Pedro Alonso (Vigo, 1971) es más que un actor brillante: es casi un médium. Mira el alma humana a trasluz y la intuye. Su presencia resulta enigmática, encantadora, distinta. Quizá sea la voz o la cadencia. Hay algo profundo en él, algo sensible y antiguo que viaja desde otras épocas. En esta charla contará que hace mucho dejo atrás al canalla que fue -al seductor indomable, al espíritu lúdico que alguna vez abrazó, dice, con demasiada “glotonería”- y ahora mira el mundo con los ojos del esotérico. Es el hombre que medita. El hombre que escucha el misterio.
Es el hombre que ha derribado los tabúes morales, el hombre que ama ir desnudo, el hombre que lee filosofía y atiende a la belleza del mundo: él sabe que lo poético, lo narrativo y lo sensual siempre ruge debajo de las cosas como un dragón dormido. Es toda esa inteligencia y ese extraño ‘savoir faire’ el que ha sabido inyectarle a Berlín, el carismático protagonista del spin off de La Casa de Papel. A esta ficción, creada por Álex Pina y Esther Martínez Lobato, le ha bastado apenas un mes para batir récords y ya ha entrado en el Top 10 de las series de habla no inglesa más vistas en toda la historia de Netflix. Casi nada.
Aunque en La Casa de Papel conocimos a un Berlín más sombrío, psicopático, genial dentro de su crueldad, radical y magnético, en su spin off abrazamos su versión más luminosa, más lúdica y romántica. Ah: aquellos locos años robando de guante blanco por Europa sin que nadie le tosiera, antes de saber de su enfermedad, antes de inmolarse honorablemente…
“Hay algo en el personaje de Berlín que invita a estudiar el sistema para desmontarlo. Al precio que sea. No tiene ningún tipo de cortapisas moral”, cuenta Pedro. “¿Y no te parece que cuando nos enamoramos… todos somos un poco amorales? Yo no sólo quiero a Berlín, sino que le entiendo dentro de sus estrategias fatales”, le deslizo yo. “Es posible. El personaje de Berlín se permite cosas que habitualmente nosotros no nos permitiríamos de esa manera… y se las permite a lo loco, a lo grande, a lo ancho, a lo largo”, sonríe.
“Es un caballo desbocado que tú sabes que te podría zapatear, pero que te molaría cabalgar alguna tarde. Eso tiene un precio. Está dispuesto a morir. Está dispuesto a cualquier cosa. Tiene arrojo vital, determinación… y un acuerdo brutal consigo mismo. Ese acuerdo dice: ‘A mí no me vais a meter en vuestras fórmulas’”.
Alonso cree, como su adorado y odiado Jim Carrey (el actor que más fricciones y fascinación le ha generado, el más ambivalente de sus mitos), que “los personajes te tocan cuando te tienen que tocar”. Él es la mano y Berlín es el guante. Berlín no nos da sermones biempensantes (¡en esta era de las monjas… y los curas… y las misas ideológicas a todas horas!), no nos tutela, no nos regaña. No es un ejemplo, no quiere serlo. Es delicioso, imaginativo, perverso. Berlín nos hace libres. Es horrible y fantástico al mismo tiempo. Es colosal. Hace lo que quiere con el mundo: lo mueve como un balón girando sobre su dedo. Ya lo dice Pedro: “En la vida, si vas a la velocidad adecuada, acaba pasándote lo que te tiene que pasar”.
P.- ¿Cómo ha afectado este pelotazo a tu vida normal? ¿Puedes salir a comprar el pan?
R.- Sí, sí. Yo voy al mercado, voy al súper y limpio mi baño. Y cuando voy a una ciudad, salgo por la puerta de donde esté y camino. Y mi vocación, además, es hacerlo de forma libre y desprejuiciada, por los arrabales y por los palacios. Pero es verdad que he tenido un segundo golpe de estrés. Tuve uno durante La Casa de Papel, ¡sólo uno, que yo recuerde!, y me tuve que ocultar porque me grababan vídeos y me seguían y era horrible. Me costó, pero me lo trabajé, y enseguida se normalizó, porque eso es un bucle en el que tú puedes entrar. Y aquí, ¿qué se me ha ocurrido? Pues en el momento de máxima locura, acabé la promoción y me fui de viaje al sur de Italia (ríe). Si estás en un momento así, no vayas al sur de Italia.
P.- Me puedo imaginar…
R.- O no vayas a Argentina. Yo soy un enamorado del sur de Italia pero tuve que ocultarme, invisibilizarme.
P.- ¿Haces la de las películas de gafas de sol y gorra?
R.- Nunca he querido jugar a eso, porque pienso que a veces la mejor forma de invisibilizar es hacerte visible. Pero no funciona si vas al lado de otros, o con el foco ‘celebrity’ encima. Tuve varios días que sí que agradecí mucho las mascarillas. También iba con sombrero, un poco Michael Jackson por la vida. Pero amo el sur de Italia y su gente. Son de mi vibra total. He estado en Nápoles, en Palermo… con repunte morrocotudo.
P.- Hablemos de ‘Berlín’… y de ti. ¿Cómo se domestica al canalla que uno lleva dentro? ¿Qué fases has tenido tú en tu propio canallismo vital? A la hora de coserte a este Berlín hedonista, encantador y peligroso… ¿de qué parte de tu vida has cogido los recuerdos o el espíritu, para abrazarlo bien?
R.- Quiero creer que lo del canalla lo he dejado atrás hace mucho rato. Y aparte creo que tengo bastante localizado el momento en el que hizo ‘clanc’.
P.- Ah, ¿sí?
R.- Sí. Y se me cayó el canalla. Cuando hablamos de canalla, hablo de esa recurrencia de lo ‘alpha predator’ de la vida. Ese peligro. Eso hace tiempo que no lo tengo.
P.- ¿Cuándo dices que se cayó?
R.- (Ríe). Mira, yo me he trabajado mucho en los últimos años. Mucho. Y trabajarse quiere decir que tú vas chequeando cuáles son tus patrones de comportamiento. Yo lo he hecho mucho desde las vías meditativas y el chamanismo, y hay algo maravilloso en esas vías que tiene que ver con aprender a respirar, con limpiar, con sanar, con estudiar tus patrones conductuales. Esos que un día miras y en los que descubres unas incongruencias increíbles. Yo me di cuenta de que había una incongruencia entre lo que yo entiendo que era mi bonhomía o mi potencial nobleza de espíritu con mi forma de gestionar mis relaciones en lo afectivo. ¡Y se me pasó aquello de “todo es una potencial relación afectiva cuando hay alguien que te gusta delante”! Ese ese paradigma y eso ya no lo tengo.
"Al canalla que fui lo dejé atrás hace rato: he trabajado por no ser más un ‘alpha predator’"
P.- Pero eso también es divertido, ¿no?
R.- O no. Yo siento que puedo valorar la belleza y el valor de alguien y celebrarlo sin que eso signifique nada más allá…
P.- Sin que signifique querer cogerlo, o quererlo para ti.
R.- Exacto.
P.- Es esa cosa caprichosa y encantadora que tiene Berlín de niño grande, de ver algo brillante y quererlo para él.
P.- Para mí la clave de Berlín es que es un brujo. Como un chamancito oscuro. Hay algo ahí. Y al ser oscuro, con toda esa paradoja entre la luz y la sombra que siento que genera muchas preguntas y mucho desconcierto, pero que no tiene tanto que ver con la cosa predatoria obvia de lo alfa, sino con un apetito de vida insaciable (ríe).
P.- ¿Se vive mejor sin ser un canalla?
R.- ¡Desde luego!
P.- Se duerme mejor por las noches, ¿no? Sobre todo porque cuando se es más canalla, se vive noctábulamente.
R.- Sí (ríe). Ya me parece un paradigma muy estrecho, muy viejuno y muy aburrido. Pero esto no tiene nada que ver con lo moral… sino que cada vez me interesa menos esa cosa alambicada en la pasión… eso desgasta mucho. A mí me gusta más que el agua corra, que fluya de forma natural. Que no se convierta todo en una negociación, en un ejercicio de…
P.- Toma y daca, en un ping pong intelectual y dialéctico.
R.- Eso es, eso me aburre muchísimo. Berlín siempre atiende a cuál es el canon, a la convención, y la subvierte. Los caminos obvios y la convención le aburren. Eso no es incompatible con que ahora se haya puesto romántico, pero eso tiene que ver con el hambre por sentir profundamente la vida.
P.- ¿Cómo distingues tú que te has enamorado?
R.- Para mí es inapelable. Cuando me enamoré de mi pareja, de Tatiana, fue inapelable. La sensación me habitó por entero. Y en multifrentes. Me interesaba, me divertía, me intrigaba, me estimulaba en muchos niveles. Mi novia es muy simpática y muy divertida.
P.- En esta serie te enamoras en París. Y en la vida real… creo que también.
R.- (Ríe). Es que a Álex [Pina] no le puedes contar nada porque lo utiliza todo. Lo escribí en una novela de no ficción. El prefacio es mi encuentro con Tatiana en París, en la calle.
P.- ¿El tiempo empezó a ir más lento?
R.- Nos encontramos en la calle y nos pusimos a hablar. Y fue antes del pelotazo de La Casa de Papel. Habíamos terminado de rodar pero el éxito aún no había llegado.
P.- Y charlasteis como buenos y viejos amigos íntimos…
R.- ¡Sí! Porque al principio fue sin flirtear. Fue pura simpatía.
P.- ¿Cómo pueden pasar estas cosas? ¿Cómo hago para que me pasen, Pedro?
R.- (Ríe). Yo estaba haciendo un viaje solo y cuando viajas solo, pasan este tipo de cosas. Yo tenía ganas de viajar. Me había separado hacía un tiempo. Me apetecía ir a París, que no lo conocía. Desde entonces no paro de ir a París. Ahí empezó toda la locura.
"En mi vida real también me enamoré en París de mi pareja: me perdí en Monmartre y la encontré"
P.- Así que de alguna manera tu cuerpo lo sabía antes que tú: que te podías enamorar de ella. Estabas ahí, justo en ese momento, para encontrártela.
R.- Bueno, es que yo pienso que en la vida hay algo… si vas a la velocidad adecuada, acaba pasándote lo que te tiene que pasar. De hecho, yo no sabía en qué hotel estaba en París ni en qué barrio estaba el hotel. Siempre lo hago yo pero esa vez le pedí a una persona que me sacase el viaje. Entonces fue como: “¡Ah, estoy cerca del barrio de los pintores…! ¡Ah…! Pues voy a subir por aquí… por estas escaleras… y ahora voy a ir hacia atrás…!”. Fui perdido, moviéndome por intuición.
P.- Hiciste un Rayuela. Un Cortázar maravilloso. “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.
R.- Así fue. Hasta que llegué a un lugar y dije “es la terraza perfecta para sentarme aquí”. Me senté, pedí algo… pasó, nos miramos y empezamos a hablar. Cuando viajas solo esas cosas son más naturales, uno está más despierto y más por la labor de charlar. Fue muy hermoso. Me perdí en Montmartre y la encontré.
P.- ¿Por qué nadie más que tú podría ser Berlín? Os veo y pienso en Peter Pan cosido a su sombra. Es una simbiosis perfecta.
R.- Yo te lo agradezco, pero yo pienso que dentro de 20 años... si Berlín se acaba y quieren reeditarlo... se puede.
P.- ¿Como James Bond?
R.- (Ríe). Completamente. Pienso que hemos habilitado una categoría narrativa multigénero, como un rol, un vehículo. Yo siento que se podría escribir una secuencia de: “¡Berlín!”. “¡Hamlet!”. “¡Berlín…! ¿Dónde has estado?” (ríe). Él tiene una llave muy gozosa narrativamente. Me hace feliz. Me gusta la energía de esta casa. Me han empezado a lanzar filetes imposibles y aquí seguimos jugando. Mantiene siempre su ADN pero sabe caminar hacia la luz, hacia la ligereza. Es una búsqueda y es un regalo.
P.- Hablando de hedonismo: ¿por qué con un negroni se habla y se ama mejor?
R.- (Ríe). Bueno, es que Berlín es un puro ejercicio de estilo. Y luego otro ejercicio de estilo, y luego otro, y luego otro… pero claramente está un punto por encima de la realidad, del naturalismo. Por eso digo que podrías meterlo en una de Shakespeare. Siempre pensé, ya en La Casa de Papel, y se lo robé a alguien, que tenía la impresión de que Berlín miraba la vida y a casi todo el mundo como si fuese una película en blanco y negro que ha envejecido mal. Para él el mundo ha envejecido mal, entonces eso él no lo puede soportar, no lo entiende… pero busca la manera de cincelarlo para llegar hasta donde está la vida y liberarla. Es un revolucionario: estoy de acuerdo contigo. Pero más: es un revolucionador. Y absolutamente egoísta…
P.- ¡Es un agitador!
R.- Es un detonador. Le gusta liberar lo que está retenido, por eso a la gente le toca algo profundo. Le dicen “no puedes hacer esto, claro que no”, y corre y lo hace.
P.- ¿Cuántas veces has conseguido que una mujer se quite las braguitas en un restaurante? En la ficción una, por lo menos. ¿Y fuera?
R.- Siempre está esa cosa de lo prohibido, ¿no? Lo prohibido. La norma. Toda la presión infinita sobre qué es lo que toca. Por ejemplo: es por la noche y yo me pongo un pijama y duermo. Yo recuerdo cuando con menos de 18 años descubrí que me gustaba más dormir desnudo. Hay gente que dice “¿duermes desnudo?”. Mi hermano me lo decía. Y yo le decía: “Es que si no tengo la sensación de que… me ducho con ropa”. Hay gente a la que esto le parece una cosa rarísima. Hay muchas cosas que se supone que están del lado de lo “no normal” que a mí me gustaría reivindicar. A mí me gusta ir desnudo, estar desnudo, y además estar desnudo con alguien a quien amo sin que eso haya que llevarlo al sexo directamente. ¡Es una forma de estar!
P.- De habitar los espacios.
R.- Sí, pero hay algo muy represivo sobre la expresión de lo natural sin que esté necesariamente asociado al sexo. El otro día en unos premios en América se dieron un beso dos tíos de forma espontánea y la que se ha montado…
P.- Somos muy mojigatos, ¿no te parece?
R.- Totalmente. Cuánta represión tenemos inoculada para que se pueda ver raro no ya que te quites las bragas, sino que no lleves bragas. ¡No es un drama! Eso es lo que quería decir. Y puedes caminar en pelotas y que le veas los genitales a tu madre en una playa, no pasa nada. Hay algo de cosificación y rigidez que me vengo quitando hace años y me parece más sano.
"A los 18 años entendí que me gustaba dormir desnudo. Disfruto estando desnudo con la persona que amo sin necesidad de que implique sexo”
P.- ¿Qué es lo más interesante, el antes, el durante o el después del sexo… y por qué?
R.- (Ríe). El antes es lo más importante. Habría que estudiarlo en las universidades. Ya hablo técnicamente: si usted va a tener una relación íntima con alguien, es importante que el antes se convierta en una cuestión atendida con toda la presencia para que el mundo se lubrique. Un día puedes tener un arrebato maravilloso, vale, pero el antes es clave para el durante.
Ahora que vengo de Italia: mira esa cosa del paganismo. Tú veías Pompeya, ibas a una casa, y te lavan, te echan un ungüento, te abrazan, te huelen, te chuperretean, se sacan los aromas. El antes es fundamental. Hay que aprender a respirar bien, a escuchar, a salir de la cabeza, a abandonarse, a jugar, a divertirse, a dejarse ir. Eso es decisivo para la salud. Y el después es clave también porque denota…
P.- La elegancia.
R.- Y la madurez de la gente para sostener lo que pasa cuando te bajan las sustancias que te han arrollado. Con respeto, con ternura, con gracia. Con lo que toque en cada momento.
P.- ¿Qué hay del poliamor? ¿Tú podrías ser ese segundo plato que tanto le aterra ser a Berlín? Acaba diciendo “¡me cago en el poliamor francés, y en las relaciones abiertas…!”.
R.- Todo es legítimo mientras sea en salud y de forma consensuada. Pero creo que hace falta mucho talento para el poliamor.
P.- ¿Tú lo tienes?
R.- Ahora mismo y desde hace años, no soy perfil para el poliamor ni me hace falta tampoco. No me hace falta para nada. En ese sentido me siento ‘old school’. Claramente, fue desde que se me cayó esa ficha de “¿podemos ser más maduros para relacionarnos con lo que nos gusta sin ponernos en modo ‘predator’?”. Gané mucha salud en lo social y en lo íntimo, mucha calma.
"Hace falta mucho talento para el poliamor: a mí no me interesa"
P.- La calma… la buscamos desesperadamente, valga la paradoja.
R.- A veces hay algo de “como no me puedo comprometer, o como me da miedo el compromiso, de repente me disperso”. El poliamor tiene que ver con la dispersión, y está genial, pero a mí me interesa mucho más la atención. Me preocupa un poco la glotonería compulsiva… la poca tolerancia a la frustración. Todo es frívolo. Vivimos en un mundo donde la gente te pregunta cuánto follas y cuánto dinero ganas…
P.- Todo acumulativo, cuantitativo, obsolescencia programada.
R.- Sí. Eso es. Pero señores, concéntrense en un buen polvo. “¿Cuánto has follado, cuánto tienes?”. Oiga, que a lo mejor me gusta el sexo tántrico y he echado un polvo que ha durado un mes. Esto no es una competición. Y eso tampoco es “¡wow!”. Enseguida alguien cogería esa idea y haría de eso algo excéntrico o morboso o alfa. No, no. Cuídense, habiliten el flujo de la energía, ámense, diviértanse y normalicen un poquito las cosas. Odio la competición, en serio, es algo que nunca he hecho, ni en la época más alfa. Lo que fuera que hiciera, no se lo contaba a nadie.
P.- ¿Caballero no tiene memoria?
R.- No.