José Antonio Ruiz es un profesor universitario que ha publicado uno de los libros más interesantes y lúcidos que he leído en los veinte últimos años. Con una escritura rigurosa, desbroza los caminos científicos y se adentra en el futuro inmediato. El último sapiens (La Esfera de los Libros) es un ensayo sobrecogedor que ha situado a su autor en la vanguardia histórica, científica y literaria del siglo XXI.
Yuval Noah Harari alcanzó celebridad universal con Sapiens: de animales a dioses. Después, Homo Deus: breve historia del mañana intensificó el éxito del historiador israelí. Mientras Arnold J. Toynbee se esforzó en el estudio del ser histórico como tal ser, encendiendo el esplendor de la filosofía de la historia, Harari se ha desentendido del pasado para instalar su inteligencia investigadora en el futuro.
Y bien. A mi modo de ver, El último sapiens de José Antonio Ruiz supera con creces la obra de Harari. “Si acabamos de comenzar a descubrir los secretos inconfesables del código genético, ¿qué nos deparará el futuro inmediato cuando conozcamos en profundidad todos sus recovecos, lo manipulemos con destreza y alcancemos el punto de virtuosismo necesario para manejarlo a nuestro antojo?”, se pregunta Ruiz como también, en otra situación, hizo Borges en El inmortal o Mario Bunge en La investigación científica. Kai-Fu Lee, experto en inteligencia artificial, y Popper, volcado en la investigación científica, pensaban igual, al reflexionar sobre el nuevo orden mundial.
Estamos en la frontera de la creación de bebés a la carta. Los padres podrán elegir niños “altos, guapos, inteligentes, serios y con el color del pelo o de los ojos a gusto del consumidor”. Se manipulará “el gen que permita diseñar humanos con la envergadura de un jugador de la NBA”. Aún más, la tecnología se acerca a la instalación en el cerebro de láminas con los conocimientos de la Enciclopedia Británica o de nuestro Espasa innovador.
Se están llevando a cabo experimentos clandestinos de modificación genética en zonas de exclusión que escapan a cualquier control. Y se utilizan como cobayas a seres humanos, aunque se disimule. Ratones, insectos o simios forman ya parte del pasado. La ciencia audaz maneja a seres humanos sorteando la moral religiosa y la ética legal.
Herramientas clave como CRISPR-CAS 9 se han impuesto. Nadie duda de lo que se está haciendo en Plum Island, la isla en Gardiners, a las afueras de Nueva York. En China han creado monos transgénicos utilizando genes del cerebro humano. El Homo sapiens no sobrevivirá a un ataque de virus creados a través de técnicas de destrucción selectiva.
Un solo grano de toxina botulínica (clostridium botulinum) puede matar a 10 millones de personas. Fukuyama pensaba, equivocándose, que la nueva ciencia nos conducía al fin de la Historia y Stephen King resumía en Apocalipsis y sus novelas populares un sombrío vaticinio sobre el futuro.
Recuerdo una conversación que mantuve en Oviedo con Stephen Hawking, el científico que hubiera disfrutado leyendo el libro de José Antonio Ruiz. Después de la sexta hecatombe planetaria, de la que habla el autor de Historia del tiempo, ¿se producirá el colapso de la civilización? ¿Sabemos de verdad lo que se está cociendo en el cuartel general DARPA (Defense Advanced Research Projets Agency)? ¿Algún ingenuo, pregunta, tras la experiencia china de CRISPR, “se creerá el cuento de que a ese primer intento de editar el ADN de la línea germinal humana no le han sucedido otros tantos más?”.
La evolución humana, en fin, no termina en Darwin, Wallace o Lamarck. Las nuevas generaciones asistirán a lo largo del siglo XXI al principio de una Humanidad nueva. “El día más insospechado –concluye Ruiz– tendremos noticias de la existencia de un Homo no sapiens que será el primero de otro clado, de otro grupo evolutivo, de otro linaje, de otra familia evolutiva”.
Bertrand Russell me dijo en 1968, en la larga conversación que con él mantuve en el Dorchester londinense, cuando contraté sus artículos para el ABC verdadero, que la ciencia estaba borrando todos los límites religiosos y legales. Y que la inteligencia artificial, entonces en pañales, superaría la muerte.