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En 2015 entrevisté a Inés Arrimadas en el hotel Nacional de Madrid. Ciudadanos acababa de obtener unos excelentes resultados en las recientes elecciones autonómicas catalanas (736.000 votos y 25 diputados, cinco por encima de lo que les daban los sondeos más optimistas).
Fue por aquel entonces cuando las encuestas empezaron a situar a Ciudadanos a la par de PP y PSOE en intención de voto en el resto de España. La idea de que Rivera y Arrimadas pudieran convertirse algún día en presidentes de España y de Cataluña no sonaba ya a ciencia ficción. Apenas seis meses antes nos hubiéramos reído de cualquiera que siquiera insinuara la posibilidad.
Pero cuando le pregunté a Arrimadas, ya al final de la entrevista, dónde se veía en diez años, me contestó "a mí me gustaría volver al sector privado".
No se plantea vivir toda su vida de la política y eso la diferencia del resto de candidatos en liza el 21-D
A Rubén Amón, que la entrevistó justo después de mí para El País, Arrimadas le contestó algo parecido: "Ha habido días en que me he planteado que algún día volveré a la empresa privada. No llevo ni tres años, es verdad. Lo único es que a veces pienso en mi profesión: la consultoría. Y tengo una excedencia. Soy muy racional. La política no es una profesión ni debe ser una profesión".
Por supuesto, cabe la posibilidad de que Arrimadas nos diera a ambos la respuesta "correcta". La que mejor encajaba en la imagen de Ciudadanos como un partido formado por profesionales llegados en su mayoría de la empresa privada y no por funcionarios de carrera, vividores de la política y rentistas del presupuesto público. Pero a mí su respuesta me sonó sincera.
Obviamente, los plazos cambiarán si Inés Arrimadas consigue ser investida presidenta de la Generalidad después de las elecciones del jueves. Pero como declaración de intenciones, su respuesta define a la perfección al personaje.
Una 'rara avis' en el panorama político catalán
Arrimadas (Jerez de la Frontera, 1981) es la única de los candidatos electorales catalanes con experiencia en el sector privado. A Puigdemont sólo se le conoce su paso por El Punt, un diario subvencionado hasta las trancas por la Generalidad, antes de su entrada en política. Lo más cerca que ha estado Junqueras de experimentar el sector privado ha sido cuando ha figurado en los papeles como profesor asociado al departamento de Historia de la UAB. La especialidad de Carles Riera, de la CUP, son las fundaciones. Iceta no ha vivido ni un solo minuto de su vida fuera del PSOE. Tampoco Domènech cuenta con mayor mundología. Albiol entró en política con 23 años y de las empresas en las que aparece como administrador poco más se sabe que su nombre y sus problemas con Hacienda.
La experiencia de Arrimadas, que inició su carrera profesional a los 24 años como responsable del departamento de calidad de una empresa del sector petroquímico y que luego trabajó durante seis años como consultora en la sede barcelonesa de la empresa D'Aleph, no es obviamente la de Mark Zuckerberg sino la de cualquier otro español de su edad.
La han llamado puta y han mentido sobre un supuesto pasado ultraderechista mientras atraía votos del PP, del PSC e incluso de CiU
Pero ha sido suficiente para soliviantar a un independentismo que presume del mito del catalán burgués y comerciante mientras carga con una casta política de frailecillos de la independencia abonados al presupuesto público. En el sentido más literal del término frailecillo: Puigdemont, Junqueras y Riera comparten formación e influencias ideológicas clericales. Algo habitual en el conservador y beato mundo del independentismo tanto de derechas como de izquierdas. Que se lo pregunten a esos vascos a los que les brotan terroristas de los seminarios.
De Barcelona a Jerez y de allí de vuelta a Barcelona
Inés Arrimadas es la menor de los cinco hijos de Rufino Arrimadas (80 años) e Inés García (73). Oriundo de Salmoral (Salamanca), como su mujer, Rufino estudió Derecho en Salamanca y en los años 60 se mudó a Barcelona, donde trabajó en la Policía Científica y en un bufete de abogados. En los 70, los Arrimadas García se mudaron a Jerez porque la familia de ella tenía negocios en El Puerto de Santa María. Allí, en Jerez de la Frontera, nació Inés Arrimadas.
Entre 1979 y 1983, Rufino fue concejal del primer ayuntamiento democrático de Jerez por UCD. Pero a lo largo de la década de los años 80, tanto el padre como la madre de Inés Arrimadas abandonaron UCD y pasaron a militar en el PP, al que han votado desde entonces (es de suponer que hasta el desembarco de su hija en Ciudadanos).
Inés se licenció en Sevilla e hizo una estancia Erasmus en Niza. A su vuelta a Jerez empezó a trabajar en la sede jerezana de la consultora D'Aleph. En 2008, tras sus cada vez más largas estancias por trabajo en Barcelona, decidió quedarse a vivir en la capital catalana.
Ascendió en el partido paso a paso mientras trabajaba en el sector privado. Antes de dar el paso, se lo pensó tres días
En 2010, una amiga le propuso asistir a un acto de Ciudadanos y el resto es historia. Su entrada en el partido, sin embargo, no fue inmediata sino progresiva: una apuesta personal de Albert Rivera. Inés ascendió en Ciudadanos a cámara lenta y durante las horas que le dejaba libres su trabajo. Hasta que la incompatibilidad entre ambas ocupaciones se hizo insostenible y, después de tres días sin dormir, decidió dar el salto definitivo a la política.
Mariano Rajoy vota por Iceta
Inés Arrimadas tiene difícil ser la presidenta de la Generalidad. Porque más allá del veto de los partidos independentistas tiene el de Xavier Domènech, Ada Colau y Pablo Iglesias, quizá más intransigente aún que el de los anteriores. Pero, sobre todo, tiene el veto de Mariano Rajoy, que ya da al candidato de su propio partido por amortizado y prefiere al nacionalista Iceta como presidente de la Generalidad y garantía de supervivencia del bipartidismo en España.
Arrimadas se ha limitado a no cometer errores durante su campaña electoral y a hacer bandera de tres banderas: la catalana, la española y la europea. Reacia a los aspavientos y las declaraciones grandilocuentes y virales, ha aprovechado bien sus oportunidades.
Arrasó a Marta Rovira en su debate en La Sexta, aprovechó los insultos de la expresidenta del Parlamento catalán Núria de Gispert (que la mandó de vuelta a Cádiz) y del cómico de TV3 Toni Albà (que la llamó puta) y toreó elegantemente a Vicent Sanchis durante su turno en la serie de entrevistas que el director de TV3 ha realizado a los cabezas de lista. La de Sanchis con Puigdemont rozó la hagiografía y la de Albiol, el acoso. Con Inés Arrimadas, sin embargo, no pudo el periodista valenciano. Tampoco pudieron Mònica Terribas y Jordi Basté, dos de los stormtroopers habituales del independentismo en los medios públicos y privados catalanes.
Ha violado algunos de los tabúes de la política catalana, como el de la pureza cultural. Su último gran acto lo abrió una chirigota gaditana
Arrimadas ha ido poco a poco conquistando todos los símbolos que se suponían exclusivos del nacionalismo catalán: lugares emblemáticos (su mitin en la Seu Vella de Lérida provocó escozores), el dominio de la estética y la escenografía (Ciudadanos es el partido catalán más moderno desde el punto de vista del diseño), la pureza cultural (su acto en Hospitalet de Llobregat lo abrió una chirigota de Cádiz de esas que los catalanes sólo habían visto antes por televisión) o la transversalidad (Arrimadas recibe votos de antiguos votantes del PSC, del PP, de CiU e incluso de los comunes de Ada Colau).
Le queda sin embargo el principal de todos ellos: el Palacio de la Generalidad. Las encuestas dicen que es posible. Su rivales dicen que por encima de su cadáver. El presidente del Gobierno hará todo lo que esté en su mano para impedirlo. Su victoria, caso de darse, sería la única verdaderamente épica porque Arrimadas se convertiría en la primera presidenta no nacionalista de la historia de la Generalidad. También en la primera mujer en ostentar el cargo. Dos incentivos irresistibles para una amplia parte de los catalanes.