Nicolás Maduro, presidente de Venezuela.

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela.

La tribuna

La economía política del chavismo

1 agosto, 2024 02:11

Según aquella célebre sentencia de Marx recogida en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, la Historia se repite dos veces: la primera como drama y la segunda bajo el chusco formato de farsa.

Por eso, no resulta muy descabellado comparar los vaivenes doctrinales del chavismo con la errática política económica de los bolcheviques durante los primeros años de la revolución soviética, cuando sustituyeron el comunismo de guerra inicial por un retorno disimulado al capitalismo de libre empresa ( la célebre NEP, a fin de cuentas, no fue más que eso). 

Y es que, contra lo que predica el sentido común dominante en España, que imagina Venezuela como una economía regida por algo similar a las directrices de aquellos planificadores a las órdenes del partido en los antiguos países del socialismo real, lo cierto es que Maduro viene aplicando en los últimos cuatro años un programa económico no demasiado distinto del que Milei defiende para Argentina.

Maduero aplica una política económica no muy diferente a la de Milei en Argentina 

Puede sonar chocante, pero, tras la retórica iconoclasta de sus discursos cara a la galería, justo eso es lo que está haciendo.

Por cierto, no se trata del único proceder institucional que remite a rasgos similares entre Venezuela y Argentina. Ignorado por la opinión pública europea, el fenómeno siniestro de los “desaparecidos” para nada constituye un tipo de crimen exclusivo de la Junta Militar de Videla, sino que también se han producido actuaciones parejas en la Venezuela bolivariana, donde han sido ejecutados extrajudicialmente un número significativo de sindicalistas y militantes de izquierdas, huelga decir que críticos con el Gobierno, cuyos cadáveres permanecen en paradero desconocido. 

Por lo demás, aprehender la naturaleza profunda del chavismo exige fijarse en lo que ni Chavez ni Maduro quisieron hacer nunca. Porque si algo define a ese régimen, es la voluntad consciente de no alterar la esencia rentista del modelo económico consolidado en el país a partir de finales del primer tercio del siglo XX, cuando se descubrieron las enormes bolsas de crudo que aloja su subsuelo.

De lo que se trata de un modelo basado en la exportación de petróleo como fuente casi exclusiva tanto de las divisas, esas que luego financian las importaciones de todo tipo de bienes de consumo para la población, como de los ingresos fiscales del Estado. 

Así las cosas, Venezuela lleva cien años seguidos apostando todas las fichas al petróleo y sólo al petróleo. Y el chavismo, pese a su posado escénico revolucionario, no ha querido nunca cambiar ni una coma a esa declaración de principios transversal, la que siempre han compartido las élites políticas venezolanas, tanto las de la derecha como las de la izquierda; la misma que se inspira en la creencia (temeraria) de que un país puede permitirse el lujo de vivir eternamente de rentas.

Porque cabe identificar multitud de aspectos relacionados con el orden económico que distinguen al régimen bolivariano de la Venezuela previa a Chávez, pero eso, la preferencia por una forma de rentismo crónico, que resulta ser lo esencial, permanece invariable.

De ahí que algunos cínicos autóctonos digan que en Venezuela no hay buenos gobiernos y malos gobiernos, sino buenos precios internacionales del barril Brent y malos precios internacionales del barril Brent.

A fin de cuentas, con unos ingresos anuales por ventas que representan alrededor del 30% del PIB y cerca del 90% de las divisas que obtiene anualmente la nación caribeña en su comercio con el resto del mundo, hablar de PDVSA, la compañía estatal que monopoliza por ley el negocio del petróleo, viene a ser casi lo mismo en la práctica que hablar de la propia economía venezolana. 

PDVSA,  la petrolera estatal, viene a ser lo mismo que la economía venezolana pues sus ventas suponen el 30% del PIB 

Y por ello la trascendencia del hito que logró Maduro tras asumir la presidencia, en 2013. Nadie hasta aquel instante, ni siquiera el más inepto de los gestores que pasaron por la empresa, había conseguido que el volumen de crudo extraído se derrumbase desde los tres millones de barriles, el promedio anual en los tiempos de Chávez, hasta los apenas ochocientos mil de la actualidad. Incluso, en algún ejercicio la producción llegó a hundirse por debajo de los cuatrocientos mil.

Un colapso del que el Gobierno de Caracas acusa a las sanciones comerciales impuestas por Estados Unidos. Pero ocurre que esas sanciones resultan ser similares a las que también soportan tanto la Federación Rusa como Irán.

Y no hay constancia de que las respectivas industrias petroleras de tales países hayan sufrido un desmoronamiento productivo ni remotamente parecido. La irresponsable falta de inversiones para el necesario mantenimiento de las instalaciones, una desidia oficial que se extendió a lo largo de los años de las vacas gordas, cuando el barril se cotizaba por encima de los cien dólares, es lo que, por el contrario, remite a la genuina causa primera del desastre. 

Todo ello agravado además por la acusada bajada de los precios a raíz de la eclosión del fracking en Estados Unidos. Según reconoció el propio Banco Central de Venezuela, solo entre 2013 y 2018 el PIB real del país se contrajo en un 52,3%, algo sin precedentes registrados en ningún otro país del mundo cuyo territorio no fuese escenario de una guerra con dos ejércitos enfrentados por su dominio (el PIB llegó a contraerse un 75% entre el mismo ejercicio, 2013, y 2021). 

La desidia y la falta de inversiones en el mantenimiento de PDVSA son responsables del desastre económico venezolano 

Y tras el drama, la farsa. Así, la muy revolucionaria, socialista y bolivariana economía política del chavismo pasó, sin solución de continuidad, a aplicar un programa de lo más ortodoxo y liberal a partir de 2018, coincidiendo con el inicio del segundo mandato de Maduro.

Eliminación del control estatal de cambios ( el mismo “cepo” que también ansía suprimir Milei), eliminación de los aranceles para las importaciones (el mismo “impuesto país” que igualmente ha prometido jubilar el argentino), cese radical de la impresión de nuevos bolívares sin respaldo por parte del Banco Central de Venezuela para frenar la hiperinflación (un objetivo conseguido, por cierto), dolarización creciente del grueso de la economía con el consentimiento tácito del Gobierno; amén, en fin, de solemnes promesas de emprender una “disciplina fiscal prusiana” ( Maduro dixit). 

Aunque ninguna de tan inopinadas novedades resultaría suficiente para explicar que la de Venezuela vaya a ser la economía latinoamericana que más crezca en 2024 ( un 4% estimado). El gran secreto reside en otra parte, literalmente en otra parte: en el extranjero.

Uno de cada tres venezolanos vive hoy en el exilio económico. Y esos casi ocho millones de emigrados forzosos transfieren todos los meses a sus parientes en el país un promedio de 50 dólares por familia, suma equivalente a 10 veces el salario mínimo oficial. Por algo, las remesas de los emigrados ya representan la principal fuente de divisas no petroleras que posee Venezuela. He ahí la trastienda oculta del milagro. Triste hazaña, sí.

*** José García Domínguez es economista.

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