
Vladimir Putin aplaude tras una reunión con su homólogo bielorruso, Alexander Lukashenko, en Moscú. Reuters
Putin vuelve a rechazar la tregua en Ucrania tras hablar con Trump y sólo le promete dejar de atacar las plantas de energía
Los rusos ofrecen parar esos bombardeos durante un mes si los ucranianos renuncian a defenderse golpeando a las refinerías que costean la invasión.
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El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, avisó ayer al mundo de que se abría "una muy buena oportunidad" para acabar con la invasión rusa de Ucrania con su llamada al dictador —y "amigo", como presumió ayer Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional de Estados Unidos— Vladímir Putin. Juntos, informaron en Washington y Moscú, sentarán las bases de una paz duradera y una relación comercial provechosa.
De momento, tras una llamada de dos horas, el mandatario ruso sólo se compromete a dejar de atacar las plantas de energía ucranianas durante un mes —a cambio de que los ucranianos no golpeen sus refinerías, el sostén de una Rusia en economía de guerra—, a intercambiar 175 prisioneros de guerra con Kyiv, a enviarles 23 soldados heridos y a la creación de dos grupos de expertos, uno por país, para seguir discutiendo.
No es mucho. Pero Trump, en su cuenta de Truth Social —el Twitter que creó cuando le expulsaron de la plataforma—, ha vendido la negociación como un éxito: "Ha sido muy positiva y productiva". Incluso ha servido para apalabrar una serie de partidos de hockey sobre hielo entre Estados Unidos y Rusia.
Putin continúa, a decir de las publicaciones de la agencia TASS —controlada por el Kremlin—, encastillado en sus peticiones de máximos. Sólo contempla una tregua completa si implica el desarme de Ucrania, el apagón de la inteligencia americana y la paralización de los reclutamientos. La partición del país la da por segura tras demandarla el propio equipo de Trump antes de abrir el proceso de paz.
El presidente Volodímir Zelenski, al conocer las declaraciones oficiales, eligió con cuidado sus palabras para que sean bien recibidas en la Casa Blanca —"cualquier alto el fuego, ya sea parcial o condicionado, es un paso hacia la paz"—, a la vista de la piel fina de Washington con Kyiv y gruesa con Moscú. Pero no dejó de lado lo evidente: que en ningún caso se resignará a quedarse desarmado, a merced de Putin.
No hay presión para Putin
El acuerdo negociado entre la delegación estadounidense y la ucraniana para el alto el fuego inmediato de 30 días, firmado la semana pasada en Arabia Saudí después del choque diplomático con Zelenski de unos días antes, concedió ciertas esperanzas a los europeos sobre un acuerdo con los rusos que tuviera en cuenta las peticiones de los agredidos, no sólo de los agresores: una larga lista de reclamaciones atendidas incluso antes de que se iniciaran las conversaciones, como el veto a Ucrania en la OTAN.
Estados Unidos pidió a Rusia que aceptara el trato. Rusia, sin embargo, lo ha rechazado dos veces. Ahora las esperanzas de arrancar el apoyo de la Administración Trump para presionar a Putin escasean en Bruselas.
Durante la campaña electoral, Trump repitió que apenas le llevaría 24 horas acabar con la guerra. Sabía cómo conseguirlo, decía, desde una posición de neutralidad. Unos meses después, durante y después de la primera visita de Zelenski a la Casa Blanca, le enseñó su plan a los ucranianos. Les cortó el suministro de armas, les apagó sus satélites, dejó de colaborar con información de inteligencia y reservó palabras muy feas para su presidente: "El problema es que te he permitido que seas un tipo duro, y no eres un tipo duro sin Estados Unidos".
Sólo reanudó la ayuda cuando consiguió entrar por la puerta grande en el negocio de los minerales y metales críticos del país. Luego mandó a su nuevo enviado especial para Ucrania y Oriente Próximo, Steve Witcoff, a Moscú. Allí, según la cadena Sky News, Putin lo sentó en una sala de espera durante ocho horas.
Los esfuerzos de los aliados europeos y Canadá han ido en dos direcciones, desde entonces: la de prometer que estarán con Ucrania independientemente de la retirada de Estados Unidos, lo que significa arreglárselas para cubrir los huecos dejados por los americanos —en la medida de lo posible—, y la de armarse hasta los dientes antes de conocer en carne propia la furia del imperialismo ruso. El plan para dar la talla de la Comisión de Von der Leyen, dotado de 800.000 millones de dólares, apenas es el punto de partida, de acuerdo con los funcionarios europeos consultados por este periódico.