¡Viva el ganchillo, muerte al titanio!
El Museo Guggenheim de Bilbao inaugura una breve pero intensa retrospectiva de la artista portuguesa Joana Vasconcelos, que interviene el espacio de Gehry con un espectacular feto de ganchillo.
28 junio, 2018 13:16Lo invade todo. Acaba con las verticales, el acero y el titanio de esta fría prepotencia masculina con la que Gehry levantó el Museo Guggenheim de Bilbao. Lo ha roto todo y lo ha hecho a lo grande, colgando un feto gigante de ganchillo y luces, que se expande por entre las vigas y las escaleras, que asalta al espectador en cada planta. Es multicolor, está vivo y tiene tentáculos que se dilatan, es una experiencia alucinógena, un monstruo acogedor, que abraza y hace latir este mamotreto cipotudo por primera vez en sus veinte años.
Es un cuerpo femenino que habita un esqueleto masculino, cosido a mano durante dos años por veinte artesanos y artesanos portugueses, en el taller de la artista Joana Vasconcelos (París, 1971), que ha entrado en el museo bilbaíno para imponer un nuevo discurso: “Cuando las mujeres tengan los mismos Derechos Humanos que los hombres yo dejaré de el feminismo. En mi propia carrera he sido la primera mujer en muchas cosas, tengo 46 años y esto hace que me pregunte qué ha pasado en el mundo hasta el momento”, explica la artista durante la inauguración de la retrospectiva Soy tu espejo (hasta el 11 de noviembre).
Hasta Juan Ignacio Vidarte, director del Museo Guggenheim, reconoce la nueva sensibilidad del centro que dirige: “No es casualidad que este museo dedique este año dos de sus cinco exposiciones a mujeres”. Se refiere a la que inaugura ahora y a la dedicada a Esther Ferrer. “No es producto de una cuota, pero sí refleja el estado de una nueva sensibilidad de las mujeres en el ámbito de la creatividad artística”, ha añadido. La comisaria Petra Joos la ha definido como “una feminista femenina”, signifique lo que signifique eso.
Dos años de ganchillo
Egeria es una obra ex profeso para este espacio, que no ha pagado el museo y que no la va a comprar -como aseguran a este periódico-, que Vasconcelos tampoco sabe cuánto le ha costado y que irá adaptando en el resto de lugares que quieran colgar esta sorprendente instalación: “Hay dos años de ganchillo aquí”. Pesa casi dos toneladas y es la antesala al espacio que le dedica el museo en la plana de abajo y que se queda pequeño. Breve e insuficiente.
En el recorrido propuesto queda claro el énfasis en la participación del espectador que Vasconcelos persigue. Una obra explicativa, de metáforas evidentes y poco líricas en el significado, pero con objetos que determinan su mensaje. Sorprendentes en la escala y los hallazgos. Ahí está Marilyn (2011), dos zapatos de aguja enormes construidos con cacerolas, tapas de acero inoxidable y cemento. O I'll Be Your Mirror (2018), una máscara de gran tamaño que está formada por espejos y que cuestiona la identidad que oculta reflejando la de los demás como si fuera la propia.
Su trayectoria interpreta un ready made más emocional que el puesto en marcha por Duchamp. De hecho, hay una referencia al mismo: Ni te tengo, ni te olvido (2017), dos urinarios de cerámica cubiertos por ganchillo de algodón hecho a mano. Con un siglo de evolución de la broma duchampiana, Vasconcelos incorpora el compromiso de querer explicar algo al que mira. En este caso, en el del urinario doble, la homosexualidad y “el lado feminista de Duchamp”. En su visión del feminismo, Vasconcelos explica que el ganchillo decora y protege, que era “la única expresión que tenían a su alcance las mujeres que no sabían leer y escribir”.
Entre chistes
La artista pasa de la artesanía a la tecnología, de lo político a lo poético, para quedarse en lo didáctico. La belleza es la mejor fórmula para enseñarle algo al espectador, parece desvelar con Corazón independiente rojo (2005), una de las mejores piezas del montaje, de tres metros de altura, que gira mientras suena el fado con el mismo título que la obra y deja ver los cubiertos de plástico rojo con los que ha sido bendecido. Luego están los chistes: A todo vapor (2012), robots de planchas; Cama Valium (1998), con blísters de comprimidos del medicamento recubriendo una cama; y el simplón El mundo a tus pies (2001).
Cada cierto tiempo un estruendo irrumpe en la sala. Es Burka (2002), la pieza más cañera, con una grúa que sube y deja caer desde lo alto a una mujer. Aunque Vasconcelos insista en que las exposiciones son para sentirlas y no para explicarlas, no hay que hacerle mucho caso. La prueba es su propia obra y la necesidad que tiene de no reconocerse en ese ámbito conceptual explicativo.
No llega al punto hortera y kitsch de Jeff Koons -que también pasó por este museo, con muchas más salas-, pero no hay tanta distancia con el rey del espectáculo como a ella le gustaría. Ella también rescata lo popular para hacerlo cultural, trata de subir lo cotidiano al Olimpo, de hacer del santo producto consumido un santo estímulo consumado. Pero sus imágenes cotidianas buscan tanta emoción como las de Koons, aunque no lo haga desde el souvenir. Vasconcelos pasa de los perritos y las langostas, no es apóstol del kitsch en la Tierra.
Arte para esperar
Ambos tienen un gran estudio que produce sus ideas (en el caso de él, más ocurrencias) y a los dos les gusta la gran escala y el contacto con lo humano. “El público tiene que participar con la obra, pero como una relación física. Estas obras son monumentales y obligan al espectador a entrar en el espacio de la obra. Esta interacción tiene mucho que ver con la dinámica de hoy, porque tenemos poco tiempo para mirar o escuchar a alguien. Me interesa obligarte a que estés ahí, que esperes. Quiero que el arte genere tiempo. Las exposiciones se miran en muy poco tiempo. ¡No hay tiempo! Tienes que dar tiempo al espacio y a la escultura, ¡el arte debe generar tiempo para reflexionar y pensar!”, cuenta la artista.
Tampoco es Vasconcelos una artista que quiera convertirse en la reina de las colchonetas y los hinchables, como Koons. No es emperadora de la nada ni del engaño. De hecho, el recorrido del Guggenheim muestra cómo según avanza en el tiempo, después de dos décadas, de ser la primera mujer en exponer en Versalles y de ser la primera mujer de la primera Bienal de Venecia comisariada por mujeres, es mucho más sutil y sofisticada. Sí, es divertida e irónica, pero huye del placer por el placer, de la diversión sin trauma.
Enrique Juncosa es el otro comisario de la exposición y asegura que la obra de Vasconcelos “no se parece a la de otro artista”. Como piropo no es de los mejores. Aunque sí atina al definir cómo transforma los objetos que usa en otra cosa, cómo los resignifica. Transforma un objeto en otro sin alterarlo, sólo convirtiéndolo en otro (unos zapatos hechos con cacerolas). Sigue siendo una estrategia pop, que persigue la belleza, la ironía y el contacto con el espectador. En ese sentido, ella dice de sí misma que es una artista conceptual, que parte de una idea y que el proceso artesanal no le interesa tanto… a pesar de ese fantástico monstruo de ganchillo que cuelga del atrio del museo.