Hace unos cuantos años, cuando empezaba a trabajar en temas de población, alguien me preguntó, ¿y usted a qué se dedica? A la demografía le dije. ¿Y eso qué es?, me interrogó mi interlocutor. Le contesté, sin entrar en explicaciones prolijas, que era la ciencia que estudiaba los nacimientos, las defunciones, las migraciones o cuestiones relacionadas con las características de los jóvenes o las personas mayores. Me miró de abajo hacia arriba y me espetó: "pues vaya oficio de los coj… que tiene usted".
Hoy las cosas han cambiado algo, pero no crean que mucho. Hace pocos días, en un programa de radio, el presentador introdujo a la ministra para la Transición ecológica y el Reto demográfico, Sara Aagesen, como Ministra para la transición ecológica y el reto "democrático".
Fue quizás un lapsus, pero lo más significativo del programa es que todos los tertulianos sin excepción plantearon a la Ministra diversas preguntas sobre el cambio climático y ninguno introdujo la más mínima referencia al reto demográfico.
No diré que la materia sea una total desconocida, pero sí creo que no goza de la suficiente atención por parte de los políticos y de la ciudadanía en general que siguen considerando a la ciencia de la población como una disciplina menor, interesada en cuestiones exóticas, desprovistas de suficiente alcance económico o social. Y empezamos a pagar cara esa mezcla de ignorancia y desinterés por una materia que incluye en su contenido alguno de los asuntos más relevantes que hoy afectan a toda la humanidad.
No quiero ir más lejos y voy a referirme a nuestro país, donde tanto las cosas de la población, como las de la política, no marchan nada bien y, por lo tanto, deberían suscitar mayor atención y acciones correctoras para corregir su inadecuada trayectoria.
Tenemos la tasa de fecundidad más baja de toda la Unión Europea con tan solo 1,19 hijos por mujer, cuando son necesarios 2,1 para poder renovar las generaciones, cosa que no sucede desde los años 80 del siglo pasado.
Como la mortalidad aumenta debido a que cada vez hay más gente que se acumula en las edades altas de nuestra pirámide, el crecimiento natural es negativo, es decir desde hace tiempo están naciendo menos personas de las que mueren, lo cual significaría, de no mediar la inmigración, que perderíamos población.
Si a pesar de todo crecemos, es porque el saldo migratorio internacional (balance entre los que se van y los que vienen) es favorable y no solo para nuestra maltrecha demografía, sino también para el mercado laboral y la economía.
Con este panorama, ¿alguien puede considerar que conocer con profundidad estas cuestiones, propias de los estudios demográficos, no es importante? Según evolucionen estas variables, así evolucionará nuestra sociedad. Las proyecciones que realiza la ciencia de la población, pese a que nunca son exactas, resultan imprescindibles para saber no solo cuantos seremos, sino cómo seremos y para realizar las previsiones económicas que se adapten al escenario demográfico previsible.
El panorama español, definido por ese binomio de baja natalidad y balance migratorio favorable, se completa con un tercer rasgo fundamental: nuestro fuerte envejecimiento que nos lleva a tener elevados porcentajes de población mayor (casi 10 millones de personas por encima de los 65 años).
Que nadie se alarme por ello. Estamos ante una de las grandes conquistas sociales de nuestra era, llena de oportunidades, tanto en el mercado de trabajo como en la producción de bienes y servicios silver economy, para los que peinan canas. Pero el envejecimiento, si bien es un fenómeno positivo, va a plantear serios desafíos como el pago de las pensiones, el aumento de los gastos sanitarios o el incremento de la dependencia.
A estas alturas de mi artículo tengo la esperanza de haber convencido a algunos de mis lectores de la importancia de la demografía, al incluir entre sus cometidos científicos algunos de los asuntos más serios a los que nos vamos a enfrentar en un futuro próximo.
Ahora bien, tener interés no basta. Las cosas torcidas no se enderezan por sí solas. La demografía española está pidiendo a gritos una política integral que aborde los desajustes que se originan en sus componentes esenciales. Una política de ayuda familiar que tonifique la crítica situación de la natalidad. Una política migratoria constructiva que no pierda nunca de vista que la inmigración es un fenómeno positivo para nuestra demografía y nuestra economía. Que regule las entradas de extranjeros y trate de evitar las irregulares, pero que apueste de manera decidida por salvaguardar los derechos de los inmigrantes.
No nos podemos permitir el lujo de prescindir de la inmigración. Plantear la solución a nuestra maltrecha demografía como una elección entre más nacimientos o más inmigrantes es una equivocación. Lo que necesitamos son las dos cosas y ambas deben ser promocionadas con la dosificación oportuna.
Y finalmente, una política que enfrente las dos caras del envejecimiento: las oportunidades que ofrece para el mercado laboral, la presencia de los sénior y la necesidad de atender adecuadamente las necesidades de una población mayor creciente.
***Rafael Puyol el presidente de la UNIR.