En la casa de Bernarda Alba la libertad es el suicidio
El dramaturgo José Manuel Mora plantea al hilo de su estreno en el CDN una lectura alternativa del texto lorquiano, en la que la emancipación de las hijas sometidas no pasa por los hombres.
Lorca es un titán del teatro, y en cierta forma eso puede ser el beso de la muerte. Sus obras y la elevada masa crítica que han inspirado son adquisiciones de rigor en universidades del mundo y escuelas de teatro. Pero convertir a alguien en icono supone el riesgo de transformarlo en una abstracción y las abstracciones son incapaces de generar una comunicación vital con el público.
Hemos de creer en la capacidad de nuestros clásicos contemporáneos para irradiar sus zonas todavía ocultas y enfrentarnos a ellos sin el peso del análisis de cierta tradición textual –que normalmente obedece a paradigmas estéticos naturalistas y que se ha instaurado como inamovible en los centros de enseñanzas–. En ocasiones, este análisis solo ha conseguido hacernos ver lo que ya sabíamos –porque nos lo contaron en el colegio, en el instituto, en la universidad– y perpetuar todo un aparato crítico que domestica su poder de subversión y aplasta la posibilidad de descubrir algo nuevo.
En lugar de una hermenéutica, necesitamos de una erótica del arte –como dice Susan Sontag en Contra la interpretación– que permita ver precisamente aquello que no encaja en el análisis. A todos nos han explicado que La casa de Bernarda Alba representa el conflicto del anhelo de libertad [personaje de Adela] frente al principio de autoridad [Bernarda Alba]. Toda la obra está llena de tentativas que cuestionan desde la poesía el orden moral establecido. Es cierto. De ahí su vigencia. Recluidas en una arquitectura trazada con las líneas opresivas del deseo insatisfecho, el eros irrumpe con una fuerza imparable entre las paredes de un hogar por las que chorrea el agua sexual.
[Alfredo Sanzol: "La violencia de Bernarda Alba contra sus hijas es machista"]
Lo que cuestiono no es tanto el anhelo de libertad de todas estas mujeres presas de la autoridad de Bernarda sino la asociación de este anhelo de libertad al eros masculino. Pareciera que la libertad para la mujer solo fuera posible a través de la consumación del deseo del hombre. No en vano, La casa de Bernarda Alba fue escrita por un poeta homosexual.
Podríamos tachar esta perspectiva de reduccionismo de género, pero lo que me parece indiscutible es que la visión del deseo de libertad de todas estas mujeres obedece al canon masculino imperante en gran parte del mundo: en la segunda mitad del siglo pasado, la manera que muchas mujeres pudieron liberarse del yugo paterno fue a través del hombre y del embarazo. Muchos de nosotros somos el peaje que nuestras madres tuvieron que pagar para encontrar un [falso] oasis de libertad.
"Huyendo de Bernarda, sus hijas se encadenan a la autoridad del marido. Paradoja fértil para el teatro"
Y he aquí un ámbito fértil para el teatro, la paradoja, en el que se concilia lo uno y su contrario: huyendo de la autoridad [Bernarda, el pilar familiar] a través de la satisfacción del deseo del hombre, estas mujeres solo consiguen encadenarse a una nueva autoridad [el marido y futuro padre]. Así, Pepe el Romano no solo representa el deseo erótico y amoroso, sino la posibilidad material de encontrar la libertad a través de la creación de una familia propia que permita a la mujer huir del yugo.
Ahora bien, ¿realmente creemos hoy en día que el mayor acto de libertad al que puede aspirar una mujer sea la unión matrimonial? Adela es impulso infértil, deseo desbocado, deseo de deseo… por eso el verdadero acto radical que comete Adela es la renuncia a esa falsa libertad a través del suicidio. La alternativa posible sería la locura de María Josefa o la amargura de Martirio…