Hace sus buenos años, con motivo del estreno de una película olvidable, Cézanne y yo (2016), de Daniele Thompson, les conté cómo, invitado a pensar en algún título para la colección de Grandes Clásicos Mondadori, propuse La obra (1886), de Émile Zola, novela inspirada en la estrecha amistad que unió al mismo Zola con Paul Cézanne.
La edición se publicó con un extenso prólogo mío, en el que me hacía eco de lo que por entonces era tomado por un hecho: que al recibir La obra, y al reconocerse en Claude Lantier, el oscuro artista que la protagoniza, Cézanne escribió a Zola una educada pero terminante carta que puso fin a su amistad.
Desde que John Rewald publicara en 1937 la correspondencia de Cézanne, tras dedicar un pionero trabajo (en 1936) a la amistad entre el artista y el escritor, esa carta supuestamente última ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones y disquisiciones, a las que sumé la mía propia en el prólogo de marras.
Ocurre sin embargo que en 2013 tuvo lugar un sensacional hallazgo: el de una carta de Cézanne a Zola dieciocho meses posterior a la que se pensaba que era la última. Esta carta, en la que le acusa recibo de una nueva novela (La terre), deshace por completo la versión que daba Rewald sobre el fin de la amistad entre los dos hombres; amistad que prosiguió hasta el final de sus vidas, pese al creciente alejamiento geográfico y espiritual que determinaron sus respectivas y tan dispares trayectorias.
Ya en 2019 el sello madrileño Libros Corrientes publicó, bajo el título Tomar partido. Crónica epistolar de un distanciamiento (1878-1887), esa carta reveladora, que formaba parte de una sustanciosa selección de la correspondencia entre Zola y Cézanne, a la que se añadían diversos materiales y testimonios que contribuían a contextualizarla.
Mitterand sale al paso de las manipulaciones y malentendidos que durante décadas han deformado la naturaleza de la relación entre Zola y Cézanne
Ese recomendable volumen llevaba al frente un extenso y vibrante ensayo del académico británico Robert Lethbridge, gran conocedor de la literatura francesa del siglo XIX y muy en particular de la obra de Zola y de Guy de Maupassant. El ensayo de Lethbridge se titula Reconsiderar a Zola: biografía, política y crítica, y en él desmonta con admirable rigor algunos consolidados prejuicios sobre La obra para denunciar, polémica y apasionadamente, la persistente falacia que supone asimilar la vanguardia estética y la vanguardia política.
Cuando recogí mi prólogo a La obra en el volumen El nivel alcanzado (Debate, 2021) le añadí una coda en la que, a la luz de las aportaciones de Lethbridge y del volumen mencionado, apuntaba una relectura radical de la novela de Zola, en la que quisiera profundizar algún día.
Entretanto, Acantilado acaba de publicar un soberbio volumen que contiene, íntegra, la correspondencia entre Cézanne y Zola. Cartas cruzadas (1858-1887) se presenta con un excelente prólogo, edición y anotación del ya fallecido Henri Mitterand, máxima autoridad sobre Zola. El volumen permite profundizar en el vínculo, los paralelismos y las divergencias entre los dos creadores, desde la convicción de que “la asociación de estos dos destinos es un fenómeno excepcional, tal vez único en la historia de la literatura y en la historia del arte, o más exactamente en la historia de la sociedad de los escritores y en la historia de la sociedad de los pintores”.
Con tanto o más apasionamiento que Lethbridge, Mitterand sale al paso de las manipulaciones y malentendidos que durante décadas han deformado la naturaleza de la relación entre el novelista y el pintor, malinterpretando su pensamiento, estableciendo antagonismos infundados y desatendiendo la íntima afinidad de sus rumbos.
Constituye un saludable y aleccionador ejercicio confrontar toda una tradición interpretativa con su contundente impugnación y desmentido, y, a estas alturas, exponer a nuevas luces la obra y la personalidad de dos figuras de tan extraordinario relieve.