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En España es raro no pasar la Navidad en familia. En estas fechas de Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo, Reyes y la celebración de algunos patronos locales, según en qué zonas, son la perfecta excusa para juntarse en una mesa, aunque ómicron amenaza con ponerlo cada vez más difícil. Viendo las imágenes, cualquiera diría que los españoles somos los que mejor nos llevamos con la familia del mundo.
Sin embargo, si bien hoy la estampa es ésta, mañana Dios dirá. Así son las nuevas cosas del querer: elásticas y fluidas. Mesa para más y un buen puñado de ansiolíticos sobre el mantel para soportar la función y dejar patente por qué España encabeza el consumo mundial lícito de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes, según el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Más de 91 dosis diarias por cada 1.000 habitantes.
El 48% de los encuestados en un estudio de las clínicas Nascia achacaron sus problemas de ansiedad a los compromisos sociales. El trabajo demostró que el colectivo femenino es el más vulnerable. En este dato coincide con el Instituto Nacional de Estadística (INE): siete de cada diez consumidores de este tipo de fármacos son mujeres.
Así, la ansiedad es una invitada más en la mayoría de las mesas decoradas con guirnaldas y repletas de comida. Otro comensal casi garantizado son las discusiones, a menudo con tintes racistas, en un nuevo fenómeno de ruptura que amenaza la paz en muchos hogares en todo Occidente, más doloroso que cualquiera de los conflictos típicos de la Navidad.
Disfunción intergeneracional
Y este tipo de broncas son algunas de las que pueden provocar lo que los expertos han bautizado como epidemia de disfunción intergeneracional. Es decir, adultos que deciden romper con los padres. En el medio, y sufriendo los efectos colaterales, están los niños.
Cada vez más hijos rompen la relación con sus padres por higiene mental. Aún es pronto para dar cifras, pero en Reino Unido una de cada cinco familias se ve afectada por este tipo de distanciamiento y más de cinco millones de personas han decidido cortar el contacto con al menos un miembro de la familia.
En Estados Unidos, Karl A. Pillemer, profesor de la Universidad de Cornell, muy interesado por este comportamiento, ha observado que el 27% de los ciudadanos mayores de 18 años ha desconectado con un familiar. Son 67 millones de personas, aunque sospecha que aún se queda corto porque la gente es reacia a reconocerlo.
En EEUU, el 27% de los adultos ha desconectado con un familiar
De los más de 1.300 encuestados por su equipo, el 10% informó estar separado de un padre o un hijo. Es una epidemia silenciosa en la que a menudo subyacen, según Pillemer, una mala crianza o desavenencias en cuestiones vitales, como los valores morales, la diversidad sexual o la postura en el mundo. Pero si algo ha aprendido el autor es que el distanciamiento puede ser desgarrador. "La mayoría anhela la reconexión y desearía retroceder en el tiempo", dice.
Zona de desmilitarización
Su propuesta es plantear una zona de desmilitarización en las reuniones familiares. Es decir, no se hablará de política, tampoco de desastres medioambientales ni del poliamor ni de nada que pueda escocer. Miguel Ángel Cueto, director del Centro Psicológico de Terapia de Conducta CEPTECO, corrobora a EL ESPAÑOL | Porfolio que, en terrenos fangosos, los egos se desmoronan con facilidad: "La escalada aparece a la mínima y sin freno, sobre todo si hay consumo de alcohol. Existe una tendencia generalizada a opinar sin pararnos a escuchar y a integrar cualquier contraargumento o réplica que se nos dé".
Aunque no se sabe si el aumento de casos de Covid-19 hará cambiar los datos a última hora, en principio el 81% de los españoles se reunirá a comer y a cenar durante estas fiestas con familiares y amigos no convivientes, según la OCU. Casi el doble que en 2020. "Evidentemente – añade el psicólogo- parece existir una sensación de fin del mundo, de querer recuperar el tiempo perdido. Toda esta energía acumulada puede salir en pulsiones no precisamente amistosas, en un contexto en el que mucha gente está padeciendo problemas para pagar la compra semanal o la factura de la luz".
La España del 'cuñadismo'
Y llegamos a un tercer invitado no deseado a las comidas y cenas navideñas: el cuñadismo, una conducta lógicamente no atribuible sólo a estos familiares. Se dice que este típico de este pariente arrancar una conversación con la muletilla "no soy experto, pero…". Y, a continuación, una ristra de sus particulares verdades como puños para arreglar entuertos y también el mundo si hace falta. No necesita saber para imponer su opinión, comprar más barato o hacer las cosas mejor que nadie. Bienvenidos a la España del cuñadismo. Y ojo que el fenómeno no se refiere sólo a los varones; en los ochenta, Forges ya dibujaba viñetas de cuñados, lo que deja claro que somos animales de costumbres.
La avalancha de divorcios, hijos únicos y personas solteras está haciendo del cuñado una especie en vías de extinción, una auténtica rareza en nuestras comidas familiares.
Pero a pesar de las disputas, los choques intergeneracionales y este cuñadismo tan patrio, la realidad es que nos encanta el contacto y la socialización. "Discutir y discrepar es algo intrínsecamente humano. El problema es que mucha gente no quiere o no sabe hacerlo y puede pasar de un debate agradable a un verdadero drama familiar en un visto y no visto", opina Cueto. Una persona insegura, inestable o emocionalmente posesiva no deja de serlo ni vestida de Papa Noel.
La avalancha de divorcios, hijos únicos y personas solteras está haciendo del cuñado una especie en vías de extinción
El refranero, que no ayuda a apaciguar las cosas, dice: "Cuñada y suegra, ni de barro son buenas". Las cuñadas se aman o se odian. Por imposición, se ven abocadas a mantener un vínculo fraternal ajeno a cualquier consanguinidad o querencia. Lo lógico es que haya diferencias obvias en sus caracteres y personalidades y el contexto navideño es el idóneo para que se pongan de manifiesto. Los roces suelen iniciarse sutiles, pero punzantes, y suben de tono hasta el encontronazo final. Recordemos la disputa, nunca aclarada del todo, entre Meghan Markle y Kate Middleton por un vestido de damita. Hubo más que sollozos.
Las rencillas familiares llegan incluso al lenguaje. La planta Amarillis es conocida como la suegra y la nuera. Al abrirse sus flores, que surgen del mismo tallo, lo hacen en sentidos opuestos afeándose unas a las otras su hermosura natural.
Sin visos de solución
Los psicólogos llevan años tratando de desenmarañar esta hostilidad. Unos ven en ella un complejo de Edipo no resuelto y otros hablan de la amenaza que supone para la madre notar que otra mujer acapara el amor y las atenciones de su hijo. Terri Apter, profesora de la Universidad de Cambridge, ha estudiado durante 20 años esta relación y puede asegurar que para más del 60% se trata de una relación hostil y difícil. El resto, dejémoslo en discretamente correctas.
El asunto ha generado toda suerte de sátiras, coplas, dramas y comedias. Es también el blanco fácil de chistes con un elemento común: la rivalidad entre dos mujeres atadas por un mismo afecto. Lo que suegra y nuera ponen en juego no es tanto el amor como el poder que cada una pueda ejercer sobre el hijo o esposo. El hombre se ve en la difícil acometida de satisfacer a ambas por igual. Cueto lo observa desde otra perspectiva: "Si hemos elegido libremente estar con una persona, no deberíamos lanzarla a los leones y no defenderla ante nuestra familia".
Afortunadamente, los tiempos cambian y las relaciones son menos intensas y más horizontales. Una encuesta del CIS mostró que alrededor del 35% de los españoles tiene una relación con los suegros bastante satisfactoria. No evita que estas reuniones sean lugares propicios para que estallen todo tipo de conflictos. "Primero -advierte el psicólogo-, porque las familias son sistemas de relaciones delicados en donde se producen enfrentamientos constantes (digamos que ya desde Caín y Abel). Y si con consanguinidad hay conflictos, no digamos cuando unes a familia política, personas de orígenes distintos e intereses enfrentados".
La crispación puede verse redoblada a causa de la sexta ola. Un estudio publicado en la revista The Lancet señala que durante la pandemia los trastornos de ansiedad y depresión han aumentado un 26% y 28%, respectivamente. Pero lo peor de todo será la silla vacía. España cerrará 2021 con más de 34.000 fallecimientos por Covid. Las fiestas acentuarán el dolor, sobre todo para aquellos que no tienen con quién compartir mesa. Más de 1.800.000 personas mayores de 65 años se sienten solas, según el INE y cada vez son más los que recurren a los fármacos para aliviar el vacío. Así que más allá de los invitados indeseados, un deseo común: que las cenas y reuniones familiares puedan mantenerse mucho tiempo.