Estuve una reunión en la calle Salitre y tuve el impulso de llamar al 8ºA de Pasaje Noblejas para subir a darle un abrazo a mi abuela Encarna. Pero supuse que el encantador matrimonio que compró el piso cuando ella falleció se habría sorprendido bastante si hubiese llamado al timbre.
Al ser martes, no pude evitar recordar nuestros martes percheleros: salir de la oficina, ir a comer a su casa y charlar un buen rato. Ya en sus últimos años, con la demencia senil, nuestras conversaciones parecían más bien un sainete de los Hermanos Álvarez Quintero, pero yo las disfrutaba igual.
Y es que los abuelos y las abuelas marcan de una forma especial. Ellas transmiten su sabiduría a base de cariño, recetas y coplillas. Un ratito con tu abuela te soluciona el día, te cura el alma. Hay pocas cosas para las que una abuela, con su particular punto de vista, no tenga una solución.
Ellos, tres cuartos de lo mismo: cuentan batallitas que te ayudan a conocer el origen de tu familia, te dejan costumbres y frases hechas, te hacen ser de un equipo de fútbol o de baloncesto, de una cofradía, te acercan a aficiones, te enseñan a vivir.
Yo, que ya "no tengo abuela" (y tendrán que permitirme que me diga cosas bonitas de vez en cuando), los echo muchísimo de menos. Porque, en la mayoría de los casos, los abuelos son CASA. Son complicidad, un lazo invisible que nos conecta para siempre.
Hace unos días escuché una entrevista al actor Francesco Carril (Los años nuevos), en la que contaba cómo, cuando era niño, iba con su abuelo italiano a pescar. Se levantaban a las seis de la mañana y compartían silencio, silencio y más silencio… y lo disfrutaba. Hoy, muchos años después, sigue recordando lo especial que era ese silencio para él. También comentaba que su abuelo paterno, en Madrid, lo llevaba al teatro cada año el día de Reyes, metiéndole el gusanillo de la belleza por la interpretación.
Eso y mucho más hacen los abuelos. Y, con la edad, no dejas de verlo en todas partes.
Andrés Barrios es un pianista y compositor de Utrera a quien vi en directo recientemente en el Auditorio Manuel de Falla de Granada (todavía alucinada con el espectáculo tan especial que es De Barrios a Lorca, rapsodia de canciones populares; si tienen oportunidad, véanlo). Durante su actuación, de hora y media, mientras presentaba sus canciones, mencionó a su abuelo hasta en cuatro ocasiones. Cuatro veces se refirió al patriarca materno, que aún vive, contando cómo, cuando era un crío, le enseñaba coplas populares que él ha reinterpretado al piano. Con orgullo, dejaba claro que es gracias a su abuelo que conoce esas canciones.
Y es que los abuelos nos marcan. Es un hecho.
Trini, Manolo, Pepín y Encarna. Esos son los míos, y tengo claro que me miran desde las estrellas. Pienso en ellos y en todos los abuelos y abuelas que ya se han ido. Tengamos presente sus enseñanzas. Y quienes tienen la suerte de tenerlos aún por aquí, cuídenlos, disfrútenlos, vayan a visitarlos, porque deberían ser eternos. Pero no lo son.