Noticias relacionadas
Como a Putin, al primer ministro húngaro Viktor Orbán le gusta el deporte, el fútbol sobre todo; de hecho, fue jugador del Felcsút. Con cara de niño y dos metros de altura, el presidente serbio Aleksandar Vucic es aficionado al baloncesto y fue campeón juvenil de ajedrez en Belgrado. Santiago Abascal luce una postura tan vigoréxica como la de Putin. Como el presidente ruso, a menudo se exhibe escalando, caminando virilmente por el campo o galopando cowboy style.
Putin se ufana de sus misiles hipersónicos, Abascal humildemente reconoce que tiene una Smith&Wesson, lo cual no chocaría ni en Rusia ni en Estados Unidos, pero sí en España, donde la ley restringe severamente la tenencia de armas. Abascal la quiere flexibilizar.
Estos tres campeones de la Contrailustración han prosperado, como Putin, gracias a la decadencia del marxismo como pensamiento antiliberal hegemónico. Estos tres tenores de lo rancio viven en el legañoso mundo de los pesimistas que creen que la modernidad era, como afirmaba De Maistre, un árbol nacido irremediablemente torcido. [En la imagen de apertura de este reportaje, de izquierda a derecha, Orban, Le Pen, Abascal y Vucic].
Nacido en Chambéry, el conde Joseph de Maistre (1753-1821) no era madrileño, sino saboyano. Y un melancólico a machamartillo, látigo de la Revolución Francesa y abanderado entusiasta del Ancien Régime. Su libro Las veladas de San Petersburgo es la primera pintura de los demonios intelectuales del pensamiento reaccionario.
El fondo del parecido entre los tres es la conjunción de la idea antiliberal y la pasión retrógrada de Joseph de Maistre, para quien todo orden cuyo origen no se remontara a una época lejana era una usurpación. La Historia como histeria. De ahí les viene la intolerancia y el autoritarismo a estos funcionarios de la inmovilidad. Están cerrados en un círculo trazado por ellos mismos, así caen en lo falso. Fabrican implacables sistemas sociales, pero sin tener en cuenta la realidad. No demuestran, afirman. No piensan, embisten. No negocian, imponen.
Hombres de acción
El pasado domingo, Orbán ganó por cuarta vez consecutiva, y quinta en su carrera. En Serbia, el también nacional-populista Vucic fue reelegido por goleada en la jefatura del Estado. Fueron las primeras elecciones celebradas en una Europa en guerra. En ambas, estos aliados de Putin en Europa han logrado grandes éxitos.
El presidente ruso los felicitó. Con Hungría, Rusia tiene fuertes vínculos económicos; con Belgrado comparte el eslavismo, la ortodoxia y una larga historia de afinidades geoestratégicas. Además, el régimen de Putin es un modelo para ambos.
Santiago Abascal se entiende bien con ellos. Bisnietos de la leyenda sulfurosa de De Maistre forman un trío de ases de la intransigencia. Pero De Maistre era un soñador de gabinete, un masón desterrado de su tierra por el expansionismo revolucionario y condenado a ser un melancólico con una crueldad teñida de fervor, con un sistema que exaspera a fuerza de excesos.
Con Hungría, Rusia tiene fuertes vínculos económicos; con Belgrado el eslavismo, la ortodoxia y una historia
Sus epígonos son activistas testosterónicos, hombres de acción que reivindican el pasado; pero niegan la Historia, que es continua mudanza. Los tres se entienden con Putin y —con mayor o menor pudor— lo admiran porque, como el presidente ruso, son enemigos del cambio. Los tres son sus caballos de Troya.
El gran hermano ruso
Tras la invasión de Ucrania, más de 60 tuits de Santiago Abascal alabando a Putin desaparecieron de su cuenta entre el 7 y el 8 de febrero y 200 comentarios fueron eliminados el 22 de febrero de la cuenta principal del partido. Oligarcas próximos al Kremlin están detrás de la financiación de grupos integristas afines a Vox, como Hazte Oír y su rama internacional CitizenGo.
Partidos de ultraderecha y euroescépticos —a ojos vistas o a hurtadillas— son cómplices de Putin en el objetivo de promover la desestabilización europea y corroer sus democracias. Un informe de la Eurocámara confirma los acuerdos de cooperación entre el austriaco FPÖ, la Liga Italiana y el Reagrupamiento Nacional francés (antes Frente Nacional) con la formación Rusia Unida de Putin. El rotativo alemán Bild reveló que el Frente Nacional de Marine Le Pen recibió en 2014 once millones de dólares de un banco ruso.
A finales de 2009, Orbán hizo una visita a San Petersburgo para asistir al congreso de Rusia Unida. Un viaje llamativo para quien había alcanzado la fama en 1989 por decir a los soldados rusos que salieran de su país. Pero la crisis financiera de 2008 afectó la confianza de Orbán en el modelo económico occidental. Ahora rompe la unidad de la UE al rechazar las sanciones energéticas.
Al girar hacia el Este —hacia Rusia, China, India, Singapur y Turquía—, Hungría no sólo buscó nuevos inversores, sino su disposición a imitar sus modelos autoritarios.
En 2014, al estrenar su segundo mandato consecutivo, anunció la ruptura "con los dogmas e ideologías de Occidente" y seguir el modelo de "sistemas no liberales" y, por supuesto, de Rusia. Orbán, que en los últimos 12 años ha mantenido encuentros anuales con Putin, se ha inspirado en el régimen ruso en aspectos como la defensa ultra de la nación, la familia y el cristianismo.
Como Putin, siente nostalgia de las viejas fronteras. En 2010, ganó por segunda vez las elecciones. Por entonces, una famosa tarjeta roja tenía una amplia difusión en todo tipo de soportes: era el mapa que, en 1920, el geógrafo y político nacionalista Pál Teleki había dibujado para representar la distribución de los magiares en la llanura del Danubio, con una representación gráfica que los favorecía.
Ilustrando la antigua grandeza del territorio nacional, ese mapa se veía hasta en la sopa: en pegatinas, manteles, postales y escaparates. Aunque la gran mayoría de los húngaros sabe que esos territorios se perdieron para siempre tras su alianza con los nazis. El uso de la herida nacional por parte de los partidos ultranacionalistas está demostrando ser efectivo para atraer votantes.
Orbán pertenece a la escuela de Putin. Ambos usan lo mismo: desinformación, corrupción y toque identitario
Orbán pertenece a la escuela de Putin. Ambos usan el mismo juego: la desinformación, la corrupción y el toque identitario. Alejándose de los estándares democráticos —según la ONG de derechos humanos Freedom House— Orbán se ha rodeado de un grupo de oligarcas señalados por corrupción, que le permiten controlar sectores económicos. Al mismo tiempo, ha ido acosando a ONGs que considera "mercenarias" del filántropo globalista George Soros.
Su último envite ha sido intentar aprobar una ley que prohíbe hablar sobre género y homosexualidad en las escuelas y pone límites en los medios de comunicación. Finalmente, no salió adelante en referéndum pero era un calco de la norma de "antipropaganda LGTBI" que Putin aprobó en 2003.
Camisetas de Putin
Rusia, el gran hermano eslavo y ortodoxo de Serbia, es querida por Belgrado. Putin es hijo adoptivo en una docena de ciudades serbias. La influencia de Moscú en Serbia sigue siendo omnipresente. El presidente Vucic, representante de la Extrema Derecha 2.0, señala que Serbia nunca se unirá a la OTAN y confesó al Financial Times que tomaba clases de ruso todas las mañanas.
En diciembre de 2019, Vucic dijo que su país valoraba a Putin más que a todos sus predecesores en el Kremlin
En diciembre de 2019, dijo que su país valoraba a Putin más que a todos sus predecesores en el Kremlin. Los turistas rusos de vacunas que llegaron al país en medio de la pandemia, se sorprendieron de que las camisetas con la cara de Putin estuvieran en los quioscos de Belgrado.
Durante las semanas previas a la invasión de Ucrania, "los medios progubernamentales serbios convirtieron a Putin en una rock star", dijo a la AFP el analista Vuk Vuksanovic.
Sin embargo, como el líder yugoslavo Tito, Vucic ha oscilado entre Oriente y Occidente. Serbia recibe gas de su "mejor amigo", Rusia, con descuento, pero al mismo tiempo, durante los últimos años, ha recibido subsidios de alrededor de 3.000 millones de euros del programa de asistencia previa a la adhesión a la UE.
Con la guerra en Ucrania, la relación de Serbia con Rusia, un "amor patológico", está pasando por una prueba de estrés.
Contra inmigración, xenofobia
Historiadores como Juan Pablo Fusi se han hartado de explicar que no es la nación la que hace el Estado, sino al revés. Es el Estado el que construye el imaginario simbólico de la nación. En La identidad de Francia, el gran historiador Fernand Braudel recordaba que en un Estado tan centralista y jacobino como el francés, no hubo verdadera economía nacional hasta 1914 y, por lo tanto, no se puede hablar de la nación francesa hasta esa fecha. Antes era un manto de Arlequín de bretones, alsacianos, normandos, aquitanos o corsos. Esto incomoda a Marine Le Pen.
En España, todavía bajo Carlos III había políticos extranjeros al frente de los designios españoles. No hubo bandera nacional hasta 1843. La integración de mercados, el desarrollo de un sistema educativo común, la fundación del Banco de España y el sistema fiscal unificado tendrán que esperar hasta la segunda mitad del XIX. El control del Estado sobre la sociedad no se refuerza hasta la creación de la Guardia Civil en 1844.
Orbán, Vucic y Abascal han explotado, con mayor o menor pugnacidad, cuestiones sobre inmigración
También la unificación del Derecho arranca por esas mismas fechas. El localismo dominó la vida social, económica, cultural y política española hasta bien entrado el siglo XX. Todo esto incomoda a Vox.
Según el sociólogo francés Alain Bihr (El pensamiento de extrema derecha y la crisis de la modernidad) "el ultraderechismo procede del fetichismo de una identidad colectiva que se manifiesta en términos étnicos, es decir, de transmisión de una cultura singular, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y es inmiscible con otras culturas".
Atrapados en su bucle melancólico, e infatuados de una retórica nacionalista, Orbán, Vucic y Abascal han explotado, con mayor o menor pugnacidad, cuestiones relacionadas con la inmigración. La xenofobia se ha convertido en su respuesta al desafío planteado por el mundo multicultural e individualista.
El espejo donde se mira Vox
En 2015, tras el ataque sufrido por el periódico satírico francés Charlie Hebdo, Orbán fue uno de los líderes mundiales a la cabeza de la manifestación que recorrió París por la libertad de expresión; pero no fue esa la causa que lo llevó a manifestarse, sino la de culpar a los inmigrantes. "Nunca permitiremos que Hungría se convierta en un país de inmigrantes. No queremos entre nosotros minorías con culturas diferentes. Queremos mantener a Hungría como Hungría", dijo.
En 2015 y 2016, Europa tuvo que hacer frente a otro desafío: la llegada de cientos de miles de refugiados. La Comisión Europea propuso cuotas obligatorias para redistribuir a los solicitantes de asilo. Pero Orbán no estaba por la labor. "Nadie nos dirá a quién dejamos entrar en nuestra propia casa", replicó. Y respondió con una valla.
Hungría construyó una barrera de 175 kilómetros a lo largo de la frontera con Serbia y se agregó una extensión de 40 kilómetros a lo largo de la frontera con Croacia. Cubierta con concertinas, se reforzó con una segunda valla, una corriente eléctrica de 900 voltios y cámaras de visión nocturna.
"El telón de acero se construyó contra nosotros. Este, por nosotros", dijo Orbán. Su mensaje estaba claro: Hungría no es país para inmigrantes. Orbán ha demostrado que una democracia puede deslizarse al autoritarismo de manera legal y pacífica.
Es el espejo en el que se mira Vox. El 3 de marzo del año pasado, Abascal tuiteó: "Viktor Orbán es un ejemplo del rumbo que merece Europa: Defensa de soberanías y fronteras, políticas de familia, respeto a raíces culturales. Es una buena noticia que Hungría mantenga su independencia frente a la presiones globalistas".
Con su rabia contra quienes traicionan la unidad de España, Abascal ha conseguido convertir el Procés en un capital político. Con su grito de guerra de "los españoles primero" ha alimentado el ascenso de Vox.
"No soy xenófobo", dijo en 2019 Abascal en El hormiguero, que fue visto por casi cinco millones de espectadores. "Soy una persona abierta y tolerante", añadió. Pero pidió la expulsión de los menores inmigrantes no acompañados. Irrumpiendo con fuerza en las elecciones andaluzas de 2018, dijo: "La Reconquista comienza en Andalucía", una referencia a recuperar el territorio a los musulmanes que ocuparon la Península a principios del siglo VIII.
El fetichismo melancólico
La carrera política de Vucic comenzó en las filas de los ultranacionalistas de Vojislav Seselj, condenado a 10 años de cárcel por crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia.
Es un nacional-populista pro-Kremlin. Como no tiene un problema de inmigración, su xenofobia se expresa sólo con un feroz nacionalismo. Se presenta como el "verdadero" defensor de la nación, rabiosamente opuesto a otros representantes del pueblo, acusados de "vender" los valores nacionales, de socavar la identidad nacional o incluso de abandonar la nación a los extranjeros.
Como Putin en Moldavia, Georgia o Bielorrusia, Vucic ejerce su influencia a través de partidos serbios en Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Kosovo. Aunque no los controla por completo, le permite influir en las políticas internas de sus vecinos y bloquear decisiones importantes.
Según el historiador croata Ivo Goldstein, el concepto de "mundo serbio" que promueve Belgrado es un peligroso desafío para bosnios, montenegrinos y kosovares. En la idea del "mundo serbio" resuena el concepto Nueva Rusia (Novorossiya), que legitima la influencia rusa en el espacio postsoviético. En eso, Vucic no difiere de su predecesor, Milosevic. Simplemente es más moderado.
Lo cual no le ahorró el susto de estar a punto de ser linchado en una visita a Srebrenica, donde las tropas serbias del criminal de guerra Ratko Mladic mataron a 8.000 musulmanes. Los habitantes no habían olvidado el pasado de Vucic y le arrojaron piedras y botellas. Tuvo que salir por pies.
Controlar la opinión pública
La retórica xenófoba está asociada a un fuerte componente autoritario y de seguridad, que atraviesa de manera transversal la mayoría de las formaciones populistas europeas y constituye otra dimensión destacable: el pánico a perder la propia identidad en contacto con el otro les lleva a estigmatizarlo y a mantenerlo a distancia introduciendo barreras y fronteras (físicas, legales, simbólicas).
Las demandas de reservar beneficios y bienestar para los nacionales resuenan con la hostilidad habitual de la extrema derecha frente los programas inclusivos del Estado de bienestar socialdemócrata.
Lanzado en 2013 por Abascal y un puñado de miembros de la línea dura del Partido Popular, Vox luchó por ganar terreno con su postura ultraconservadora sobre la inmigración, la violencia de género y los valores tradicionales.
Ya sea criticando a los inmigrantes, al islam o el sesgo contra los hombres en las leyes de violencia de género, Abascal, político de carrera de verbo rocoso, atrae a multitudes con afirmaciones populistas a menudo exageradas o incluso falsas.
Con una mayoría de dos tercios en el parlamento, Fidesz, el partido de Orbán, forjó un nuevo régimen basado en su propia ideología. Impulsó una nueva Constitución que enfatiza los valores cristiano-conservadores de la nación y la familia.
El Nuevo Estado iliberal de Orbán ha distorsionado el mercado para permitir la concentración de medios afines que integran una vigorosa maquinaria de propaganda progubernamental.
Desde que su Partido Progresista Serbio (SNS) llegó al poder en 2012, también Vucic ha usurpado el control total de las principales cadenas de televisión y periódicos sensacionalistas, además de las empresas estatales y las administraciones municipales.
En la televisión, los políticos de la oposición son vilipendiados como ladrones y traidores. El Gobierno tiene, además, el control de la policía, los servicios secretos y el poder judicial. Es casi imposible conseguir un trabajo en la administración pública o las empresas estatales sin un carnet de afiliación al partido, que tiene 700.000 miembros, una décima parte de la población. Así gana las elecciones.
"El Partido Progresista Serbio domina la opinión pública", dice Dejan Bursac del Instituto de Estudios Políticos de Belgrado. "Su dominio político sería impensable sin la influencia del partido en los medios y los medios financieros prácticamente ilimitados", escribe el semanario independiente Vreme, que recuerda que Vucic fue ministro de información de Milosevic.
A diferencia de Orbán y Vucic, que ven en Pekín un aliado, Abascal carga contra el régimen chino
China es vecina
Vucic tiene excelentes relaciones con Pekín, donde asistió a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Muchas empresas chinas operan en Serbia, cuyo comercio con Pekín asciende a 5.500 millones y creciendo. En 2020, Serbia se convertía en el primer país de Europa en comprar de armas chinas.
También para Orbán, China es vecina. El parlamento húngaro clasificó en 2020 como secreto de Estado los detalles del tren que comunicará al país con Serbia y que China considera vital en su Nueva Ruta de la Seda. La conexión Belgrado-Budapest es la puerta de entrada de sus productos a los mercados de Europa Occidental desde los puertos griegos pasando por Serbia hasta Hungría. La Unión Europea observa con desconfianza esta cabeza de puente del gigante asiático.
Las motivaciones de Pekín son fáciles de entender. Lo que no está tan claro es qué gana Hungría. El analista húngaro Gabor Gyori cree que, como ha sucedido con otras transacciones similares, "existe la sospecha de que el alto precio incluye el dinero para la corrupción y los lucrativos contratos con oligarcas afines al Gobierno".
A diferencia de Orbán y Vucic, Abascal carga contra el régimen chino, ya sea a cuenta del coronavirus o contra el trato —privilegiado, según Vox— que brindan a Pekín las instituciones multilaterales. Son discrepancias inevitables porque, por definición, poco internacionalista puede ser el nacionalismo. Lo contrario sería un oxímoron. De hecho, la extrema derecha se sienta en tres grupos distintos del Parlamento Europeo.
En lo que sí coinciden es en la percepción de "una amenaza creciente que trata de transformar la Unión en un mega Estado ideologizado; una corporación que desprecia la identidad y la soberanía nacional" y aleja a la Unión Europea "de los ideales europeos cristianos sobre los que se fundó", como denunciaron los 14 partidos ultras que el pasado enero convocó Vox en la llamada "Cumbre de Madrid".
En el primero de sus sinceros Ejercicios de admiración, escribe Cioran que al hundimiento del Ancien Régime, De Maistre "respondió con la arrogancia de sus prejuicios, con la violencia dogmática de sus desprecios". Recomendó a los rusos que impidiesen el nacimiento de la clase media, que era, según el conde, el gobierno de los semisabios. Sus ultras tataranietos semisabios también recelan de la inquietud ilustrada de las clases medias e invocan a un "pueblo" acrítico y pasivo.
Escribió el conde saboyano: "La contrarrevolución no será una revolución contraria, sino lo contrario de una revolución". Eso es exactamente lo que están haciendo los profetas del pasado Orbán y Vucic y esa es la aspiración de Abascal, que no es exactamente un eco de Joseph de Maistre, sino de su discípulo Donoso Cortés. Todo europeo amigo de los ultraderechistas es un cándido o un ultraderechista.
La 'soprano' francesa Marine Le Pen
Si Orbán, Vucic y Abascal son los tres tenores europeos del líder ruso, Marine Le Pen, con el peso de su voz y su historia familiar, sería la soprano de los ultranacionalistas franceses.
Fue Austria el primer Estado europeo en tener una coalición de gobierno en la que había miembros del partido de extrema derecha FPÖ. Era una novedad desde la Segunda Guerra Mundial.
En 2002, la presencia de Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales fue un golpe y un punto de inflexión. A Jean-Marie Le Pen le dijeron un día: "Usted está contra todo lo que ha ocurrido desde 1945" y respondió: "No, desde 1789".
Su hija Marine, la soprano Le Pen, acorta distancias con Macron y ha intentando repetir la hazaña paterna en las elecciones de este domingo. A menudo, se la juzga como más moderada que su padre. Desde luego, su imagen tranquila contrasta con el estereotipo energúmeno de su progenitor. Su discurso nacionalista, que sólo parece moderado, recurre al simplista "todo está podrido" para atraer a un electorado resentido.
El filósofo Bernard-Henri Lévy habló de "una extrema derecha con rostro humano".
Ella se presenta como un revival de Juana de Arco. Su Rassemblement National es desde 2018 el nuevo nombre del Frente Nacional. Moviliza al electorado en torno a la inmigración, la multiculturalidad y, sobre todo, el islam. También denuncia el carácter tecnocrático de la Unión Europea y defiende la creación de una Europa de los nacionalismos, "baluarte político de Occidente".
Comparte con sus correligionarios europeos idéntica fobia por la delincuencia, la inseguridad y el déficit público agravado por el costo de las prestaciones sociales a los extranjeros. "La inmigración es la fuente de todos los males de Francia", dice. Ese razonamiento simplista es también demagógico porque las cuentas de la Seguridad Social serían aún más deficitarias sin trabajadores extranjeros.
Mientras las ONGs que asisten a los migrantes presentan a la UE como una fortaleza, Le Pen la ve como un colador. A sus ojos, la libre circulación de mercancías y personas dentro del espacio Schengen es el caballo de Troya que permite el asalto a Europa.
El euro no protege contra las devaluaciones inflacionarias. Es una moneda que ha aumentado el costo de la vida y debilita la soberanía nacional.
Estas soluciones son tanto más creíbles cuanto que nunca se han implementado y, por lo tanto, nunca han defraudado. Aunque en las pocas localidades del sur de Francia donde hubo alcaldes del Frente Nacional, su mandato fue poco eficiente en la lucha contra la corrupción, el desempleo, la inseguridad y, menos aún, en la gestión de las finanzas municipales.