obras. La llave en el desván (1951) y Siete gritos en el mar (1952) utilizan el sueño como motivo dramático. La tercera palabra (1953) insiste en el tema en el que se sentía más seguro: la dualidad Dios/Muerte con el Amor como motivo de conflicto, palabras que aparecen en el título de su siguiente obra, Corona de amor y muerte (1955), en la que adapta el clásico tema de Inés de Castro. La casa de los siete balcones (1957) es quizás el texto más casoniano de esta época. Su última obra, estrenada en España con dirección suya, al regreso del exilio, El caballero de las espuelas de oro (1964), teatraliza episodios de la vida de Quevedo.

Casona fue un triunfador de la escena. Lo hizo en la República, en el exilio y en el franquismo. Elaboró un teatro que valía para cualquier situación. Esa es su grandeza y su miseria. Pese a partir de planteamientos políticos de izquierdas sus textos nunca tuvieron una posición ideológica clara. Pasados los años, parece de justicia reconocerle los méritos de quien planteó una dramaturgia tan peculiar como la suya, celebrada y olvidada en poco tiempo.

Cronología
23 de marzo de 1903. Nace Alejandro Rodríguez en Besullo (Asturias). El apellido ficticio Casona viene del apodo familiar "los de la Casona".
1918-1922. Se instala en Murcia y se matricula en el Conservatorio.
1923. Se traslada a Madrid y estudia magisterio.
1926. Publica su primer poemario, El peregrino de la barba florida.
1928-1930. Se casa con Rosalía Martín. Es destinado a Lés (Valle de Arán). Funda el teatro infantil "El pájaro pinto". Escribe La sirena varada y publica La flauta del sapo.
1931. Oposita con éxito para inspector provincial. Dirige el "Teatro del Pueblo". Publica Sancho Panza en la península y Entremés del mancebo que casó con mujer brava.
1932-1933. Obtiene el Premio Nacional de Literatura por Flor de Leyendas y el Lope de Vega por La sirena varada.
1935-1936. Se estrenan con éxito El misterio de María Celeste, Otra vez el diablo y Nuestra Natacha. Con la guerra civil se exilia a Francia.
1937-1939. Es el director artístico de una compañía francesa de comedias. Viaja por América Latina. En México estrena Prohibido suicidarse en primavera, en Caracas Romance en tres noches y en Montevideo Sinfonía acabada.
1940-1949. Se instala en Buenos Aires. Se estrenan Las tres perfectas casadas, La barca sin pescador, La molinera de Arcos, La dama del alba, Los árboles mueren de pie.
1950-1961. Estrena La llave en el desván, Siete gritos en el mar, La tercera palabra, Corona de amor y muerte, La casa de los siete balcones y Tres diamantes y una mujer.
1962. Regresa oficialmente a España. José Tamayo estrena La dama del Alba en el Bellas Artes de Madrid.
1964. Tamayo dirige El caballero de las espuelas de oro.
1965. Muere el 17 de septiembre en Madrid.