Al Parlamento Europeo se le están transparentando las paredes y resulta que sus excelentísimos representantes, como el resto de la humanidad, cometen pecados. Las detenciones de los últimos días animan a lucir colmillo, lanzan a la hemeroteca, arrancan un ajá y una sonrisa maliciosa, terrible.
Hay quien dice que el Qatargate y la corrupción documentada obligarán a alguna reforma. Más controles, menos opacidad, otros lugares comunes. Pero, con suerte, al menos, arrojarán un resultado favorecedor: bajarán los humos.
Hace un par de meses, le preguntaron a una mujer brillante y joven, bellísima y muy progresista de la pobre y noble Europa del sur (¡como usted y como yo!), de nombre Eva Kaili, sobre la receta del socialismo para avanzar con buen pulso hacia el futuro. "Tenemos que preparar una agenda progresista y alejarnos del populismo", sonrió. "Todas las reformas europeas nacieron de los socialdemócratas".
Al cabo de un par de minutos, le preguntaron por el machismo en el Europarlamento porque el periodista sabe que en Bruselas no se va a ninguna parte como mujer sin autorización marital o paterna, a diferencia del mundo árabe.
Y entonces la mujer radiante volvió a sonreír con dulzura y dijo: "El sexismo está en todos lados, pero creo que en el Europarlamento respondemos con unidad y rotundidad contra el sexismo".
También le pidieron declaraciones sobre sus preferencias, ¿aceite de oliva o mantequilla?, y no dudó en su respuesta. Porque ella es eurodiputada y mediterránea, y lo tiene claro.
Al menos tanto como el día en que le dieron a elegir entre ser rica o muy rica, y pensó que su sueldo de 9.000 euros mensuales, más 300 euros al día para dietas y unos 5.000 euros adicionales cada mes para gastos corrientes (alquiler, teléfono, etcétera), da para mucho. Pero ¿para cuánto?
A decir verdad, no sorprende que, hace un par de meses, se subiera al estrado de la Eurocámara y enumerara las virtudes de Qatar, "líder de los derechos laborales", con la unidad y rotundidad de siempre. Porque no bastaba con admirar la arquitectura de las pirámides, que había que celebrar la técnica del látigo.
Sorprende todavía menos que, seis semanas después, esté detenida, junto a su novio, su padre y otros cómplices de la Eurocámara, por vender los intereses europeos a una potencia extranjera en un ejercicio de avaricia impecable. Pero, sobre todo, por corrupción.
Al padre se lo encontraron con una bolsa sin marca, llena de billetes, todos de 50 €, como en una película serbocroata de media tarde. "¿Adónde va, caballero?", preguntaron los agentes. En sus ojos sólo había una respuesta y no fue: "Ya ven, de compras".
Al novio de la joven eurodiputada, nada populista y orgulloso miembro de la oenegé Fight Impunity ("lucha contra la impunidad"), se le vio consternado. Le encerraron y le interrogaron y le nació una frase conmovedora, insuperable: "Lo hice por un dinero que no necesitaba". En sus palabras, el misterio de la vida.
En una entrevista, Iratxe García, presidenta del grupo de Socialistas y Demócratas del Parlamento Europeo, se llevó las manos a la cabeza tras la noticia. "Por supuesto que nos ha sorprendido", dijo. "Esto es algo que nadie esperaba".
Ajá.
¿Quién puede esperar que alguien que debate, vota y defiende desde un puesto de poder los intereses de una tiranía del golfo Pérsico esté pringado hasta el cuello? Dígamelo usted, por favor, que yo me pierdo.
Que ya no es por extender la sombra de la sospecha sobre el resto de parlamentarios, presidentes, periodistas o coroneles europeos que defendieron y defenderán a Marruecos, Rusia o China. Pero, qué sé yo, quizá no esté de más echar un ojo a sus cuentas y movimientos, no vayamos a llevarnos nuevas sorpresas. Que luego aparecen con sacos de dinero o acaban en consejos de multinacionales estratégicas rusas, como Gerhard Schröder, o como publicistas estrella del Partido Comunista de China, como David Cameron, y nos da un vuelco al corazón.