Ignacio Martínez de Pisón y la perspicacia de los recuerdos en 'Ropa de casa', su nueva novela
El escritor pergeña un jugoso retrato literario de su generación, y una meritoria crónica familiar y social de medio siglo de vida española.
9 septiembre, 2024 01:01Podría Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) haber cedido a la moda e inscribir su nuevo libro en el socorrido gusto por la autoficción. Pero no ha querido rendir tributo a tal artificio y en Ropa de casa se entrega de lleno a la biografía. Mediada la narración autobiográfica, él mismo declara el alcance de su obra con un distintivo tono de sencillez y autenticidad confesional.
Se pregunta a quién pueden interesarle esas páginas que cuentan una vida en la que no han pasado demasiadas cosas. Un posible resumen del libro, dice, sería: "Niño en el Logroño de los años sesenta, muchacho en la Zaragoza de los setenta, aprendiz de novelista en la Barcelona de los ochenta". Y aún cabría, añade, un resumen más escueto que rezaría "este es el relato de la formación de un escritor".
No parece, la verdad, que de esta síntesis se desprendan grandes alicientes. Pero una vida, por sencilla que sea, da mucho de sí si quien la recrea tiene bien afiladas la capacidad de observación y la pluma. Además, en su modestia, Martínez de Pisón se queda corto porque el libro acoge también, o aún más, una dimensión más amplia que luego señalaré.
La forja de un escritor nos muestra a un autor que se sabe de siempre escritor, desde mucho antes de escribir las primeras páginas. La suya es la historia de una vocación por mor de la cual toma decisiones vitales irreversibles. No entra en detalle Martínez de Pisón en el taller del escritor, pero sí razona la decantación por una poética que desemboca, tras preferencias anteriores opuestas, en la adhesión al realismo.
Vemos a un Pisón atento a las exigencias de la escritura, pero no al autor angustiado que sufre con su trabajo. Para él, en cierto modo, escribir es un disfrute. Nada más opuesto al notable "diario de escritura" que hace pocas fechas ha recogido Miguel Ángel Hernández en Tiempo por venir (Ed. Fórcola). Para los aficionados a estos asuntos, el contraste entre el desgarro dramático y agónico del murciano Hernández y la serenidad preocupada del aragonés Martínez de Pisón resultará bien sugestivo.
La intimidad del escritor se abre a la sociedad literaria y son no pocos los testimonios atractivos que deja en Ropa de casa. Tiene algo el libro de retrato literario generacional. Pisón no se considera una isla en el movimiento histórico literario. De sus explicaciones se deduce, aunque no lo diga así ni se base en un estrecho criterio historiográfico, que forma parte de la corriente que marcó caminos específicos en nuestras letras a finales del pasado siglo, aquella "Nueva Narrativa" que propició el crítico y editor Enrique Murillo, uno de los valedores de Pisón en sus primeros pasos.
Los historiadores de nuestras letras habrán de tener en cuenta las apreciaciones de Pisón, pero su interés supera este valor específico. Hay en sus memorias muy jugosos retratos, atractivos para un lector no profesional. Destaco sobre todo el de Álvaro Pombo, muy fina aproximación a un personaje singular. No me convence mucho la visión de Javier Tomeo, aunque da claves importantes de otro autor peculiar.
Con emoción y entusiasmo retrata a su paisano el singular y malogrado Félix Romeo. Aunque someros, ofrece apuntes interesantes acerca de Muñoz Molina, Vila-Matas, Atxaga, Bryce o J. A. Labordeta. Las impresiones personales no hay que tomarlas, sin embargo, ni lo pretenden, como artículos de fe: no estoy muy seguro de que la entrañable Ana María Matute hiciera incesantes bolos para evitar que el hijo vigilara su afición al güisqui o si era éste quien la lanzaba al mundo para hacer caja.
Acerca del mundillo literario, particular valor tiene la relación interrumpida, que pasó de la gran amistad al silencio, de Pisón con Javier Marías. Ocurrió con motivo de las denuncias de Marías contra su editor, Herralde, y muestra cómo la prosa de la vida puede romper la estrecha comunicación amistosa. También en el mundillo de las letras y la cultura se cuecen habas.
La otra muy valiosa dimensión de Ropa de casa señalada antes afecta a una meritoria crónica familiar y social de medio siglo de vida española. En realidad, este libro no se diferencia mucho de las obras narrativas de Martínez de Pisón, salvo que aquí exhibe con sostén autobiográfico lo que en aquéllas aparece entarimado con elementos imaginativos.
Crónica familiar, rescate del pasado y memoria histórica son materia sustancial de sus novelas, de la excelente Enterrar a los muertos, que se remonta a la guerra civil, de La buena reputación, que se dilata por la pasada centuria, o de El tiempo de las mujeres y Derecho natural, cuya frontera principal se localiza a partir de la Transición.
Los mismos elementos se conjugan en Ropa de casa. Pisón se siente hijo de la Transición, de la generación que reaccionó a partir de un firme espíritu democrático contra la tejerada del 23F. Su labor de memorialista se centra en ese tiempo, el de su juventud, adolescencia y primera madurez, pero no la ciñe a aquel momento. La extiende hacia atrás, hasta el linde de la guerra civil, incluso algo antes, mediante la historia familiar que refleja la trayectoria de una burguesía acomodada (o rica, y con pedigrí aristocrático) en buena medida reconvertida en la clase media estandarizada impuesta por los nuevos tiempos.
El interés de este retablo proviene de la plasticidad con que Pisón recupera las figuras de los abuelos y de los padres. En esta estampa familiar sobresale el retrato acabado, verdaderamente redondo, de la madre, viuda muy joven, en la que encarna con mucha fuerza un perfil pionero, el de lo que ahora llamaríamos una emprendedora.
Claridad y sencillez marcan estas memorias de juventud en las que nada suena a impostado
La vivacidad de la viñeta de los parientes se mantiene en la recreación de las andanzas del propio autor, que llegan a nuestros días. Su capacidad y finura de observación se manifiesta en los años de estudios universitarios, donde despliega dotes de costumbrismo selectivo. De su entrañamiento zaragozano sale un fresco muy vivo a base de percepciones certeras de la vida corriente de la capital, calles y cervecerías, espacios culturales y recinto académico.
Quienes anduvimos por los mismos sitios y hasta tratamos a algunas personas mencionadas solo un poco tiempo antes podemos dar fe de la perspicacia de los recuerdos de Pisón, el cual, por otra parte, hace un cálido homenaje a la ciudad que fue un jalón fundamental de su vida.
Claridad y sencillez marcan estas memorias en las que nada suena a impostado. Una prosa directa y comunicativa cumple el objetivo de contar con eficacia y amenidad una vida corriente, falta de aparatosos episodios. Pero un hombre común encierra los afanes, conflictos, esperanzas, fracasos y éxitos de cualquier ser humano. Hasta ahí, hasta dotar a su autorretrato de un valor general, llega Ignacio Martínez de Pisón.