Secundino Hernández en su estudio, delante de la pintura que abrirá su exposición en la Sala Alcalá 31 de Madrid. Foto: Cristina Villarino

Secundino Hernández en su estudio, delante de la pintura que abrirá su exposición en la Sala Alcalá 31 de Madrid. Foto: Cristina Villarino

Arte

Secundino Hernández, de dormir en el suelo a facturar millones: "La suerte es levantarse a trabajar"

El pintor, que hoy expone en galerías y museos de todo el mundo, presenta una exposición que repasa su carrera en la sala Alcalá 31 de Madrid.

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Parece una persona metódica y ordenada, aunque nos confiesa que, en realidad, es un desastre, impaciente y un poco obsesivo. Quizá esa sea la fórmula para convertirse en uno de los pintores más relevantes de su generación, mantener la calma y creer en uno mismo.

En su estudio de la localidad madrileña de Coslada, una nave de grandes dimensiones donde trabajan diez personas, todo está bien engrasado. Aquí nacen las obras que nutren a seis galerías y a diversas exposiciones y ferias en todo el mundo. Según la revista Artprice, en 2024 la subasta y reventa de sus obras generó cerca de 74 millones de euros en el mercado secundario. Pero Secundino Hernández (Madrid, 1975) concibe el éxito como algo que sucede en las telas bien imprimadas de los cuadros, y no en el mercado.

Inaugura, este miércoles 19, una retrospectiva de media carrera en la sala Alcalá 31 de Madrid titulada En obras, y, junto a Luis Gordillo y Juan Uslé, Tri-fá-si-co en el Espacio Santa Clara en Sevilla. En junio, otra individual en el MUSAC de León. El ritmo es vertiginoso.

Pregunta. Me cuesta comenzar esta entrevista sin hacerle las típicas preguntas que le haría a un pintor.

Respuesta. Quizá es que a la gente le damos siempre la misma información. Nunca rompemos la baraja. Yo creo que hay que reformularlo todo, y lo hago continuamente con mis cuadros. No me interesa repetir lo ya hecho.

P. Quizás debería empezar por el principio. He leído que de pequeño ya le pedía pinturas a los Reyes Magos.

R. Sí, desde pequeño le vendía cuadros a mis vecinos. Me traían, por ejemplo, la foto de un pueblo nevado y yo la pintaba y me sacaba mis perrillas para comprar material. Iba haciendo cosas aquí y allá, hasta que pensé que, al final, podía convertir esto en mi profesión y que no lo iba a dejar escapar. Si pones toda tu energía y te focalizas en algo, al final tienes tu recompensa.

El artista preparando un lienzo. Foto: Cristina Villarino

El artista preparando un lienzo. Foto: Cristina Villarino

P. Parece fácil pero también puede ser arriesgado.

R. Simplemente digo que si te interesa algo debes moverte en esa dirección. Un movimiento al día son 365 movimientos. También asumo que hay muchas circunstancias que escapan a tu control.

P. Por ejemplo, la suerte.

R. Sí, pero si no hay un trabajo que lo avale se queda en el aire. La suerte es, como dice mi padre, levantarse a trabajar. Muchas veces me planteo de qué depende el éxito, quizá de una buena galería, un comisario que apostó por ti en un momento dado, alguien que te promociona, pero el trabajo tiene que ser el sustrato de todo lo demás.

P. ¿Con cuantas galerías trabaja?

R. La verdad es que con muchísimas, más de la cuenta, pero intento no olvidarme de la gente que ha apoyado mi carrera. Sería injusto quitármelos ahora de en medio, en este momento en que expongo en galerías más grandes e internacionales.

P. Debe ser difícil satisfacer la demanda de tanta obra.

R. Sí, pero como el calendario es muy continuo y rutinario al final es fácil ir distribuyendo poco a poco los trabajos y que todo el mundo esté satisfecho.

Un detalle de las paletas donde prepara sus pinturas que luego se convierten en lienzos. Foto: Cristina Villarino

Un detalle de las paletas donde prepara sus pinturas que luego se convierten en lienzos. Foto: Cristina Villarino

P. Vivió en Berlín diez años y volvió a Madrid en 2017. ¿Cómo fue aquello?

R. Mantenía un estudio en ambas ciudades y al final tienes que decidir dónde asentarte. Aquí la cuestión cultural ya sabemos que es muy precaria y allí alcanzas una visibilidad que aquí no tienes. Me visitaba gente española que no venía a mi estudio a Madrid, para que se haga una idea. Irme me ayudó mucho a centrarme en mi obra, a asentar cosas que aún suceden en mi trabajo. Los tres primeros años dibujaba muchísimo porque prácticamente vivía aislado de todo y no tenía vida social. Al final sucedió el “milagro europeo” como lo llamo yo. Estar en Alemania, siendo español, apoyado por coleccionistas belgas y finlandeses.

P. Usted ha tenido muchísimo éxito desde joven.

R. ¿A qué éxito se refiere?

P. Hace 14 años ya lo vendía todo en ARCO...

R. Bueno no era tan joven, tenía 35 años. Eso contribuye mucho, pero no bajo la guardia. Yo vengo todos los días al estudio a trabajar como si no tuviese nada.

Secundino Hernández en su estudio. Foto: Cristina Villarino

Secundino Hernández en su estudio. Foto: Cristina Villarino

Permanentemente en obras

P. ¿Cómo surge su exposición en Alcalá 31?

R. Me invita la Comunidad de Madrid y entonces llamo para ser el comisario a Joaquín García, quien ya me apoyaba en 2006 haciendo proyectos más alternativos. Él ha sido un gran defensor de mi pintura y ha hecho un trabajo muy interesante ordenando grupos de obra desde 1996 hasta 2005. No va a ser una retrospectiva al uso, no está agrupado cronológicamente, sino según ciertos intereses y sinergias. Se titula En obras porque todo sigue en marcha, cuestionándose, no es borrón y cuenta nueva.

P. Le habrá facilitado mucho la labor al comisario el increíble archivo en el que
un asistente suyo trabaja diariamente.

R. Ojalá le haya sido fácil, pero creo que, de hecho, ha sido muy complicado.

Secundino Hernández en el almacén de su estudio. Foto: Cristina Villarino

Secundino Hernández en el almacén de su estudio. Foto: Cristina Villarino

P. ¿Cuántas obras tiene archivadas?

R. No sabría decirlo. Muchas, miles. Afortunadamente en estos tiempos se ha generado un mercado global que apenas me da tiempo a abastecer. Es cierto que hay un tipo de obra que no aguanta en el mercado ni un minuto, enseguida se vende.

P. ¿Le condiciona el ritmo del mercado?

R. No, soy muy libre y siempre lo he sido. No concibo otra manera de seguir en esta profesión. Mucha gente puede pensar que digo esto porque me va bien, pero yo hace diez años en Berlín no tenía nada, dormía en un colchón en el suelo y no se me caían los anillos, ni me sentía desgraciado. Simplemente asumía que todo iba a cambiar.

“Soy muy libre y siempre lo he sido. No concibo otra manera de seguir en esta profesión”

P. ¿En esos momentos de incertidumbre no pensó en abandonar?

R. No, no, nunca. Incluso hoy en día sigue suponiendo un riesgo. Creo que es interesante que haya alguien en la sociedad que asuma el rol simbólico, que se arriesgue a buscar otras sensibilidades, otras poéticas, otros intereses...

P. ¿Cuáles son los suyos?

R. Lo que me interesa es resolver el cuadro. No solo plásticamente sino ver cómo me resuelve a mí, como creador y espectador. Siempre me someto a escrutinio, soy muy autocrítico. Creo que la autocrítica es muy necesaria, dejo muy poco margen a la autocomplacencia. Siempre miro de reojo lo que hago, cada trazo me genera una sombra de sospecha.

Pintura infinita

P. ¿Y no se le agota la pintura?

R. Me gusta el medio y domino la disciplina, pero no, no se me agota, que es lo interesante. Me muevo en direcciones que hacen que se me multipliquen las posibilidades, y a eso es a lo que aspiraba como pintor. Eso es para mí el éxito: el propio acto creativo, revelar una imagen, ver cómo aparece ante tus ojos. Al principio estaba muy interesado en lo que no se ve, en las apariencias, referencias, conceptos, un discurso que nunca me había interesado.

Un detalle de sus pinturas textiles. Foto: Cristina Villarino

Un detalle de sus pinturas textiles. Foto: Cristina Villarino

»Ahora me centro en el proceso, el viaje para llegar a algún sitio. Eso es lo que sucede en la figuración, que ya tiene implícita una historia. La abstracción no tiene límites y me engancha por eso. Me echan para atrás los grandes discursos. Como decía Braque: “las obras son las que deberían hablar”.

P. ¿Cuanto hay de usted en su pintura?

R. Eso es lo bonito del abstracto, que se ve al artista. Cuando arranco a jirones un lienzo o sustraigo material, de alguna manera, hablo de mí. No sé bien lo qué estoy haciendo, es como un balbuceo.

P. ¿Qué le interesa de la historia del arte?

R. Reconocerme en esas referencias, en otros pintores. Entender por qué han llegado a esa imagen. No me puedo sentir heredero de Bruce Nauman porque pertenece a una cultura muy lejana a lo que soy. Yo, simplemente, soy un subproducto de lo que he vivido como espectador. Me interesan Millares, Barjola, el primer Barceló, también el aspecto automático del dibujo o del pensamiento, esa parte más surrealista.

P. Otra de sus grandes pasiones es la vitivinicultura. Cuéntenos, ¿hace su propio vino?

“Creo que la autocrítica es muy necesaria, dejo muy poco margen a la autocomplacencia”

R. Sí, tempranillo, sauvignon blanc y chardonnay. Tengo una bodega en Segovia. Me apasiona. Sales de la ciudad y tratas con otra gente, las estaciones cambian, hay otras preocupaciones.

P. ¿Son procesos similares, hacer arte y vino?

R. Sí, es muy alquímico, transformar el material en otra cosa. Evalúas si está rico o no, igual que un cuadro funciona o no, tú lo haces de una forma pero otro lo hace de otra, compartes conocimientos.

P. Quizá es con el vino –y no con la pintura– donde se puede permitir fracasar.

R. La pintura es mi trabajo y el vino es un hobby. El otro día se nos cayeron 400 litros, ¡imagínese! y no pasa nada.

P. ¿Cuánto hay en usted de empresario y cuánto de artista?

R. Estoy perdido en esto, yo soy el antijefe. A la gestión le dedico mucho tiempo por la burocracia que implica cualquier cosa. Y, bueno, con el vino ni te cuento: sanidad, certificaciones, auditorías. Pero una parte del proyecto era dinamizar el campo, habitarlo, que la gente vea que otra forma de hacer es posible; es reconfortante.

P. ¿Qué pasará con su obra cuando usted no esté?

R. He crecido rodeado de vertederos. No exploto esa parte de mi vida, nunca he sido pobre, pero sí he pasado por cosas... Ahí veías las vidas de muchísima gente que acababan tiradas en un contenedor, por eso trabajo ahora con esta pulcritud.

P. ¿El orden es la clave?

R. Aquí, en el estudio, no sé qué me pasa, necesito tenerlo todo muy ordenado, si no, no sería capaz de pintar todo lo que pinto. Me está generando un poco de ansiedad porque este año cumplo 50 años. Siento que no me va a dar tiempo a pintar todo lo que quiero.