TEBEO. "Una cabeza rodando escaleras abajo no presagia nada bueno, pensó madame López, portera del cul-de-sac de la Gare de Reuilly". Así empieza, en página par, el digamos que tebeo literario El caso de las cabezas cortadas (Nórdica), con el que el cineasta y escritor Gonzalo Suárez, cumplidos los noventa años, vuelve a sorprendernos. En la página impar vemos una viñeta, rectangular y en blanco y negro, en la que la cabeza de un infortunado vecino rueda hacia los pies de la enlutada y atónita portera española.
El libro repite unas 85 veces esta estructura de página doble: a la izquierda, un texto narrativo, literario, de tamaño variable –que se correspondería con los textos que, en los cómics, van insertos en los cartuchos o cartelas–, y, a la derecha, las viñetas, a veces con bocadillos de diálogos y exclamaciones, que los ilustran o resumen.
A partir de la primera cabeza degollada, en el relato, adscribible al género del misterio criminal, comienza la investigación policial, se suceden nuevos crímenes inesperados y desfilan falsos culpables y falsos inocentes hasta el cinematográfico esclarecimiento de los sangrientos sucesos.

Viñeta de 'El caso de las cabezas cortadas' (Nórdica), de Gonzalo Suárez
MAIGRET. Cuenta Suárez en el prólogo, y en declaraciones de estos días, que, recién llegado de Madrid a París, malviviendo en un cuchitril junto a la hoy desaparecida estación ferroviaria de Reuilly, en el distrito XII, y dedicado a cortar y empalmar cañerías de plomo, fue en 1958, a los 24 años, cuando dibujó con nocturnidad y alevosía las viñetas, olvidadas en una carpeta perdida hasta el presente, y que ha sido ahora cuando las ha ordenado, tarea nada fácil, y ha escrito los textos.
Las investigaciones las inicia un tal inspector Lucien Gabin, auxiliado por dos torpes y con frecuencia perplejos gendarmes de la Sûreté Nationale llamados Joseph y Joseph que, de no ser porque uno lleva bigote y el otro no, podrían ser parientes lejanos de los Hernández y Fernández de Las aventuras de Tintín. Pero el inspector Gabin, que enseguida subcontrata sus pesquisas con un detective llamado Manolito Smith, remite –gabán, sombrero, pipa, gesto grave– al actor francés Jean Gabin, quien precisamente en 1958 protagonizó El comisario Maigret, de Jean Delannoy, la primera y mejor de sus tres interpretaciones del policía creado por Georges Simenon.
Suárez se entrega de nuevo a las sorpresas mediante su humorístico, pirotécnico y, en el fondo, escéptico uso de las contradicciones
SORPRESAS. Dejando a un lado las viñetas –de trazo naíf, expresionistas y cómico-grotescas, entroncadas con el tebeo español del momento–, la cambiante y disparatada trama de la historia, pródiga en alusiones culturales, se aleja, aunque incida en ella, de la atmósfera realista de los relatos de misterio de la novela policial/criminal francesa para, con el concurso decisivo de los textos escritos por Suárez, entrar de lleno en las características de sus primeros cuentos –de su obra maestra Trece veces trece (1963), sobre todo–, como señala Javier Cercas en su introducción.
Obviando como siempre, a base de no reconocerlas, las fronteras entre realidad y ficción y barajando su querida idea sobre la verdad de las mentiras (y las mentiras de la verdad), Suárez se entrega de nuevo a las sorpresas mediante su siempre humorístico, pirotécnico y, en el fondo, escéptico uso de las contradicciones, los imposibles lógicos, las paradojas y los juegos de palabras, fruto tanto de las improvisaciones y de los automatismos de un ingenio en permanente efervescencia como de una elaboración que requiere de la reflexión y del tesón.
Igual aquí, y pese a citar también al Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, podríamos remitirnos al bullicio verbal e imaginativo de escritores franceses como Boris Vian o Raymond Queneau. "Confesó haberse bañado desnuda en el mar Negro o con un negro en el mar". O también: "Si todo efecto tiene una causa por casualidad, Manolito Smith era el efecto sin causa de sí mismo". Y así, y con un gato que siente y piensa, todo el rato.