Es curioso el caso de Yolanda Díaz, esa líder a la izquierda del PSOE tan melosa que confunde al más pintado, esa hada madrina rubia y roja (rojigualda, al cabo, española por los cuatro costados, silbando patria entre los dientes cuando repite “mi país”) que camela hasta al más facha del bloque, esa auténtica metralleta de leyes y datos y fechas que te noquea y te envuelve por más derechón que seas: te habla con su vocecilla almibarada desde su traje de chaqueta redundantemente almíbar, como a Ana Rosa ayer en su entrevista en Telecinco, y le pones un piso en el centro antes de que ella te consiga a ti uno toqueteando la política de vivienda.
Digamos que la Quintana hubiese querido ponerse en plan pitbull, como con Sánchez, pero casi acaba con la vicepresidenta echándose unos cócteles y yendo juntas a la manicura, a lo Sexo en Nueva York, hermanadas. "Podíamos ser socias", le dijo AR mientras se me dilataban las pupilas de sorpresa. Les das media hora más y escuchas un "qué guay, tía".
Primero me quedé alucinada por esa insólita complicidad, luego entendí lo que las unía tan bestialmente: sus enemigos comunes, sus inquinas íntimas. ¿Hay algo más bello, algo más expectorante? Ninguna puede ver a Irene Montero, ni a Iglesias, ni, por ejemplo, a Rufián. Ni a tantos otros de la izquierda pura, bien rebotados, que las tienen por arpías: eso las convierte prácticamente en Thelma y Louise. Dos chicas contra la tiranía de los hombres malos.
De ego vamos bien: Ana Rosa dice que ella era feminista cuando nadie lo era y Yolanda se bautiza como "demócrata" y "libre", una mujer "cansada de tutelas" que no es de "nadie".
En las vanidades solapadas, la gente se encuentra y se perdona.
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A los conservadores (¡y hasta a los reaccionarios!) les agrada Yolanda, es un hecho, les cae muy bien aunque no vayan a votarla, la respetan, no la acosan, les gusta secreta y culpablemente, como nos gusta a todos en silencio Melendi, el himno del Sevilla o el de la Legión.
Yolanda es la nueva Errejón, pero además parece una adulta, y quieras que no eso da empaque.
A los diestros les resulta una zurda razonable, moderada, dulzona. “Con sus ideas”, claro, pero “con la que se puede hablar”. Al final son unos blandos, unos pobres muchachos. Les pasas la mano por el lomo y agachan la cabeza. También les mola la de Sumar porque no les sacia los tópicos: es una mujer socialmente comprometida y feminista, ¡pero a la vez luce sofisticada, coqueta y sexy! ¡Es elegante, adora la moda, es de tobillo fino! Les explota la cabeza. ¿No era que las revolucionarias van medio chifladas, peludas, insolentes, gritonas, abandonadas a su suerte; no era que celebraban histriónicamente el feísmo?
Díaz es transversal, eso es cierto, aunque no tanto como le gustaría o como llegó a pensar en un momento de subidón moral, en algún instante de flipamiento envuelto en su clásica contención, en su carcasa templada. Ella quería generar consensos y volverse una Carmena de la vida, un icono pop de esos que los grafiteros no parodian, sino que reproducen en los muros comunes con cariño, como si las paredes de pueblo gritasen la cara de la mujer elegida, como si la vomitasen en cuatro colores, estilo Andy Warhol.
No tiene tanta personalidad, no tiene tanto carisma.
Es correcta, es útil, tiene algo de tecnócrata ("soy una política extraña, no hago nombramientos por proximidad ideológica, sino por ser los mejores"), es inteligente, es afable, es profesional.
¿Qué más? No sé. No fascina. No inspira.
Se hace la tonta fenomenal, pero no cuela: es lista, es listísima, a pesar de lo que pueda parecer cuando para fingirse moderna revela que las amigas de su hija la llaman "motomami" o lanza boutades como la de que "España es Rosalía".
[Por qué la 'motomami' Yolanda Díaz se ha equivocado diciendo que Rosalía es España]
Ha resultado un bluff electoral, va pisándole los talones a Abascal en las encuestas, pero mira qué jijí y jajá se trae con la reina de las mañanas o con el señor Feijóo, al que en su momento llegó a llamar “mi presidente” (por Galicia, sí, y porque ella se embala, se engolosina, se empacha de cordialidad) y al que ahora se refiere amigablemente como “Alberto”.
Todavía da el campanazo y se hace socia de Gobierno con su Albertiño, con ese al que llama "gran rival", ¿que no? En fin, ya se tienen más estima de la que se tenían Pedro y Pablo, viejos socios sin química.
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¿Qué ocurre aquí, qué está pasando? ¿Por qué Yolanda gusta a la derecha pero no (no lo bastante) a la izquierda española? Quien puede le mete un pullazo, una leche, una corná.
El último fue el ya citado Rufián cuando dijo que le daba ella más miedo que el líder de Vox, porque Díaz ha dejado "en la cuneta" a Irene Montero. De Iglesias mejor no hablamos: cada vez que la escucha se le desatan en el jardín las plagas de Egipto y se dice que maldita sea la hora en la que aupó a esa bruja tan mona (que, las cosas como son, dijo que ella no era de "vetos" pero a la de Igualdad le ha puesto una cruz que ni Jesucristo).
Poca gracia le ha hecho también a Compromís la promesa de Yolanda de entregar 20.000 euros a los chavales que cumplan 18 para "emprender" (palabrita odiada por el progresismo) independientemente de su renta. Aquí una medida del todo tarada, sobre todo porque por el afán de no estigmatizar a los pobres (¿acompleja a Díaz centrar sus esfuerzos en los vulnerables, sin caretas?) acabaremos enriqueciendo más a los niños ricos y tampoco es que vayamos boyantes de parné.
Hay otros hits: lo del servicio telefónico para disuadir a hombres que se vean ese día con ganas de apalizar a sus esposas o lo de expulsar de la carrera a los periodistas que "manipulen" o "desinformen". Pura vibra Turkmenistán.
¿Y la de cerrar antes los bares? ¿En España? Pero, ¿esta señora conoce la idiosincrasia de la tierra? ¿Dónde se va a gastar la chavalería los 20.000 pavos?
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Algunas cosas interesantes: la reducción de una hora de jornada sin tocar el salario, los permisos parentales, el diálogo con Cataluña (pero dejando claro que el referéndum no está "ni estará" encima de la mesa), los impuestos a los que más tienen, la posibilidad de Ministerios más ligeros y reducidos, el reconocimiento de que se pudo hacer "mejor" con la ley del "sólo sí es sí" o su "respeto a los tribunales y a las instituciones, sólo faltaría" (que sí faltó en el caso de Irene y que la incapacitó para ser una mujer de Estado).
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A Yolanda le pitan los oídos todo el día, está en el centro de la diana: dicen de ella que no soporta las críticas, que no rinde cuentas a nadie, que es falsa y sibilina, que es interesada, que te exprime hasta que te secas y luego te corta la cabeza, pero a saber.
Usa palabras enormes y cursis, como "felicidad" o "paz", que tampoco sabemos muy bien qué significan. Tiene buenas intenciones y, paradójicamente, el colmillo muy afilado para ejecutarlas. Pídele que muerda blando, como los lobos cuando muestran ternura.
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Lee a Carmen Laforet. Y a Constantino Bértolo. Cuando tenía cuatro años le dio la mano a Santiago Carrillo. ¿Creen ustedes que él le pasaría una nota con algún encargo, a lo Succession, para que hoy estemos aquí? Ay, a mí me gusta pensar que sí.
El amor de su vida es su padre, líder sindical, su referente para siempre. Lo menciona compusivamente, empalagosilla, y le bautiza como "papaíño". Esto es incómodo, como cuando alguien te enseña demasiado las encías.
Fue la más pequeña de una familia de tres hermanos. Los dos mayores son varones. Uno de ellos, en una ocasión, siendo diminutos, la tiró al barro, y la "nena", tal y como la llaman en casa, se hostió sobre los cerdos.
Lo ideal sería que eso no volviese a pasar ahora. Del barro sólo se sale una vez: esa es la enseñanza. Las demás son demasiado espesas, demasiado pringosas.
El barro te chupa dulcemente, como una planta carnívora. De nada sirve nadar.
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Díaz no es exactamente un revulsivo, no es exactamente anfetamínica: yo escucho hablar a Yolanda y me entra un sopor estival mortal, como el de después del baño en la alberca y el almuerzo, una fiebre lenta de siesta en días de asueto. Su tono me acuna, me adormila, me infantiliza.
Ella quiere cuidarme y yo pienso dejarme, pienso ser una niña somnolienta en la hamaca móvil de España, pienso en que me explique el mundo sencillito, cortito y al pie, y me recuerde que todos somos buenos y valiosos e importantes. Como si fuera tonta, o porque quizás lo soy.
Otras figuras de la Feria Electoral:
1. Macarena Olona, la última folclórica
2. Irene Montero, la fanática que logró el consenso: la odia igual la izquierda y la derecha
3. Cuca Gamarra, la mujer invisible que siempre acaba cercando el poder
4. Las dos caras de Otegi, el hombre culto y paleto (a la vez) que soltó el gatillo
5. Pablo Iglesias, el mesías comunista que acabó siendo el rey de TikTok
6. Zapatero, el ‘Sancho Panza’ de Sánchez que sólo defiende (en el fondo) su propio legado
7. Abascal, el chico reaccionario de moda que nos asfixia con la bandera de España