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"David era muy consciente de que ese momento podía llegar. Habló de ello varias veces. Sabía que, con ese trabajo, la posibilidad siempre estaba ahí. Los demás también sabíamos que algo podía pasar, pero no lo pensábamos tanto. Te llevabas el susto y se quedaba en eso, en susto. Porque, si no, no lo haces más. Pero él lo razonaba tanto… y aun así iba. Siempre tenía interés por saber dónde estaba la línea roja y por qué la gente la cruzaba", cuenta el periodista Sergio Caro.
"Roberto tenía una personalidad muy distinta, no hablaba tanto de eso, pero en el terreno veías que era una roca. Siempre que había peligro era capaz de mantener la calma. Generaba complicidad y seguridad en todo el equipo. Por eso David siempre iba con él. Desde la más absoluta humildad, cada cosa que decía era una lección de vida", añade su compañero Frank Belyeu.
Los que hablan, ambos, lo hacen de sus amigos y compañeros de trabajo, los periodistas David Beriain y Roberto Fraile. Los dos son tipos duros, curtidos en mil batallas -y no es una forma de hablar-, tienen el anecdotario repleto de muchos "casi no lo cuento" y, aun así, a ambos se les quiebra la voz varias veces a lo largo de la conversación. Tienen que parar, respirar, reponerse… después, siguen hablando como si nada. Pero en sus palabras no hay lástima, hay orgullo. Y es así como cualquiera quisiera ser recordado.
David y Roberto fueron asesinados el pasado 26 de abril de 2021, hace este martes un año, mientras trabajaban en un documental sobre la caza furtiva en la reserva de Pama, cercana al parque nacional de Arli, en Burkina Faso. Habían ido hasta ahí para documentar cómo la ONG Chengeta Widlife, dirigida por el irlandés Rory Young, también asesinado junto a ellos, creaba una brigada mixta de guardas forestales y soldados del Ejército burkinés para proteger a los animales en una zona especialmente complicada.
Esa zona es un avispero de grupos armados y células yihadistas que viven sin una gran presión del Estado, incapaz de hacerles frente y, en muchas ocasiones, encuentran en la caza furtiva una forma de financiarse. Basta con mirar las cifras; en Arli se estima que hay 200 elefantes y el kilo de marfil cuesta unos 45.000 euros, frente a los 1.200 que puede costar un kilo de cocaína. Es cuestión de echar cuentas.
En el aniversario de su asesinato, EL ESPAÑOL | Porfolio ha llevado a cabo una investigación que reconstruye los flecos de una vida dedicada a viajar para encontrar en cualquier rincón del mundo esas historias que ellos sabían hacer universales. Para ello, esta revista ha hablado con amigos, familiares, compañeros de su productora 93 Metros… pero también con fuentes cercanas a la investigación sobre su asesinato, que reposa aún abierta y sin culpables claros en un despacho de la Audiencia Nacional, aunque arroja cierta luz sobre lo que pasó en el terreno.
Y es que David Beriain llevaba desde 2016 con la fijación de hacer un viaje así con Rory Young. Lo había intentado hasta en cuatro ocasiones, siempre sin suerte, como una especie de premonición divina. Sin embargo, acabó saliendo adelante. Aunque no debía. Según ha podido saber esta revista, ese día y los anteriores se produjo una concatenación de errores que aceleraron el nefasto desenlace.
Durante esas fechas se había notado la presencia de grupos armados en la zona y el Ejército burkinés había desaconsejado la excursión en la que David y Roberto iban empotrados. Además, parte de los guardas forestales que iban a protegerles en el convoy estaban ese día en huelga. Sin embargo, hubo presiones para que la expedición continuase y todo ello puso fin a una brillante carrera que había comenzado unas décadas antes.
Un libro por delante
No sería demasiado descabellado decir que David Beriain (Artajona, Navarra, 1977) estaba predestinado a acabar haciendo lo que hacía. Su primera experiencia de reporterismo internacional le llegó cuando aún era un crío, mientras estudiaba Periodismo en la Universidad de Navarra. El verano que pasó de primero a segundo, cuando sus compañeros de clase volvían a sus casas o se iban a pasar unos días a la playa, él aterrizó en la ciudad argentina de Santiago del Estero para hacer prácticas en El Liberal, un medio local, "localísimo", inciden sus amigos.
Inexperto como era, le sentaron al lado de un tipo que sabía más y su primer encargo fue el de ir a investigar un asunto de abusos sexuales en un centro psiquiátrico. Su compañero veterano le dijo a David que, mientras él hacía fuentes a la puerta del centro, saltara la valla y se colara para hablar con los pacientes. Beriain lo hizo. Y vaya si le contaron. Y ese fue el inicio de una vida dedicada a que le cuenten cosas y él contársela a los demás.
Volvió ahí verano tras verano mientras a regañadientes cumplía la promesa que le había hecho a su padre de terminar la carrera. A fin de cuentas, su progenitor nunca le pedía nada y eso había que dárselo. Así que cuando ya no se le pudo reprochar nada en lo académico se mudó a Argentina para liderar un suplemento de investigación en el mismo medio.
"El periódico era tan pequeño que le dieron mucha cancha y funcionó. Eso le marcó el camino para el resto de su vida. Aun así, había mucha presión por lo que publicaba y, aunque aguantó, a los dos años regresó a España y acabó en La Voz de Galicia. Ahí se preguntó ¿y ahora qué hago?", rememora en conversación con esta revista su viuda y partner en 93 Metros, Rosaura Romero.
Entonces, el mundo decidió cambiar y David decidió sacarle provecho. "Pasó lo del 11-S y, después, la guerra de Irak. Él no era experto en nada de eso. Se había leído tan sólo un libro sobre los talibanes, pero siempre contaba que ya se había leído un libro más que los demás, así que pidió ir. Insistió e insistió, hasta que lo mandaron. Le compraron el primer casco que La Voz había comprado en su historia", cuenta Romero.
Cuando Beriain llegó a la frontera de Irak y Turquía, estaba cerrada y no le dejaban pasar. Como había insistido tanto a su periódico, no podía volver con las manos vacías, así que se las buscó para convencer a unos contrabandistas y que le alojaran, a él en vez de a la mercancía, en el doble fondo de un camión, y así entró en el país en guerra, jugándosela, pasando control tras control. Aunque ya amasaba más experiencias que muchos redactores de cualquier redacción, David gastaba entonces sólo 25 años.
"Él siempre decía que su superpoder era ser de pueblo", comenta Romero entre risas. "Porque ahí aprendes a convivir con todos, a conversar con cada uno. Tenía el don de que la gente se sintiera a gusto hablando con él, sin importar el rol; igual con el soldado del Ejército colombiano que con el miliciano de las FARC. Les trataba con respeto y dignidad. Era una pasada verle trabajar. Yo creo que era la persona que mejor entrevista del mundo, siempre acababan bajando la guardia y abriéndose con él", añade.
Pregunta.- ¿Cómo vivías cada vez que se iba por ahí y se enfrentaba a situaciones peligrosas?
Respuesta.- Solíamos hablar de que nosotros teníamos la capacidad de poder compartirlo. También soy periodista y estaba en el proyecto con ellos. Creo que, o lo compartes, o es muy difícil. Porque en el terreno lo vives de una manera y a distancia es distinto. Eso sí, era todo tan intenso que luego en casa buscábamos la vida más normal posible.
Tras Irak, vinieron Afganistán, el lograr entrar en un campamento de las FARC cuando el secuestro de Ingrid Betancourt; más proyectos y más destinos. Se fue consolidando, enclavando su nombre entre los habituales de esa tribu formada por periodistas insensatos que van a jugársela a los rincones más peligrosos del mundo. Eso le valió su aparición en el documental Los ojos de la guerra, que fue nominado a seis premios Goya en 2012, y ahí conoció por primera vez a un tal Roberto Fraile que…
Trabajar en vacaciones
Roberto Fraile nació en Barakaldo (Vizcaya) en 1974, aunque fue casi por casualidad: sus raíces familiares se hundían a caballo entre Valladolid y Salamanca. Tras estudiar COU en Estados Unidos, acabó en Madrid sacándose una formación de Imagen y Sonido y empezó sus prácticas en la televisión de Salamanca, cuando el boom de las locales. Aunque siempre quiso dedicarse al reporterismo -para eso se había matriculado después en Historia-, le fue pesando la rutina y se fue acomodando en una vida normal, por así llamarla. Pero un día la mecha prendió irremediablemente.
Cuando España llegó a Afganistán, salió la oportunidad de un viaje en 2002 para acompañar en una misión a los soldados del cuartel de ingenieros de Salamanca y Fraile se ofreció voluntario. No hubo vuelta atrás. "A partir de ahí empezó a viajar por su cuenta", relata Lidia Marcos, exmujer de Roberto y madre de sus dos hijos. "Hacía horas extra y pedía que no se las pagaran, que se las dieran en días, y los acumulaba para poder viajar. Se solía dejar una semana de vacaciones para venir con nosotros a la playa, y todo lo demás lo invertía en esos viajes", añade.
"Al principio, pagábamos todo nosotros y, la verdad, nadie le compraba nada. Él ponía un precio a su trabajo y, si creía que valía tanto, no lo daba por menos ni aunque fuera a Antena 3 o a quien sea. Teníamos alguna discusión, porque yo le decía que lo vendiera por menos, pero que lo vendiera", recuerda, pero subraya: "Al final, llegó un punto en el que ya le salía rentable el viaje".
"Es que Rober era increíble, te ponías a hacer un reportaje y te sobraban los buenos planos", recuerda Jesús Martín, amigo de Fraile, compañero de piso en aquellos años iniciáticos en la televisión de Salamanca y que viajó con él en alguna ocasión a Afganistán. "No estoy exagerando, es de los mejores operadores de cámara de España", asegura, y a la par se da cuenta de su error en el tiempo verbal, y corrige, triste, "era uno de los mejores operadores de cámara de España".
Y le preguntamos a Lidia: ¿Cómo lo vivías cada vez que se iba?
Respuesta.- Era su pasión y yo me convencía de que no pasaba nada. Era eso o morirme yo. Pero él transmitía seguridad, tranquilidad… nunca preocupación. Además, no quería mostrarme preocupada por los niños. Un día, cuando estaba en Siria, mi hija mayor me preguntó: "¿Y si matan a papá?" El niño contestó que era imposible, que llevaba chaleco y que si escuchaba las balas se agachaba y ya está. El miedo es bueno para no hacer locuras, aun así, él no lo transmitía. Estoy segura de que cuando le pasó lo de Burkina Faso, Roberto estuvo pensando hasta el final que iba a salir de esa.
Y le preguntamos a su amigo, Jesús: ¿Por qué le interesó tanto ese tipo de trabajo?
Respuesta.- Era su forma de ser. Luchaba por contar esas historias que, de otra forma, no llegaban a la gente. Aunque estábamos en una cadena local, andaba todo el rato buscando historias internacionales. No sólo de guerra. Quisimos poner en marcha un proyecto que consistía en recorrer la Ruta de la Seda siguiendo el itinerario del primer español que lo hizo. Esas historias… la gente las desconoce y son muy interesantes. Luego le fueron surgiendo otros proyectos. Vieron la calidad que tenía Rober y la forma de trabajar. Así que, al final, se tenía que dedicar a eso. Era casi una obligación.
Y así acabó conociendo a un tipo llamado David Beriain.
Años buscando ese viaje
Tras un periplo por distintos medios y formatos, mutando de la prensa escrita a la televisión, y tras la crisis económica que dejó a muchos medios en los huesos, David Beriain decidió, en 2012, salirse del carril y montar un proyecto audiovisual junto a su mujer, Rosaura Romero. Desde un inicio contó con Roberto Fraile, primero como freelance, hasta que el proyecto cogió suficiente envergadura y todos pudieron dedicarse en exclusiva a él.
Ese proyecto era 93 Metros, con el que produjeron durante años la marca Clandestino, que se emitía en el canal DMax de Discovery Channel. Con ello encontraron una forma de hacer un periodismo caro, de largo recorrido, en profundidad, que entonces ya escaseaba, y sus documentales en los que retrataban los mundos al margen de la ley, en cualquier rincón del planeta, les encumbraron como los periodistas que ahora todos recuerdan.
Siguieron los viajes. Se fueron a Sudáfrica y a Mozambique a contar el tráfico de cuernos de rinoceronte, a por los ladrones de tumbas en Perú, se colaron en el cartel de Sinaloa… y también cerca de casa, tontearon con la camorra en el sur de Italia y con la mafia en Albania. Siempre, recuerdan sus amigos, con sus manías a cuestas.
"David era liderazgo puro. Roberto era la calma total"
"Roberto siempre tenía que probar el café, esa era su manía, sabía si en los sitios era bueno o malo. Por supuesto, en Colombia encontró el que más le gustó. David, en cambio, siempre tenía que probar el helado de vainilla. Y eso que tenía un problema con los lácteos, le afectaban al riñón, y alguna vez le ha dado un cólico en medio de la nada", recuerda con cariño Sergio Caro, cuyo hijo se llama Roberto por Fraile.
¿Y cómo eran en el terreno? "David era liderazgo puro, no tenía fin en cuanto al trabajo. Estaba concentrado siempre, en el terreno, y cuando volvía a Madrid estaba concentrado en la parte empresarial. Y aunque tenía una apariencia ruda, en realidad era un bonachón", rememora Frank Belyeu. "Roberto era la calma total. Daba igual la situación en la que estuvieras, siempre tenía buen rollo. Era una persona en la que te podías apoyar y confiar ciegamente porque nunca te iba a dejar tirado ni a fallar. Nunca", añade.
Belyeu se encargaba de la parte de investigación y producción de contenidos de 93 Metros y, aunque salió del proyecto algo antes del fatídico viaje, recuerda que hacer un documental sobre esas personas que se juegan la vida por proteger la naturaleza era una fijación que tenía David Beriain desde aproximadamente el año 2015. En el primer intento, ese año, se fue a República Democrática del Congo para intentar conseguir acceso al llamado Ejército de Resistencia del Señor, que se financia con el tráfico de cuernos de elefante. Viajaron los dos, Roberto y David, pero tras un mes en el que nunca llegaron a conseguir el acceso, la historia se cayó.
"Después de eso, encontré a Rory Young, que estaba en Mali entrenando a equipos de antifurtivos", comenta, en referencia al conservacionista que fue asesinado junto a los periodistas españoles. De origen irlandés, Young (que tenía 49 años cuando fue asesinado) había tenido un pasado militar en la Legión extranjera del Ejército Francés y acabó juntando eso con su faceta conservacionista, entrenando a gente para proteger animales, aunque fuera con armas. La primera conversación que Belyeu y Young tuvieron fue en enero de 2016, pero la historia no salió adelante por cuestiones de calendario. Lo intentaron otras dos veces, pero se volvió a caer.
"La última vez que hablé con Rory fue en 2018. Era la tercera vez que se caía la historia y se cabreó muchísimo. Decía que ya estaba bien, que lo preparábamos todo y al final no íbamos, que siempre lo mismo… la verdad es que di por perdida la historia. David, también. Pero una semana antes de irse a Burkina Faso me llamó David y me dijo que al final salía, que encajaba en el calendario y que se iba a ir con Roberto. A mí me llamó mucho la atención que fuera sólo con Roberto, porque él solía ir con dos cámaras, pero era un tema de seguridad delicada", añade Belyeu.
Todo salió mal
El parque nacional de Arli, ubicado en el sureste de Burkina Faso, en la frontera con Benín, se extiende por 760 kilómetros cuadrados -el equivalente a siete veces el tamaño de la ciudad de Barcelona- y es hogar de aproximadamente 200 elefantes, 200 hipopótamos y 100 leones, entre otros animales. Pero también es un lugar que alberga numerosas milicias armadas, ya que gran parte del territorio se escapa al control del estado, que ven en esos animales una fuente de ingresos: a fin de cuentas, hay que recordar que el kilo de marfil cuesta unos 45.000 euros, más que la cocaína.
Es ahí donde fue a aterrizar el proyecto Fomek, financiado por la Unión Europea e implantado por un consorcio de varias ONG, entre las que destacaba la Chengeta Wildlife de Rory Young. De 18 meses de duración, y regado con 1,5 millones de euros, el proyecto consistía en crear una brigada armada mixta, compuesta por miembros del Ejército burkinés y guardabosques, que pudiera localizar a los animales y protegerlos de los furtivos.
David Beriain y Roberto Fraile fueron a documentar la última parte del entrenamiento de esta brigada, en un ejercicio que consistía en poner en práctica lo aprendido, adentrarse en la reserva natural, seguir las huellas de los elefantes, y estar preparados por si había algún altercado. Ahora, visto en perspectiva, esa excursión nunca se debió llevar a cabo. Aunque a toro pasado… Lo curioso es que ya dio visos de que no debía salir adelante antes incluso de que empezara.
Fuentes de la investigación que se desarrolló tras el asesinato de los periodistas trasladan a EL ESPAÑOL | Porfolio que desde la ONG se llevaron a cabo distintos análisis, durante los seis meses previos, para ver la viabilidad de la actividad. En ese estudio se detectó que en la zona operaban hasta tres grupos armados. Este extremo fue confirmado en el terreno por la cadena Al Jazeera, que añade que, además, el Ejército burkinés recibió informes de Inteligencia desaconsejando enormemente el viaje, pero estos se perdieron en la cadena de mando.
Para entender que no se trataba de un paseo, basta con fijarse en un dato: en ese momento, en esa zona, habían muerto unas 900 personas desde 2018. Además, unos 15 guardabosques que iban a participar en el operativo de ese 26 de abril decidieron hacer huelga y no ir en la expedición porque no se habían cumplido una serie de promesas laborales que les habían hecho. Al final salieron con 40 personas y se acabaron viendo sobrepasados.
Entonces, si todo pintaba tan mal, ¿por qué se hizo el viaje? Se barajan varias hipótesis. Por un lado, el Ejército burkinés tenía presión para demostrar que el proyecto estaba avanzando de manera exitosa, especialmente para justificar la recepción de los 1,5 millones de euros, y el aplazamiento habría supuesto extender sobremanera los plazos. Eso pudo provocar que los informes de inteligencia que lo desaconsejaban, finalmente, descansaran en un cajón.
Pero, por otro lado, también se cree que a las prisas del Ejército se sumaron las del propio Rory Young. Aparentemente tenía una agenda muy apretada que le impedía quedarse en Burkina Faso más tiempo del esperado y compartía el interés de seguir adelante con la expedición. EL ESPAÑOL | Porfolio se ha puesto en contacto con la ONG de Young, Chengeta Wildlife. Desde la organización trasladan el pésame a las familias de los fallecidos y aseguran que ya se pospuso una vez por cuestiones de seguridad, que todos los tiempos fueron coordinados con el Ejército burkinés y que los calendarios del staff se elaboraron según las fechas inicialmente programadas.
David se quedó
"Fue todo muy raro", recuerda Sergio Caro, compañero de ambos. "Había hablado con Roberto unos días antes, el viernes 23. Me dijo que todo estaba bien, que no había ningún problema. Luego, le volví a mandar un mensaje el domingo y ya no me contestó. Pensé que no había ningún problema, que podía ser algo normal, hasta que me despertaron diciendo que habían visto una noticia de que había dos periodistas españoles desaparecidos en Burkina Faso. Supe que eran ellos, aunque pensé en un inicio que era un secuestro", añade.
Ese domingo en el que Caro escribió a Roberto y no recibió respuesta, era 25 de abril. Aún no había pasado nada. Según fuentes de la investigación, esa noche David y Roberto durmieron en la localidad de Natiaboani. Al día siguiente, el fatídico 26, salieron a las 5.30 hora local hacia el sur por la carretera N-18. El convoy, formado por unas 40 personas, estaba dividido en dos grupos que se movían en dos pickups y varias motocicletas.
Sobre las 8.30 horas, salieron de la carretera principal y entraron hacia la reserva, buscando rastros de elefantes. Una hora más tarde, el grupo del convoy en el que iban David y Roberto, se adelantó al otro y se detuvo para grabar con un dron. Fue ese el momento en el que empezó el ataque por parte de unos 40 milicianos, presuntamente, del denominado Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes, una filial de Al Qaeda en el país africano. Más tarde, sobre las 10.15, fueron abordados por detrás y se produjo un segundo ataque.
Rodeados y ante una situación auténticamente caótica, David y Roberto intentaron en todo momento cubrirse tras los coches, pero un proyectil alcanzó a Fraile, que cayó gravemente herido. Según las mismas fuentes, la retirada no pudo ser en grupo, se pareció más a una desbandada, y hubo que tomar una decisión: o irse y dejar a Roberto ahí, o quedarse e intentar salvar la vida. David decidió permanecer, no dejar solo a su compañero. David se quedó.
La confusión impidió saber en un inicio si habían muerto o habían sido secuestrados y la peligrosidad del terreno impidió buscarles de manera efectiva. Sin embargo, se acabaron encontrando los cuerpos de David, Roberto y Rory, confirmando las peores sospechas, y alguno de ellos tenían signos de haber sido ejecutados.
Si bien los investigadores descartan una emboscada planificada, porque habría sido imposible para los yihadistas prever en qué punto de la carretera se iban a salir, sí creen que, ante la imposibilidad de moverse de forma rápida con una persona herida, decidieron ejecutarlos. Sus cuerpos aparecieron a unos 200 o 300 metros del ataque.
Pregunta.- Lidia, ¿cómo te enteraste?
Respuesta.- Me llamó Rosaura, la mujer de David, por la noche y me dijo que les habían cogido, que podía ser una emboscada, pero que no sabían nada más. Me preocupé, claro, pero no pensé que el final fuera este. Pensé: "Pobres, hasta que les suelten…". Al día siguiente fui a trabajar y no le dije nada a los niños. Pero me llamaron y me contaron que habían aparecido los cuerpos. Esperé en casa, no quería ir a buscarles al cole para no sobresaltarlos, y luego ya se lo dije. Tuve el tiempo justo, porque empezaron a llegar los mensajes.
La investigación de lo sucedido reposa ahora, aún bajo secreto de sumario, en la Audiencia Nacional de Madrid. La apertura del caso, tras las diligencias de la Fiscalía, ha servido al menos para que se les considere víctimas del terrorismo. Aunque, siendo sinceros, casi nadie espera que se atrape al culpable, ni siquiera que algún día se llegue a saber quién fue exactamente. Sin embargo, sus seres queridos quitan hierro a ese detalle. No están, ya está.
"Yo no espero nada de la investigación. Es un sitio remoto y es complicado saber. Se sabe el grupo, pero quiénes fueron exactamente no lo creo. No me cambia la vida saberlo. Sólo espero que la muerte de David y Roberto sirva para que los gobiernos miren a esa zona del planeta, que es fuente de recursos para los yihadistas", dice Rosaura, y termina con una reflexión: "A ellos no les gustaba meterse en medio del fuego, pero ese periodismo hace falta. Mira lo que está pasando en Ucrania. Nuestra historia no tiene un final bonito, pero figuras como las suyas son necesarias". Eso nadie lo duda.
Su vuelta al mundo en cinco fotos
David Beriain, probablemente en Ecuador, aunque la memoria les falla a los amigos. Creen que fue durante la grabación de Yasuní, genocidio en la selva. Fue su primer documental con Discovery. Fotografía de Sergio Caro.
En Laos. Fotografía de Sergio Caro (en la imagen junto a David y Roberto), aunque con la cámara prestada a un Hmong. 41 años después de la guerra de Vietnam, todavía hay gente que mata y muere por ese conflicto. Rodaje de Hmong, el Ejército perdido de la CIA.
Beriain con miembros del Ejército de Colombia. La fotografía fue tomada por su amigo y compañero Roberto Fraile. Uno de los primeros logros de David fue entrar en un campamento de las FARC. En Colombia Roberto era feliz porque ahí tenía el mejor café, una de las manías que tenía al viajar.
Foto de Sergio Caro, en la que aparece David presentando y Roberto grabando. Están en México, durante el rodaje de uno de los documentales que hicieron sobre el cartel de Sinaloa.
David junto al periodista Marc Marginedas en Afganistán. Fue uno de sus primeros viajes. Ahí aún estaba en La Voz de Galicia. Roberto también salió al extranjero en sus primeras ocasiones para ir a Afganistán. Los suyos eran unos caminos destinados a cruzarse.