Novedades. Tomando novedades que ya se apuntaban en el periodismo y la literatura, revistas como Vanity Fair y The New Yorker fueron consagrando en USA, en el primer tercio del siglo XX, un estilo de contar historias que combinaba la exigible objetividad con la apreciable subjetividad, las técnicas de investigación –trabajo de campo, gran acopio de fuentes y datos– con los requisitos coloristas y narrativos de la ficción y de las crónicas y los reportajes.
Todo ello desembocó hacia 1960 en el Nuevo Periodismo, esa fusión de estrategias periodísticas y literarias: Capote, Mailer, Talese, Wolfe, Didion… Siempre he disfrutado con la aplicación de aquellos procedimientos a textos periodísticos de larga extensión, libros entre la historia, el reportaje y la crítica e, incluso, biografías sobre creadores y asuntos culturales. En concreto, sobre el cine.
Por eso escogí para leer Quinta Avenida, 5:0 a.m. (Es Pop Ediciones), un libro de Sam Wasson sobre la construcción del mito de Audrey Hepburn y el rodaje de Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), película sobre la novela homónima de Truman Capote. En España no se pueden escribir libros así, entre otras razones, por carecer de mitos y leyendas de popularidad universal en el terreno –concretando– del cine.
[Álvaro Mutis y otras lecturas hispanoamericanas]
Montiel. Sonrían, si no tienen cosa mejor que hacer, pero Sara Montiel se acercó bastante a esa implantación universal, necesaria para que las editoriales puedan pagar –calculando ventas– las altas cantidades de dinero que son precisas a los escritores para costear los meses y años de estudio e investigación precisos para viajar en busca de testimonios y archivos, recorrer las ciudades y los escenarios de su protagonista, recabar y contrastar decenas de testimonios de primera mano y fuentes periodísticas o de otra índole, procesar y discriminar los materiales reunidos y, por supuesto, redactar el texto final.
Por todo ello, no encontramos libros de autor nacional como Quinta Avenida… Tampoco en otros países que no disponen, como Estados Unidos, de, qué sé yo, decenas de millones de lectores potenciales para esta clase de libros. A cambio, y como en otras partes, encontramos cientos de libros escritos por críticos e historiadores de cine, de estirpe universitaria, académica, en el mejor de los casos, sustanciados en extensos y eruditos estudios que se retroalimentan entre sí como filón para futuros investigadores, pero con escasa repercusión entre lectores comunes.
También como en otras partes, esos escritores académicos observan, con excepciones, distanciadamente, entre la indiferencia y el desdén, libros como el de Sam Wasson, tan lejano del patrón de tesis de doctorado ampliada que les es tan grato.
Un apunte solo para decir que en España siguen faltándonos biografías minuciosas sobre personajes nacionales relevantes de cualquier ámbito y época, lamentablemente casi siempre financiadas de su bolsillo –mientras sus autores malviven de tareas profesorales– o subvencionadas por generosas instituciones.
En España no se pueden escribir libros así por carecer nuestro cine de mitos de popularidad universal
Wasson. Me entusiasmó El largo adiós –sobre Chinatown y el ocaso del viejo Hollywood– e inmediatamente añadí a Sam Wasson –colaborador de The New Yorker, por cierto– a mi lista de escritores sobre cine que encabeza Peter Biskind. Con Quinta Avenida, 5: a.m., el lector no solo disfruta de docenas de anécdotas y momentos categóricos sucedidos en la preparación y rodaje de Desayuno con diamantes, sino de una prosa fluida y texturizada que brota a ritmo sostenido y dentro de una estructura sofisticada y perfecta.
Leer las páginas dedicadas a la turbulenta creación del vestuario de Audrey Hepburn y a la elección del color negro para el que luego fue su icónico vestido ya compensa. Y esta clase de libros siempre da noticia detallada de un milagro que se repite en el cine: el de lograr una obra tan magistral como elegante cuando la preproducción y el rodaje de una película son, como fue el caso, un infierno de discrepancias, veleidades y contrariedades en un desbordado ambiente de todos contra todos: Audrey Hepburn no quería, ni loca, hacer esa película. Para empezar.