Image: El año de Eduardo De Filippo

Image: El año de Eduardo De Filippo

Teatro

El año de Eduardo De Filippo

La Abadía celebra 15 años con "El arte de la comedia"

29 enero, 2010 01:00

Carmen Machi y Enric Benavent en 'El arte de la comedia'

El estreno de El arte de la comedia, el 3 de febrero en La Abadía de Madrid, es el prólogo del año defilippiano. Los mejores títulos de Eduardo De Filippo (Nápoles 1900, Roma, 1984) recorrerán en los próximos meses diversas ciudades de nuestro país. Con este motivo, Ana Isabel Fernández Valbuena, profesora de la RESAD, analiza las claves de su obra.

Simbólica la decisión de La Abadía de estrenar El arte de la comedia. El escenario conmemora sus quince años de funcionamiento y lo hace con una obra que habla sobre el teatro y sus dependencias políticas. De éstas sabe bastante José Luis Gómez, que presume de dirigir un teatro privado, aunque esté financiado casi en su totalidad con fondos públicos. Pero volviendo a la obra, El arte de la comedia ha sido dirigida por Carles Alfaro, quien ha recurrido para formar el amplio elenco a 16 actores vinculados al teatro más o menos desde sus orígenes: Carmen Machi, Lidia Otón, Pedro Casablanc, José Luis Alcobendas, Joaquín Hinojosa, Lola Manzano y Ernesto Arias, entre otros. Sobre Enric Benavent recae el personaje protagonista de la obra, Oreste Campase, alter ego del autor y tipo de héroe defilippiano: un fanfarrón y fantasioso, también un poco gafe, y un ser excesivo de acuerdo con el temperamento napolitano, pero un hombre que acaba demostrando que sus ideas no son tan descabelladas.

Campese dirige una compañía de teatro que llega a una ciudad. El director quiere que el gobernador vaya a ver la función para promocionarla y darle empaque, y va a entrevistarse con él, pero se crea un malentendido entre los dos y acaba suspendiéndose el estreno. El director le amenaza y, al día siguiente, envía a los actores al despacho del gobernador para que se hagan pasar por las visitas que éste espera. Es el momento en el que los espectadores se preguntan quién es real y quién ficticio, pues resulta difícil distinguir cuándo son actores y cuándo personajes.

Guiño-homenaje
"La obra se divide en dos partes", explica el director Alfaro, "en la primera, se desarrolla toda la conversación con el gobernador, en la que De Felippo se pregunta si realmente el teatro tiene interés para la sociedad y, por tanto, si es de interés nacional para que merezca el apoyo del Estado. La segunda es un juego más ambiguo, casi pirandelliano, en la que viene a decirnos que le es indiferente si lo que está planteando es real o ficticio". Respecto a la puesta en escena, continúa el director, "me he decidido por presentar un decorado que está como quemado, ha sido salvado del incendio que acabó con la carpa en la que se representaba El arte de la comedia. En realidad, es una especie de guiño-homenaje a toda la generación de artistas italianos como Totó, Vittorio Gassman, Mastroiani, Fellini, contemporáneos de De Filippo y representantes de un mundo que ya ha desaparecido". Un momento, el de la posguerra italiana, que en cine y literatura trajo el neorrealismo y que, cuando se asentó, De Filippo ya era un habilidoso autor de comedias que mezclaban realidad y humor con su sello de ternura.

Alfaro está convencido de que la obra va a sorprender por lo cercano que nos resulta un argumento de 1964. De Filippo la escribe tras su experiencia como propietario y director del teatro San Ferdinando de Nápoles, que había comprado tras la Guerra y que se ve obligado a cerrar en 1962 por falta de fondos. Intenta reabrirlo dos años después, con la intención de vincularlo al famoso Piccolo de Milán, pero finalmente no obtiene la ayuda del Estado y desiste. En realidad, De Filippo no pertenecía a esta nueva era del teatro oficial estable, lo suyo eran las compañías ambulantes, como la que él mismo había dirigido con sus hermanos Peppino y Titina.

Los dialectos italianos
Al igual que no se puede hablar de la nación italiana hasta la unificación, a partir de 1868, tampoco es muy adecuado referirnos a un teatro escrito en italiano hasta décadas después, pues hasta entonces los autores escribían en sus dialectos respectivos. En el siglo XX tanto Pirandello como De Fillippo, que se admiraban mutuamente, son conscientes de que el italiano sigue siendo una lengua artificiosa para el teatro. El primero abandona el siciliano de sus obras dramáticas iniciales para escribir en un italiano medio que todo el mundo entiende. De Filippo se convierte en un experto en encajar expresiones napolitanas en esta lengua común.

Es obvio que la obra de De Filippo no alcanzó el prestigio de la del Premio Nobel de Literatura. Quizá se deba a los prejuicios a los que tuvo que hacer frente en vida: el hecho de haberse forjado en la tradición del teatro popular, dentro de una importante saga napolitana (era hijo ilegítimo de Eduardo Scarpetta), en la que primero aprendió el oficio de actor, para luego ejercer de autor y director con compañía propia. Autor, pues, curtido en la práctica, pero al que le costó ser reconocido como uno de los grandes por la crítica.

Montando a Eduardo

por Ana Isabel Fernández Valbuena

Se estrena en La Abadía El arte de la comedia, del napolitano Eduardo De Filippo (con dirección de Carles Alfaro y un espíritu muy felliniano), primera representación en castellano de esta obra epigonal, emblema de una forma de vivir el teatro y de hacerlo: la de los cómicos de estirpe. Eduardo -como lo conocen en su tierra- lo era, y estaba llamado a contar los destinos de su gente con los mimbres de los géneros populares y la lengua dialectal. Pero con el aliento de las obras universales. En los años veinte del pasado siglo hacía revista con sus hermanos; en los treinta formó junto a ellos compañía con un repertorio propio de desternillarse de risa. Al Duce le encantaban, a pesar del dialecto, prohibido por el régimen. Es de aquella época Natale in casa Cupiello (Navidad en casa de los Cupiello), una joya engastada en la pasión napolitana por montar el belén y eludir la realidad, recién estrenada en la Biblioteca de Cataluña (con dirección de Oriol Broggi). Y no serán estos los únicos montajes del año en honor del célebre comediógrafo, poco conocido en nuestro país, donde lo más representado ha sido su Filumena Marturano, que no es la mejor de sus obras: escrita para la genial Titina De Filippo, tocaba un asunto doloroso, pues los hermanos eran -como la descendencia de Filumena- hijos naturales del actor y dramaturgo Eduardo Scarpetta, que llevó una doble vida familiar.

En Cataluña, Valencia y Murcia -será por la sinergia mediterránea-, ha sido mejor entendido el universo de perdedores con encanto que puebla su dramaturgia, y se ha representado más: desde La gran ilusión (1988) a Sábado, domingo, lunes (2003); de ahí que se sucedan en la temporada dos montajes de una de las obras más demoledoras de Eduardo, Questi fantasmi! (¡Estos fantasmas!), una en Valencia, con dirección de Juanjo Prats (Teatre Rialto, 28 de abril) y otra en el Festival del Grec (con dirección de Oriol Broggi). Desde los años de actor de revista, Eduardo interpretó a sus protagonistas, otorgando una cohesión a su dramaturgia que hacía difícil distinguir si la grandeza de los personajes pertenecía al autor o al actor. Su reconocimiento internacional -ya desde el estreno en 1945 de Napoli millonaria (Nápoles millonaria)- y el éxito de un teatro adherido fieramente a los problemas de su tiempo, esclarecen hoy las dudas. Por fin, también en España.