Botero, la fiesta visual que exalta el volumen
'Botero. 60 años de pintura' reúne en CentroCentro 67 obras que abarcan gran parte de la trayectoria del artista
17 septiembre, 2020 09:02Era 1952 cuando un joven estudiante de Colombia llegó en barco a Europa. Su primer destino fue Barcelona pero poco después se decantó por Madrid, ciudad en la que cogió un caballete y se sentó frente a los grandes maestros del Museo del Prado. Tan cierto es que en la capital pasó hambre como que tuvo la oportunidad de ver de cerca la obra de pintores como Velázquez, Goya o Tintoretto, que pronto se convirtieron en una fuente de inspiración. Fernando Botero (Medellín, 1932) pasó tres años recorriendo Europa en busca de los secretos de la pintura y durante ese periplo descubrió algo más: se dio cuenta de que no quería ser como Picasso ni como Piero della Francesca sino que ansiaba un estilo propio. Esa pincelada tan singular y tan volumétrica que consiguió la podemos ver en Botero. 60 años de pintura, una exposición que reúne en CentroCentro 67 obras de gran formato que abarcan gran parte de su trayectoria.
El interés de Botero por el volumen “apareció de manera intuitiva”, asegura Lina Botero, hija del artista y comisaria, junto a Cristina Carrillo de Albornoz, de la muestra organizada junto a Arthemisia. En una de sus primeras acuarelas, Mujer llorando, aparecen algunas figuras voluptuosas pero tal y como cuenta Carrillo de Albornoz en el texto del catálogo el nacimiento del boterismo se puede fechar en 1956 mientras pintaba un bodegón con una mandolina. “Cuando pintó la boca del instrumento, la realizó inconscientemente mucho más pequeña. El contraste entre el pequeño detalle y el generoso contorno producía un efecto, un cambio de proporción que hizo la forma del instrumento mucho más importante, poderosa y radical. La mandolina resultaba casi gigante. Ese bodegón fue el primer verdadero Botero”, sostiene.
Así dio comienzo a una fiesta visual que se ha prolongado durante más de 70 años y que tenemos la ocasión de disfrutar hasta el próximo 7 de febrero. Lina Botero insiste en que su padre siempre incide en que nunca ha pintado a una mujer gorda: "su obra no es un inventario sobre la delgadez, la gordura o los kilos de más sino que es producto de su pasión por el volumen, por la sensualidad y la belleza del arte a través de la expresión del volumen". La muestra, dividida en siete secciones, recorre los grandes temas que han interesado a Fernando Botero. La primera es América Latina, una sección a la que nos da la bienvenida el cuerpo desnudo de una mujer frente al espejo. En ella se reúnen los recuerdos de la infancia del pintor, plagado de personajes cotidianos como músicos, bailarines o monjas antes de dar paso a unas pinturas religiosas que aborda desde su característico sentido del humor.
Entre su producción, en la que encontramos más de 3.000 óleos, 200 esculturas y 12.000 dibujos, destacan las versiones con las que ha rendido homenaje a algunos maestros de la pintura como Van Eyck o Rubens, cuya obra le hechizó durante aquel primer viaje por el viejo continente. Esta serie empezó en los años 60 con una versión de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci y se ha ido enriqueciendo con Los Arnolfini, de Jan van Eyck, la infanta Margarita, de Velázquez o la Dama noble, de Goya. “La riqueza de estas piezas estriba en la aportación propia de Botero, pues resultan obras completamente distintas a las originales, auténticos Botero”, destaca Cristina Carrillo de Albornoz.
“A través del volumen se produce una exaltación de la vida. Con la deformación se genera un desequilibrio en el arte que hay que restablecer, y sólo mediante un estilo coherente se recupera la naturalidad de la deformación”, ha dicho alguna vez el artista. Y este estilo que exalta el volumen también se puede ver en sus frutas, en sus animales, en sus flores. Por eso, no extraña que sus naturalezas muertas también adopten estas formas redondeadas tan características de su pincel. Este es, además, uno de los temas recurrentes de Botero junto a las corridas de toros, temática que abandonó durante unos años pero a la que volvió porque le ofrecía la posibilidad de jugar con los colores, las composiciones y las formas. Pero no solo eso. Con quince años su tío le inscribió en la escuela taurina de Aranguito, un periodo durante el que pintó una serie de acuarelas de la que llegó a vender una obra, la primera en su trayectoria. Sin embargo, Botero dejó la tauromaquia para dedicarse por completo a la pintura.
Otro de los temas que le permite jugar con los colores es el circo, una disciplina que le ofrece muchas oportunidades estéticas así como una poética y una plasticidad que descubrió en un viaje a Zihuatanejo (México) en 2006. Sus figuras circenses se muestran estáticas dentro de la acción que están llevando a cabo, algo propio del estilo de un artista que a sus 88 años sigue activo y emprende nuevas vías de exploración. Fruto de esa experimentación ha surgido un nuevo grupo de acuarelas sobre lienzo que le mantienen ahora ocupado. Se trata de una vuelta a los orígenes con la que sigue mostrando, como indica su hija, “su interés por la exaltación del volumen”.