Industria editorial. La crisis de la edición española, a debate
Lorenzo Silva, Soledad Puértolas, Luis Mateo Díaz y Antonio Soler
Imposible entender lo que le espera a la industria editorial sin comprender qué está pasando, por qué “confusión” y “crisis” son las palabras más repetidas por autores, agentes y editores a la hora de definir la situación de la edición en España. La escritora Soledad Puértolas explica cómo “desde el punto de vista de los lectores no se entiende la acumulación de títulos. Probablemente desde el punto de vista de la editorial la apuesta es que se produzca un fenómento del tipo de Harry Potter que resuelva la situación financiera. Editar y editar hasta que se produzca el milagro. Es un momento crítico. Estamos en una encrucijada y el mercado sigue apostando por la saturación y el caos. Es difícil saber qué va a salir de aquí”. Sí, pero ¿sería posible disminuir el número de novedades editoriales? Riccardo Cavallero, consejero-delegado de Random House Mondadori, apuesta por la autorregulación, que “en un mercado libre como es el editorial se produce sin ayuda exterior. Creo que en 2006 el sector se va a reconvertir en dos direcciones: editoriales y distribución-librerías. Las editoriales, que ya habían sufrido una reestructuración muy fuerte en 2002 y 2003 tras las caídas del mercado de un 2 por 100 cada año, deben enfrentarse a la crisis de los últimos meses. Como 2004 y el primer trimestre de 2005 fueron buenos, algunos volvieron a las malas costumbres del pasado, aumentando la producción, mientras el mercado disminuía entre un 2 y un 5 por 100. De todas formas, España sigue siendo el mejor mercado editorial europeo, porque aquí todavía hay dos áreas de desarrollo por explotar, como el libro de bolsillo y el infantil”. Ernest Folch, director general del Grupo 62, también apuesta por la autorregulación, ya que, “por una ley natural no escrita, si la oferta es superior a la demanda se irá redimensionando de forma gradual. En Grup 62, demostramos que podíamos aumentar el margen más de un 100 por 100 con un 50 por 100 menos de títulos”. Gloria Gutiérrez, directora de la Agencia Carmen Ballcels, destaca que “la industria editorial depende del mercado como cualquier otra industria, y como tal debe renovar sus estrategias regularmente y tratar de ampliar su clientela” ¿Cómo?. “No tengo opinión fundamentada sobre este punto”, confiesa. Por el contrario, Alfredo Landman, director de Gedisa, lo tiene muy claro: “La mayoría de las transformaciones finalmente quedan determinadas por el mercado. Pero a su vez debe haber una voluntad política y propuestas imaginativas que ayuden al desarrollo de la pluralidad, desde la oferta editorial hasta los espacios de ventas, con medidas destinadas a desanimar las políticas de concentración. Además, debería apoyarse el fomento de la lectura en todo tipo de ámbitos (escolares, universitarios, bibliotecas, medios audiovisuales)”. Joan Tarrida, director general de Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, descubre como causas de la crisis “la entrada en el juego de las grandes superficies, el boom esperado del libro de bolsillo, el creciente protagonismo de los quioscos, las cadenas de librerías, entre otros, nuevos componentes que alteran las viejas reglas del juego”. Por eso, porque sólo sobrevivirá “quien sepa adaptarse y sacar ventaja de un entorno cambiante”, cree en la autorregulación. Una autorregulación que para el novelista Lorenzo Silva sería “una claudicación. Creo que no debe renunciarse a que este país tenga la masa lectora que su nivel de desarrollo justifica, haciendo un ajuste a la baja que reduzca todavía más la diversidad de la oferta editorial. Aunque aparentemente no tenga nada que ver, aquí se echa en falta, una vez más, una buena política de bibliotecas. Hay títulos que se ofertan en cantidad muy superior a la que el mercado absorbe. Si esta demanda no se puede ampliar en el corto plazo, la solución es la que ya aplican los editores: compensar con algunos títulos muy vendedores los tropiezos comerciales que puedan tener en otros de rentabilidad más incierta”. Por su parte, el agente Guillermo Schavelzon niega la mayor: “No creo que la industria editorial esté sobredimensionada. Si lo estuviera, los resultados económicos del sector serían negativos, y no lo son. Quizás esté ‘mal dimensionada’”. Claro que recuerda cómo hace un par de años un grupo importante de editoriales se comprometió a reducir el número de novedades: lo hicieron, pero para no perder facturación subieron los tirajes, y eso sólo hizo crecer las devoluciones. “Para vender más ejemplares de menos títulos -lo que aporta rentabilidad-, tiene que haber más lectores”, concluye. Quizá por eso, Jacobo Siruela, editor de Atalanta, reconoce que lo de redimensionar la industria “sería precioso. Pero, ¿quien pone el cascabel al gato? ¿Sus dueños barrigudos? ¿Los gatos? Desde luego, no serán los ratoncillos. La lógica de las empresas es crecer, y como las empresas son cada vez más grandes y anónimas, las decisiones son cada vez más impersonales, gratuitas y coyunturales. ¡Cómo decir a una gran empresa que pare su carrera hacia adelante! La cosa está en seguir corriendo. ¿A dónde? Nadie lo sabe. Pero hay que seguir”. Y eso que en los últimos meses el mercado editorial se había frenado. Constantino Bértolo, editor de Caballo de Troya, advierte que “hay una retracción importante del mercado interior muy sobresaturado por acciones tan distorsionantes como son las campañas de merchandising de la prensa con claros efectos dumping sobre el libro. Además el euro ha encarecido escandalosamente los precios de los libros”. Rotación vertiginosa en librerías “Creo que la crisis es sobre todo de librerías”, apunta Juan Cerezo, editor de Tusquets, para quien tal vez no sea la peor de la historia, pero desde luego es una llamada de alarma en el sector, “por el papel fundamental que las librerías a la hora de mantener los libros de fondo, ofrecer más oportunidades a las apuestas más literarias, servir de cómplice, etc. De ahí que haya que volver a insistir en la defensa del precio fijo, y en la vigilancia ante los incumplimientos o desvíos ilegales de esa ley, porque acaban perjudicando a los pequeños y medianos libreros, que son el eslabón más débil. Aunque para no ser del todo derrotista, hay que esperar que vayamos convergiendo con Europa también en índices de lectura y en compra de libros”. “La situación -confirma Antonio Ramírez, propietario de las librerías La Central de Barcelona y Madrid- es insostenible, pero todo parece indicar que continuará igual. La industria se ha acomodado a los altísimos índices de devolución, a la rotación tan veloz de la novedad y a los bajísimos tirajes.Tal vez esto sólo se explique por que los grandes grupos obtienen su fortaleza financiera de otros ámbitos distintos a la edición propiamente. Si algún día los grupos mediáticos comprendieran que editando libros jamás obtendrán ni de lejos las ganancias que obtienen ya en la televisión o en las inmobiliarias,quizás decidan retirar su capital o cerrar sus editoriales.Y entonces podremos comenzar de nuevo”. No todos comparten este diagnóstico; hay quien prefieren desdramatizar porque, en palabras del narrador Antonio Soler, “no estamos tan cerca del colapso editorial. Lo que sí es cierto es que se trata de una crisis nueva, desconocida dentro del panorama editor. Los esquemas de producción, distribución y comercialización han variado tremendamente y los problemas tienen matices nuevos”. Tampoco Silva tiene tan claro lo de la crisis, pues “hay empresas editoriales que están ganando mucho dinero. Lo que quizá sí ocurre es que hay que repensar el negocio y la estructura y composición de los catálogos editoriales. Y tomarse de una vez en serio lo nefasto que puede llegar a ser el proceso de ‘desinstrucción’ de la población.” Crisis, ¿qué crisis? Jaume Vallcorba, de Acantilado-Quaderns Crema, prefiere destacar que “en cualquier caso, y a pesar de las diferentes manifestaciones que he oído en algunos ámbitos de sector, ni a Acantilado ni a su hermana en lengua catalana, Quaderns Crema, las cosas van nada mal: se observa un crecimiento constante lo suficientemente significativo para pensar más bien en una muy buena salud de ambas. No se me ocurriría, pues, decir que España esté viviendo su peor crisis. Sí creo que debería reflexionarse sobre la pérdida de importancia en los ámbitos personal y social de la palabra (y en especial en el de la educación, tanto primaria como media y superior). Una renuncia que se hace además sin remordimientos, como paso imprescindible hacia una pretendida modernidad. Y ésta sí me parece una crisis significativa, que afecta como es natural sin remedio a la lectura y a toda la vida e industria que en ella se sustenta”. Tampoco Tarrida considera que haya crisis sino sólo “cambios profundos que compartimos con el resto de los países de nuestro entorno, incluidos los Estados Unidos. Es lógica la desorientación. Pero tambien se abren perspectivas apasionantes”. Y actuar: Folch propone “conseguir que la industria editorial española deje de ser básicamente importadora. Los editores españoles vamos a Francfort, o donde sea, a comprar. Si conseguimos un día ir a vender, ser exportadores, podremos mostrar nuestra creatividad y abrir una área de negocio muy importante.” En cambio, Luis Mateo Díaz es más radical: “Lo que hay que hacer es ganar lectores, con calidad por encima de todo. También habría que plantearse el destino de los libros inútiles. Los editores de libros inútiles podían dedicarse a otra cosa, a otras inutilidades probablemente, más rentables”. Industria y creación Uno de los temas a debatir en “Los futuros de la edición” es la relación entre industria cultural y creación. Jacobo Siruela adelanta que “no hace falta ser enemigos, pero sí jugar en campos contrarios, para que la industria, la gran industria pesada, no nos devore a todos”. Por su parte, Gloria Gutiérrez subraya que “es imposible que sean enemigos. Están condenados a combinarse y entenderse, aunque su interacción sea a veces conflictiva”. Silva cree que son y serán complementarios, pues “los mercaderes necesitan buena materia prima, y los creadores a quienes la distribuyen. Se vislumbran alternativas como internet, donde puede prescindirse de intermediadores para ciertas creaciones, pero hoy por hoy, y con carácter general, el industrial aporta una eficiencia y una potencia que el individuo aislado no tiene”. Luis Mateo Díaz destaca que “debieran ser complementarios. La industria editorial debe ser consciente del bien que tiene en sus manos, ¿El mundo del libro en manos de ejecutivos disparados..? ¿Es que cualquier cerebro comercial de cualquier sector vale para el del libro...? La industria del libro debiera ganar su peculiaridad, no contaminarse”. Soler parte de que “industria y creación literaria serían en principio elementos antagónicos. Las editoriales, históricamente han sido las empresas que han cosido esos elementos. Son empresas culturales y el mantenimiento de ese equilibrio ha enriquecido a la sociedad. Ahora se trata de seguir sosteniendo el desafío. Lo penoso del asunto es que todo el desarrollo económico de España en las últimas décadas no haya estado acompañado de un salto cultural, de una demanda más seria y formada, sino todo lo contrario”. Y Bértolo remata con ironía: “Cautivo y desarmado el ejército enemigo, la burguesía está viviendo su verdadero siglo de oro. Se ha librado de sus prejuicios humanistas y ha impuesto su visión del mundo: soy lo que vendo, soy lo que compro. La creación cultural, como los fariseos, se rasga las vestiduras pero se adapta encantada a la nueva situación”. Una nueva situación en la que los medios de comunicación tienen gran protagonismo,y sinergias con la industria. Cerezo destaca que suele pensarse que publicar con toda una industria mediática detrás ayuda a vender más ejemplares, “pero no es una regla matemática. Y los libros que se justifican sólo por ello (porque el autor es mediático, o porque forma parte de un grupo que lo apoyará) no ofrecen ninguna garantía ni de que sean los mejores ni de que van a venderse”. Bértolo acepta que “en el actual estado de cosas son inevitables. Tanto las sinergias positivas, como las negativas: lo que no es noticia no existe”. Como noticia es el diagnóstico de Cavallero sobre 2006. Para él, la crisis actual parece más grave de lo que es porque llega tras un ciclo positivo: “De todas formas, es momento de mirar nuestras propias empresas y seguir reestructurándolas. Nos encontramos con un problema añadido: todos los que editaban libros de texto se encuentran con que ahora ya no es un negocio rentable, y se van a trasladar lógicamente al área tradicional del libro infantil. Eso implica que aumentará la competencia, y que algunos sellos no resistirán 2006 por falta de oxígeno. Quienes ahora están en peligro son las editoriales medianas, porque las pequeñas pueden ser muy rentables con pocos gastos, pero los que están en una franja intermedia pueden pasar un 2006 realmente duro”. Un diagnóstico y una alternativa, por Fernando Valls