Una imagen de Hasán Nasralá en el funeral de un alto cargo de Hezbolá eliminado días antes.

Una imagen de Hasán Nasralá en el funeral de un alto cargo de Hezbolá eliminado días antes. Aziz Taher Reuters

Oriente Próximo ANÁLISIS

Israel desarma a sus enemigos y les deja con menos capacidad para llenar su cielo de misiles

¿Qué cabe esperar ahora de la guerra? ¿Qué queda de la amenaza de Hezbolá? ¿Se atreverán los ayatolás a cumplir con sus promesas de venganza?

29 septiembre, 2024 03:22

El 7 de octubre no fue solo el ataque que perpetró Hamás. El 7 de octubre no fue solo el asesinato de cerca de 1.400 personas y el secuestro de 256. El 7 de octubre fue el inicio de una nueva guerra árabe israelí que se coordinó desde Beirut y que dirigió el jeque Hasán Nasralá. Desde abril de 2023, los líderes de Hamás y de la Yihad Islámica se reunieron repetidamente en Beirut con Nasralá para coordinar su ataque contra Israel.

Estas reuniones se intensificaron en agosto por las negociaciones que estaban teniendo lugar entre Israel y Arabia Saudí para normalizar sus relaciones diplomáticas.

De hecho, la luz verde a la operación inundación de Al Aqsa la dio Hossein Amir-Abdollahian quien, tras reunirse con su homólogo saudí en Riad, viajó a Beirut para decirle al jeque Nasralá que había que frenar el acercamiento de Riad a Jerusalén. En ese momento, Hamás, Hezbolá, los hutíes e Irán se pusieron en marcha para lanzar la Quinta Guerra Árabe-Israelí, una guerra que no se centra solo en Gaza, sino que tiene otros tres escenarios más: Yemen, Líbano e Irán.

La eliminación de la cúpula de Hezbolá, en general, y del jeque Nasralá, en particular, supone un duro golpe para una de las dos partes en liza. Nasralá era el coordinador de las acciones de la alianza antiisraelí, y Líbano la plataforma desde la que se llevaban a cabo. Solo en el año 2023, un total de 75 aviones de carga procedentes de Teherán aterrizaron en el aeropuerto Harari de Beirut, aeropuerto que está controlado por las fuerzas de Hezbolá.

La tarde del 17 de septiembre, Israel puso en marcha la “Operación Beeper”, una acción militar encubierta que acabó con la vida de los 18 miembros de cúpula de la Hezbolá.

Sin embargo, no pudo llegar hasta la cima, hasta la persona que mantenía la línea directa con Teherán, Nasralá. El secretario general de Hezbolá se había formado en la cuna del chiismo donde tuvo contacto con Muhammad Baqir al-Sadr y con Abbas al-Musawi, a quien sucedería al frente del grupo terrorista libanés. Estos contactos le valieron una relación fluida con los máximos responsables del Irán revolucionario, lo que le convirtieron en el enlace perfecto del país persa para su lucha contra Israel.

La pregunta es por qué Israel se ha decidido a acabar ahora con la cúpula de Hezbolá y no antes, si era claro que lo que ocurría en Gaza se dirigía desde Líbano. Esta pregunta tiene varias respuestas.

La primera es que ahora la situación en Gaza es más sosegada, ya que el control del Corredor de Filadelfia limita la capacidad de abastecimiento de Hamás y, por tanto, sus capacidades de combate.

La segunda es quizás más compleja y menos conocida por la opinión pública. A comienzos de septiembre, la Inteligencia israelí tuvo conocimiento de un plan de Hezbolá similar al que tuvo lugar el 7 de octubre, pero con un escenario diferente: Galilea. La milicia chiita pretendía cometer una masacre similar, incluyendo la ocupación de la Galilea israelí. La pregunta es por qué.

Galilea, la zona donde Jesús pasó su infancia y donde predicó, es mayoritariamente árabe-cristiana. Hay muchas ciudades donde los cristianos son el grupo más numeroso e incluso en algunos como Jish, los cristianos del Líbano (los maronitas) son mayoría. Hezbolá es un grupo terrorista, chiita y proselitista que trata de llevar su revolución a todos los lugares del planeta, incluidos Yemen, Irak, Europa o América Latina.

Evidentemente, Israel no es una excepción, ya que además de ser el lugar del mundo donde residen un mayor número de judíos, es también un punto de concentración de una importante comunidad de árabes-cristianos, sus enemigos durante la guerra civil de Líbano. 

Y ahora ¿qué?

En los últimos meses, Israel ha eliminado a la cúpula de Hamás (Saleh Al-Arouri, Mohammed Meif, Ismail Haniyah...), a la cúpula de Hezbolá y a diferentes personalidades implicadas en gestión, coordinación y ejecución del 7 de octubre. El asesinato de Nasralá y de la cúpula de Hezbolá supondrá, sin duda, un alivio temporal de la presión bélica sobre Israel y sobre su población. Pero, antes de Nasralá y de Haniya, otros líderes como Abbas al-Musawi (anterior secretario general de Hezbolá) o el jeque Yassin (líder espiritual y fundador de Hamás) corrieron una suerte similar y en unos años surgieron otros dirigentes aún más crueles.

Los líderes mundiales, encabezados por el secretario general de las Naciones Unidas, deberían ser capaces de aislar a los radicales y buscar opciones moderadas para construir la paz en una región que lleva demasiadas décadas viviendo con la violencia como su principal compañera de viaje.

Aunque Hezbolá es un grupo muy arraigado en el sur del Libano, con una estructura superior incluso a la del Estado en el que se asienta, resulta complicado que pueda seguir atacando Israel. No podemos olvidar que, durante el último año, Hezbolá ha aterrorizado a la población del norte de Israel con el disparo de casi 9.000 cohetes y misiles. Una vez desmantelada la cúpula y los principales centros de lanzamiento, parece que Hezbollah tendrá menos capacidad de acción en Israel, lo que le permitirá centrarse en los otros frentes de la guerra.

Por otro lado, aunque el ataque no se ha producido en territorio iraní, la gran vinculación entre Nasralá e Irán hace presagiar una respuesta simbólica por parte de los ayatolás. Al igual que ocurrió en abril con la muerte de Haniyah, de producirse esta respuesta no tendría repercusiones graves para Israel, ya que, a día de hoy, Irán tiene poca capacidad de dañar directamente a su enemigo. Queda por ver qué les va a deparar el futuro al líder supremo Jamenei y al responsable de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar.

Al contrario de lo que se ha escrito, parece poco probable una invasión del Líbano por parte de Israel. Los objetivos que Jerusalén buscaba estarían conseguidos. Israel no es un Estado expansionista y las ocupaciones que puede llevar a cabo son para buscar su seguridad y no para lograr más territorio. Si los planes de Israel en Gaza y en el Líbano salen bien, el Estado judío podría estar en la puerta de un nuevo periodo en el que sus vecinos tendrían menos capacidad para llenar el cielo de misiles.