El borrascoso norte de la escena
Lo mejor del año: Teatro / Análisis
30 diciembre, 2004 01:00José Pedro Carrión en Himmelweg (Camino del cielo), de Juan Mayorga
Se han perdido este año casi 300.000 espectadores. Y ese es un dato alarmante sobre todo teniendo en cuenta que los musicales se llevan la parte del león en la asistencia a los teatros. Los musicales, Cabaret, Cats, Mamma Mia..., son un factor contable distorsionante. También La venganza de Don Mendo ha contribuido a frenar la caída de espectadores; lleno en La Latina desde hace varios meses. Eso es digno de reseñar y es, además, sintomático de por donde van los gustos del público: teatro de evasión y musicales frente a teatro de pensamiento. A primeros de año pasó por el Muñoz Seca una obra, Made in Argentina, de lo mejor que ha llegado del otro lado del Atlántico; con una ejemplar interpretación de Hugo Arana, Soledad Silveira, Ana María Piccio y Victor Laplace, apenas duró un mes en cartel.Pero hay otras cosas de este año 2004 que ayudarán a superar estas ligeras depresiones. Lo primero, la Royal Shakespeare Company, suficientemente elogiada ya en estas páginas. Comparados con estas creaciones foráneas hay pocos espectáculos netamente españoles que merezcan tal lugar de honor. A excepción de La Abadía, de José Luis Gómez (notable el montaje de El rey se muere), nada hay que se le aproxime al sentido de escuela de la Royal. La cena, de Brisville, en el Bellas Artes es una muestra de un teatro sin frivolidades aleatorias: densidad, pensamiento y tensión actoral con un insuperable Carmelo Gómez y el mejor Flotats que se ha visto desde su lejanísimo Cyrano de Bergerac. Els Joglars nos lleva a Cervantes con el Retablo de las maravillas, pleno de variaciones y vitriólicas prevaricaciones; y apuntalado por un grupo de actores en estado de gracia en el que Ramón Fontseré sigue marcando las fronteras de la genialidad.
Estos espectáculos y otros como la ritualidad de La Orestiada, de Mario Gas, el polémico Rey Lear de Bieito o el nivel actoral de Otegui, Echanove, Pedregal y la Marzoa en El precio, marcan hitos del teatro que se ha hecho en España en 2004, pero no definen la temperatura del teatro español. Ni Santa Juana de los mataderos, dirigida por Àlex Rigola, una muestra clara de cómo recrear un texto sin recurrir a su devastación. Los monólogos han sido también un punto de referencia esta temporada. Se acostumbra a verlos como un recurso económico de producción; pero son bastante más. Magöi Mira recuperó su inolvidable Molly Bloom de hace 25 años, y Lola Herrera sus Cinco horas con Mario, de parecida longevidad; El Brujo inimitable ha vuelto con su trilogía de San Francisco, El lazarillo y El contrabajo. Y Diatriba de amor, torrencial y tórrida de Ana Belén. Vía Dolorosa supone, además de una valiente aproximación a la cuestión palestina, una de las mejores interpretaciones de Joaquín Kremel.
Algo debería hacer por el autor español, y de seguro lo hará, el nuevo Centro Dramático Nacional (CDN) del cambio político propiciado por los convulsos 11 y 14 de marzo. La orientación del anterior CDN era, digamos, españolista y la del nuevo parece ser europeísta. Pese a lo cual ha empezado con Himmelweg (Camino del cielo), de Mayorga, una obra perturbadora sobre la complicidad de la sociedad o la inopia respecto a los campos de exterminio nazi. Mayorga ya estuvo en el María Guerrero con otra obra también inquietante, Cartas de amor a Stalin, y ha estrenado recientemente Copito de nieve (Nuevo Alcalá) y Animales nocturnos (sala Guindalera). Pero el caso de Mayorga, y en menor medida el de Jordi Galcerán (El método Gronholm), no tapa la menesterosidad del autor español sin sitio y sin público; a éste, en general, se le representa poco y en malas condiciones. Valga a título de ejemplo la precariedad con que se puso en el Galileo la última obra de Ignacio Amestoy, De Jerusalén a Jericó. Si esto no se remedia, desde el sector público y el privado, el horizonte del teatro español es sombrío: o clásicos sin presente o muertos con ilustre pasado. La coartada es negar que haya autores de relieve; mentira. No sabremos lo que hay si no se los representa. De momento, hay sigue Alfonso Sastre, en el exilio del "borrascoso norte" que diría Bergamín. Cuando queramos darnos cuenta de que Sastre existe acaso sea demasiado tarde para Filoctetes. En el fondo, lo que unos y otros, y todos a la vez temen es un teatro de agitación, de testimonio, de lo que sucede en estos tiempos; un teatro vivo y, a la vez, de calidad.