19 marzo, 2023 02:22
Gerona

Los símbolos inundan Mas Pou, la masía del siglo XVIII que Jacobo Siruela (Madrid, 1954) ostenta en el Alto Ampurdán. Sobre la mesa de su salón reposa una gigantesca esfera de cristal transparente que simboliza la perfección armónica de la totalidad. A la derecha, una blanca columna de mármol con capitel evoca los pilares del conocimiento antiguo; bajo el marco de un cuadro oscuro con la figura de un mandala reposa una pequeña estatua dorada originaria de Mongolia. No faltan copias de antiguas esculturas griegas y romanas ni expresivas máscaras colgadas de unas paredes barnizadas con cada uno de los tres colores primarios: azul, rojo y amarillo. Todo está tematizado. Todo es referencia a un significado. Todo, en fin, parece ser eco de una dimensión que trasciende lo terrenal y conecta con la otredad.

Abruman la cantidad de libros que asoman desde las estanterías. Hay miles. Uno se atrevería a decir que decenas de miles. Sus millones de páginas recogen la filosofía mística que bombea la sangre azul del anfitrión: un hombre que dejó de firmar con los apellidos de la aristocracia a la que pertenece, el Fitz-James Stuart de su madre, la duquesa Cayetana de Alba, y el Martínez de Irujo de su padre, Luis, para, en su lugar, pasar a ser reconocido con la nombradía de su condado, Siruela, un título nobiliario del siglo XV con el que después bautizaría su primera editorial.

Bajo su lacia mata de pelo argentada brillan los ojos serenos de quien ha aceptado que tanto la vida como la muerte son Misterio, en mayúscula, que es lo mismo que decir que le ha ganado la batalla al miedo. A diferencia de otras figuras insignes de la nobleza, Jacobo Siruela es, a su manera, un revolucionario que siempre ha buscado expandir el conocimiento del alma humana y propugnar la sabiduría antigua. Ese anhelo de cambiar el mundo, de frenar el caos, de acabar con la destrucción de lo que los lakotas llamaban Unci Maka, la Abuela Tierra, de conectar al mundo con su dimensión interior y establecer una nueva espiritualidad que enlace ciencia y espíritu, es lo que llevó al descendiente de la Casa de Alba a fundar, junto a su esposa Inka Martí, la editorial Atalanta.

Jacobo Siruela durante la entrevista con El Español en su masía en Vilaür, Gerona

Jacobo Siruela durante la entrevista con El Español en su masía en Vilaür, Gerona Joan Gálvez EE

Gracias a su editorial, ha sido capaz de llevar a las estanterías de toda España títulos de una riqueza intelectual sin parangón. El fuego secreto de los filósofos. El campo vibratorio. Vindicación del arte en la era del artificio. Consciencia más allá de la vidaLas máscaras de Dios. Libros que esconden secretos sólo desnudos a ojos de quienes están dispuestos a observar comprender la existencia de otra manera. "Creo que debemos empezar a convivir con la idea de los misterios. Nos creemos que conocemos las cosas, pero en el momento en el que empiezas a profundizar en algo te das cuenta de que sólo lo conoces parcialmente. Para mí el Misterio es parte de la realidad. Convivo con él a diario", asegura a EL ESPAÑOL | Porfolio desde su masía en Vilaür, también sede de su sello editorial.

De su puño y letra, Jacobo Siruela ha engendrado ensayos como El mundo bajo los párpados (2010), donde explora los diferentes significados del soñar en su relación con la historia, así como el sueño curativo, el lúcido, el premonitorio, el enigma de la muerte; o Libros, secretos (2015), una recopilación de ensayos en los que reflexiona sobre las fuentes olvidadas de conocimiento, como el Manuscrito Voynich o el Libro mudo. También ha caído rendido ante la poética oscura de Valentine Penrose y ante "el mayor enigma del arte", la belleza, que durante milenios ha sido el combustible para la filosofía, la religión y muchas otras manifestaciones culturales.

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El editor independiente

Jacobo Siruela confiesa que él siempre ha soñado con la independencia, pero no de la Cataluña que lo acoge desde hace casi veinte años, sino la que apuntala la madurez tras la emancipación prematura. "Ya desde joven quería independizarme de mi familia y tomar mi propio camino", sostiene mientras evoca sus años de juventud. Su pasión era la pintura, y explica que hasta pasó varios meses de su vida en Inglaterra formándose en casa del pintor Tony Stubbing. Así se entienden mejor las obras de arte que vigilan al entrevistado, impertérritas, como un sueño de lo que pudo ser y no fue, desde las coloreadas paredes de Mas Pou. Una vez más, el azul, el rojo y el amarillo llevan a lo primigenio, a lo ancestral.

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Adentrarse a los quince años en la literatura de Unamuno, en la obra de los genios de la Generación del 98 y del 27 y no de poca literatura inglesa y alemana, así como en el repertorio fantástico de Jorge Luis Borges, su autor de cabecera del siglo XX junto a Kafka, fue como si lo encandilara el hechizo seductor de una mano invisible. La literatura se convirtió en su forma de ver y de pensar; quería respirar el olor de las hojas de los libros recién salidas de la imprenta. Y escribirlas. Así comenzó su periplo en el universo editorial: como un flechazo del destino. Hay quien diría, en la jerga jungiana, que fue una sincronicidad. La epifanía de la mente del autor que encuentra su meta en el camino de las letras.

"Como era de los pocos que en aquella época le apasionaba la Edad Media, decidí editar mi primer libro, La muerte del rey Arturo, una novela artúrica del siglo XII, junto a los extraños dibujos de la pintora Suzanne Grange. Fue, realmente, una locura juvenil diseñar y publicar esta edición de 500 ejemplares numerados nada menos que a 18.000 pesetas de la época cada uno. Pero lo presentamos en el Ministerio de Cultura al premio del libro mejor editado del año, y lo ganó. Y entonces se vendió en pocos meses toda la edición. Algo ridículo. Te dan un galardón y todo el mundo te quiere comprar lo que has hecho". Aquella "locura juvenil" sería el germen de una exitosa trayectoria editorial.

Jacobo Siruela durante la entrevista con EL ESPAÑOL

Jacobo Siruela durante la entrevista con EL ESPAÑOL Joan Gálvez EE

Jacobo Siruela encontró en el tomo de gran tamaño aquella chispa que los masái llamaban nesemu, el fuego que nunca se apaga, y fue entonces cuando fundó la que estaría destinada a convertirse en una editorial de culto: Siruela. Su viaje arrancó con la publicación de Sir Gawain y el Caballero Verde, el libro favorito de J. R. R. Tolkien, y continuó con Melusina o la Noble Historia de Lusignan de Jean D'Arras seguida de un bestiario. "Lo siguiente que hice fue visitar al editor Franco María Ricci en Milán para adquirir los derechos de la Biblioteca de Babel. Una colección de treinta y tres títulos diseñados maravillosamente por él y dirigida nada menos que por Borges". Después llegarían los libros de literatura moderna y contemporáneos, las ediciones de arte, la colección de cuentos infantiles y la revista trimestral El paseante, fundada en 1985.

A pesar de pertenecer a la Casa de Alba y que su padre, Luis Martínez de Irujo, deseara para él otro destino más convencional, él decidió ir por libre para tener una total independencia social y, sobre todo, económica. Por eso le gusta recordar que todo lo que actualmente posee no es fruto de una herencia millonaria, sino que lo ha conseguido a través de su propio esfuerzo. "Yo empecé como editor en 1982, hace cuarenta años. Mi padre había fallecido diez años antes. Lo recuerdo como una persona muy digna y trabajadora, de talante conservador. Pero le gustaba que escribiera artículos, y los leía con interés. Mi madre siempre vio lo que hacía con buenos ojos. Y, aunque jamás tuve problemas directos con mi familia, me distancié de todo ese mundo al irme a vivir en Londres a los 24 años. No quería cargar con el peso social de la familia. Mi mundo es otro, el de la cultura, al margen de todos los atributos y rigores sociales".

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Fue en aquella época cuando nuestro entrevistado empezó a firmar con el nombre de Jacobo Siruela en vez de con Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo. ¿Anhelo de romper con los rigores de la nobleza para encajar mejor en el mundo de los literatos o una forma de hacer estallar esa pompa elitista de la que procede para seducir al poco anglófono público español?

"Bueno, yo nunca he rechazado lo que en realidad soy por nacimiento y experiencia", asegura Siruela, "pero sí el mundo social y convencional que lo rodea, que ni me interesa ni me veo afín a él. El sentido profundo del aristos se encuentra en la dignidad, como siempre vi en el modelo de comportamiento de mi padre o de la información que tengo de mi abuelo. Y, por otro lado, también he estudiado y publicado libros sobre la familia Alba. Sin embargo, como ser humano, he querido liberarme de ello y volar libremente por otros mundos".

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P.– Usted ha desarrollado una fuerte conciencia espiritual. ¿Qué papel juega en la introspección la 'imaginación activa'?

R.– La imaginación activa es una disciplina que conlleva un trabajo, como la meditación. Uno debe cultivarse para comprenderla. Cuando uno aplica los símbolos a la imaginación, las imágenes despiertan sentidos reveladores. Mira cualquier construcción del Renacimiento para atrás: todas sus imágenes guardan un significado simbólico. La modernidad arrancó esa significación para instaurar un arte puramente formalista que tiene la ruptura como divisa. Pero salvo la forma y la función, la arquitectura no tiene ningún significado interno. Por eso proclamo la transmodernidad, que no es otra cosa que la recuperación del símbolo que da contenido a la imagen tanto en los libros que publico como en mis casas y jardines.

P.– ¿Cree que tiene sentido la vida?

R.– Es un problema filosófico arduo. Yo creo que cada uno le tiene que dar un sentido a la vida y a la muerte. Hay vidas que no tienen ninguno y otras que rebosan de sentido. El sentido del cosmos es un misterio que trasciende nuestra comprensión. Y sólo podemos teorizar sobre ello. Pero nuestras vidas nos pertenecen y debemos dar un significado más allá del éxito y el dinero.

Jacobo Siruela (i) durante la entrevista con EL ESPAÑOL en su masía en Vilaür

Jacobo Siruela (i) durante la entrevista con EL ESPAÑOL en su masía en Vilaür Joan Gálvez EE

P.– Podemos teorizar, pero algunos lo tienen muy claro. Mírese a los hombres y mujeres de fe. ¿Le reza usted a Dios?

R.– Dios es una palabra que no me agrada. María Zambrano, a la que yo traté y publiqué, me dijo un día: "Dios, no me gusta"…, ella era partidaria de decir "lo divino". Y yo lo comparto. Filosóficamente, deberíamos referirnos a "lo Divino”, lejos de la fábulas poéticas de cualquier religión. Cada uno tiene una concepción de lo divino, y cada uno lo vive a su manera pero, evidentemente, es un misterio, como indica Jakob Böhme en Misterium Magnum, que, por cierto, es uno de los próximos libros que vamos a publicar en Atalanta. Es un tratado sobre Dios como el mayor misterio del universo, que es como yo veo lo divino.

P.– ¿Qué papel juega la religión en la resolución de ese Misterio?

R.– La de proclamar una realidad trascendente y una naturaleza que no es obra del azar o la nada, porque eso es una idea filosófica muy endeble. Es más adecuado, creo yo, pensar que hay un ente misterioso en el universo que está detrás de todo y que lo ha generado todo. El problema es que la gente no comprende las religiones, y muchos creen que son cuentos de hadas porque dan a sus enseñanzas una visión literalista. Si, por ejemplo, hablo de Venus, no tengo que creer que es una diosa muy bella que anda por mundos invisibles, sino que Venus simboliza la belleza. Y la belleza existe y la podemos experimentar. Con Dios pasa lo mismo. No es un ser fabuloso que vigila nuestros actos, como nos contaban los curas. No. Hay que buscar un sentido detrás del literalismo, y entonces todas las religiones cobran sentido.

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P.– ¿Cómo salvamos esa barrera entre materialismo y espiritualidad?

R.– La sabiduría antigua decía que debíamos intentar convertir los opuestos en complementarios. Yo no veo, ni sufro, personalmente, ese antagonismo entre ciencia y espiritualidad. Si la mayoría de las veces entran en conflicto es por pura ideología. Hay gente que pertenece a sectas a las que les horroriza la ciencia, así como gente extremadamente racionalista que desprecia el mundo espiritual. En este caso, el punto ciego de la ciencia es la ideología. La ciencia es la metodología más exacta para conocer la realidad exterior, pero si eso se convierte en ideología acaba siendo limitadora. Es lo que pasa con el materialismo. Por eso creo que en el siglo XXI debemos conciliar ciencia y espíritu, unir lo consciente con lo inconsciente, los conocimientos del mundo exterior con los del mundo interior, para dejar atrás esa forma de pensar tardomoderna tan propia del siglo XX. Porque pensar en la ciencia de esta manera, aunque parezca extraño, es una forma de contemplar la realidad muy conservadora.

Atalanta, la editorial de los secretos

Estudiar Filosofía y Letras, convertirse en diseñador gráfico y hacer sus pinitos en la pintura condujo al conde a fundar su propia editorial, Siruela, en 1982. La dirigió durante más de veinte años hasta que decidió vendérsela al Grupo Anaya y crear Atalanta en 2005. Lo hizo junto a su esposa, Inka Martí, uno de los pilares de su carrera, compañera infatigable de aventuras junto a la que, desde entonces, se dedica a descubrir obras inéditas, esotéricas, filosóficas, existenciales, así como grandes piezas literarias; todos aquellos textos por cuyas páginas corran los principios de la sabiduría interior. Entre los dos buscan sus libros con pasión y mimo.

Jacobo Siruela en el jardín de su masía del siglo XVI en Vilaür, Gerona

Jacobo Siruela en el jardín de su masía del siglo XVI en Vilaür, Gerona Joan Gálvez EE

Siruela defiende que no hay nada más hermoso que la mitología griega, y aunque no existe ninguna connotación o simbolismo especial en Atalanta, a ambos les encantaba la sonoridad del nombre de la heroína. Lo que le lleva a una anécdota que sí conecta el misterio con el origen de la editorial. "Nuestro emblema hace referencia a los crop circles, aquellas fascinantes formas geométricas de treinta o cuarenta metros de diámetro, enormemente interesantes, que aparecieron en los sembrados de cereales de Inglaterra en los años 90. ¡Nadie sabía quién los hizo ni por qué! ¡Incluso se habló de que eran seres de otro planeta! Toda una tontería. Pero me obsesioné y compré todo lo referente a ellos. Llegué a publicar en Siruela un libro sobre este inusitado fenómeno, que, para mí, es el land art más importante que se ha hecho".

Aquel misterio era algo difícilmente vendible o promocionable para la mente cientificista racional tardomoderna, y eso fue lo que impulsó a Siruela a ondear la bandera de la rebeldía. Quería lucir un símbolo que estuviera fuera del mundo comercial y artístico del siglo XX, por lo que tomó la forma de los crop circles. Una vez establecido el sello y la línea editorial, decidió dividir Atalanta en cuatro líneas temáticas o colecciones: Ars Brevis, Memoria Mundi, Imaginatio Vera y Liber Naturae, cada cual con su propio sentido interno.

P.– ¿Qué siente cuando ve que algunas editoriales están decidiendo reescribir clásicos para hacerlos más políticamente correctos? Tenemos el caso de las obras de Roald Dahl o las novelas de James Bond. 

R. – La peste de la cultura, como ya he dicho, son las ideologías, que siempre son dogmáticas y rechazan cualquier acercamiento a la complejidad inherente a cualquier idea que se precie. Y los casos que me presentas son un claro atentado contra la libertad artística, y el respeto de otras formas de pensar. Pero como las ideologías siempre son ciegas, ni se lo plantean.

P.– Se empieza por lo que ofende y se acaba señalando a todo lo que escapa del pensamiento oficialista. ¿Vivimos una nueva Inquisición del pensamiento? ¿No es la censura una forma de castrar 'mentalmente' a la sociedad?

R.– Seguramente, todos estos nuevos censores harán proclamas contra las antiguas censuras de la Iglesia sin darse cuenta de que están actuando de la misma manera. Además, lo que censuran no es ningún crimen o fechoría probada, sino unas formas de expresión que el tiempo irá borrando poco a poco, según se vayan desarrollando las nuevas formas de pensar de una sociedad. ¿No te parece?

Jacobo Siruela durante la entrevista con EL ESPAÑOL en su masía, Mas Pou

Jacobo Siruela durante la entrevista con EL ESPAÑOL en su masía, Mas Pou Joan Gálvez EE

P.– ¿Cree que la censura es más propia de la izquierda o de la derecha?

R.– La historia la encuentra en ambas partes, tanto en el fascismo como en el comunismo. Es consustancial a las ideologías más dogmáticas. Y creo que hay que analizar lo más objetivamente que se pueda cada caso, sin generalizar.

P.– ¿Le afecta de alguna forma la crispación política? ¿Qué es lo que más le irrita de nuestro tiempo?

P. - La crispación política me afecta poco. No soy animal político. Creo que los dos temas políticos más importantes de nuestro siglo no son las estrategias que utiliza cada partido con el fin de arrancar votos al contrario a través de remover sentimientos humanos. Los dos temas políticos más importantes hoy son la naturaleza y la tecnología; es decir, hay que ir regulando y disminuyendo la sistemática destrucción de los entornos naturales, con las graves consecuencias que todo esto conlleva para el cambio climático. Y la regulación de la creciente subyugación humana a la tecnología y sus promesas. Sobre todo, de la llamada inteligencia artificial, que quiere hechizarnos y acaparar nuestro tiempo.

P.– La IA como potencial enemiga del ser humano.

R.– No deja de ser preocupante los desórdenes sociales y psicológicos que va a crear la susodicha inteligencia que, precisamente por ser artificial nos va a conducir al caos en el momento que ataquen o se estropeen los satélites que los hacen operativos. Por otro lado, la inteligencia natural no tiene límites, salvo las limitaciones humanas; la artificial sí. Además, sólo calcula y reúne información, pero no comprende nada. Y si eso que es capaz de reproducir de forma increíble la realidad y superponerla a lo real, sin comprender nada, va a regular el mundo, no deja de ser inquietante.

Ars, Memoria, Imaginatio, Naturae

Ars Brevis hace referencia al 'arte de lo breve'. En esa colección no se publican novelas, sino cuentos o aforismos. Siempre siguiendo la máxima de William Shakespeare: 'La brevedad es el alma del ingenio'. Forma parte de la colección todo aquello que evoque el arte de la brevedad, como los Cuentos salvajes de Ednodio Quintero o el El libro de los monstruos de Juan Rodolfo Wilcock. Aunque uno de los textos más paradigmáticos de este bloque lo firma Gómez Dávila. "Cuando fui a Colombia me hablaron de este autor, que había escrito un libro con un título tan comercial como Escolios para un texto implícito. Lo compré y me pareció una inteligencia extraordinaria. Se le había oscurecido porque era un hombre rico, que vivía en su casa y escribía aforismos críticos sobre la época moderna, pero tenía una inteligencia tan asombrosa que hasta Fernando Savater le dedicó un texto".

Esta concepción de lo breve es la antítesis de Memoria Mundi. "Como hay tanto énfasis en la actualidad, nosotros apostamos por su contrario, la Memoria", asegura el editor. Ahí ha publicado sus títulos más importantes, como las 3.000 páginas autobiográficas de las memorias de Casanova, los dos volúmenes de Decadencia y caída del Imperio Romano de Edward GibbonEl erudito de las carcajadas de Jin Ping Mei (una de las lecturas más importantes –y eróticas– de la literatura china) o el que es, para él, uno de los libros más importantes de la filosofía del siglo XX: Proceso y realidad de Alfred North Whitehead. "Una obra que reflexiona sobre una idea lanzada desde Atalanta, y es que todos los seres vivos – animales, plantas, etc. – sienten y piensan, a su manera". Idea que, a su vez, conectará con la esencia de los textos de Goethe publicados en Liber Naturae.

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Pero quizás la colección más original de Atalanta es Imaginatio Vera, que hace referencia a "la imaginación verdadera", concepto que "está totalmente distanciada de la concepción de la imaginación escapista, ya que las obras de Imaginación verdadera, si las analizas de forma simbólica, transmiten realmente un pensamiento simbólico muy enriquecedor". En esta línea se encuentran textos como el exitoso El fuego secreto de los filósofos de Patrick Harpur o los libros de mitología como Los dioses de los griegos y Los héroes griegos de Karl Kerényi, o El mito de Osiris de Jules Cashford,El arte mágico de André Breton. O su último tomo, de casi 800 páginas, firmado por el historiador lituano Algis UzdavinysLa filosofía como rito de renacimiento.

¿Cómo eligen los libros que se publican? "Un libro te lleva a otro", asegura Siruela. "Los encadenamos para ir creando un discurso coherente. Atalanta es una editorial que sigue una estructura progresiva. De vez en cuando publicamos cosas que no tienen nada que ver, como El lector decadente, un pequeño giño gamberro, que en realidad se trata de una antología con los mejores cuentos franceses e ingleses de la época simbolista. Pero todo lo relacionado con el pensamiento sigue, siempre, una directriz muy clara". Es una editorial viva.

P.– Es inevitable hacer un paralelismo entre usted y los últimos días de vida de Carl Gustav Jung, que acabó aislado en un cabaña en el bosque.

R.– Bueno, ya ves mi cabaña (risas). Quien quiere profundizar en algo debe apartarse y buscar un entorno tranquilo. A partir de cierta edad yo quería vivir fuera de las ciudades, y cambiar de lugar.

P.– ¿Por eso decidió abrir un proyecto ecológico en su finca en Salamanca?

R.– A final del 2014 heredé unas fincas en Salamanca y, como somos ecologistas convencidos, no nos ha quedado otro remedio que transformarlas en ecológicas. Los dioses son irónicos, y han querido que, además de editores, seamos ganaderos (sonríe). De modo que tenemos una ganadería de vacas que pastan libremente por el campo comiendo sólo pasto natural y pienso ecológico que sembramos nosotros. Es una carne feliz, sanísima, que con el tiempo venderemos empaquetada. Y, por otro lado, también, como una parte de la finca es un bosque salvaje donde viven todo tipo de animales salvajes, hasta lobos, queremos cuidar esta parte como zona protegida, vedada para la caza. En fin, es un tema largo que no se puede condensar en pocas palabras. Nos proponemos crear un modelo ecológico, rentable, para el mundo de hoy, porque si no es rentable, la ecología será un fracaso.

P.– Su última colección es Liber Naturae, una línea temática centrada en la naturaleza. ¿Cuál es su razón de ser?

R.– A que debemos ver el mundo como algo vivo del cual formamos parte. El primer libro que publicamos en Liber Naturae fue de Goethe, La metamorfosis de las plantas. El segundo, del científico Henri Bortoft, se titula La naturaleza como totalidad, y trata sobre el sentido de totalidad que intuyó Goethe en la naturaleza. En su momento, Goethe dijo que había que hacer una ciencia poética, y sus coetáneos le dijeron que volviese a la poesía. Sin embargo, muchos años después, un científico que había asimilado la teoría de la totalidad en la teoría cuántica de David Bohm escribe un libro de algo más de 500 páginas en el que asegura que sus intuiciones son pertinentes si se contemplan las cosas mediante una nueva perspectiva holística. También hemos editado un libro bastante novedoso de Arthur Firstenberg titulado El arcoíris invisible, que es una historia de la electricidad desde el punto de vista de la salud, que nos informa de toda la contaminación electromagnética a la que nos está sometiendo toda esta revolución electrónica en donde cada móvil es un tubo de escape de contaminación invisible.

P.– Atalanta tiene el objetivo de desarrollar un nuevo humanismo. También habla usted de crear lo que define como 'transmodernidad'. ¿Cuál es su sueño?

R.– Siempre he buscado dar un sentido más amplio a las cosas a través de lo que publico. Y mucho más hoy, que nos estamos autodestruyendo con las formas de producción del siglo pasado. Debe haber un cambio total o el cambio climático, por ejemplo, será monstruoso. Necesitamos una metamorfosis o un colapso total para que la sociedad cambie, y se haga algo de verdad. Por eso, es importante que la gente se dé cuenta de que tiene que cambiar. Pero de momento los políticos están más interesados en pensar en quiénes les votan o en la economía, es decir, en resolver los problemas del día a día. Y, por otro lado, hay demasiados intereses en juego que intentan frenar este proceso.

P.– ¿Culpa al capitalismo salvaje de los males del presente?

R.– Al capitalismo claro, aliado con la revolución tecnológica. Nuestro mundo, en este caso, vive en un sistema decadente. Pero hoy el mal no se limita ya sólo, como decía Marx, a las grandes empresas, sino que hasta los chicos de 16 años están obsesionados con el dinero y el beneficio. Y me temo que la gente no hará caso del problema en el que está el mundo hasta que las cosas no se pongan feas y haya un colapso, y la realidad misma nos ponga en nuestro sitio.

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P.– Parece que quisiera decir que todo tiempo anterior fuera mejor.

R.– En absoluto. Ahora lo que toca es hacer una crítica del progreso para que regulen sus excesos. En el siglo XVIII hubo una transición hacia la razón que, en su contexto histórico estuvo muy bien, porque acabó con el dominio de la Iglesia sobre la sociedad, pero en el siglo XIX el mundo se lanzó al progreso industrial sin contemplar sus consecuencias; y el progreso ha ido cada vez más contaminando y desequilibrando el medioambiente natural hasta llegar a donde estamos ahora. El progreso se convirtió en el siglo XIX en la religión de la modernidad. Cierto que, socialmente, la gente está hoy mejor que antes, es indudable, pero ahora debemos frenar o reformar la esencia capitalista de este progreso que sólo ambiciona extraer todos los beneficios posibles de la Tierra. Nuestro planeta es un ser vivo y si ha enfermado, y da signos de crisis, es porque estamos matando la vida, que es el bien más preciado que tenemos.

P.– Hablado de muerte, ¿qué cree que hay tras ella?

R.– Hay muchas... [Hace un parón]. Muchas teorías… y experiencias, pero yo realmente no pienso demasiado en ellas. No quiero tener ninguna teoría al respecto, porque cualquier cosa que crea va a ser limitada. Hay que prepararse para la muerte como uno se prepara para un viaje hacia lo desconocido.

P.– ¿Y cómo se prepara usted para morir?

R.– Es un asunto muy personal, pero lo más importante es que no tengo miedo a morir. Cosa que la mayoría de la gente tiene. Y esto es consecuencia de un largo proceso de reflexión.

El rostro de Jacobo Siruela se refleja sobre una esfera perfecta

El rostro de Jacobo Siruela se refleja sobre una esfera perfecta Joan Gálvez EE

P.– Hablar de esto me recuerda a uno de los libros que publicaron en Atalanta, Consciencia más allá de la vida de Pim Van Lommel, donde se profundizaba en las experiencias cercanas a la muerte (ECM). ¿Son una puerta al Misterio?

R.– Pim Van Lommel era un médico holandés que recopiló cientos de informaciones de personas cuyo cerebro había estado clínicamente muerto durante un corto periodo tiempo y luego habían vuelto a la vida y le contaron su experiencia. Evidentemente, hay mucha gente que dice que todo esto mentira, pero esta es una de las lacras de nuestra sociedad: no de la ciencia en sí, que no puede pronunciarse al respecto, sino de la ideología de la ciencia, de la gente que abraza la ciencia con una fe similar a la que antes profesaba a la Santísima Trinidad. Se prefiere eso a tener una mente abierta y analítica, y ver que existen ciertas pruebas psíquicas de que cuando morimos este viaje no se acaba. Incluso los científicos dicen que la materia no muere, sino que se transforma. ¿Por qué no se va a transformar también la psique?

P.– Quizás la Iglesia ha jugado parte de culpa en la 'satanización' de todo lo que sonase a místico o esotérico.

R.– La Iglesia ha estado en contra de cualquier pensamiento que no fuera ortodoxo. Todo lo que escapara de X, Y o Z era señalado. Es una institución que siempre ha funcionado por dogmas, e incluso los místicos de la Iglesia han tenido problemas con la Inquisición. Pero debemos recordar que todos los organismos de ese tipo siempre son limitadores, y por eso caen o desaparecen. Aunque la Iglesia católica tiene ritos fascinantes, como la misa, siempre que se comprenda desde una perspectiva simbólica. El problema está en que si es oficiada de forma rutinaria por una especie de funcionario, la gente no conecta. Una de las cosas que hemos perdido son, precisamente, los rituales que solían transformar interiormente a las personas.

P.– ¿Qué le despierta la figura de Jesús?

R.– Aunque no soy cristiano, es un símbolo importantísimo. Y añadiría que todos los evangelios están llenos de sabiduría y de contenido moral en el más alto sentido. Lo que más me interesa del mito cristiano para mí es el misterio en torno a la muerte y resurrección de Cristo que, como Osiris, muere y resucita. Si uno lo interpreta simbólicamente, cobra total sentido. Es lo que pasa con las religiones. Lo interesante no es si es real o no lo que dicen textualmente, sino si está diciendo algo sustancial o no. Schopenhauer decía que el mundo es voluntad y representación, y que todo lo que vivimos viene mediatizado por la representación que hace nuestra mente del mundo. Un hinduista jamás verá a Jesús en una ECM, sino a Shiva. Ahora bien, eso no quiere decir que ambas experiencias no signifiquen cosas muy profundas, cargadas de una significación semejante para cada uno.

El conde de Siruela, Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, posa frente a Mas Pou, su masía del siglo XVI en Vilaür, Gerona

El conde de Siruela, Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, posa frente a Mas Pou, su masía del siglo XVI en Vilaür, Gerona Joan Gálvez EE