La abdicación de Margarita, el beso de Jenni y la boda del alcalde
Margarita II, Jenni Hermoso, José Luis Martínez-Almeida y Rafa Nadal; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Margarita II de Dinamarca
El domingo que viene, la reina de Dinamarca dejará el trono en favor de su hijo, que tomará el nombre de Federico X, el mismo que no hace mucho protagonizó en Madrid una historia de amor que pudo llegar a buen término si no hubiéramos metido la pata esperando que se convirtiera en un cuento de hadas. Me refiero al culebrón del príncipe heredero, ya casi rey, y la princesa de su casa, Genoveva Casanova, una joven mexicana que en el pasado alternó con biografías de altos vuelos (Cayetano Martínez de Irujo, exministro Michavila, Gonzalo Vargas Llosa, el cantante Luis Miguel y un empresario indio-español de nombre imposible, entre otros).
El affaire entre Federico y Genoveva se desarrolló cuando los Reyes de España terminaban su viaje de Estado a Dinamarca. En Copenhague les había recibido la Reina Margarita II (83 años), una mujer lista como el hambre que se entera siempre de todos los chismes de la corte pero en aquella ocasión no se había enterado de ninguno.
Cuando nuestros royals ya estaban de vuelta en Madrid, el primogénito Federico aprovechó la circunstancia para volar también a la capital de España y encontrarse con Genoveva, una amiga reciente que acogió al príncipe danés en un pisito de soltera hecho a la medida de sus sueños. A las ocho de la mañana del día siguiente, Federico abandonó la solución habitacional de "Genoboba" arrastrando una troley por la calle.
Todavía era de noche y hacía un frio pelón. El heredero subió a un coche que le aguardaba desapareció en la negrura de la ciudad. Días después, las publicaciones del ramo ofrecieron fotos de la pareja paseando por el Retiro. El reportaje lo vieron en los cuatro puntos cardinales. Nadie daba crédito. Tal era la expectación en los alrededores del edificio madrileño donde había pernoctado el Príncipe, que la calle se pobló de reporteros gráficos apuntando a la pareja con la Nikon. La mayoría procedían de Australia, país de origen de la princesa Mary, cuyas lágrimas por el abandono de su esposo conmovieron a los fans de la monarquía.
Dinamarca fue testigo de aquella fogosa historia, con la familia real al completo, empezando por la reina Margarita, sus dos hijos, el triple de nietos y demás integrantes de palacio. Y no olvidemos la sombra alargada del marido, Henri Labarde de Montpezat, fallecido años atrás mientras la Reina murmuraba para sí: "qué pesadilla de hombre".
Henri, al que habían adjudicado el título de Príncipe, se entregó a su esposa disimuladamente, correspondiéndole ésta a regañadientes y enviándolo cada poco tiempo a descansar a sus posesiones en Francia y no diera la lata en Copenhague.
Así fue mientras vivió. Luego, según se acercaba el momento de la muerte, todo cambió. La reina Margarita se puso firme y le pagó a su cónyuge con una sepultura lo más alejada posible de la suya. El día del óbito, las campanas no gimieron por la muerte del príncipe y los celos desaparecieron del epitafio. Margarita había salido invicta.
Hace unos días, movida por el hartazgo, la Reina dio un puñetazo en la mesa y habló claro. Al fin y al cabo ella mandaba. Era la jefa de las Fuerzas Armadas y la autoridad suprema de la iglesia danesa. Ejercía de intelectual y feminista, hablaba bastantes idiomas y además, fumadora empedernida y aficionada a la arqueología. Excavó en medio mundo, cuando no en el mundo entero.
Fue una niña alta que al cumplir la mayoría de edad se convirtió en una mujer de bandera, siempre con la elegancia natural que la caracterizaba. Margarita II heredó el trono de su padre tras 52 años de reinado y ha llegado a ser la reina más longeva de Europa. Este año, tras el culebrón de Federico y Genoveva, la Reina pilló un monumental cabreo y se dirigió al país para comunicar que abdicaba en su hijo Federico y que la abdicación entraría en vigor a partir del 14 de enero del 2024. Y todo por una absurda historia de amor y megalomanía. Puro escarmiento.
Jennifer Hermoso
Es la futbolista más sonada de la temporada. También la más polémica y la más brava. Con decir que se crio en Carabanchel, como una chica de barrio, está dicho todo. Pasará a la historia por un beso robado y unas campanadas a medianoche. El beso se lo calzó Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Futbol, y las campanadas de la Nochevieja se las pagó TVE por su actuación durante el mundial de futbol celebrado en Australia y Nueva Zelanda.
Cada vez que vuelve a España, Jenni Hermoso (Madrid, mayo 1990) monta el cirio y la audiencia se lo agradece. El futbol la ha convertido en diosa del Olimpo, como también convirtió a Messi y a Cristiano Ronaldo, a Alexia Putellas y a Mbappé.
Jenni triunfa en México. Allá en el rancho grande la ha fichado un equipo al que llaman Tigres femenil, donde el entrenador advierte a la prensa "la institución está por encima de la jugadora". Pero la jugadora es Jenni y ella está por encima de casi todo. Perdonen que me entrometa, pero los únicos que están por encima de las jugadoras son los entrenadores, esos hombrecillos pacatos que se presentan a golpes de pecho para manifestar su orgullo ante la concurrencia.
Ha pasado el tiempo desde que las chicas ganaron el mundial en las antípodas, pero Jenni sigue siendo la mujer de la polémica. Ella no lo oculta. Esta semana ha sido llamada a comparecer en la Audiencia Nacional para que ponga en claro -una vez más- la cuestión del beso, el queso y el tren expreso, como diría un poeta cursi.
En la Audiencia, Jenni recordó de nuevo que no fue consentido el beso inesperado que le propinó Luis Rubiales, y que, además, fue víctima de presiones y atosigamientos para que minimizara públicamente lo ocurrido.
En las redes sociales el beso ha quedado atrás. Ahora lo que importa son las relaciones sentimentales presentes o pasadas de ciertas jugadores, entre las que destacan Alexia Putellas y la propia Jenni Hermoso (ambas coincidieron en el Barça) junto a Olga Ríos, representante de famosos y novia oficial de Putellas.
José Luis Martínez-Almeida
El alcalde de Madrid (abril 1975) se casa en primavera para poner fin a las habladurías que le presentaban como "un bicho raro". Véase entrevista en EL ESPAÑOL (19 marzo 2023), donde, entre otras cosas, reconocía que podría enamorarse de una mujer de izquierdas "pero roja, roja, pues no".
No ha sido el caso, ni mucho menos. El alcalde ha picado alto, entre el poder de los apellidos y el poder del dinero. La novia del alcalde, Teresa Urquijo, pertenece a la aristocracia y además ejerce como analista financiera. Desde que fueron vistos juntos en Las Ventas (junio de 2023), el alcalde Almeida no ha negado la mayor. Sí, eran casi novios. De casi novios pasaron a novios y de novios a casaderos. No está confirmado pero cabría esperar que a estas alturas Teresa Urquijo luciera en su mano izquierda un diamante del tamaño de un garbanzo, que es la máxima expresión de poderío en las novias.
El alcalde apenas ha respondido a las preguntas de los periodistas. Ha preferido ser cauto. En cuanto a Teresa, ella se aparta deliberadamente de su novio para no robarle un gramo de protagonismo, aunque en su caso, lo interesante es conocer la frondosidad del árbol genealógico familiar, donde a la menor te lías ordenando los apellidos.
Teresa tenía madera de buena estudiante y lo demostró en sus primeros pasos, cuando trabajó en Manila, México y Reino Unido. Luego se sumergió en Londres, donde echó el resto. Era el orgullo de la familia. Bien es verdad que en aquella época el apellido Urquijo tenía connotaciones dramáticas y a todo el mundo se le ponían los pelos como escarpias recordando el asesinato de los marqueses. Teresa aún no había nacido, pero se lo habrán contado.
Además de ser tataranieta de Gregorio Marañón, Teresa está emparentada con la Familia Real, como nieta de Teresa de Borbón, prima hermana del emérito. Y tiene un hermano menor que fue medio noviete de Victoria Federica.
Rafael Nadal Parera
Toda la importancia que tiene Rafa Nadal en el tenis la encontramos a faltar en muchos de los hombres del futbol. Junto con Gasol, Induráin y Severiano Ballesteros, conforman el cuarteto deportivo más importante de la historia de España. Podría añadir a Iniesta, pero confieso que los futbolistas que meten goles no me motivan porque tienen el mapa de la epidermis atiborrado de tatuajes. Me desmotivan sus cuerpos que parecen una tira de cómic. A algunos no les queda un solo centímetro cuadrado de piel libre para poner la firma.
No es el caso de Rafa Nadal (Manacor, junio 1986). Un hombre aseado y limpio de monigotes. Da gusto verlo. Y lo mismo que digo de Nadal puedo decirlo de los golfistas o los nadadores olímpicos. No sé a qué huelen ellos, pero a juzgar por como aparecen en los spots de la fragancia Dolce Gabana dan ganas de tomárselos para postre.
A Nadal se le reconoce por la blancura de las prendas deportivas para vestir, entre las que se incluyen las toallas blancas, que merecen formar parte del fetichismo masculino.
[Rafa Nadal, sobre las molestias ante Thompson: "Es en el mismo sitio del año pasado"]
Nadal ha vuelto tras un año de rehabilitación, no solo de sus lesiones sino también de su entereza mental. Tras ese año de espera en la antesala de los fisioterapeutas, ha vuelto a pisar la pista para mayor gloria del tenis español.
La pena es que la alegría ha durado solamente un soplo. Y mira que empezó bien ganando los dos primeros partidos. Pero finalmente cayó en tercera ronda en Brisbane (Australia) con molestias físicas ante un tal Jordan Thompson. La cadera de Nadal no colaboró. Y así ha terminado la aventura del ilusionante retorno de nuestro Rafa a las pistas su ilusionante retorno.
Pero no está dicha la última palabra, porque dentro de una semana la espera el Open de Australia en Melbourne. El sueño renovado en la reacción de Rafa sobre las molestias que le hicieron perder con Thompson: "Espero que se vayan".