Andrés Trapiello en la Puerta del Sol. Foto: Carlos Ruiz B.k.

Andrés Trapiello en la Puerta del Sol. Foto: Carlos Ruiz B.k.

Letras

Andrés Trapiello novela el Madrid de la posguerra: "La ficción ayuda a entender la historia, no la suplanta"

9 octubre, 2024 18:59

A mediados de los años cuarenta del siglo pasado, los ricos dejaban en Madrid los coches con las puertas abiertas y las llaves puestas. "La represión era tan brutal que a nadie se le ocurría atentar contra los vencedores", explica Andrés Trapiello (León, 1953) en la presentación de Me piden que regrese, su nueva novela. Por más que el título alude a las últimas palabras escritas por Emily Dickinson según la traducción de Marià Manent, según ha relatado a la prensa en el legendario restaurante Lhardy, muchos de sus lectores esperaban precisamente lo que en él se anuncia: que volviera a la ficción.

Su mujer, que anda releyendo los diarios de la monumental serie El salón de los pasos perdidos, le recordó que hace ya tres décadas anotó que le gustaría escribir una novela como esta. No era, desde luego, descabellado. A lo largo de su trayectoria, el escritor y bibliómano ha investigado con ahínco la guerra civil —"miles de horas y archivos", apunta— y la historia de Madrid, escenario de dos de sus libros más recientes y exitosos, ambos publicados con Destino, el mismo sello que se hace cargo de esta obra. 

Madrid (2020), una colosal inmersión biográfica en la capital que le valió el Premio Nacional de Ensayo, y Madrid 1945. La noche de los Cuatro Caminos, crónica sobre el atentado comunista del maquis en la subdelegación de Falange, que acabó con la vida de dos personas y motivó una gran manifestación a favor del régimen que consolidó la dictadura de Franco, anteceden a Me piden que regrese, la novela que menos le ha costado escribir y con la que más "conforme" se encuentra.

Desde la moda de Valenciaga a las corridas de toros de Manolete, pasando por las alhajas de Ansorena o las croquetas del mencionado Lhardy, la novela es un retrato vivísimo de aquel Madrid fascinante —y provinciano, por más fiestas que se organizasen en el Palace— donde convivían los diplomáticos, los aristócratas, los miserables... El Madrid de los grandes salones, pero también el tísico y tuberculoso en el que se paseaba a los reos por mitad de la Gran Vía.

"Esto es un pueblo. Madrid es un novelón de mala muerte", dice en un pasaje Sol Neville, uno de los personajes protagonistas. El otro, con quien mantendrá una intensa relación amorosa, es Benjamín Cortés —Benjamin Smith para los servicios secretos estadounidenses—, que vuelve a España tras una década de ausencia para quitar de en medio —"apartar", en la jerga diplomática— a un gerifalte del régimen.

En el ocaso de la II Guerra Mundial, Inglaterra y Estados Unidos se desembarazan de los soviéticos, que habían sido aliados durante el conflicto. Apuestan por dar continuidad a la dictadura y, con el tiempo, "inclinar la balanza hacia la democracia", relata Trapiello. Al sugerente contexto de esta novela se suma la deslumbrante ambientación, profusa en detalles, y un lenguaje que nos transporta a la forma de hablar de la época. "Llevo años recogiendo expresiones, giros, sintagmas...", asegura el autor, que no escatima en incluir topónimos y curiosidades que atestiguan la ingente documentación recabada.

Pero ¿por qué una novela sobre una época que ha estudiado tan a fondo y sobre la que ya ha escrito? "La ficción da sentido a lo que no lo tiene. No suplanta la historia, sino que ayuda a entenderla", afirma el autor. "Es, además, lo único consolador", añade. "La literatura es algo que te enseña divirtiéndote", según la máxima de Aristóteles que también recogió Cervantes, apunta Trapiello. Y, al respecto, apostilla: "Acudimos más a Galdós que a las hemerotecas. En las novelas honestas todo está permitido".

Fotografía histórica del restaurante madrileño Lhardy incluida en la sección Historia de la web del establecimiento.

Fotografía histórica del restaurante madrileño Lhardy incluida en la sección Historia de la web del establecimiento.

Y a propósito de la honestidad, a Trapiello le preocupa la aproximación del lector a esta novela, cuyas intenciones, asegura, son conciliatorias. Consciente de ser "un autor marcado por una supuesta equidistancia", pretende "convocar a los lectores a un lugar donde el encono se deje en la puerta". "En un país dividido y de gentes divisivas, la literatura debe ser un espacio de reconciliación y reencuentro", asegura. Por eso sus protagonistas son "dos personas enteramente libres y, por tanto, atractivas que representan el drama de España".

"La memoria histórica está en manos de comisarios políticos. Lo que me molesta es que intenten reescribir la historia", lamenta el mismo que asegura haberse posicionado siempre del lado de "los débiles, los que están en condiciones de inferioridad". Los débiles cambian de condición, viene a decirnos; en el franquismo fueron unos y desde la democracia han sido otros. Pero las víctimas son siempre víctimas, tanto da que sean de un bando que de otro. "La reconciliación no solo es deseable, sino que es posible", opina.

"La memoria histórica está en manos de comisarios políticos. Lo que me molesta es que intenten reescribir la historia"

La novela presenta otras latitudes que evocan la mejor literatura española. Por un lado, el homenaje a Baroja que supone escribir una novela de aventuras; por otro, la especial atención que concede a personajes secundarios como Chito, ese chiquillo de 13 años callejero y saladísimo que tanto nos recuerda al Lazarillo. Además de Madrid y la Guerra Civil, ha recordado Trapiello, la otra gran constante de su vida y, en consecuencia, de su obra, es Cervantes y El Quijote, sobre la que escribió una adaptación canónica y a la que ha contribuido con investigaciones, secuelas, spin offs, etc. 

Ganador del Premio Nadal en 2003 con Los amigos del crimen perfecto y autor del imprescindible Las armas y las letras, a sus 71 años Trapiello no esconde su ambición por que su nueva novela "se lea masivamente". Incluso cree, él que se ha desempeñado más en el ensayo que en la ficción, que "el novelista va más lejos que el historiador, porque este último no puede ponerse en el lugar del otro". 

Sin embargo, sigue opinando que "más importante que tener 100.000 lectores es no perder a los 100 primeros que tuviste". Respecto a su biblioteca, inaprensible, reconoce que "cuando eres joven te hace feliz ver entrar un libro en casa; cuando eres viejo, eres feliz cuando sale otro".