Fue un día de verano en el sótano del Ministerio de Hacienda. Muy poca gente lo sabe, pero allí, todavía hoy, se conserva el búnker que resguardaba a las élites republicanas de los bombardeos. A veces, las grandes historias comienzan de un modo terriblemente anodino: para viajar a la guerra tuvimos que pasar la mochila por un escáner, mostrar el DNI y recorrer un salón inundado de funcionarios.
Paredes de cal y ladrillo. De vez en cuando, el ruido de la ciudad se colaba por las mismas aperturas que dejaron escapar el humo del tabaco de Azaña. Al salir, preguntamos a nuestro guía: “¿Queda alguien vivo de los que pasaron por aquí?”. Dio un solo nombre: “Fernando Rodríguez Miaja”. Sobrino y secretario particular del general que organizó la Defensa de Madrid. Aquel hombre calvo, de gafas y abrigo largo, que tan bien dibujó Chaves Nogales.
Nos dijeron que don Fernando vivía en México, exiliado desde 1939. Habían perdido las señas, pero su voz sonó al otro lado del teléfono tras marcar decenas de “Miajas” que aparecían en los listines del DF.
Armado de ironía, se presentó como un “accidente biológico”. ¡Y tanto que lo era! Murió este viernes 27 de noviembre a sus 103 años. El día de nuestra charla estaba al borde de los 102 y quiso atender la entrevista desde la oficina porque “tenía que trabajar”.
Aquello parecía un ejercicio de brujería. ¡Cómo era posible! Ese hombre de voz enérgica, que compartía presente con nosotros, era el mismo chaval que compró todos los cigarrillos que pudo aquel día de julio de 1936 porque presentía que “iba a pasar algo gordo”.
Relataba topográficamente el baile con aquellas chicas del Barrio de Salamanca, que fallecerían un día después tras una explosión en el Metro. O cómo Madrid encendía sus teatros y sus cabarés en cuanto dejaban de sonar las alarmas. “Si la guerra hubiera durado hasta hoy, nos habríamos acostumbrado. Seguiríamos viviendo a oscuras”, dijo.
Colgarse de la espalda de don Fernando era superar de un plumazo todas las películas, libros y documentales sobre la Guerra Civil. No hay mejor “Memoria histórica” que la del superviviente. Él, de tanto en cuando, arqueaba las cejas y pinchaba: “¡No sé por qué os interesa tanto! Cuando yo era niño, la guerra de Cuba estaba mucho más cerca de lo que está hoy 1936… ¡Y no estábamos todo el rato hablando de ella!”.
Don Fernando, para más inri, no era un soldado cualquiera. Su tío José Miaja lo adoptó como jefe de gabinete. Por sus manos pasaron los papeles más importantes de la República. Conocía como nadie -¡como nadie! porque no hay más supervivientes de ese calibre- el final del Madrid rojo. “Nadie” más podía hablar de aquel oscuro general soviético llamado Maximov y apodado Minimov por su baja estatura: “Se bebía el vodka como un refresco”.
Contó que Miaja, cuando dos enviados partieron a negociar con el franquismo el final de la guerra, dijo: “Conozco a Franco; y no hay nada que hacer”. Así sucedió. El autoproclamado caudillo despachó a los emisarios sin apenas escucharles. Tuvimos la oportunidad de publicar jugosísimos detalles de aquellos días gracias a don Fernando, que intimó con uno de los enviados por la República al otro lado de la trinchera.
¡Don Fernando sobrevoló en un pequeño avión aquella España en llamas! Fue una misión secreta. Unos papeles de Miaja destino a Barcelona, a las manos del general Vicente Rojo. ¡Cómo no vamos a poner signos de exclamación! Era el último gran archivo de la Guerra Civil. Pero uno de esos archivos que sí pueden transmitir el horror a lo más hondo de los corazones.
A don Fernando le dolía España. Con 103 años, se levantaba y buceaba en los diarios del país que le alumbró en Oviedo un 11 de agosto de 1917. Le sublevaba la polarización absurda. No era equidistante, sino firme republicano “contra el fascismo”. Pero sí era ecuánime, como Chaves, y narraba sin censuras las barbaridades acaecidas en la retaguardia roja.
Partió al exilio un 29 de marzo de 1939 a las 10:35. Llevaba en la maleta un puñal, un libro de Galdós y una pistola. No volvió a pisar su tierra hasta muerto Franco. Querido don Fernando Rodríguez Miaja: muchas gracias por su testimonio. En la tristeza del adiós, queda ese rescoldo de felicidad por haber llegado a tiempo. La grabadora ha inmortalizado su voz.